Metamorfosis

Locura Incurable

El ruido molesto de una minúscula mosca lleva quince minutos retumbando en mis oídos. El eco de pasos firmes sobre el suelo llega hasta donde me encuentro y no sé si se trata de cualquier persona o de alguien que viene hacia acá. Mi incertidumbre crece a cada minuto y no sé cuánto podré soportar antes de gritar como loca y hace evidente que estar en este lugar me está volviendo una loca de verdad. Miro mis manos y percibo que están temblando, no sé si de miedo o por algún nervio saltando por el estrés. Doy un pequeño reojo entre el par de barrotes y trato de ver si hay alguien del otro lado, pero ni siquiera hay un guardia; me siento expuesta.

            <<Tss… Tss… ey, hermosa… ¿por qué no vienes aquí y te quito el frío entre mis brazos —me dice en voz baja una mujer de las tres que están detrás de mí.>>

            Ignoro sus palabras y prosigo en mis pensamientos. ¿Cuándo vendrán mis padres por mí? Si ya han llegado, ¿por qué tardan tanto? Y es que conozco la burocracia en México, pero estoy segura que con un poco de dinero se podrían agilizar las cosas, y bueno, en mi nueva familia no hay problemas en cuanto a la billetera. Todo esto me hace sentir de alguna manera… despreocupada… confiada… porque sé que mis padres vendrán por mí y arreglaran esto, y si se están tardando debe de ser por alguna causa ajena y desconocida.

            —Guapa… güerita… —vuelve a insistir la misma mujer.

            —¿Disculpa? —pregunto en un tono malhumorado con la única intención de que deje de molestarme.

            —Alguien no durmió bien esta noche… —responde.

            La miro por un par de segundos: una mujer de treinta o treinta y cinco años, pelo descuidado, maquillaje corrido, regordeta… No basta mucho tiempo para girarme mi vista de vuelta al pasillo y hacer una mueca de asco sin que ella se dé cuenta. Mientras no se mueva de donde está. Aprieto fuertemente los barrotes y sé que mi paciencia está llegando a su límite.

            —Así como aprietas esos barrotes… —susurra la mujer.

            —¡Será mejor que cierres tu boca si no quieres que te la rompa! —le grito sin darme cuenta de que ya he perdido la cabeza.

            —Con lo único que quiero que me la rompas es con tu hermoso y rubio coño.

            Estoy pensando realmente en ir y romperle la cara; y luego pienso que no sería capaz de golpear a una mujer, pero ya no soy hombre, y definitivamente eso ya no aplica en ninguna norma ética entre mujeres, o al menos no una que yo conozca. Doy un paso hacia adelante cuando la voz de un hombre me sorprende.

            —Milla Valois Roules —pronuncia lentamente y con un tono de voz casi apagado.

            —Bonito nombre —responde la misma mujer, me enfurezco y la miro, pero intento ignorala.

            —¿Sí? —respondo —¿ya han venido por mí?

            —Algo así…

            —¿Cómo que algo así? —replico.

            —Ha venido tu abogado.

            —¿Y mis padres?

            —No lo sé, oye, no hagas preguntas… Yo solo he venido por ti.

            El hombre abre la reja y yo salgo tan rápido como puedo, pero me detiene de tope y saca unas esposas.

            —No soy peligrosa —le reclamo.

            —Eso dicen todas, mu-é-ve-te.

            El oficial me esposa y me da un empujón para que comience a caminar. Las mujeres se ríen de mí y suben la intensidad de sus risas cada vez que me alejo más de la celda. Camino sin saber hacia dónde me lleva el oficial, pero no reclamo. Me indica que entre en una habitación y lo obedezco, allí solo hay una mesa llena de papeles, una mujer de traje y dos sillas, una de cada lado de la mesa.

            —Siéntate —me dice la mujer. Obedezco sin replicar —. Hola Milla, soy tu abogada, la Licenciada Verónica Rodríguez —dice al mismo tiempo que extiende su mano hacia mí. La estrecho.

            —¿Por qué un abogado? Lo que hice no es tan grave como para todo esto, hace horas que debieron haberme sacado.

            —Bueno, para las leyes sí. Lo bueno de esto es que la señorita Nina Romero ha quitado todos los cargos presentados.

            ¿Nina qué? Supongo que estas son las mejores noticias que no he recibido en meses. Quizá Nina se ha dado cuenta de todo, quizá lo ha notado y por eso ha quitado los cargos… Quizá haya una oportunidad… quizá.

            —Eso es estupendo —respondo—, ¿cuándo podré irme de aquí?

            —Este es el momento en que respondo con un “pero”.

            —¿Pero?

            —Solo ha quitado los cargos con la condición de que se te haga un estudio psicológico… el testimonio que ella ha dado es bastante propenso a suponer que posiblemente no estés del todo bien de tus facultades.

            —¿Está diciendo que estoy loca?

            —Yo no lo he dicho, lo has dicho tú. No usemos este término, ¿qué tal “trastornada”?

            —No puedo creer que esté pasando esto… —susurro entre dientes—, mis padres… ¿ya han hecho algo para apelar? Ellos nos van a dejar que me encierren en un lugar de locos… —respiro.

            —Ese es el otro punto a tomar… verás, Nina dijo que dices ser su novio que está en coma y que la has estado acosando, antes de lo del incidente en su casa; además, los doctores que te atendieron cuando despertaste del coma reiteran en que estabas confundida e insistías ser un tal Alan. Es obvio que supusieron que sería pasajero, pero después de esto…

            —Puede ir al grano —le exijo de tajo.

            —Tus padres están de acuerdo en que recibas tratamiento psicológico.

            —Ósea ir con un psicólogo o psiquiatra…

            —Es cierta parte sí, pero para por las circunstancias… Milla, según las leyes eres un peligro para la sociedad.

            —Yo no le haría daño a nadie, jamás.

            —¿Y a Nina?

            —Mucho menos a ella.

            —Ella dijo que sí, que la golpeaste.

            —¡Estábamos forcejeando! Fue lo que dije en mi declaración.

            —Tus padres creen que sería bueno recluirte en un hospital de salud mental.

            —¡¿Qué?! —doy un grito y me levanto tirando la silla causando demasiado ruido dentro de la pequeña habitación.

            —Siéntate… por favor. Tómalo con calma.

            —¿Qué lo tome con calma? ¡¿Qué lo tome con calma?! ¡Acaba de decirme que van a internar en un centro psiquiátrico! ¡¿Y me pide que me lo tome con calma?!

            —Serás internada en un área de bajo riesgo; no tienes por qué ponerte así… allí incluso llegan personas voluntariamente. No supongas cosas si aún no has escuchado lo que tengo que decir.

            —Puedo arreglarlo, haré que me hagan el estudio psiquiátrico y todo irá bien… eso haré… ¿verdad? —le pregunto y me siento mirándola directo a los ojos.

            —Dadas las circunstancias… tus padres son tus tutores aún seas mayor de edad, y ellos han sugerido que se tome como base el diagnostico que te hicieron en un principio.

            —¿Ellos qué? ¿Mis padres? ¿Por qué me hacen esto?

            —Ellos solo están preocupados por ti, he hablado con ellos y… están destrozados… ¿sabías que de pequeña eras muy enfermiza y tenías muchos amigos imaginarios?

            —Ya me lo habían dicho, pero esas cosas son de niños… ¿no?, no tiene nada que ver con lo que me está pasando ahora.

            —No, no lo tiene; pero tus padres han dicho que pasaron tiempos difíciles desde que te… desde que naciste… y que no quieren volver a perderte, de ninguna manera.

            Noto su titubeo, la observo y la miro a los ojos.

            —¿Desde qué? ¿Desde que me qué?

            —Yo…

            —¡Usted iba a decir otra cosa! ¡No me mienta!

            —Milla, eso lo tienes que hablar con ellos. Yo ya hecho lo que tenía que hacer. Estarás en buenas manos —toma sus cosas y se levanta del asiento.

            —No se puede ir así, tiene que decírmelo.

            —Tus padres se reunirán contigo muy pronto.

            Ella sale y me deja completamente sola. Comienzo a llorar, pero tan pronto las lágrimas salen de mis ojos se ven interrumpidas por la presencia del mismo guardia, me hace una señal y lo sigo. Vuelvo a caminar por el mismo pasillo, pero ahora nos detenemos en una especie de sala de estar con enormes ventanales que dejan a la vista lo que hay dentro. Allí están mis padres. Los miro desde lejos, como si estuviera mirando a unos traidores. El guardia me pasa y hace que me siente en otra mesa, dejando a mis padres del otro lado de esta.

            —Amor… —dice mi padre y estira la mano hasta donde estoy, supongo que con la intención de yo hiciera lo mismo. Solo levanto mis manos esposadas y las vuelvo a bajar sin tocar las suyas.

            —Linda… esto lo hacemos por tu bien… creemos que ya no eres la misma desde que despertaste, no el sentido que nos dijeron los doctores que sería… eres… eres inestable —dice mi madre con un par de lágrimas derramándose de su ojos derecho.

            —¿Inestable? Claro —respondo a secas.

            —No nos importas si eres gay… solo nos importa tu bienestar —interrumpe mi padre.

            —Mi abogada dijo que había algo que tenían que decirme… algo importante.

            Mi madre mira a mi padre por un tiempo largo, él asiente con su rostro y dirige su mirada hacia mí.

            —No sé por dónde empezar…

            —Solo dilo. Ella dijo que era enfermiza y tenía amigos imaginarios… pero recuerdo que ya me habían dicho algo así… ¿hay algo más que no sepa?

            —Amor… tú no eres nuestra hija biológica —interrumpe mi madre—, tu padre y yo no podíamos tener hijos… así que…

            —Así que soy adoptada.

            Reamente no sé qué sentir o cómo reaccionar. Uno de esos secretos en mi vida, en la de Alan hubiera sido demasiado ruda para mí, pero en la de Milla… a ella no la conozco… ¿debería exaltarme? No lo sé, creo que no, pero siento que sí.

            —No lo tomes mal cariño, ya te lo habíamos dicho… —dice mi padre intentando contener su lágrimas.

            —Sí amor, fue a los doce años… y lo tomaste mal por un tiempo… pero luego dijiste que estaba bien, que nosotros habíamos hecho lo que tu verdadera madre no se había atrevido a hacer… que nos amabas y que lo único que querías era que no se volviera a tocar el tema —agrega mi madre.

            —¿Yo dije eso?

            —Sí, pero cuando despertaste no sabíamos si lo recordabas o no. Todo apuntaba a que lo habías olvidado, y queríamos decírtelo, pero los doctores sugirieron hacerlo con el tiempo, que era demasiado para cuando habías despertado. No queríamos mentirte. No así —insiste mi madre.

            —¿Y por qué ahora? ¿Por qué justo en el momento en que me van a llevar a un centro psiquiátrico? ¿Para terminar de volverme loca? —contesto.

            —Si te lo decimos ahora es porque… no queremos que cuando salgas vuelvas a recaer… incluso los doctores lo sugirieron, si se va a tratar todo, que sea de una vez —dice mi padre e insiste en estirar su mano hacía mí. Termino levantando mis manos y poniéndolas sobre la mesa. Les sonrío y comienzo a llorar.

            Mis padres se despiden de mí, diciendo que en cuánto les den la autorización irán a visitarme. Me abrazan demasiadas veces y me preguntan una y otra vez si todo está bien y no los odio. Yo les contesto que no, porque sé que siendo Alan o Milla ellos son los padres que nunca tuve, y que de alguna forma si necesito estar un tiempo a solas, porque creo que sí me he vuelto loca. Cuando mis padres se retiran me indican que me siente, que aún hay alguien que quiere hablar conmigo antes de que sea trasladada. La única persona que supongo podría llegar en ese momento es Blake, y me siento apenada por lo que le dije, por lo que hice… me pongo nerviosa y comienzo a cuestionarme mi sexualidad entre los segundos que lo pienso y los que espero a mi visita.

            Quiero vomitar, me siento mal y sé que mi presión está bajando. Luego se abre la puerta, y quien entra no es Blake, es Nina.

            Ella se sienta del otro lado de la mesa y me mira directo a los ojos. Yo no digo nada… no digo nada porque no sé qué decir, y porque realmente no tengo nada más que agregar.

            —Iré directo al grano. Te perdono. Perdono todo lo que hiciste y dijiste. Sé que no estás bien mentalmente y que lo único que necesitas es un poco de ayuda especializada. También me enteré de lo del coma y todo, así que no siento odio o rencor hacia ti, solo lástima; por eso es que retiré los cargos. Así de simple. Me voy y espero algún día superes todo esto —dice tan rápido todo que parece estar recitando una lista de supermercado. Se levanta del asiento y se dirige hacia la puerta.

            —Nina —le digo antes de que salga. Ella me mira, y corroboro que me mira con ojos de lástima —Gracias. Y sé que aquel gracias no es por lo que ha hecho por mí, por no meterme en la cárcel o por querer ayudar a mi salud mental. Es un gracias por todo lo que vivimos, porque sé ya la he perdido.

 

Cuando me bajan del coche y veo el enorme letrero de “Instituto Roberson de Salud Mental” me da un escalofrío terrible, porque para mi mala suerte pertenece al Roberson, y para mi colmo conozco muy bien el lugar, pues varias veces tuve que ir a acompañar a algunos colegas cuando hacían su servicio o necesitaba algún papeleo. Esto de recordar viejos lugares a los que Alan iba, me pone mal, pero también me alegra saber que posiblemente trataré con personas que ya he conocido, y puede que entable relaciones provechosas para mí.

            Me hacen el recorrido por las partes principales del lugar; y cuando me digo “lugar” me refiero al área donde voy a estar, ya que estoy a cientos de metros de estar del lado psiquiátrico, donde está la gente realmente trastornada. No, el lugar donde me han asignado ni siquiera parece ser un lugar para gente loca, es como una especia de casa con muchos compañeros; lo cual resulta interesante, porque en este caso son compañeras, a diferencia del área intensiva; posiblemente porque en esta las personas son más cuerdas como para pensar razonablemente en tener sexo.

            Me siento mal al pensar que esta área me es desconocida, y por lo tanto no habrá nadie a quien conozca; pero el hecho de que no sea el lugar al que solía ir me tranquiliza profundamente. Paso por el pasillo y se puede ver un extenso jardín con caminos de piedra y bancas de madera, árboles con extensas sombras y flores multicolores. Varias chicas caminan mientras platicas y otras leen de lo más despreocupadas. Sonrío. Este lugar parece simplemente perfecto, tan perfecto que me pasa por la cabeza la idea de fingir sí estar loca y quedarme a vivir aquí para siempre.

            La enfermera que me lleva me indica que espera en una enorme sala, pues necesita arreglar algunas cosas en mi habitación, y también firmar algunos papeles. Yo obedezco y me siento en un sillón que está frente a un enorme ventanal con vista al jardín. Miro y nada ha cambiado, afuera sigue la espléndida vista desde el pasillo. Muero por salir, pero tengo que obedecer. Observo el lugar por dentro, nada más que mesas y sillas, sillones, televisor, juegos de mesa, libreros, y no es clase de libreros con algunos libros, sino unos repletos de ellos. Parece un lugar agradable. Miro a una anciana a lo lejos que parece estar tejiendo, le sonrío pero ella desvía la mirada y prosigue haciendo lo suyo. Luego recuerdo que posiblemente no todos están aquí con la misma actitud que yo.

            Entonces reacciono. ¿Cuál se supone que es mi actitud? Admito que este lugar es impresionante, y hermoso, y que me he dejado llevar por él, pero la realidad es que estoy aquí porque… porque he perdido el juicio, porque realmente estoy triste y enojada con la vida, porque he pasado por tantas cosas que nadie entiende ni entenderá. Comienzo a deprimirme que ni siquiera me doy cuenta cuando alguien se sienta a mi lado en el sillón, sino fuera porque escucho su voz dirigiéndose hacia mí podría haberla ignorado.

            —Hola —me dice una morena de ojos color miel que se ha sentado a mi lado. Lleva una sonrisa que deja relucir sus blancos dientes. La observo, realmente es mona. Luego reacciono y le respondo.

            —Hola —digo tajante.

            —Parece que alguien no está muy feliz el día de hoy —me contesta.

            —No, realmente no lo estoy.

            —Yo también me dejé llevar por la belleza de este lugar, pero luego recordé que no estoy aquí para vacacionar, y volví a deprimir… ¿te ha pasado lo mismo?

            —Sí, de hecho es justo lo que me está pasando… —me sorprende, pues es como si estuviera leyendo mi cabeza. Espero y no lo esté haciendo.

            —Lo sé, es la clase de locura que tiene este lugar. Es como vivir en paraíso, donde tu locura personal intenta curarse, y cuando despiertas a la realidad solo se intensifica mil veces más, y el paraíso resulta no ser tan confortable, no mientras que el verdadero infierno está en tu mente.

            —Bueno, creo que realmente no me importa si es o parece un paraíso. La clase de locura que yo tengo es incurable.

            —Es la clase de locura que todos tenemos; la que nunca se cura, pero los otros creen que sí, ¿y sabes por qué?

            —No.

            —Porque ellos creen que su locura no es locura.

            —¿Entonces todos estamos locos?

            —Ese es el punto. Creo que tú y yo nos vamos a llevar muy bien; sobre todo porque somos las únicas dos mujeres hermosas por aquí.

            En el momento que lo dice doy un pequeño vistazo a las pocas mujeres que veo; quizá ella tenga razón, ahora que lo veo solo hay mujeres grandes y demacradas, y no digo que eso sea sinónimo de fealdad, porque realmente algunas son bellas, pero parece que ella y yo somos las únicas que le hacemos el honor a la bandera de la juventud.

            —Milla, me llamo Milla. Milla Valois, mucho gusto.

            —Christina. Christina Arcuri, un placer conocerte.