Metamorfosis

ADN

—¿Y por qué se supone que me cuentas esto? —le pregunto abrumada por la larga historia que acaba de contarme.

            —Porque conozco a Christina y no quiero que pases por lo mismo —me responde Nina mientras me mira directamente a los ojos, como si buscara algo dentro de ellos.

            —¿Y de cuándo acá te preocupas por lo que me pasa? —respondo desviando la mirada—, ¿no por ti estoy aquí? —le recrimino mientras juego con la orilla de la mesa en la que nos han sentado.

            —Sabes que por tu bien… además, lo mismo le diría a cualquier persona que se tope en la vida de Christina.

            —Por alguna razón no te creo, parece que estás más preocupada por mí de lo que yo me podría preocupar. ¿A qué has venido? —le pregunto directamente.

            —¿Ese beso fue real? —cambia de tema y desvía la mirada hacia la mesa de manera disimulada.

            —Prácticamente me acabas de decir que tuviste una relación lésbica con alguien mucho más peligrosa que yo, ¿y me preguntas como si yo te interesará? No te entiendo Nina.

            —No estoy diciendo que me intereses tú —susurra entre dientes. Mantengo mi mirada fija en dirección a su rostro, solo para esperar a que lo levante y pueda afirmar lo que estoy pensando—, ¿La que te interesa es Christina, verdad?

            —Claro que no. Christina es parte de mi pasado, eso es todo. Ni siquiera sabía que estaba aquí. ¿Cuántas posibilidades hay para que encuentres a alguien como Christina en este lugar?

            —Por todo lo que conozco de ella… muchas.

            —Yo vine a verte a ti —vuelve a cambiar de tema y levanta la mirada para posarse de nuevo en la mía.

            —¿Y por eso te tenías que poner como loca en la recepción? Irónico estando en un lugar como este, ¿no?

            —Estoy demasiado sensible. Acaban de desconectar a mi novio y he perdido toda posibilidad de recuperarlo —vuelve a desviar la mirada pero ahora se queda mirando su manos. Guarda silencio y se pierde por unos segundos.

            —Lo siento —me disculpo, aunque lo hago más por saber que la he abandonado de otra manera—, pero entonces no entiendo qué estás haciendo aquí.

            —Quiero que me digas la verdad.

            —¿Cuál verdad? Dudo que creas una sola palabra que diga —manifiesto mi enojo por los múltiples rechazos que me hizo.

            —¿Qué eres de Alan? —me pregunta tan directa como la vez anterior—, y por favor no digas que eres él por te juro que…

            —¿Qué? ¿Qué me encerrarás por loca?

            —El padre de Alan me dijo algo la noche en que desconectaron a Alan.

            —¿Algo? —pregunto interesada, aunque más por el hecho de que lo haya dicho mi padre.

            —Él nunca se lo dijo a Alan…

            —Nina, ve al grano —le exijo.

            —Me dijo que Alan no era su hijo. Ni si quiera de su esposa.

            Aquellas palabras me retumbaron en la cabeza más fuerte que cuando me enteré que Milla también era adoptada. ¿Ambos somos adoptados? ¿Por eso mi padre no me quería? Cruzo ambas preguntas y entiendo porque mi padre me odiaba tanto en aquella etapa de su vida. Yo no era nada suyo, solo era una carga. Milla también fue adoptada, pero a ella si la quisieron. La quisieron hasta volvió a nacer. Ambos nacimos… ¿el mismo día? Milla también tiene 24 años… Milla y yo…

            —Por eso estabas tan cerca de él, ¿no? Estabas buscando a tu hermano. No lo había pensado hasta entonces… tus ojos… son iguales a los de él, además son rubios. No entiendo por qué inventaste un disparate como el que me dijiste. Si tan solo me hubieras dicho que era tu hermano, yo…

            —Yo no sabía que era mi hermana. Tenía una hermana. Éramos hermanos. Por eso es que estoy aquí. Por eso es que tomé su cuerpo… —me pierdo en mis pensamientos y termino por borrar la línea entre lo que estoy diciendo y lo que estoy pensando. Un zumbido entra por mi oído y solo escucho una y otra vez a mi padre gritándome. Me veo allí, como un pobre niño abrazando a su pequeño osito y encerrado en el armario, porque no había con quien más ir.

            Mientras yo me escondía, Milla saltaba a los brazos de su padre. Pudimos haber estado juntos. Pude no haberme sentido tan solo… tan sola. Lo que me está diciendo Nina solo parece una simple conjetura, pero como suena real. Debo estar demasiado loca para creer lo que me está diciendo Nina. ¿Cuántas posibilidades hay de que sea cierto? Me parezco, ambos nos parecemos… pero no somos iguales. El tamaño de nuestras cabezas, la forma de las manos… muchas otras cosas nos hacen diferentes. Nina no puede estar en lo cierto.

            —¡Milla! ¡¿Qué demonios estás diciendo?! ¡Deja de jugar! ¡Solo dime si eres o no su hermana!

            —¡NO! ¡No lo sé! Yo… Si tenemos la misma edad, nacimos el mismo día; pero eso no nos hace hermanos.

            —Puede que no sean gemelos, porque no se parecen demasiado, pero puede que sean…

            —Mellizos —termino la su oración. Puede —la miro a la cara intentando parecer cuerda—, pero no quiero creerlo. No puede ser.

            —Solo hay una forma de saberlo. ADN.

            —¡NO! ¡NO! ¡No quiero saberlo! —grito levantándome de la mesa—, ¿Para qué? ¡Ya está muerto! ¡Ella nunca supo que tenía un hermano!

            —¿Ella? Milla… —pregunta preocupada y se levanta intentando tomar mis manos enloquecidas.

            —Porque yo quiero saberlo.

            —No es cierto.

            —¡Cuando te veo a los ojos veo a Alan! —grita y todo se mantiene en silencio. Al cabo de un par de segundos llegan un par de enfermeros y abren la puerta. Nadie dice nada.

            —Quiero irme —digo. Los enfermeros asienten con la cabeza y entran por mí.

            —¡NO! Milla, necesito saberlo…

            —Yo no —le respondo sin tomarme la molestia de mirarla.

            Nina intenta acercarse hasta mí, pero uno de los enfermeros le corta el paso. Parece que va a perder la cabeza de nuevo, pero esta vez se controla y se limita a obedecer. Por otra parte, dentro de mi cabeza hay un caos estratosférico. Quisiera gritar tan fuerte como me lo permitieran mis pulmones, pero me preocupa quedarme muda. Quiero dormir, pero me aterra soñar. Miro los ojos del enfermero que me ha tomado por un brazo, parece que me odia. Me paro en seco y giro ligeramente mi cabeza.

            —Sigue buscando explicaciones del porqué de que veas a Alan en mi mirada. Yo ya te dije por qué —le digo a Nina y prosigo mi camino. Hubiera querido observar su reacción, pero es mejor no saberla.

            Los enfermeros no tardan en abandonarme en mi cuarto. Me siento en la cama y observo hacia la ventana. Quiero borrar todo. Quiero olvidar, pero entre más lo intento más se clava en mí. Alguien toca a la puerta. Giro rápidamente.

            —Pospondré tu cita para mañana —me dice la incompetente enfermera, y al por su expresión, parase estar harta de mí.

            —Gracias —respondo en seco y regreso a observar la ventana. Luego vuelven a tocar a la puerta—, mañana, ¿no? —, pero me sorprendo al ver a Christina parada en a la puerta.

            —Me van a cambiar de zona por lo del beso —me dice casi resignada. Luego se mete y se sienta a mi lado—, se supone que no debería estar aquí.

            —¿Se supone? Parece que siempre tienes una forma para salirte con la tuya, ¿o me equivoco? —la critico.

            —Tengo facilidad de palabra —me responde.

            —¿Así fue como enamoraste a Nina? —pregunto en un tono medio, aunque queda claro el sentido de mi pregunta. Molestia.

            —Así que parece que te contó todo… Pues deja te digo que ella te contó su versión, no la mía.

            —¿Y cuál es tu versión, Christina? —le exijo mirándola a los ojos. Ni siquiera pestañeo.

            —Mi versión… mi versión es Samantha.

            —¿Samantha? —pregunto desconcertada.

            —Por esa época tuve mi primer beso con una chica, se llamaba Samantha. Las cosas no resultaron bien, y le pedí a mi padre que me enviara a ese colegio para olvidarme de todo.

            —¿No funcionó?

            —No. Cuando conocí a Nina supuse que podría avanzar, dar el siguiente paso. Así que lo intenté, ¿por qué no? Nina era la chica más hermosa en ese lugar, y yo le gustaba. Sé que se enamoró de mí, pero yo nunca de ella. Y fue mi error, le dije que la amaba, pero solo fueron palabras. Cada vez que la besaba, sentía que besaba a Samantha… quería sentir que besaba a Samantha.

            —La heriste.

            —Le hubiera querido decir que lo siento, pero cuando hieres a alguien de esa manera… —saja salir un suspiro y pone su mano mi pelo. Yo me muevo y entiende que deseo que no lo haga.

            —Yo tampoco quiero salir herido —le digo.

            —Hay más posibilidades de que yo salga herida —responde casi como si se tratara de un contrataque.

            —¿A qué te refieres?

            —Vi cómo la mirabas.

            Contengo mis ganas de explicarle todo, de decirle que no se trata de una simple mirada. Christina toma mi barbilla con una de sus manos y la desvía hacia ella. Noto una profunda tristeza en sus ojos, como si se cristalizaran para romperse en lágrimas. Es casi tan contagioso que aparecen unas ganas de abrazarla y soltarme a llorar. Quizá quiere besarme, o solo quiere mirarme.

            —Quiero irme, Christina.

            —¿A dónde?

            —No lo sé. Quiero irme lejos. Empezar de nuevo. Olvidar mi pasado.

            —¿Y qué te impide hacerlo? —me pregunta e insiste en agarrar mi cabello. La dejo.

            —Yo. Pensaba que era Nina, pero solo soy yo.

            Christina no responde a eso y se dedica a juguetear con mi cabello, luego, de un momento a otro, ya está acariciando mi cabeza.

            —No te voy a obligar a nada. Sé que ya perdí a Samantha, y también a Alexander.

            —¿Y ahora quién es Alexander?

            —Ahora nadie importante. A lo que me refiero es… yo también quiero comenzar de nuevo. Creo que las dos podemos hacerlo. Si quieres juntas, si no también. Yo voy a salir pronto. Si me pides que te espere, lo haré —quita su mano de mi cabeza y se para frente a mí en cuclillas.

            —¡Párate!

            —¡NO! —sé que no confías en mí. Nadie confía en una loca que lleva las manos manchadas de sangre… en una loca que le ha roto el corazón a alguien; solo di que sí y estaré allá afuera el día que te den de alta. Será como esa película de la loca que se escapó de un centro psiquiátrico y en realidad la doctora la dejó salir para escaparse con ella; solo que tú saldrás de la buena manera.

            —Yo no vi esa película —le respondo queriendo sonreír y llorar a la vez.

            —No tienes que hacerlo. Hagamos una nosotras.

            Veo a Christina y sé que me arriesgo mucho al creer en sus palabras, pero sé que si no me arriesgo, seguiré siendo la misma persona de siempre: la que le tiene miedo a lo desconocido, la que vive bajo un reloj, la que no expresa sus deseos, la que vive en silencio.

            —A penas si me conoces, Christina —le digo y vuelvo a mirar hacia la ventana, intentando quitarle importancia.

            —Tú tampoco me conoces y no me has respondido un “no”. Lo estás dudando.

            —No, lo estoy pensando —replico.

            —¿Cuál es la diferencia? —me pregunta.

            —Que estoy pensando cuánto tiempo voy a tardar en salir —respondo y le sonrío descaradamente. Ella está a punto de abrazarme, y creo que de besarme, pero un enfermero interrumpe tocando a la puerta y entrando hasta donde estaba Christina sin siquiera preguntar.

            —Se supone que tú no puedes estar aquí —le dice bastante furioso.

            —Todavía tengo que empacar mis cosas —le responde—, cuídate —susurra y hace una señal con la mano simulando un teléfono.

            Christina sale del cuarto a rastras, y me entristece no haberme despedido de la manera adecuada; pero eso deja de tener importancia cuando regresan los recuerdos de mi conversación no tan lejana con Nina. Es como una explosión en mi cabeza. Así que mejor me meto en la cama, cierro los ojos e intento que el sueño termine por hacer el resto. Rápidamente me cierro en un laberinto de voces en mi cabeza; pero no importa, al menos ya no escucho la de Alan.

 

—Me alegra al fin tenerla conmigo —pronuncia cuidadosa y lentamente el anciano doctor que está frente a mí. Veo como le tiembla la mano e intento ignorar que fija mucho la mirada en su libreta de apuntes.

            —¿No debería usar lentes…?—sugiero y miro el nombre que tiene grabado en una placa sobre su mesa—, …doctor Barbero.

            —No es necesario. Vayamos al grano señorita. Usted está aquí por atacar a otra señorita e insistir que es un hombre llamado Alan. ¿Me equivoco?

            Conozco la clase de mirada que me hace el doctor, es la mirada que yo les hacía a mis pacientes cuando sabía que iban a responder con una mentira. Ahora, como sé o al menos mis pensamientos están más claros de quién soy, y de que me he resignado a mi nuevo cuerpo, tengo que ser más inteligente y engañar al doctor. Si quiero salir de aquí lo antes posible, tengo que mentir sobre mi recuperación. En todo caso, debo mentir sobre una mentira.

            —No lo niego, pero he tenido muchas confusiones desde que desperté del coma. Alan era un amigo, quizá lo vi por última vez antes de tener el coma, por eso la confusión.

            —Entiendo, pero no es normal pensar que es una persona del sexo opuesto.

            —Me es indiferente. Pude haber dicho que era una vaca alienígena, o Jack el Destripador, peor tarde o temprano terminaría en el mismo sitio.

            —¿A qué se refiere con ese sitio?

            —Al sitio de la cordura, doctor.

            —¿Y cuál es esa cordura?

            Lo pienso claramente, y me propongo no volver a insistir en que soy Alan. Ya no lo repetiré, no se lo diré a nadie; ni siquiera a Nina. Porque voy a comenzar siendo otra persona, así hasta que yo misma me lo crea.

            —Mi cordura es doctor, que soy y siempre he sido… Milla Valois Roules.

            El doctor solo sonríe y apunta en su libreta.

            Creo que lo he hecho bien.