Metamorfosis

La Noche de los Cuchillos

Le he puesto como he podido la bata a Christina, pero segundos después nos han amordazado, atado de manos y piernas, y sentado en el sillón de la sala. Llevan varios minutos discutiendo sobre lo que harán con nosotras. Que disque quieren jugar con nosotras, que lo mejor es llevarnos a otro lado, que nos quieren dar a las dos, que es más excitante que juguemos a las novias mientras ellos ven, etc. La verdad, he dejado de escucharlos desde que me giré hacia Christina y vi aquellos ojos ardiendo de odio.

            No ha dicho nada desde que la pararon del suelo y la amarraron, luego le cubrieron la boca y solo ha formado esa extraña y penetrante mirada. Quiero pensar que está formulando algo para salir de esta situación, pero temo porque tomé extremos, sin embargo, también he pensado en los extremos que puedan tomar estos cuatro hombres, y me hace sentir mejor que Christina de alguna manera esté pensando en voltearlas la jugada.

            Por otra parte, no entiendo por qué no reacciono como lo hubiera hecho en mi vida anterior, lo único que siento, es que no soy lo suficientemente grande o fuerte para imponerme ante esos cuatro sujetos, pero también me he dado por vencida por el simple hecho de ser mujer. “¿Las mujeres también pueden ser valientes, verdad?” Me pregunto a mí misma, como si intentara convencerme de que tengo que actuar o convertirme en la damisela en peligro, solo que en esta historia no llegará ningún príncipe.

            Pero entonces pienso que yo también podría ser el príncipe, quizá no materializado, pero si presente de alguna manera, solo que el miedo me tiene paralizada. Sin embargo, un poquito de esa inseguridad se va cuando veo a Christina, y creo que de alguna manera me he hecho a la idea de que ella va a solucionar esto, aunque yo debería ser quien planificara un plan maestro, o algo. Admito que tengo miedo, y es mucho más grande que mi enojo o razonamiento, y si voy a hacer algo, tengo que actuar en corto.

            Ambas nos exaltamos cuando el hombre mayor tira de un puñetazo al de los mandados. Comienzo a temblar de miedo y me muevo ligeramente hacia Christina, quien no les quita los ojos, y aunque se ha exaltado, su mirada sigue teniendo la misma expresión.

            <<¡Yo soy el que más se arriesga con esto! ¡¿Tú qué mierda pierdes?! ¡Eres solo un pinche repartidor de huevos! ¡Yo tengo una reputación! —grita en varios decibeles sobre lo normal. Le mira con tanto odio que parece como si estuviera a punto de reventársele la vena que brota sobre su frente.>>

            El chico solo se tambalea y se toca la cara con ambas manos, la mirada en respuesta es igual o mayor en odio. Nadie dice nada, nadie agrega más. En ese momento, fue como si aquel hombre mayor se transformara en el macho alfa, tan más levanta la cabeza con la mirada hacia arriba, tan más que los otros la bajan como ciervos sumisos. El chico del mandado no tarda en rebelarse al ponerse rápidamente de pie, pero es obvio que ha perdido todo el poder de la situación.

            Yo miro intentando no cruzarme con sus ojos, y al mismo tiempo observo qué me podría ser útil para armar algún plan. El hombre mayor se acerca a nosotras y se nos queda mirando sin decir nada, y por muy lejos que parezca, está más enojado que excitado. Mira a Christina con el mismo odio que ella parece tenerle, luego, sin decir nada, le quita la mordaza de un tirón. Para este momento, esperaba que ella le gritara groserías en la cara, o incluso le escupiera, pero no lo hace, solo se abstiene y le mira sin decir una sola palabra.

            —Qué bueno que no me has escupido también, o te juro que te hubiera reventado con un golpe hasta arrancarte esa hermosa cara de zorra, ¡zorra!, una linda zorra con la que me gustaría hacerme un abrigo.

            —Tú ganas…

            —¿Qué? —responde el hombre, e incluso yo me sorprendo de escucharlo, y repito ese qué dentro de mi cabeza.

            —He dicho que tú ganas, ¡todos ustedes ganan! Es obvio que si no hacemos lo que ustedes quieren, salimos perdiendo, pero si todos nos divertimos…. <<Todos salimos ganando —concluyo en mi cabeza.>>

            —Pero qué chica tan inteligente, y realmente espero que lo seas como para no quererte pasar de lista —le replica cara a cara.

            —Si me sueltas, yo convenceré a mi novia de no oponer resistencia. Es más, tengo una caja de juguetes que pensaba usar este fin de semana con ella, pero por las circunstancias creo que sería mejor si le diera una utilidad esta noche.

            —De acuerdo, pero habla con ella aquí, frente a nosotros, no quiero que planees con ella algo.

            —¿Qué podríamos planear?, solo somos dos chicas indefensas contra cuatro hombres.

            Al poco rato le quitan todo lo que impide que Christina se mueva. Dejan a ella que termine por quitarme la mordaza. Como si no estuviera pasando nada, toma mi cabeza entre sus manos y me sonríe, acaricia mi mejilla y acomoda mechones de mi cabello. Sé que se está pensando muy bien las palabras que va a utilizar, en pocas palabras, se lo está pensando bien.

            —Ey, linda,  por qué simplemente no hacemos lo que ellos piden, será como filmar una película pornográfica, te prometo que ellos solo van mirar.

            <<Yo no prometo nada —dice el hombre moreno y alto que se había mantenido, hasta entonces, al margen.>>

            —De verdad, te prometo que no te van a hacer nada. Solo sígueme la corriente, imagina que ellos no están aquí, ¿de acuerdo?

            Yo solo afirmo moviendo la cabeza y me resigno, porque de alguna manera eso me da tiempo para crearme el plan. Alguna vez fui hombre, y pensé como tal, así que debería servirme de algo.

            —¡De acuerdo! Ya está, y si no les molesta preferimos hacer esto en nuestro cuarto, es mucho más cómodo y allí tengo al alcance los juguetes.

            —Chicas malas… son tan ardientes —dice el más pequeño de todos mientras se agarra sus partes sobre el pantalón de mezclilla.

            Christina me toma de la mano y se hace espacio entre todos los hombres, éstos nos siguen por detrás mascullando y diciendo cosas que no alcanzo a escuchar. Justo antes de entrar, aprieto la mano de Christina y la detengo en la puerta, y me cercioro de que hay suficiente espacio entre ellos y nosotras.

            —¿Estás segura de esto? —le pregunto en un tono de angustia, pero demasiado controlado.

            —Mira, cuando los hombres están excitados y no piensan en otra cosa más que en cogernos o toquetearnos, debemos ser más inteligentes que ellos. Ellos no lo saben, pero ahora nosotras tenemos el control.

            —Si nosotras tuviéramos el control, ya no estarían aquí —le respondo enojada.

            —Créeme, ellos ya perdieron esta partida.

            Volteo rápidamente cuando el viejo asoma la cabeza por las escaleras, luego me giro y le doy un beso a Christina.

            —Por Dios espero que tengas la razón.

            Todos los hombres entran detrás de nosotras, cada uno busca acomodarse en algún lugar de la habitación, y una vez que lo han hecho, nos observan profundamente esperando a hacer nuestro acto. Christina, quien no ha dejado de agarrarse la bata para que no se habrá y enseñe su piel al desnudo, simplemente la suelta, y como no hay movimiento, ésta no se abre. Me mira, y yo hago lo mismo, pero luego los miro a ellos, con sus ojos clavados en las dos, casi con tanta atención como yo cuando observé mi primera cirugía a corazón abierto.

            —Recuerda, es como si no estuviera nadie más que tú y yo —me vuelve a repetir—, vamos, quítame la bata y hazme lo que quieras.

            Noto que al decir “lo que quieras”, todos dejan exhalar aire o hacen algún ruido parecido a un gemido. Yo ya no los miro, porque sé que si lo hago vomitaré del asco, pues una cosa era hacerlo con y frente a Blake, pero estando muy drogada, y otra frente a estos asquerosos hombres. Comencé a forzar mi mente para hacer algo, pedía a gritos dentro de mi mente una idea, pero estaba seca. Así que mejor dejé que la situación corriera, pues a veces las ideas llegan en los momentos menos esperados.

            Abro ligeramente la bata, tan poco que apenas puedo ver su ombligo y el centro de su pecho. Meto una mano y acaricio tan sutilmente que el roce produce apenas un poco de fricción, luego comienzo a subir la mano tanto pequeños toques con las yemas de mis dedos, así hasta que acaricio la parte baja de su pecho derecho. Insisto en no voltear, pero me es inevitable no hacerlo, así que observo esas caras de perversión y excitación. Regreso a lo mío y acerco a Christina hacia mí, dejando mi piel desnuda juntarse con mi ropa.

            Recargo mi barbilla entre el hueco de su cuello y su hombro, le doy un suave beso, y con la otra mano comienzo a bajar la bata por su otro hombro. En segundos, la gravedad termina haciendo el resto, y rápidamente la bata cae bajo su propio peso. La tengo frente a mí, totalmente desnuda otra vez.

            —Los caballeros están esperando a que hagamos algo parecido a las películas pornográficas que ven —me susurra, y sé a lo que se refiere, pero incluso aunque me gustase la idea, detesto que sean ellos quienes lo disfruten.

            Bajo lentamente hasta tener su pubis frente a mi rostro, y sin más, le doy un suave beso. Pongo mis manos detrás de sus glúteos y los apretó con ambas palmas, solo para luego jalar todo su cuerpo hacía mí. Mi furia está creciendo, porque no deseo darles placer a ese cuarteto de testosterona, y es tanta mi impotencia, que percibo como una lágrima comienza a recorrer mi mejilla, y no, no es resultado de algún tipo de tristeza, sino de odio, furia, enojo, impotencia…

            —Oye, tú… el bajito, en aquel armario hay una caja negra, ¿puedes traerla? —lo ordena Christina, éste no replica y rápidamente saca del armario señalado una caja negra no muy grande. La abre y sonríe al ver su contenido, por lo que toma de su interior un pequeño consolador morado.

            —¿Te dije que la abrieras? —le regaña Christina. El hombre solo pone de nuevo el consolador en su lugar y le lleva la caja, ella la toma y la pone al pie de la cama. Saca el mismo consolador y comienza a frotárselo por el cuerpo. Cuando llega a su pubis, simplemente se agacha y me dice en un tono bastante claro para que ellos lo escuchen—, quiero follarte con él, claro, solo si los caballeros lo aprueban.

            Todos replican con un sí, y se acomodan más aún. Christina me levanta con ella, me da media y me acuesta en la cama, haciendo que me arrodille al pie de la misma. Me desabrocha el botón de mi pantalón y me lo baja con todo y bragas, dejando expuesto mi trasero frente a todos, ella se inca y me pasa su lengua por uno de mis glúteos, luego lo toma con una de sus manos mientras que con la otra agarra el consolador, y antes de hacer algo más, se pone de pie y se gira hacia ellos.

            —¿Saben qué? Para este caso prefiero un arnés. ¿Me permiten?

            —Cómo quieras, preciosa —dice el moreno alto.

            —Está en el armario —replica Christina, y el mismo hombre que sacó la caja se acomida a irlo a buscar. Ella le da la indicación, pero éste falla en la búsqueda, y así un par de veces más.

            —¿Dónde? No lo encuentro —responde el pequeño hombre.

            —Déjame a mí —le dice Christina, quien rápidamente se acerca al armario y mueve algunas cosas para encontrar y sacar una especie de cinturón con varios cintos. Regresa hacía mí intentando desenredarlos, y cuando lo logra se en posición hacía mí, ahora solo espero a que se lo ponga y me penetre, pero en lugar de eso se gira hacia ellos y deja caer el enredo de cintas.

            —Fin de la diversión, caballeros —le dice segundos antes de escuchar un disparo.

            Me envuelvo la cabeza con las manos y grito sin más, luego escucho un segundo disparo. Me aterro al momento, pero mi primera acción es ponerme el pantalón de vuelta en su lugar, luego me dispongo a ver, y cuando lo hago, dos hombres ya están tirados en el suelo, el bajito y el alto. El viejo y el mandadero se abalanzan sobre Christina, ella dispara una tercera y cuarta vez, pero nadie resulta herido. El viejo golpea a Christina y le hace tirar el arma, corro rápido para alcanzar la pistola con mi mano, pero entre el forcejeo solo la alejo más hacia la puerta. Christina le da un puñetazo bastante fuerte al mandadero, quien le regresa el mismo golpe y la tumba sobre la cama, y ya no vuelve a pararse.

            Dejo de lado la idea de tomar el arma y corro para auxiliarla, pero rápidamente le viejo intenta levantarse para agarrar la pistola, así que me replanteo tomarla, pero cuando llego a la puerta los dos nos apresuramos demasiado, tanto que me empuja y termina tirándome en el pasillo, toma el arma y me dispara. Siento fielmente un ardor que me consume hasta el último grito, cuando me doy cuenta, un río rojizo comienza a escurrirme por la pierna izquierda. El viejo está a punto de darme otro disparo, pero en lugar de eso, envía al mandadero por mí. Como puedo me levanto y comienzo a correr y a bajar las escaleras.

            Ni siquiera sé a dónde voy, pero cuando atravieso por la cocina, me desvío hacia ella y abro el cajón donde recuerdo haber visto un cuchillo, pero rápidamente  me alcanza el mandadero y me empuja para tirarme al suelo, sin embargo, el cajón también sale volando junto con miles de cucharones. Intento defenderme con una patada, pero grito cuando me doy cuenta de que es la misma pierna en la que me han disparado con la que trato de patalear.

            El viejo se tumba también sobre mí, por lo que rápidamente tengo todas mis extremidades inmóviles bajo sus grandes manos. El ruido tambaleante del metal de cucharas y tenedores se vuelve el fondo que ambienta la escena, junto con mis gritos. Le doy vuelta a mi muñeca y logro, sin saber de quién, zafarme. Entonces me entre todo lo del suelo, tomo un tenedor e intento ensartarlo en lo primero que encuentre y no sea yo. Alguien grita, y no soy yo, vuelvo a dar una patada, ahora con la otra puerta, y me suelto con rapidez, y es al mandadero al que le he dado, lo cual me permite darme vuelta y ver con total nitidez un cuchillo.

            Aquella noche, sé que perderé la cabeza, pero he perdido sentido humano como para perdonar a cualquiera de esos hombres. Doy un cuchillazo y lo primero que alcanzo es la cara del viejo, quien me suelta completamente, me tumbo sobre él y tomo su cabeza.

            —¿Sabes que solo necesito cortar casi nada en esta vena para matarte lentamente? —le digo, y sin más corto.

            La sangre comienza a brotar sin más, él solo se intenta salvar poniendo sus manos sobre la herida, pero es casi imposible que logre hacer algo. De pronto el mandadero me toma por la cintura y me avienta de lado con tanta facilidad, como si yo estuviera hecha de papel, trata también de salvar a su amigo o compañero de violaciones, pero no logra nada. Y de un momento a otro cae sobre mí, pero sin ser tan tonto, agarra mi muñeca del cuchillo y la golpea sobre el suelo, por lo que el arma blanca cae sobre el suelo, y luego con un movimiento brusco se desliza hasta desaparecer de nuestra vista.

            Lo siguiente que sucede, es que tengo sus manos sobre mi cuello, o más bien, mi cuello entre sus manos. No puedo con su fuerza, así que rápidamente comienzo a perder la respiración, y pronto la presión es basta como para querer hacer explotar mis oídos. Todo se ve borroso, y estoy a punto de perder la conciencia cuando simplemente la presión desaparece, y el mandadero cae al suelo. Lo primero que veo es a Christina, desnuda y a las espaldas de él. Sí, le ha clavado un cuchillo, y percibo que ha sido el mismo. Tomo un respiro al pensar que ya todo ha terminado, pero entonces otro disparo se escucha, y Christina es la primera en caer al suelo. El viejo me apunta, aún con la otra mano sobre el cuello, aprieta el gatillo, pero solo se escucha un ruido seco, de donde no sale más que eso.

            Me paro y tomo a Christina, quién aún no pierde la razón, el viejo se levanta y me apuro a intentar tirarlo para detenerlo de escapar, pero este se suelta la mano del cuello y me toma con ambas manos, medio me levanta y me avienta sobre una mesa. El impacto es tan fuerte que escucho como pedazos de vidrio se rompen, mientras que otros se clavan en mi espalda, pero lo más fuerte viene cuando algo choca contra mi cabeza.

            Ni siquiera siento dolor.

            Allí de pronto me apago.

 

Despierto agitadamente, porque siento una manos sobre mis hombros, y lo primero que está frente a mí es una mujer morena mascullando en voz baja, pero demasiado apresurado.

            —¡Perdón!, pero no puedo regresar a la cárcel… Volveré pronto, cuando esto se calme… Papá se pondrá furioso, otra vez. Sé que no es el mejor momento, pero… te amo, te amo Milla.

            La mujer me da un beso y sale prácticamente corriendo. De verdad que no entiendo que pasa, pero el sueño me regresa nuevamente, y todo regresa a la calma. Quizá fue un sueño, y de verdad no sé qué pasa, porque en los sueños nunca se sabe qué pasa…

            Vuelvo a despertar, pero esta vez todo está en calma, y cuando lo hago intento levantarme, pero siento la cabeza tan pesada, justo al mismo tiempo que una punzada en mi pierna izquierda.

            —Será mejor que no te muevas, debes guardar reposo —me dice una mujer, también morena, pero ésta tiene los ojos tan verdes.

            —¿Disculpa? —le digo.

            —Todo está bien, tú tranquila, solo descansa. No tiene caso que te dé los detalles ahora, mejor vuelve a dormir, tus papás ya vienen en camino.

            —No, no… ¡No! —grito e intento ponerme de pie, pero la misma punzada me alberga.

            —No te muevas Milla, entiende. ¡Dios! —me regaña al mismo tiempo que me agarra para tirarme de nuevo sobre la cama.

            —¡No está aquí la paciente de la sala contigua —dice la voz de un hombre que se asoma a la puerta.

            —¿Christina? No, está allí, acabo de verla hace como media hora.

            —No está aquí, busquen a los alrededores —replica usando una radio. Luego desaparece.

            —¿Qué pasa? ¡¿Qué?! ¡No! ¡Déjame pararme!

            —¡Qué no, Milla!

            —¿Qué crees que pasa? ¡Christina! ¡Eso pasa! ¡Te dije que te alejaras de ella!

            —¡No! —grito.

            —¡Cálmate! —me toma por los brazos casi a la fuerza—, ¿qué te pasa?

            —¿Quién eres tú? ¿Quién es Christina?

            —Mierda… —susurra y me suelta—, soy Nina.