Metamorfosis

Sueños Robados

La segunda vez que desperté traté de convencerme de que era uno de esos extraños sueños donde despiertas múltiples veces y no sabes si ya has despertado o sigues perdido en una irrealidad. Para mi mala suerte, aquello se sentía y veía tan real. No pude contener mis ganas de cerrar los ojos con todas mis fuerzas, pellizcarme con mis minúsculos dedos y hasta morderme la lengua para intentar despertar, porque aunque se veía tan real, aún tenía la esperanza de que se tratara de un mal y simple sueño.

            Deseaba despertar y ni siquiera a ver tenido ese ataque en el hospital, no, yo quería despertar y darme cuenta de que faltan treinta minutos para levantarme; sentir ese frío que me incita a tomar un delicioso café; abrazar a Nina antes de cualquier cosa; escuchar su voz balbuceando sobre si el diagnóstico que le hizo al paciente al que llamamos “la del ojo torcido” es el más indicado… Deseaba todo esto, deseaba todo lo que alguna vez me pareció cotidiano.

            No me di cuenta en que momento perdí la cordura, no la de mi mente, sino la del tiempo, porque de un momento a otro casi anochecía y aquel miedo a preguntar y escuchar esta voz me estaba matando. Un doctor se acercó nuevamente, checó todos mis signos vitales y me sonrió de la misma manera que lo hacía con mis pacientes. Yo lo miro como si no me importara, pero la verdad que me muero por gritar y exigir una explicación válida. No sé si él se da cuenta de que yo le pido respuestas, o simplemente lo hace como requisito, pero al final termina hablando antes que yo.

            —Bueno… al fin despiertas en tus cinco sentidos. Verás, has estado sedada casi todo el día, y supongo que ahora que estás tranquila, quieres que te explique la situación.

            Yo asiento con la cabeza y me preparo mentalmente para escuchar cualquier cosa que me tenga que decir.

            —Bueno, primero que nada: Esto es real, has estado en coma desde hace seis años… llegaste aquí cuando tenías como dieciocho… ¿Recuerdas algo de lo que pasó antes de todo esto?

            Yo no quiero decir y sonar como un desquiciado diciendo que hace apenas unas horas estaba en el mismo lugar que él, y solo niego con la cabeza para que él prosiga.

            —De acuerdo. Cuando despertaste estabas algo confundida con tu nombre, ¿verdad? —me mira tiernamente, pero más comprensivo que nada—, bueno, pues te llamas Milla Valois Roules, y tus padres Joshua y Maiah están de camino para acá; ellos han ido al extranjero, y en cuanto les hemos dado la buena noticia han dejado todo para venir a verte; aún no lo creen.

            —Yo —susurro y siento como si ardieran mis oídos con aquella voz chillona que salió de mi garganta.

            —¿Sí?

            —Yo… No me llamo Milla, mi nombre es Alan Maciello Bustamante.

            —Entiendo que estés confundida, verás que pronto regresas a la realidad —susurra y me da una par de palmadas en el brazo—, por ahora solo debemos estar felices del milagro de tenerte de vuelta y en tan buenas condiciones.

            —Esto es un error —toso y lo miro.

            Él solo me mira, sonríe forzosamente y saluda a una enfermera que pretende entrar a la habitación; y luego se retira dándole unas instrucciones que no alcanzo a  escuchar. Ella entra y me mira fijamente a los ojos, no dice nada pero parase que está a punto de hacerlo.

            —Todavía no puedes levantarte bien, así que necesito regresar el catéter urinario a su lugar.

            —¿Regresarlo?

            —Cuando te levantaste de la cama toda aturdida quizá no lo sentiste, pero tenías un catéter urinario allá abajo —sugiere mirando hacia mis piernas.

            —Sí lo sentí —sugiero, pero la verdad estaba más preocupado por otros sentires.

            —Bueno, relájate… no duele.

            —¡Espere!, sé que lo más probable es que me vallan a dar sedantes para dormir, así que… ¿cree que podría hacer eso cuando ya esté dormido? No quiero sentir nada entre mis piernas.

            —Dormida.

            —¿Disculpe?

            —Dijiste dormido, es dormida. Creo que aún tienes los efectos de los sedantes anteriores, pero sí, puedo hacer eso.

            En unos minutos me pierdo en un profundo sueño.

 

Abro los ojos creyendo que todo ha sido un sueño. Volteo hacia la izquierda y estiro el brazo para tocar a Nina, pero ella no está. No ha sido un sueño.

            —¡Buenos días! —me dice la enfermera de la noche anterior.

            —Buenos días —contesto secamente.

            —El doctor Marcelo me ha dicho que hoy llegan tus padres a verte, así que tenemos que darte un buen baño, hace meses que solo te limpiamos con esponjas.

            —Esos señores… no creo que los conozca —sugiero.

            —Es difícil en un caso como el tuyo… pero estoy segura que los recordarás… Por cierto, antes de que despertaras te quite el catéter de anoche, supuse que tampoco querrías sentir cuando te lo quitara. Esperemos pronto puedas hacer por ti misma.

            La enfermera acerca una silla de ruedas especial para baño y llama a otro enfermero. Ambos me toman de las manos y hacen su mejor esfuerzo para sentarme en la silla; puedo sentir como mis piernas tiemblan y se rinden justo en el momento que me siento seguro de que hay algo debajo de mí para sentarme. La enfermera agradece al muchacho y este se retira.

            —Con unas cuantas sesiones de terapia estoy segura que pronto podrás andar y hasta correr si quieres —me dice al oído para animarme.

            —Yo no mentiría de esa manera —-susurro.

            —¿Disculpa?

            —De la manera en que estoy unas cuantas semanas no será suficiente. Mi atrofia muscular va a llevar meses, o incluso años.

            —Ummm, ¿antes de todo esto estudiabas anatomía en tu preparatoria?

            Yo no contesto, y ella entiende que no quiero seguir hablando. No insiste y me lleva al baño de la habitación; no hay nada fuera de lugar aquí, más bien es el típico baño clínico: amplio, con rampas y pasamanos.

            —Mandé a bajar el espejo a tu altura para que puedas verte, supongo que te mueres por ver cómo has cambiado —sugiere la enfermera y empuja la silla hasta donde hay un espejo cuadrado colgando de la pared. Me deja allí, me da un apretón en mis hombros y se va a preparar todo lo necesario para el baño.

            Cuando miré por primera vez esa imagen frente al espejo no creía que se tratara de mí, no creía que ese reflejo fuera el mío. Cerré los ojos un par de veces y aguardé así deseando que al abrirlos de nuevo estuviera esa imagen que por tantos años me había acostumbrado a ver. Aquello no sucedió, y cuando miré de nuevo allí estaba esa chica; miré hacia atrás pensando que quizá se trataba del reflejo de alguien más, pero solo veía a la enfermera acomodando las cosas necesarias para mi baño. Regresé la mirada hacia el espejo y negándome a creer lo que veía me tapé la cara con ambas manos, y no pude evitar levantar la vos y decir: "me veo horrible", la enfermera pareció escucharme y rápidamente se acercó a mí para tomar mis manos y quitarlas de mi cara.

            —¿Cómo puedes decir que eso que está frente al espejo es horrible? ¡Eres hermosa!, quizá te falta algo de peso y sol, pero eres hermosa.

            —Usted no entiende —le contesté cortante mientras desviaba la mirada del espejo.

            —Mira el espejo —me ordenó gentilmente.

            —No es buena idea —dije, pero muy dentro de mí hubiera querido decirle "por qué no cumple con su trabajo y ya".

            —Insisto.

            Miré a regañadientes con los ojos mirando hacia otro lado, pero cuando mi vista se topó con la de la enfermera me sentí obligado a hacerlo. Era cierto, la verdad que aquella mujer frente al espejo era muy guapa; en cualquier otra situación bien hubiera llamado mi atención ver a una mujer como ella: de tez blanca, castaña rubia, ojos pequeños y grises llegados al azul y muy parecidos a los míos, nariz perfilada, labios y ojos quizá no grandes, pero con una piel tan lisa como una muñeca de porcelana. Miré fijamente a los ojos, en todo caso, miré fijamente a mis ojos y me quedé allí como esperando a que la imagen tomara vida y me diera las respuestas que necesitaba.

            En unos segundos sentí como me desconectaba de la realidad, como si por un instante ella fuera otra persona y estuviera frente a mí, "¿no te parezco hermosa, Alan?" me dijo, yo no me lo creía. Ella me guiñó el ojo derecho y di un salto al escuchar la voz de la enfermera; luego regresé a la realidad.

            —¿No crees que eres hermosa?

            —Ella es hermosa —dije sin atribuírmelo a mí, pues aunque entendía que ella y yo éramos la misma persona, no podía aceptarlo. Aún seguía esperanzado a despertar del sueño en cualquier momento.

            —Tú eres hermosa, y serás más hermosa cuando te bañe.

            —¿Es necesario que haga esto? —le pregunté apenado.

            —Hermosa, cuando todos se enteraron que habías despertado, casi más de la mitad de los enfermeros se ofrecieron a hacer este trabajo.

            Yo asentí, y comencé a buscar a tientas en mi espalda los amarres de la bata. Ella terminó quitándomela y quedé desnudo… desnuda sobre la silla.

            —Hagamos algo, ¿por qué no te dejo unos segundos para que el agua de la regadera te bañe bien y luego regreso a enjabonarte?

            —Claro.

La enfermera abre y regula el agua, y entonces el agua tibia recorre todo mi cuerpo, o al menos lo que creo que es mi cuerpo. Recuerdo esto, sentir el agua tibia sobre mi piel después de un día cansado en el hospital; relajarme y olvidarme de todos mis problemas existenciales; escuchar abrir la puerta y sentir que Nina se mete junto conmigo. Allí estoy, en mi mente, mirando a Nina y su perfecto cuerpo; me abraza y siento su cuerpo junto al mío; su piel cálida y sus besos sobre mi espalda. Me doy la vuelta y comienzo a pasar el estropajo sobre su espalda, lentamente hasta llegar a sus glúteos; bajo más, y miro la cicatriz que tiene debajo de la pompa derecha, aquella que me contó que se había hecho de pequeña al brincar una reja metálica. Cuando subo de nuevo ya no soy yo, ahora soy esta chica… Milla. Nina se gira y ahora estamos las dos frente a frente; al principio no sucede nada, ella me mira con normatividad, pero luego Nina se convierte en mí, en Alan, y yo estoy frente a Milla… Me vuelvo loco, me abalanzo sobre Milla y la beso.

            Abro los ojos y entonces me doy cuenta de que nunca he estado con una mujer que no sea Nina. Que nunca he mirado a una paciente de la manera que la miro a ella, y que jamás he deseado tocar otros pechos como deseo los de Nina. Bajo mi mirada hacia mi pecho, y donde esperaba encontrar un vacío, veo un par de pechos perfectamente puestos. Miro hacia arriba y poso mis manos sobre los pechos, pero no lo hago rápido… espero unos segundos y finalmente los tomo entre mis manos. Siento que son más grandes que los de Nina, pero la verdad mis manos son más pequeñas, así que pongo bien la mirada y noto que sí, que son más pequeños en realidad.

            Estos pechos son más sensibles de lo que recuerdo; acaricio suavemente y siento un escalofrío. Mis pezones se vuelven duros y me es imposible no sentir placer por eso. Nunca me había pasado. Luego mis ojos ven más allá, y lentamente abro las piernas, y me doy cuenta de que se siente extraño no tener… no tener pene y testículos, no sentir ese bulto entre mis piernas. Las abro y las cierro, con dificultad, solo para sentir ese vacío. Pero la curiosidad termina venciéndome, y lo que comenzó como la sensación de vacío me lleva al morbo de ver lo que hay entre mis piernas. Realmente no pienso ver nada más diferente de lo que una vagina tiene, porque he visto la de Nina y una larga lista de pacientes; pero ahora es diferente, ahora estamos hablando de algo que no me pertenece y que tengo acceso ilimitado. Me inclino lo más que puedo y observo perfectamente, un pubis casi tan perfecto como el de Nina, solo que este tiene vello, no tanto como el que yo tenía, pero veo estos vellos y recuerdo los míos… ondulados y casi rubios.

            Miro hacia la puerta y me percato de que la enfermera no ha regresado; entonces acerco mi mano derecha y pasó la mano a unos milímetros del vello, casi rozando y volando sobre ellos. Son más suaves, o quizá no, quizá mi mano es más sensible; me atrevo a seguir y simplemente acaricio mi pubis. Con la otra mano, abro más mis piernas y con morbosidad toco los labios exteriores; realmente me sorprende la sensibilidad que tengo, la que tiene este cuerpo. Con los dedos me arriesgo a abrir mis labios exteriores dejando expuestos los interiores. Me pregunto si este cuerpo será virgen, y estoy a punto de mirar más hacia adentro para ver el himen, pero escucho la voz de la enfermera y regreso a la posición en la que me había dejado.

            —Será mejor que nos apuremos, parece que tus padres tomaron un jet privado y están por llegar en un par de horas.

            —¿Cree que sea posible me dejen hacer una llamada antes de ellos lleguen?

            La enfermera me mira desconcertada unos segundos, como si creyera que he perdido la razón y preguntándose a quién podría querer llamar después de seis años de coma.

            —Claro. Yo le diré al doctor Marcelo.

            —De verdad que se lo agradecería.

Ella se acerca, toma el estropajo y lo enjabona, y sin perder el tiempo comienza a pasarlo por todo mi cuerpo. Pierdo el morbo anterior y cierro los ojos; intento imaginar esos años de niño donde mi madre me metía a fuerzas en la bañera y me enjabonaba bruscamente. Ya no quiero imaginar cosas, no de mi niñez o de mi vida como Alan, pero me es imposible hacerlo; ahora solo relaciono todo con mi vida, la real, la que deseo vuelve y se arregle rápidamente.

            Pienso en la llamada, porque he pensado en ella desde que abrí los ojos y me di cuenta de este mal sueño, pero me aterré por no saber qué iba a decir, y sobre todo, a quién se lo iba a decir. Nina, ella sería la primera a quien tendría que decírselo, pero no me creería, y entonces está Blake, el posiblemente lo creería… o Tay, pero con ella jamás me he llevado lo suficiente… ¿Mis padres? Ellos me tomarían de loco o loca… ¡Dios! Por ahora me conformo con escuchar la voz de Nina, solo eso… solo eso…

            ¿De qué le hablaré a Nina? ¿De que la extraño? ¿De la fiesta de la próxima semana? ¿De que soy mujer? ¿De qué no estoy en coma? ¿Estoy en coma? ¿Qué estará pasando con mi cuerpo? ¿Estarán mis padres? ¿Me irán a desconectar? ¡Tengo que impedir que me desconecten o no regresaré a mi cuerpo! ¿Estaré muerto? ¿Mi cuerpo ya estará en la morgue? ¡Nina no permitiría que me desconectaran! Pero alguna vez le dije que no me gustaría hacerla sufrir y que no quería estar conectado a máquinas… ¡Necesito hacer esa llamada!

            No sé cuánto tiempo ha pasado en mis pensamientos, pero la enfermera se ha salido a hablar con otra persona no muy lejos, escucho algo sobre un teléfono y supongo que está cumpliendo con lo que me dijo. ¿Cuánto tiempo voy a estar así? Si pasa más tiempo y sigo en una silla de ruedas nunca podré ir a impedir que desconecten mi cuerpo. No puedo esperar meses hasta que dé mis primeros pasos. Estiro lo más que puedo mis manos hasta el pasamanos metálico que está más cerca de mí. Tengo que levantarme. Al principio mis pies se doblan como dos pedazos de papel, y lógicamente nunca podría levantarme así como estoy, pero mis ganas son más fuertes que nada, y sin más, obligo a mis piernas a responder, aturdidas obedecen y flaquean un par de veces antes de erguirse, pero al final terminó de pie temblorosamente.

            Tengo miedo de soltarme y terminar en el suelo; de morir de un golpe en la nuca antes de arreglar todo esto; y luego me tiemblan y duelen las piernas como si enloquecieran, pero me enojo y permanezco en mi sitio. La enfermera llega y se para en la puerta; yo la miro sin expresión alguna y ella solo se queda anonadada. Tiene sobre sus manos unas toallas; corre hacia mí y me tapa con la toalla para guiarme hacia la silla. Yo bruscamente la empujo haciéndole notar que no quiero sentarme, así que llama al enfermero, quien rápidamente llega a su ayuda. Ambos me toman por los brazos y comienzan a guiarme paso a paso hasta llegar al sillón que se encuentra afuera del baño.

                        —Quizá tenga razón y solo necesite un par de sesiones de terapia —sonrío.

            Ella me mira enojada y sorprendida, pero no dice nada. Se pone la mano derecha sobre la frente, se arrodilla a mis piernas y posa sus manos sobre mis rodillas.

            —Nunca… ¡Nunca! Vuelvas a hacer eso sin avisarnos, hoy tuviste la bendición de Dios, y en todo caso suerte, pero hacer eso es demasiado peligroso.

            Yo asiento con la cabeza sin decir nada; ella sonríe haciendo una mueca de preocupación y puedo notar en su frente como se forman tres pliegues.

            —¿Qué pasó con la llamada? —le pregunto con el tono de voz casi como el de un niño recién regañado.

            —Iván, ve por el teléfono… el doctor ya lo autorizó —le ordena al enfermero, que ahora que lo observo, no deja de mirarme.

            La enfermera pronto comienza a sacar ropa limpia de una caja que estaba guardada en un mueble.

            —Tus padres dejaron esta ropa para cuando despertaras… cada seis meses la cambiaban.

            —Parece que tenían mucha esperanza —respondo burlándome.

            —No te burles… ¿No estás aquí despierta? —pregunta retóricamente.

            Pienso en lo que dice, y siento lástima por ellos, por los padres de esta chica, porque ellos creen que ya tienen a su hija de regreso. La verdad es que su hija no está, porque al final… no soy ella.

            La enfermera comenzó a sacar toda la ropa y a vestirme. La ropa era bastante suelta y cómoda, y gracias a Dios nada de faldas, sino un pans blanco con flores rosadas y una sudadera gris con rayas azul claro. Cuando ella sacó el brasier yo solo me negué a usarla, y ella entendió, porque lo volvió a meter en la caja. También sacó unas bragas blancas, unos calcetines negros y unos Converse grises con rosados. Quizá en mi vida me vestiría así, pero los padres de Milla parecían haberse realmente preocupado por dar una bienvenida cómoda y lo más cercano a lo decente.

            Unos minutos llegó el enfermero que había enviado por el teléfono, y cuando vi que lo traía en su mano derecha no pude evitar ponerme nerviosa y sentir esa desesperación de tomar el teléfono y llamar a Nina. El enfermero le entregó el teléfono a la enfermera, ella me miró, dio una pequeña sonrisita y me lo entregó diciéndome que me daría unos minutos.

            Cuando al fin la habitación quedó sola comencé a recordar los números que tantas veces había marcado, y a pesar de que era malo recordando números telefónicos, recordaba bien tres números: el mío, el de Nina y el de mi padre. Mis manos temblaban, mi respiración comenzó a agitarse y todo el cuerpo comenzó a sudarme; luego el tono de espera comenzó a escucharse como golpes sobre un tambor gigante. Luego escuché su voz.

            “¿Bueno?... ¿Bueno? ¿Hay alguien allí?”

            Yo no respondí, no podía.

            Mi respiración subió.

            “Escucho tu respiración… No tengo tiempo para esto.”

            Luego colgó.

            Me quedé allí como si el mundo se detuviera y comenzara a arrancar pero a una velocidad demasiada lenta. No había otro mundo. No había otra cosa que el recuerdo de su voz en mi cabeza.

            —Mira quienes han llegado —escuché la voz de la enfermera y giré mi mirada hacia donde la escuchaba. En la puerta estaban dos personas, un hombre y una mujer.

            Jamás en mi vida había visto a esas dos personas, pero de alguna manera sentía que las conocía de toda mi vida.