Metamorfosis

Chriminal

La miro, cada una de sus expresiones ahogadas en la locura. Los delineados contornos irregulares de su rostro que lo hacen casi tan perfecto. Intento contenerme; pero su mirada me llama como una carnada. Me doy cuenta de que la deseo más que nada en ese momento; de que podría tirarla sobre la cama y consumirla entre mi boca. Y estoy a punto de hacerlo. Me tiro sobre ella intentando buscar su boca, pero tan rápido me acerco unos centímetros, ella me detiene con su mano.

            —¿Qué intentas, Milla? —pronuncia cuidadosamente mientras sonríe casi como burla.

            —Yo… pen… yo…—balbucéo.

            —A mí también me encantaría hacerte el amor en este mismo instante, pero resulta que el lugar no me reconforta en absoluto.

            —¿Qué?, supongo debe haber otro lugar…

            —No, no lo hay.

            Me molesta que quiera jugar conmigo, porque sé que cada vez que habla es como intentar descifrar un acertijo.

            —Supongo que eso no te ha impedido hacerlo con el que te presta el celular —contesto enojada y me zafo de ella.

            —Milla…

            —Será mejor que te vayas —pronuncio claramente mientras le abro camino hacia la puerta.

            Christina sonríe como siempre, como si le acabara de decir algún chiste. Camina hacia la puerta y se detiene justo antes de dar el paso para salir de mi habitación

            —Me encantaría hacerlo contigo, pero no en este lugar. Si sales tan rápido como yo lo haré, te prometo buscar un lugar mucho mejor que el cuarto de limpieza.

            No agrega nada más y prosigue su camino sin siquiera mirarme. Cuando desaparece totalmente de mi vista me asomo para ver hacia dónde ha ido, pero no logro alcanzarla con la mirada. Camino hacia la cama vacilando lo que acaba de ocurrir, porque todavía me cuesta trabajo entender a esa mujer; es como si dentro de su cabeza hubiese un remolino de pensamientos alterados. Me siento en la cama e intento repetir sus palabras en mi cabeza, pero de pronto me interrumpe una voz aguardentosa.

            —¿Señorita Milla? —pregunta una enfermera a la que desconozco por completo.

            —¿Sí? —pregunto sin interés, después giro la mirada de nuevo hacia la ventana.

            —El Dr. Silvestre está esperando por ti, ¿no te habían avisado de tu cita de hoy? —dice poniendo una cara de desaprobación.

            —Lo siento —respondo negando con la cabeza.

            —Bueno, te traje ropa limpia. Báñate y te veo en 20 minutos —pone la ropa cerca de donde estoy y se va. Ni si quiera se ha molestado en decirme dónde se encuentra el baño.

            Busco entre el closet una toalla limpia, me pongo unas chanclas rosadas y tomo la ropa; salgo de la habitación y comienzo a buscar el baño. Camino entre los pasillos sin preguntar, porque tengo la idea de tener suerte y encontrarlo por mí misma. Mientras paseo por los pasillos me topo con una señora muy alta, morena y gorda que se me queda viendo muy furiosa.

            —¿Qué haces en mi pasillo, mantequilla? ¿Te robaste mi pan, verdad? ¿Por qué no te derrites con este calor, mantequilla? —Intento ignorarla y seguir de paso, pero de pronto me toma por el brazo—, estoy bromeando, seguro buscas el baño —mira mi toalla y sonríe—, el baño está a la vuelta, en la izquierda.

            —Gracias —respondo en seco después de que el susto se me comienza a pasar.

            —De nada, mantequilla.

            Sigo las instrucciones de la mujer, y me doy cuenta de que me sigue con la mirada. Una vez que doy la vuelta en el siguiente pasillo me detengo, doy de reojo una última mirada y ella sigue allí mirando hacia mi dirección. Intento olvidarlo y prosigo mi camino hasta encontrar al fin el baño. Se trata de un baño amplio y bastante limpio, así que no puedo evitar sonreír, pues mi idea de ese baño se había pintado como algo pequeño y sucio, y posiblemente muy oscuro.

            Comienzo a quitarme la ropa y me doy cuenta de que hay un bote con un letrero de “Ropa Sucia”, por lo que la meto allí. Pongo la nueva ropa y la toalla sobre una barra para que no se moje. Me encuentro totalmente desnuda, y caigo en la idea de que me encuentro en un lugar público, de que cualquiera podría entrar y mirarme. Me causa cierta incomodidad, por lo que me meto rápidamente en un baño y cierro la puerta. Dentro me siento segura, cómoda. Doy vuelta a la perilla y el agua fría es la primera en caer, por lo que me obligo a arrinconarme en la esquina. Luego sale la caliente y comienzo a regular el agua. Dejo caer el chorro sobre mi cabeza.

            Paso mis manos por mi cuerpo intentando esparcir el agua que no llega de manera directa, cierro los ojos y recuerdo la primera vez que me bañé en este cuerpo; como lo vi tan extraño y nuevo, y como ahora me parece tan natural. Siento como si toda mi vida hubiese tenido un par de senos. Me he acostumbrado tanto a este cuerpo que ni siquiera siento lo que alguna vez estuvo entre mis piernas. ¿Por qué no he dicho pene? Quizá ya ni siquiera me importa tanto como para decir que ya no extraño el pene que alguna vez sentí entre mis piernas.

            ¿Mantequilla? Es señora realmente me asustó. El doctor, tengo incertidumbre de lo que vaya a preguntarme, pero me preocupa más lo que tenga que responder. Sé que de alguna manera no estoy loca, porque sé lo que está pasando, pero ellos no lo saben. No saben que Alan ha muerto, pero sigue vivo de alguna forma. Alan, Alan ha muerto; ¿he muerto? ¿Qué tengo que responder para no parecer un muerto viviente? Me preguntará por él, estoy segura, y no sé qué voy a responder. ¿Por qué vine aquí sin pensar lo que tenía que inventar? Tendrá que ser como crear una mentira perfecta. No sé qué voy a decir.

            ¿Ya han pasado 20 minutos? Posiblemente no, pero he perdido mucho tiempo intentando encontrar este baño. Si alguien tiene la culpa es la enfermera malhumorada. Cierro las llaves del agua y me asomo antes de salir, cuando veo que estoy completamente sola, entonces salgo. Me seco y me pongo la ropa. Salgo rápidamente y me apresuro a salir del lugar. Cuando estoy a punto de dar vuelta, me detengo, y me incomoda la idea de encontrarme de nuevo con la “mujer mantequilla”, así que retrocedo e intento buscar un camino alternativo.

            Miro hacia el lado contrario del pasillo, y al final hay un pasillo perpendicular, paralelo al de la mujer mantequilla, por lo que decido ir y tomar ese de regreso. Camino a paso rápido para llegar a tiempo, o al menos no hacer esperar al doctor. Siento como el cabello ha mojado mi espalda y me entra un escalofrío por todo el cuerpo. Sigo sin reducir la velocidad, y cuando me doy cuenta noto que me he perdido. ¿Cómo pasó? ¿En qué momento perdí la cuenta de mis pasos?

            No sé hasta dónde llegué e intento recapitular la distancia, pero no tiene relación; posiblemente me perdí porque en este pasillo no había tantas puertas como en el anterior. Vuelvo a caer en cuenta de que no tengo por qué preocuparme de llegar tarde a mi primera cita si puedo delegar la culpa a la enfermera incompetente; aunque posiblemente también termine regañada por no haber preguntado.

            Sigo caminando y percibo que no me he encontrado a nadie, ni una enfermera o residente, lo cual comienza a incomodarme. Miro por todos lados y termino caminado sin darme cuenta, así hasta que llego a una gran puerta que da lugar una explanada techada; miro por sí alguien se encuentra detrás de mí, y al no haber nadie, entro. El lugar está completamente vacío, pero no es eso lo que llama mi atención. Del otro lado está una puerta abierta y alcanzo a ver un pasillo conocido.

            Mi alegría no puede derramarse de ninguna otra manera. Camino a paso corto pero rápido, cruzo la puerta y rápidamente me encuentro en un pasillo amplio e iluminado. Parece tan familiar. Pronto viene a mi mente que es el pasillo principal por donde entré por primera vez. Supongo que el camino de regreso a mi habitación será fácil de recordar. Prosigo mi caminata hasta que me detengo de tope. No es he visto nada, sino oído.

            Son gritos; agudos y fuertes. Es una voz; dulce y luminosa. Refresca mi memoria.

            Lo sé.

            Es Nina.

            Mis ojos se sincronizan con mis oídos intentando orientar el camino del sonido. Me vuelvo loca en un principio por ser tan relativamente mala para coordinar mis sentidos y encontrar el lugar por donde provienen aquellos gritos. Comienzo a mover todos mis músculos, mis tendones y huesos para moverme conforme mi cerebro diga que tengo que hacerlo. Pronto llego a donde quería; estoy frente a lo que parece ser la entrada de recepción. Nina está allí. La han tomado de los brazos unos enfermeros. Un señor de bata blanca parece estar dialogando (intentándolo al menos) con ella.

            Las palabras y gritos parecen cobrar sentido una vez que pongo mi atención sobre la situación. No puedo creer que Nina esté aquí. Mis padres dijeron que necesitaban una autorización para verme. Aún es muy pronto para recibir visitas, mucho menos una de ella. ¿Es parte de la terapia?, no lo creo, sino el drama que se presenta frente a mí no estaría sucediendo. Doy unos pasos más precavidamente. Quiero pasar desapercibida.

            —¡Necesito verla! ¡No me importa si el director dice que no! ¡Necesito verla! —grita Nina. Me entusiasma la idea de que se trate de mí a quien desea ver.

            —No es el momento ni el lugar. Entienda que no tiene autorización —replica el señor de bata blanca manteniendo toda la calma que puede.

            —Soy doctora —balbucea Nina, como si realmente aquello se tratara de un argumento válido y coherente para aquella situación.

            —Felicidades. Somos colegas. No puedo ayudarle —responde el hombre casi intentando contener una carcajada dentro de sus labios.

            Nina se resiste, y rápidamente los enfermeros multiplican sus esfuerzos para enviar sus pequeñas manos femeninas hasta su espalda. Nina queda inmovilizada, pero no deja de quejarse e insistir en que necesita ver a alguien. Todo parece salirse de control para los enfermeros cuando Nina intenta zafarse para caminar hacia el pasillo contrario al nuestro. Los gritos por parte de los enfermeros se mezclan con los de Nina. Hay gritos y forcejeo.

            Nina parece haber perdido la razón. No recuerdo haberla visto alguna vez de aquella manera; tan agresiva e irracional. Parezco dudar si en realidad lo que estoy mirando se trata de Nina. No me muevo, porque deseo saber en que termina todo aquello, pero entre jaloneo y jaloneo de pronto me exalto al sentir unas manos sobre mi cintura.

            —¡Mierda! —grito sin haber intentado prevenir aquel grito.

            —¿Me extrañaste? —susurra la voz antes de que gire mi rostro para ver el rostro de Christina.

            —Me asustaste —respondo y desvío la mirada para evitar que note mi interés por lo que sucede frente a nosotras.

            —No tanto como asusta ella —susurra en mi oído derecho mientras me obliga con su comentario a mirar hacia donde está Nina.

            —Será mejor que nos vayamos —sugiero.

            —¿Por qué?, eso es lo más interesante que ha pasado en meses por aquí. Deberíamos ver. Deberíamos observar.

            —Eso no nos incumbe —le grito a regañadientes—, además, no me agarres, no aquí frente a ellos —quito sus manos bruscamente de mi cintura.

            La idea de que los doctores o enfermeros me vean en aquella posición con Christina no me preocupa, pero que estando allí lo haga Nina… Si ha venido a verme para redimir todo lo que ha dicho, y lo que no ha creído, el que me viese de esa manera solo descompondría todo. Me siento mal a pensar que aún estoy atada a Nina por darle tanta importancia; por creer que ha venido a verme. Ella tiene el control de mi vida. Me ha hecho llorar, enojar y volverme loca; pero si ella dice salta, yo solo pregunto: ¿qué tan alto?

            En un arrebato tomo las manos de cristina y las vuelvo a poner sobre mi cintura. Miro fijamente hacia el lugar del drama y mantengo mi postura. Solo espero a que Nina me mire. Que vea que no es indispensable en mi vida. No que no soy cualquier cosa como para quedarme esperando a su sombra. Y sí, parezco muy valiente enlistando mil cosas por las que ella no me merece; por las que su miedo no se puede enfrentar contra mi miedo; porque el de ella es absurdo al mío.

            Nina me voltea y me mira.

            Me derrito de nuevo y me arrepiento que me vea con las manos de Christina sobre mi cintura. Siento que solo uso a Christina en ese momento para darle celos a Nina. Me siento mal, como una mentirosa; como una criminal. Los ojos de Nina están presenciando un acto inmoral; desastroso a los ojos de un corazón roto; si yo fuera Nina y estuviese mirándome a mí con aquella morena alta de ojos brillosos… creo que me sentiría mal.

            —¿Christina? —pregunta Nina.

            ¿Realmente ha preguntado por Christina? ¿Ella? ¿Qué tiene que ver ella? ¿Cómo es que la conoce? ¿Por qué nunca la mencionó? Pregunto incesantemente en mi cabeza como una ametralladora.

            —¿Ves?, te dije que asusta —me susurró Christina.

            No puedo pronunciar ninguna palabra. Quiero preguntarle a Christina de dónde conoce a Nina; pero no sale nada de mi boca. No puedo creer que Nina la conozca. Christina no es la clase de persona con la que mi novia hubiese tenido algún tipo de amistad. ¿He dicho mi novia? Estoy perdiendo la cabeza. Christina haría perder la cabeza a cualquiera; es como un vino demasiado bueno y embriagante. Al que no te puedes resistir pero sabes que terminaras perdiendo el control. ¿Nina habrá caído en eso? ¿Christina ya sabía de mí antes de que yo la conociera? ¿En qué parte Christina y el concepto de “criminal” se relacionan?

            —Maldita perra. Sabía que algún día terminarías aquí —pronuncia Nina con palabras frías y calculadoras. Realmente veo odio en su mirada—, ¿cómo? ¿Milla? ¿Están las dos en el mismo lugar? —pregunta Nina mirando al señor de bata blanca—, ¿cómo pueden hacer eso? ¡Christina está loca! ¡Realmente está loca!, ¿no lo ven?

            —La única locura en este mundo es el amor —responde Christina. Me toma con más fuerza por la cintura y me gira para quedar frente a ella.

            Me besa.

            No sé cuál es la reacción de Nina, pues he cerrado los ojos para recibir aquel beso.