Metamorfosis

Bata Blanca

—Yo… —dejé a la mitad mi oración intentando encontrar las palabras adecuadas—, he estado viendo muchos capítulos de Dr. House  y Gray’s Anatomy… es todo —tartamudeé.

            No me di cuenta en qué momento la señora que estaba con el señor en el suelo pareció escucharme. De repente sentí como una mano me tomó del hombro, y luego un grito me ensordeció. Todos nos exaltamos.

            —¡¡¡¿Cómo te atreviste?!!! ¡Pudiste haberlo matado!

            —¡Señora! ¡No! —respondí mientras se abalanzaba sobre mí—, ¡le juro que sabía lo que hacía!

            —¡No debería gritarle así, señora! ¡Ella le salvó la vida a su marido, amante, hijo… lo que sea! —me defendió Marina jalándome del brazo mientras le daba un empujón a la señora.

            —Tranquilícese señora, sabiendo o no, esta señorita le dio una segunda oportunidad al caballero. Eso es lo que importa —argumentó el Dr. Carrillo con voz serena y convincente como lo recordaba.

            —Será mejor que nos vayamos —le susurro a Marina en su oreja.

            —No—responde el Dr. Carillo, como si hubiese sido a él al que le hubiera dado el mensaje.

            —¿Disculpe? —pregunto entre dientes, más sorprendida que nada.

            —Usted… usted es un caso muy especial… mis alumnos de recién ingreso, ni con toda la teoría del mundo, se atreven a hacer algo como lo que usted hizo. Usted señorita ¡es una prodigio! —exaltó y levantó las manos como si fuera el guía de una orquesta.

            —Fue solo suerte —respondo sintiéndome ya nerviosa, con las manos sudadas y el corazón alterándose.

            —¿Cree que es suerte salvar la vida de un hombre con neumotórax? Suerte es encontrarse un billete de cien pesos, suerte es encontrar su cd de música favorita a mitad de precios, suerte es… la suerte es para los ¡IMBÉCILES!, y usted señorita, usted no es una imbécil… ¿o me equivoco?

            Me quedé callada, pude haber respondido que por supuesto no era una imbécil, pero temía que cualquier cosa que me saliera de mi boca me comprometiera más de lo que ya estaba. La sirena de la ambulancia comenzó a acercarse de algún lugar no tan lejano. La gente comenzó a hacer bullicio y luego otras sirenas, posiblemente de patrullas, comenzaron a hacer juego con todo el ruido.

            —Vamonos —le digo a Marina, pero prácticamente le ordeno al tomarla del brazo y jalarla hacia donde habíamos dejado el coche estacionado. Siento rápidamente una mano tomando mi otro brazo, una mano grande.

            —Hospital Roberson… Dr. Carillo… deme la oportunidad de convertirla en algo más que una niña rubia y bonita… dese una segunda oportunidad—agregó por último el Dr. Carillo antes de que él mismo me soltara al ver la mirada de mis primas sobre él.

            —Segunda oportunidad…—susurré y terminé siendo arrastrada por las gemelas.

 

Segunda oportunidad… segunda oportunidad… ¿segunda oportunidad? Son palabras muy convenientes para mi situación, ¿a qué se refería exactamente? ¿A volver a estudiar medicina? Serían muchos años desperdiciados… ¿o sería una señal para recuperar mi antigua vida? ¿Cómo recuperar mi antigua vida si parece en este punto haber sido un solo sueño? ¿Cómo recuperarme si ya no tengo a Nina a mi lado? Todo suena tan ilógico cuando pasa por mi mente… todo.

            —¿Qué se creía ese tipo? ¿Viste cómo te vio cuando te agarró del brazo? ¡Qué lunático! ¿No lo crees Milla? ¡¿Milla?! —insistió Melissa.

            —¿Qué? —respondo pero sin aún ponerles toda la atención debida.

            —¿En serio? No puedo creer que estés más impactada que nosotras por lo que hiciste. No quiero pensar en cómo van a reaccionar tus padres cuando se enteren de lo que hiciste—continúo Marina con tono irónico.

            —¡No! Digo, no. No quiero que les digan nada, nada. ¿Me entienden?

            —Pero… —agregó Melissa.

            —Nada. Yo se los contaré en el momento adecuado, cuando yo esté más clara de mis pensamientos. Estoy pasando por mucho.

            —Lo sé, es por lo de Alan —sugirió Marina poniendo una cara que fingía tristeza, pero que en realidad era de alegría.

            —Sí —respondí, aunque en realidad lo primero que se había venido a la mente cuando pronunció ese nombre era yo, mi problema mayor. Aunque entendía que ellas solo se referían a aquel soquete, yo les seguí la corriente pensando en el Alan que solía conocer y no el que ellas conocían.

            —Ok. Será mejor que nos vayamos para que puedas pensarlo mejor —me dijo Melissa mientras ambas se levantaban de la mesa.

            —Sí. Es una lástima que no nos hayan acompañado tus padres en la cena. Creo que perdieron ese hábito después de… Vendremos pronto —suspiró Marina y me dio un cálido abrazo. Luego Melissa hizo lo mismo, pero mucho más rígida y metódica.

            Pronto me quedaría sola en la mesa. Necesitaba pensar las cosas… ¿Cuáles cosas? Ese era otro misterio. Un par de veces pasó una sirvienta a limpiar la mesa para después quedarse a la expectativa de alguna orden, pero al final terminé diciéndole que me dejara sola. Me quedé sola, sola en la enorme recámara y gigantesca mesa.

            Me quedé con la mirada penetrante sobre la enorme mesa de madera. Recordé que alguna vez jugué con Nina a pensar en nuestras fantasías más eróticas, y me había sorprendido que para ella hacer el amor sobre una mesa familiar o una de billar. Mi sorpresa estaba en que a mí no se me hacía para nada erótico, para mí lo erótico consistía en una orgía con únicamente chicas. Al final había terminado mintiendo y diciendo que un trío estaría bien.

            —Si tan solo estuvieras aquí y vieras esta mesa —susurré en voz baja.

            Casi podía imaginarla sobre la mesa. Totalmente desnuda. Mirándome directo a los ojos. De frente a mí y con sus piernas totalmente abiertas. Luego yo subiéndome sobre la mesa y tomando con mis manos sus rodillas. Mis manos eran grandes, mi cuerpo desnudo era Alan, y ella estaba allí implorando que la penetrara, pero de un momento a otro era de nuevo yo, Milla. Adiós pene. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? Unas cuantas caricias, besos y penetrarla era lo que se me daba, pero ella seguía allí, con sus piernas abiertas.

            Me mira implorando que comience. No tengo idea. Saca su lengua y la recorre por toda su boca, luego la alcanza poniendo una de sus manos y formando una “V” con su dedo índice y medio. Debo seguir esas señales, recordar un poco de pornografía de la que me solía enseñar Blake antes de que conociera a Nina. Pornografía lésbica. Entiendo. Sé lo que tengo qué hacer, pero tengo miedo de no hacerlo como una auténtica lesbiana.

            Una vela aparece de la nada justo al lado de la cabeza de Nina. Ella la toma y deja caer un poco de cera sobre vientre. No muestra señales de dolor. Me sugiere que me acerque hacia ella. Subo sobre ella y me tumbo. Estoy sobre ella, así, solo sobre ella. Quiere que la bese. Me acerco a besarla, pero antes de lograrlo algo caliente cae sobre mi espalda. Es cera.

            —Ni en tus sueños más eróticos —me susurra al oído cuando me doy cuenta de que es ella la que ha puesto la vela inclinada sobre mi espalda para verterme la cera.

            —¡Milla! —me grita alguien. Me doy cuenta de que es mi madre, pero también advierto que todo está oscuro y que de verdad me está ardiendo la espalda—, ¡Lo siento! No se me da mucho usar estas cosas, pero nadie encuentra una maldita lámpara con baterías en toda la casa.

            —¿Qué?

            —Amor. Se fue la luz. Sí, tenemos vajillas de plata y ceniceros de vidrio suizo, pero no tenemos pilas. Espera aquí, iré a buscar a tu padre o a alguien que vaya a investigar este problema.

            Me toco la espalda y solo hago que crezca el dolor. Mi madre comienza a alejarse.

            —Ni en tus sueños… —susurro, pero mi madre parece escucharme desde lejos.

            —¡¿Qué?! —me grita—, ¿dijiste algo?

            —No. Nada —respondo.

 

Muchas personas pasan frente a mí de un a otro, como si no existiera. Hay ruidos de movimiento automovilístico y peatonal por todas partes. Sirenas de policía y de ambulancias recorren sin fin alrededor de mi cabeza. A nadie le importo, nadie me mira. Nadie parece poner algún poco de interés en mí, parecen vivir bajo cronómetro. No puedo creer que las personas se hagan esclavos del tiempo, que se olviden de cosas como aquel niño que corre y abraza a su madre; de aquel anciano siendo empujado en su silla de ruedas por una anciana que le toma la mano cada que se detiene a descansar; todos viven apresurados, como alguna vez lo hice yo.

            Levanto la mirada y observo que la gente que entra al edificio es más de la que sale, jamás lo había notado, porque antes vivía bajo reloj. Entro como una más del montón. Dos personas chocan conmigo y se disculpan sin ni siquiera mirarme a los ojos. Alguno que otro me observa, pero sé que solo me observan por parecer una chica linda, realmente no les intereso por otra cosa.

            Me dirijo hacia la recepción preparando mis palabras. La señorita me sonríe y después vuelve a seguir frete a la computadora ignorándome por completo. Sé que espera a que le pregunte algo, pero aún no estoy tan segura de tener que preguntarle algo. Ni siquiera estoy tan segura de tener que estar aquí. Doy un par de miradas fugaces hacía atrás, no sé a quién pienso ver, o incluso, a quien no quiero ver.

            —¡Bienvenida al Roberson! —me dice alguien a mi costado. Giro la cabeza y me doy cuenta que se trata del Dr. Carillo.

            —Dr. Carillo —respondo en seco.

            —Así que… ¿se animó a acepar cualquier oferta que pueda ofrecerle? —me pregunta con un ánimo que hace exaltar sus pómulos sobre su cara.

            —Aún no lo sé. Digo, ni siquiera sé que podría ofrecerle yo.

            —Ven —me dice y dirige hacía un pasillo—, hablemos con calma en mi oficina. Entro a la oficina y me pide con toda la cortesía del mundo que tome asiento. Me observa fríamente, y reconozco esa mirada, es la mirada que tiene para los alumnos estrella, la mirada que alguna vez logré ganarme—. ¿Tú nombre es?

            —Milla, Milla Valois Roules.

            —De acuerdo Milla. Mira, si no hubieras venido, posiblemente te hubiera ido a buscar. Lo que tú hiciste con ese hombre fue asombroso. Vi en tu mirada algo que veo normalmente en mis alumnos… seguridad. Sé que, incluso tú, dudaste de esa seguridad, pero yo reconozco cuando alguien la tiene o no. Lo que yo puedo ofrecerte es algo que nunca he hecho, puedo ofrecerte entrar a la escuela de medicina con una serie de exámenes… exámenes teóricos o prácticos. Pero antes tendría que comentar tu caso con personal de alto rango, tú sabes, directores y licenciados. Puede que pidan incluso más que unos simples exámenes, eso no lo sé.

            —No cree que yo… bueno, quizá solo sé hacer eso que vio y no soy más que una simple televidente obsesionada con las batas blancas.

            —No lo creo, por eso es que ha venido. Usted tiene algo más que ofrecerme. Claro, tendría que conocerla más a fondo, ponerla a prueba antes de hablar con las autoridades.

            —¿A qué se refiere exactamente?

            —A ponerte en acción, como otros alumnos, como una doctora.

            —¿No cree que podría meterse en problemas?

            —Tengo privilegios por ser el director de este hospital. ¡Vamos! Será como el mes de prueba cuando pide un trabajo. No la comprometo a nada, solo es una prueba.

            —Yo… —divago en mi mente uno segundos y regreso—, supongo que si le pido más tiempo para pensármelo sería una barbaridad, así que… lo haré. Que pase lo que tenga que pasar.

            —¡Maravilloso! Pero, ¿cree no meterse en problemas usted?

            —Les diré a mis padres que vendré a ayudar al hospital. Cuando sea algo más seguro quizá.

            El Dr. Carillo se levanta y extiende su mano hacía mí. Le respondo.

            —Como le decía, ¡bienvenida al Roberson! Ahora solo deje que le dé un pequeño recorrido por el hospital.

            —Claro —levanta sus pulgares en señal de apoyo, y corre rápidamente hacía una cajonera, de la cual saca una bata blanca.

            —Tome —me ordena—, hay que pasar desadvertidos. Nadie sabrá quién es en realidad. Inventaré algo para que no crean que tiene privilegios especiales. Justo ahora usted es una residente cualquiera, ¿de acuerdo?

            —Lo que usted diga.

            Ambos salimos casi sincronizados de su oficina y nos paramos mientras me pongo la bata. Todo parece ir perfecto.

            —¿Milla? —escucho detrás de ambos. Sé que es la voz de Blake.

            —Blake, ¡Qué gusto verte! —respondo.

            —¿Se conocen? —pregunta el Dr. Carrillo sorprendido.

            —¡No! —dice Blake.

            —¡Sí! —respondo casi al mismo tiempo—, bueno, realmente no desde hace tanto tiempo. Es una larga historia —intento arreglar la confusión.

            —De acuerdo. Dr. Méndez, ¿podría hacerme el favor de darle un recorrido para que conozca la Señorita Milla este humilde hospital?. Yo iré a pensar en que decir —me susurra casi lo último al oído y luego se marcha dejándome con Blake.

            —¿Qué se supone que estás haciendo? —me pregunta Blake casi en tono de regaño.

            —Recuperando mi vida —respondo a secas.

            —¿Qué? —se sorprende.

            —Te lo explicaré todo, te lo prometo. Tengo que ir al baño.

            —¿Sabes dón?… Claro, claro que sabes dónde.

            Le doy una palmada en su espalda y comienzo a caminar con dirección a los sanitarios. Pienso en la buena o mala suerte que tendría de encontrarme a Nina. Camino y pasó justo al lado del baño, pero me voy de paso. Yo busco otra cosa. Mi espía me dijo dónde lo encontraría. Siento escalofríos antes de entrar en la habitación, pero tengo que hacerlo.

            Doy un paso con pie tembloroso. Mi ritmo cardiaco comienza a acelerarse. Mi piel inicia un ciclo de transpiración, primero caliente y luego frío. Allí está, frente a mis ojos. Allí está Alán, allí estoy yo. No puedo creer que esto suceda, que esté aquí después de pasar por todo esto, y que cuando vea mi propio cuerpo no vea más que un extraño. Se ve tan pálido, se ve tan si vida, tan apagado. Me acerco un poco más y quiero tocar su piel, y cuando lo toco me doy cuenta de que está tan fría como la de un muerto, pero sé que dentro de esa piel están pasando sueros que hacen que la sangre permanezca caliente.

            Me entra una melancolía, porque le he tocado la piel y no ha pasado nada. Sigo aquí, en este cuerpo. Tengo ganas de llorar, y me exijo no hacerlo, no llorar, pero termino haciéndolo. Comienzo a llorar como si se tratara de la esposa del paciente, como si realmente estuviera llorando por él y no por mí. Sigo así un par de minutos y decido irme, pero cuando giro mi rostro lloroso hacia la puerta me pasmo.

            —¿Milla? —pregunta Tay, y justo al lado está Nina.

            No digo nada. Pero me asusta más el hecho de que el electrocardiógrafo comienza a marcar una alteración. Luego otras máquinas comienzan a pitar como locas. Miro por todos lados, intentando buscar una explicación, pidiendo que esta sea la señal que necesito para regresar todo a su sitio.

            Luego simplemente me desplomo en el suelo.