Metamorfosis

Adiós Alan

Allí estoy. No me muevo. No pienso. Un silencio catastrófico ha inundado toda la mansión. Alguien tose un par de veces. Parece que se escuchan cuchicheos, pero me temo que sean producto de mi mente. He dejado mi vista clavada en todos y en nadie a la vez. Siento escalofríos, por ellos, por mí. Giro lentamente mi cabeza hacia donde he tirado al otro Alan. Él me mira. Está aterrorizado. Miro una charola de plata y mi reflejo también me aterroriza. No soy Alan, desde que desperté aquel día ya no lo fui, y quizá nunca lo vuelva a hacer. Tengo miedo de que desconecten mi cuerpo y no pueda recuperarlo. Tengo miedo de que nunca desconecten mi cuerpo y tampoco pueda recuperarlo. Tengo miedo de perder a esta nueva familia, la familia que nunca tuve. Pero sobre todo, tengo miedo de perder a Nina.

            Vuelvo a mirar al Alan del suelo, luego a mi familia de nuevo. Estoy tentada a tenderle mi mano y levantarlo, pero también a salir corriendo. Presiento que se han dado cuenta de que además de no acordarme de ellos, me he vuelto alguien más. Ya no sé quién soy, si soy ella o soy él, si soy alguien o soy yo. Tengo que repetirlo en mi mente: tengo miedo, mucho miedo. Los observo, me observan. No quiero decepcionarlo. Me acomodo el vestido, que ni siquiera se ha arrugado, pero noto que hay manchas negras sobre mi torso, posiblemente vino. Le extiendo la mano al sujeto del suelo, él la toma y se levanta haciendo ruido al pisar pedazos de vidrio. Me mira a los ojos, y sé que está dispuesto a perdonarme.

            —Lo siento —le digo—, pero todo lo que dije es verdad, así que te agradecería salieras de mi vida por las buenas—, miro al resto de los invitados—, ¡Lo siento! ¡Lo lamento! —miro a mis padres, porque se han ganado el título, y simplemente me retiro. No miro hacia atrás, solo subo las escaleras lo más controlado… controlada… controlado… controlada que puedo. Abro la puerta y me voy directo a la cama, no sé qué parte de mí me obliga a querer llorar y qué otra me detiene a hacerlo. Solo miro el techo, lo observo por muchos minutos, así hasta que el sueño comienza a querer tomarme. Estoy a punto de quedarme dormida, cuando giro mi cabeza a la izquierda y allí está, justo a mi lado, es mi Nina. La observo, quiero acercarme y besarla, tocarla y hasta hacerle el amor allí mismo; pero solo observo preocupación en sus ojos.

            <<No soy lesbiana —me susurra.>>

            De pronto la puerta se abre de sopetón y deja entrar el ruido de la fiesta que ya ha retomado su turno. Me exalto y viro la cabeza hacia la puerta, han entrado las dos gemelas justo en el momento que pensaba se trataba de alguno de mis padres. Miro hacia donde estaba Nina, pero ella ya ha desaparecido.

            —¡Olé! —dice una de ellas, luego las dos comienzan a aplaudir.

            —Ya te habías tardado en mandar a ese tío por donde vino —agrega la otra.

            —Sí, solo te llevo ocho años para hacerlo —responde la primera y ambas comienzan a reír.

            Estoy sorprendida por su presencia, y trato de recordar sus nombres, pero he tenido que aprender tantos nombres que los de ellas lo he simplemente olvidado. Sin embargo, no olvido sus facciones: en primera ambas son gemelas idénticas, aunque una de ellas parece ser un poco más delgada; en segunda, son rubias, mucho más rubias que yo; guapas, aunque con facciones más toscas que las mías; y en tercera, no se visten igual, ni siquiera llevan el mismo tono de pelo, una lo tiene más castaño que la otra.

            —Marina —me dice la más delgada y de cabello más castaño.

            —Melissa—dice la otra rubia.

            —Lo siento, no tengo cabeza para mucho —les digo a ambas.

            —Todo está bien. Lo que hiciste estuvo bien, aunque algo salvaje para tu estilo. De todas formas ya sabíamos que haría algo así —me dice Marina.

            —Sí, de hecho llevaba minutos observándoles. ¡Es un idiota! ¡Primero te restringe las salidas¡ ¡Luego asusta a tus amigos¡ ¡Dice que somos mala influencia para ti¡ ¡Y finalmente se larga cuando ya todos te creían muerta! —agrega Melissa, pero guarda un segundo de silencio—, sin ofender, pero ya nadie creía que despertarías.

            —Supongo, seis años son mucho tiempo… ¿ustedes y yo que tipo de relación teníamos? —pregunto acomodándome en la cama. Luego ellas se sientan y se miran en complicidad.

            —¡Somos lo más cercano a tus mejores amigas¡ —grita eufóricamente Marina y ambas me abrazan.

            —¡Ok! ¡Ok! —digo sacando una bocanada de aire.

            —¿En serio no te acuerdas de nosotras? Éramos como hermanas… —murmura Melissa.

            —Sí. ¿Recuerdas que hasta aprendimos a besar entre las tres? —giña Marina con voz juguetona.

            —¿Qué? —me levanto de la cama rápidamente.

            —¿A qué va todo esto? Tú fuiste la que lo propuso —ríe Marina y da un suspiro—, si no hubiera sido por ti nunca hubiera besado al guapo de Rubén.

            —Chicas… en serio, esto es muy… yo no lo recuerdo y posiblemente nunca lo haga. No lo intenten, ¿por qué mejor no empezamos de nuevo? —sugiero.

            —Me parece bien —se arrodilla Marina sobre la cama—, y por eso le hemos pedido todo el día de mañana a tus padres para llevarte a pasear por todos los lugares a los que nos gustaba ir.

            —Sí, quizá no te acuerde, pero sería bonito revivir esos viejos tiempos. Igual y redescubres viejos gustos —sugiere Melissa y se acerca hasta mí—, estás demasiado flaca— me toca uno de los brazos—, definitivamente iremos a comer esa nieve al puerto.

            —¿Nieve? —pregunto.

            —Claro. Nuestra nieve favorita, allí nos llevaban nuestros padres cuando no eran tan viejos y aburridos —suspira Marina—, mañana a primera hora venimos por ti. Ponte linda.

            —Le diremos a todos que te has quedado dormida —masculla entre dientes Melissa, como si estuviera guardando un secreto—, quizá hasta digamos que Alan te propuso tener sexo o drogarte.

            —No…

            —Nosotras lo arreglamos —termina diciendo Marina y ambas salen de la habitación.

            Corro y salto de nuevo a la cama. Miro hacia el techo y regreso la mirada hacia  la izquierda. Cierro y abro los ojos un par de veces, pero Nina nunca regresa. Pongo mis manos sobre mi pecho, y recuerdo que ya no es pecho, ahora son pechos. Agarro ambos pechos y los presiono entre mis manos. ¡Ojala desaparecieran! me digo en mi mente. La idea de que quizá no sea tan loco eliminarlas me pasa por la mente. Entonces pienso en que si no funciona lo de regresar a mi cuerpo bien podría transformar este.

            —¿En qué estás pensando? —digo en voz baja.

            Me doy media vuelta y miro hacia el lago donde miré a Nina.

            —No serías lesbiana… solo serías Nina, como yo soy Alan, como yo era Alan, como yo soy Milla. Milla y Nina, Nina y Milla… Hasta nuestros nombres son parecidos…

 

Despierto cuando una de las sirvientas deja caer unos lapiceros al suelo. Me he quedado dormida en la misma posición y sin destender la cama.

            —Lo siento señorita. Su madre me mandó a traerle las cosas que compraron ayer. También me ha dicho que le acomode la alarma para en una hora, pero…

            —No es necesario, ya desperté. Gracias.

            La sirvienta sale de la habitación enmarcando una sonrisa. Miro hacia donde estaba y me doy cuenta de que ha subido todas las bolsas de ropa y zapatos. Me pongo de pie y me estiro lo más que puedo; luego me rasco la cabeza y debajo de la axila; caigo en la cuenta de que siempre Nina me decía que rascarme allí y en mis partes era demasiado asqueroso para un doctor como yo. Ahora no solo lo veo por esa parte, ahora soy una mujer y supongo que se ve mucho peor. Trato de caminar directo a las bolsas pero me tambaleó un par de veces. Finalmente llego hasta las bolsas y me tiro al suelo.

            Veo el montón de bolsas y me alegro tanto de tener algo para ponerme. Comienzo a husmear entre ellas y a sacar cuanto encuentro. Cuando me doy cuenta ya todo está fuera de las bolsas y esparcido alrededor de mí. No tengo idea de qué ponerme para salir con mis primas y supuestas mejores amigas. Intento hacer combinaciones con todo lo que encuentro, pero termino haciendo combinaciones para competencia de disfraces. Comienzo a rememorar todas aquellas veces que vi mujeres y me parecieron atractivas, quizá por su belleza, quizá por su vestir. Vuelvo a armar combinaciones y de un momento a otro ya no parecen ser tan malas, y termino eligiendo un short y una blusa bastante holgada.

            Meto todo lo demás en las bolsas, me meto al baño, me doy la ducha más rápida que he tenido y salgo con la toalla enroscada sobre mis caderas. Me miro frente al espejo y me doy cuenta que llevo todo el pecho descubierto… todavía no se me quita esa maña. Como no hay nadie me quito la toalla y quedo completamente desnuda; me doy la vuelta y recojo la combinación que he dejado tirada en el suelo; pero cuando estoy allí me doy cuenta de que hay pendiente debajo de la cama, así que me flexiono completamente, meto la cabeza debajo de la cama y estiro la mano para alcanzarlo.

            Cuando tengo el pendiente entre la mano y trato de sacar la cabeza para no golpearme me quedo mirando entre mis piernas. Miro mi pubis, el que he mirado durante tantos meses y parece ya casi tan familiar, pero… pero no sé qué hay de diferente ahora. Tiro el pendiente sobre la cama y me dirijo directamente a meter mi mano entre mis piernas. Acaricio suavemente mis vellos y meto el dedo medio entre mis labios superiores. La sensación placentera de ese momento se vuelve deliciosa; y pasa por mi mente una ligera imagen de cuando lo hacía con mi pene; pero rápidamente de desdibuja cuando cierro los ojos y medio mezclo los recuerdos de cuando tocaba a Nina.

            Quiero sentir lo que sentía Nina.

            Quiero hacerme lo que le hacía a Nina.

            Meto el dedo más a profundidad. Froto con mi palma sobre mi pubis y presiono ligeramente. Deslizo el dedo de arriba hacia abajo un par de veces y me sorprende lo rápido que mi dedo se moja. Abro lentamente la boca y escucho como mi respiración toma sonido por su propia cuenta. Recargo mi cabeza sobre la cama y con la otra mano tomo uno de mis pechos y los presiono. Abro más las piernas e intento meter el dedo más a profundidad. Lo muevo dentro de mí. Lo saco y lo meto. La saco y subo hacia el clítoris e inicio una serie de movimientos circulares. Siento como si estuviese a punto de ir al baño, pero que puedo controlarlo.

            Saco una bocanada de aire con un gemido como gato.

            Me muerdo el labio para callarme.

            ¿Tan rápido?

            ¡Dios!

            La puerta se abre y escucho la voz de las gemelas a todo volumen.

            Me exalto rápidamente, pero alcanzo a sacar el último gemido y cerrar la boca para tragarme el siguiente. Me cuerpo pasa de una cálida temperatura a una mucho menor a la de antes de comenzar a masturbarme. Me siento fría y confundida. Me paro rápidamente y me acuerdo que estoy desnuda. Me vuelvo a tirar al suelo; me arrodillo y solo asomo la cabeza.

            —Se me cayó este pendiente —les digo ambas mientras tomo el pendiente de la cama.

            —Milla —se acerca Melissa y lo toma—, no creo que se te haya caído últimamente, este es tu piercing… de tu ombligo.

            —¿Qué? —carcajeo mintiendo sorpresa.

            —Sí, posiblemente te lo quitaron cuando pasó todo; lo trajeron y se cayó… o algo así —agrega Marina—, no tienes que fingir. Eres humana y… mujer. No puedo creer que lleves seis años sin tener sexo. Es normal que tengas esas necesidades.

            —Qué bueno que entramos nosotras y no alguno de tus padres —interrumpe Melissa mientras hurga entre las bolsas—, no te preocupes, no le diremos nada.

            —¡Santo Dios! —dice Marina.

            —¡¿Qué?! —me asusto.

            —Alguien necesita ser depilada urgentemente —me señala con la mirada y atrae a Melissa.

            —No. Me tapo con las manos. Descubro mis pechos y vuelvo a subir una mano para taparme. Me cuesta trabajo tapar uno u otra parte de mi cuerpo.

            —¡Milla! ¡Por Dios! Como si nunca te hubiéramos visto desnuda —Sonríe Marina—, bueno, si se puede hoy mismo te llevamos con Manuel.

            —¿Manuel?

            —Sí. Siempre vamos con él —dice seriamente Marina.

            —¿Un hombre?

            —Claro que es un hombre —interviene Melissa—, ¿qué otra cosa podría ser?

            —¡No! ¡Me gusta así¡ ¡Y no voy a dejar que me toque un hombre! —respondo sobresaltada.

            —Ok, ok… como quieras… ¿te vas a poner eso? Se ve bien, hubiera elegido un vestido… pero está bien. Te damos media hora para que te arregles —finaliza Marina y sale junto con su hermana.

            No puedo creer que tanta confianza debía haber tenido Milla con ellas. Supongo que tengo que acostumbrarme. Rápidamente me pongo todo lo que escogí, y hasta saco unos zapatos bajos. Todo en menos de diez minutos.

            Cuando bajo las gemelas y mis padres ya están abajo esperándome. Me miran y sonríen, pero las gemelas me miran horrorizadas.

            —¿Y el maquillaje? ¿Por qué no te secaste el pelo? —me cuestiona Marina mientras mira a Melissa con indignación.

            —Así me gusta. Es mi nuevo yo —respondo.

            —Así te ves hermosa —me dice mi padre.

            —Siento lo de ayer —le digo y lo abrazo.

            —Todo está bien. Ya lo hablaremos después —me susurra al oído.

            —¿Nos vamos? Tenemos que desayunar —me presiona Melissa y me toma del brazo.

            Fuera de la mansión hay un deportivo azul. Las tres nos subimos, yo aguardo atrás después de insistir, y dejo que me lleven a donde quieran.

            Un parque, una fuente, nuestro restaurante favorito, nuestras tiendas favoritas, caminar sin sentido, y finalmente el puerto; todos estos lugares los visitamos en menos de doce horas. Ellas insistieron en hacerme recordar, aunque fingían que no lo hacían. Nunca recordé nada, aunque los lugares me parecieron muy agradables; posiblemente porque nunca había tenido tanto tiempo para mí, tiempo libre para conocer la ciudad; porque ninguno de estos lugares los había visitado. Las afueras de la ciudad nunca estaban en mi mapa, pues necesitaba de alguna u otra manera estar cerca del Roberson, tanto así que Nina y yo vivíamos muy cerca de él, en el centro de la ciudad.

            Nos sentamos en una de las bancas del puerto a comer nuestras nieves. Las gemelas pidieron tres nieves de limón con fresa y nuez; luego me acordé que era alérgica a la nuez; en todo caso no era el mismo cuerpo, así que terminé aceptando la nieve. Las tres permanecimos calladas mientras comíamos el helado. Comencé a rascarme los brazos y me preocupe por tener tan mala suerte como para que también fuera alérgica en este cuerpo; pero se me pasó rápido cuando nuestra atención se concentró un una multitud que estaba no muy lejos de nosotras.

            Las tres miramos un par de segundos y terminamos parándonos al ver que un niño lloraba y una señora comenzaba a gritar. Corrimos hacia el lugar y mi impresión fue… no tuve un impresión, era claro, estaba un hombre de unos cuarenta o cuarenta y dos años; tirado e intentando respirar; se movía de un lado a otro como un gusano; movía las manos por todos lados e intentaba gritar. Todos estaban aterrorizados, menos yo.

            <<¡¡¡UN DOCTOR!!! ¡¡¡AYUDA!!! —gritaba la señora mientras intentaba marcar en su celular.>>

            No lo pensé dos veces y me acerqué hasta el señor y comencé a inspeccionar con cuidado.

            —Colapso pulmonar —susurré.

            —¿Qué? —me preguntó Marina.

            —¡Colapso pulmonar! ¡Tiene un colapso pulmonar! —le grito.

            —Ok, llamo a una ambulancia —me contesta.

            —¡No! ¡No hay tiempo! ¡Corre a la farmacia que vimos por los zapatos verdes y trame una jeringa! ¡La que sea!

            Marina se queda paralizada y un muchacho de al menos quince años sale corriendo en su lugar.

            —Tranquilícese señor —le digo, le descubro la camisa e intento mantenerlo lo más que puedo consiente.

            En menos de dos minutos el muchacho regresa con una jeringa; me la entrega y rápidamente le sacó el émbolo y la levanto al aire; las gemelas gritan cuando ven que la ensarto directo sobre el pecho del hombre. Luego me doy cuenta de que todos a mi alrededor gritaron. El hombre deja de moverse; la señora se asusta y se acerca temblorosa hasta donde está el hombre.

            —No se preocupe. Esto puede tardar, pero ya podrá respirar mejor —la tranquilizo justo en el momento que el hombre comienza a respirar suevamente.

            —Ahora si llama a una ambulancia —le ordeno a Marina.

            —No se preocupen. Acabo de llamar a una —dice un hombre que está detrás de la multitud. Cuando se abre paso entre la gente me doy cuenta de que lo conozco, es el Dr. Carillo—, ¡Muy buen trabajo! Te hubiese ayudado, pero llegué justo cuando tenías esa jeringa al aire. ¿En qué año de medicina cursas, o eres recién egresada? —me pregunta. Yo no respondo.

            —¿Medicina? ¿Milla? Ella acaba de despertar de un coma de seis años —contesta Marina.

            —Y no era muy buena en anatomía… —agrega incrédula Melissa.