Metamorfosis

You are my Sunshine

¿Así se siente?... ¿Que te mojes por dentro y por fuera?... ¿que te tiemblen las piernas y se te acelere el corazón?... ¿que se detenga el tiempo y se me corte la respiración? Suspiro y abro lentamente la boca, dejando salir toda esa presión en mí, una explosión a punto de colapsar; sus ojos se inclinan por unos segundos en mis labios y, yo solo puedo pensar en: 

 

besarla, tomarla, besarla, tocarla, besarla, lamerla, besarla, morderla, besarla, olerla, besarla y besarla más…

 

Pero solo pensaba, y pensar es una acción relativamente larga y sin reacciones mediatas; pensar era solo eso, colapsar un tiempo dentro de otro tiempo. Mientras el tiempo se detenía pude pensar, solo por unos segundos, que esos labios ya habían sido míos hace mucho tiempo, y que por razones que nadie podría explicar en esta vida, me veía privada de algo que por derecho me pertenecía. ¿Y ahora qué hacía? ¿Pasaba del pensar al actuar o dejaba que ella diera el primer paso? A todo esto, cuántas cosas me había perdido a lo largo de mi vida por dejar que otros tomaran la iniciativa, ¿cuántos buenos momentos me había perdido por no tomar las riendas con mis manos?

            Este cuerpo, tan mágico, reaccionaba y simplemente no podía controlarlo; era como un animal salvaje a punto de morder, haciendo sonar su cascabel para llamar la atención, pero siempre de una manera estática a la espera. Comenzaba a quedarme sin oxígeno, el cuerpo se me ponía frío mientras una profunda calidez me inundaba por dentro. Por otra parte, la estática de su piel podía verse a través de la traslucidez, sus pequeños y rubios vellos erizados; si aquello no era una llamada para mí, entonces no sé qué lo era.

            Morir una vez me había enseñado una cosa y era que, por más joven o viejo que seas, el tiempo no te corresponderá; y no simplemente no queda más que explotarlo al máximo, usándolo a tu favor mientras respires. Si iban a ser dos segundos, una hora, un día o un año a su lado, no iba a dejar que mis indecisiones me lo arrebataran, no sin antes luchar por ello.

            Sabía, que si intentaba acercarme a ella de manera lenta y pertinente solo daría tiempo a la duda, así que decido sin pensar más y la tomo del brazo para jalarla hacía mí, tan cerca que puedo sentir sus pechos contra los míos. La tengo atrapada, podría decirse, que la estoy obligando y me vuelvo una mala persona, pero no se pueda obligar a alguien que te mira de esa manera.

 

La beso.

 

            Empujando mi rostro contra el suyo, de una manera asfixiante hasta obligarla a abrir la boca; muerdo suavemente su labio inferior como si estuviera saboreando una cereza, la cual no quieres reventar pero deseas obtener su jugo. Siento su cuerpo tenso, pero he ganado la batalla en el momento que ella me devuelve la mordida en los labios. Por arte de magia, su cuerpo se vuelve suave, la tensión se evapora y su calidez se encuentra a un punto tan máximo que mi piel se envuelve en un vaho de calor. Pienso por microsegundos, que sus manos… sus palmas siguen siendo las mismas de siempre, pero la manera en que me toca, se desliza sobre mi piel y se tensa sobre mí es diferente, como si pensara que soy una pieza de cristal o porcelana.

            Le tomo la mano y la presiono sobre mi propia piel, porque quiero que no me tenga miedo, que me agarre con fuerza, que me apriete como lo hacía antes. El roce con mi cintura comienza a sentirse más intenso, pero el desliz hacia mis caderas es suave. A tientas, comienzo a buscar debajo de su terciopelada y delgada camiseta; da un pequeño brinco, pero no se detiene y continúa besándome y recorriendo sus manos sobre mi cuerpo; poco a poco ella comienza a tomar el control, se pega más a mí; toma mi muslo y lo empuja hacia ella, así hasta que subo la pierna sobre la de ella.

            Tan entrelazadas, como una mala película lésbica de Hollywood o un simple cliché de amor. Dejo de besarla solo para poder sentir su mejilla contra la mía, una suavidad inexplicable, ilusa entre la realidad o lo más cercano a la magia. Me siento tan suya, tan real; como si todo muestra historia no existiera y comenzara a teñirse una nueva. Deslizo ligeramente mi boca hacia su cuello, su suave aroma se incrusta en mi interior, en mi mente, revive y se graba de nuevo, continuamente y de manera infinita.

            Me clavo tanto en mi sentido interno que todo se corrompe cuando ella se tira sobre mí, es allí nuestro primer momento, cuando nuestras miradas se cruzan de una manera cómplice. Jamás me dio miedo verla a los ojos, porque siempre me sentí fuerte, pero ahora solo había debilidad en mí; toda vertida en su poder, ahora era ella quién me tenía. Bajé discretamente la mirada para esquivar la suya, pero sin dudarlo ella tomó mi barbilla y la regresó a su lugar; luego, lentamente rozó las yemas de sus dedos sobre mi mejilla. Cerré los ojos y comencé a sentir su aliento acercarse, un suave aroma a dentífrico. Como si su cuerpo imantara, comenzó a llamar al mío.

(Lento)

 

Lento, lento, lento, rápido, atrevido, lento, su mano en mi cintura; bajando entre mis piernas; mis piernas cediendo; su lengua en mis labios; su nariz rozando la mía; su mano bajando, lento, muy lento.

 

Me dejé llevar, que ella tuviera el control; me gustaba. Me invitaba a besarla, se alejaba, como un juego. Otro beso. Y me arriesgo mucho, dejo mi lengua fluir con la suya; girando, bailando. Muerde mi labio, levanto mi cintura y desliza uno de sus dedos dentro de mí. Todo su cuerpo cae sobre el mío, siento su presión, su goce al saber que me excita; y entonces me zampa otro beso, pero más salvaje. Atravieso su ropa y llego hasta uno de sus pechos, percibo perfectamente la dureza de su pezón. Abro mis piernas y su mano se acomoda de una manera perfecta; cierro los ojos y escucho la viscosidad de mi vagina una y otra vez; es el único ruido en la habitación que podría romper las ventanas.

            Se me escapa un pequeño gemido, y me da apena, pero ella se acerca a mi costado y me susurra <<qué rico se escucha, ¿escuchas?>>. Yo asiento un par de veces entre gemidos y me lanzo hacia su cuello buscando un poco de carne, como si mi parte salvaje comenzara a querer salir, aún sabiendo que la presa en realidad era yo. Entre movimientos bruscos y suaves siento como mi cuerpo se tambalea entre este y otros mundos; como el calor por dentro comienza a salir y fundirse con las gotas del suyo. Es un caos perfectamente alineado.

            Su mano se posa sobre mi frente, levantando y quitando el cabello de mi rostro al mismo tiempo que me empuja hacia la almohada.

            —¿Por qué has venido? —susurra sin devolver su otra mano entre mis piernas. Yo con incredulidad y timidez de una pregunta en tan delirante momento la miro sin decir nada, porque en realidad no entiendo la pregunta—. Dime, ¿por qué? —insiste mientras empuja nuevamente mi frente sobre la almohada y ejerce más presión entre mis piernas al introducir aún más sus dedos. Doy un pequeño quejido y dejo ambas manos muertas sobre las sábanas.

            ¿Por qué vengo? Quizá no entendía la pregunta porque no era ella quién me la hacía, tal vez muy en el fondo yo misma me pregunté tantas veces eso, pero prefería ignorar y seguir adelante sin mirar mi pasado; así, porque el miedo no me dejaba ver el futuro ¿por qué regresaba al mismo punto? ¿por qué tenía miedo de avanzar? Pregunta tras pregunta comenzaron a formularse en apices de segundos, y mi cuerpo y mente haciendo falso contacto. Las piernas vibrando, mi pelvis revoloteando y los músculos de mi vagina apretujando en shock sus dedos dentro de mí.

            Tal vez banales y anteriores descripciones se han centrado en este punto de mi vida a ser similares; como las reacciones de mi cuerpo y las sensaciones causadas de compartir la intimidad con otra persona; pero describirlas al mismo tiempo que sientes algo por esa persona es simplemente… paz. Eso era lo que sentía ahora, una tremenda ola de paz, con arrecifes de felicidad e incontables litros de excitación. Nina me plantó el último beso y se acostó a mi lado, por unos instantes me miró y luego giró su cabeza con dirección al techo.

            —Esto… fue… pero… —tartamudeó sin completar una sola oración antes de que la interrumpiera.

            —No tienes que decir nada, en realidad —ni siquiera me molesto en girarme hacia ella y miro de igual forma el techo—, pero yo sí… gracias y perdón.

            —¿Perdón? —me dice y gira al fin su cabeza hacía mí.

            —Sí, perdón… creo que yo te he obligado a esto.

            —Lo hice porque quería, no me obligaste a nada.

           

            Quizá ella tenía razón, quizá todo esto había pasado porque ambas lo queríamos, pero sabía de antemano que había un cierto tono de arrepentimiento… Me levanté y senté a la orilla de la cama aún con las sabanas enrredadas en mi cuerpo. Ella permaneció inmóvil.

            —¿Qué pasá? —escuché a mis espaldas—. Lo pensé muy bien, porque sabía que tenía que decirlo, pero no sabía cómo.

            —Esto, todo esto no es bueno.

            —¿Bueno? —Masculló—. Giré mi rostro hacia ella e intenté mirarla lo más que pude sin esquivar sus aceitunosos ojos.

            —Llegué aquí pensando en recuperar algo que soñé algún día, pasé por cosas tan absurdas como triviales y experimenté… pensé que estar aquí contigo, me haría sentir pleno… plena… pero no fue así, ¿qué haces cuándo dentro de la cajita feliz no hay felicidad?

            Ella se  sienta de igual forma y me mira tan calculadora como exorcizante. De pronto, sus brillosos ojos comienzan a parecer dos faros sin rumbo; que vibran dentro de su cabeza, titubeando como si su voz se hubiera transformado en una mirada. El silencio invade, muerde como urticaria y enfría como la noche; pero al final, responde.

            —Hay algo en ti que me recuerda a alguien… y pensé por un momento que, no lo sé, ni siquiera sé qué esperaba—. Se pasó las manos por la cabeza y sumió su barbilla entre sus rodillas.

            —Sé que quizá no lo entiendas. —inhalo profundamente antes de reparar en lo que estoy a punto de decir—, ni siquiera yo lo entiendo… ya no me siento ni uno ni el otro, ni ella ni él; es como una extraña combinación, una revoltura mental. Yo soy yo, pero soy un nuevo yo.

            Nina me mira desconcertada, casi podría jurar que veía pánico en sus ojos, que además de no entender lo que le acaba de decir, se había imaginado cosas que no tenían cabida en este mundo.

            —No sé que me quieres decir —comenzó a jalar las sábanas para cubrirse en todos los sentidos—, pero sea lo que sea no es gracioso. Necesitas ayuda, ayuda profesional. No puedes ir por la vida imaginando cosas y confundiendo a los demás para hacerles creer lo que tú creas.

            Me enredo entre las sábanas y me pongo de pie. La miro sobre la cama, con la miradad de espanto, tanto de lo que ha sucedido esta noche como de lo que su corazón intenta decirle. Podría, podría mentirle… decirle la verdad mintiendo: soy Milla, tengamos una hermosa relación lésbica y vivamos felices para siempre; así, sin que ella sepa nunca la verdad. Caray, como si aún diciéndocela lograra creerme.

            —Nina, ¿amabas a Alan? —pregunto secamente y mirándola a los ojos como si se tratara de un examen de muerte.

            —Claro, ¡Claro que lo amaba! —levanta la voz y se pone también de pie—, si hicimos esto es porque me siento sola y ni siquiera estoy segura de lo que hicimos. Yo, jamás, yo nunca lo engañaría… si él estuviera aquí… ¡Maldita seas, Milla! ¡Tú solo has venido a joder todo! —termina su oración entre una voz amenazante pero con tonos de querer quebrarse tal cual un cristal.

            Tantas cosas pude decirle en ese momento: que si realmente hubiera amado a Alan, sabría que soy yo (de alguna forma), y que sus dudas no son más que el puro reflejo de que en verdad siente algo por mí, no por ser quién soy, sino por quién solí ser. Que si se siente mal por haber tenido sexo conmigo (Milla) es porque sí ama a Alan y siente que lo está engañando, pero que está bien, soy yo, amor, soy yo… pero no, las palabras ya habían salido de mi boca y no precisamente como oraciones, sino como un soplido parecido a esos que te salen después de una larga carrera a urgencias.

            —¿Recuerdas esa canción que habla del amanecer? —pregunto sonrientemente sabiendo que no va a responder—, había una parte donde decía que por favor no le quitaran su amanecer de su lado; porque ese amanecer es el que hace de sus días grises sean felices. Durante mucho tiempo sentí que eso pasaría conmigo, que si te llevaban de mi lado simplemente me volvería gris. Lo que nunca entendí de esa canción es por qué se empeña en querer un solo amanecer, cuando todos los días hay un nuevo.

            —No sé de qué estás hablando, yo no te conozco… ¿por qué hablas como si lo hicieras? —reclama apenas con fuerzas en su voz.

            —Siempre serás ese amanecer al que me quise aferrar, Nina, pero ya no, no puedo retener algo que tiene que continuar con su ciclo.

            Me giro y a paso lento camino hasta salir de la habitación. Una parte muy equivocada de mí pide a gritos que ella me detenga, que me diga que ya lo comprende todo, pero eso nunca pasa. Sigo mi camino hasta la otra habitación, pongo todo en su lugar y me visto tan lento que me enoja le esté dando tanto tiempo para arrepentirse y no lo aproveche y, al mismo tiempo, me enoja que le esté dando tiempo cuando sé que no debo.

            El tiempo se vuelve bizarro, las sombras se vuelven cómplices y mies pies caminan casi flotando; de un momento a otro estoy caminando bajo la mirada de la luna. Mis recuerdos se empiezan a quedar tras mis espaldas, tan frágiles e irreales en este momento. Ahora que miro hacia adelante no hay razón para girar y volver a mirar hacia atrás, pero el miedo me abraza; me toca desde adentro hacia afuera y llega la incertidumbre. No sé lo que estoy haciendo, por qué me alejo o por qué he hecho todo esto, venir y estar con ella para luego irme. ¡Dios, sí que extrañaba esos besos, esas caricias! Sí, quizá eso es lo que quería; la última vez no tuve tiempo de despedirme, pero ahora… ahora era otra historia.

            Sigo caminando, intentando distraerme con lo que se me atraviesa al frente, como aquel portón rojo de los vecinos del perro feo ¡mierda! Sí que era feo, feo el perro, fea la casa. ¿Cómo es que nadie se quejó nunca con ese par? Nina y yo solíamos burlarnos a puerta cerrada ¡carajo! Ya no pienses en Nina, ya no pienses…

            —Apuesto que ese portón cuenta como la entrada más fea al infierno —reclama una voz detrás de mí mientras la nada de la noche se llena de un abrumador motor de auto—, por desgracia la nueva pintura no cambiaría el hecho que tienen el perro más feo que he visto en mi vida.

            —¿Christina? —sonrío llena de asombro.

            Allí está Christina, con esa mirada que solo podría salir de ese par de ojos… Aparca su auto y me abre la puerta desde dentro, insitándome a entrar.

            —¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontras…

            —Una bruja nunca revela sus trucos —me interumpe—, anda, que tenía pensado salir del país pero justo antes de arribar al avión sabía que estaba olvidando algo.

            —¿Cómo sabes lo del perro? ¿has estado?

            —Me he dado un par de vueltas, el GPS y yo no somos compañeros de trincheras, no como tú y yo. Anda, entra o me largo.

            Entro en el coche, frío y con un olor a perfume combinado con piel nueva. Al apagar el motor solo quedamos nuestras respiraciones y los grillos fuera del auto. La miro, sí que estoy a reventar de felicidad.

            —No salieron las cosas bien, ¿verdad? —niego con la cabeza—, era de suponerse: los compañeros de locuras no siempre son comprendidos por los cuerdos. Mira, tenía una teoría… si no te veía salir en un par de días de esa casa o saliendo de la mano de esa mujer, tenía que irme y continuar sola.

            —¿Así que esperaste todo este tiempo como maníatica? —me río y comienzo a toser discretamente.

            —¿Maníatica? —sonríe y me mira sin perderme un solo momento de vista—-, si fuera una maníatica hubiera contratado a alguien, yo soy una profesional. Además —cambia el tono de su voz y mira al frente mientras postra sus manos sobre el volante—, creo que ambas necesitamos dejar el pasado atrás. No he sido la mejor persona, he hecho daño a gente que supuestamente amaba. Si me subía a ese avión no iba a ser para bien, yo casi lo puedo asegurar; luego pensé en ti… si nuestros caminos se volvían a juntar eso solo significaría una cosa.

            —¿Empezar desde cero? —susurro.

            —Empezar desde cero —confirma con una sonrisa, se reclina hacía mí y me da un beso en la mejilla tan rápido que no lo veo venir. Sonreimos mutuamente.

            —Bien, ¿a qué parte del mundo te apetece visitar? Por el dinero no te preocupes, papá invita —aunque primero tenemos que arreglar lo de tu pasarporte, pero ese no es problema… una vez conocí… aunque realmente sé que estaba coqueteando conmigo… ese bastardo…

            Al encender el coche y ponernos en marcha, lo entendí todo: este era mi nuevo comienzo, este era mi nuevo amancer.

Fin.