Metamorfosis

Compañeros de Locura

<<¿Señorita Valois? —pregunta una enfermera detrás de mí—, ya está lista su habitación.>>

            La miro y le sonrío, luego regreso la mirada hacia donde está Christina y ella siente como si me estuviera dando permiso para retirarme. Agradezco con levantando levemente la comisura de mis labios, casi como si estuviera forzada a hacerlo. Sigo a la enfermera, pero no puedo evitar dar un reojo hacia donde se ha quedado mi nueva compañera, la observo y puedo ver como sus penetrantes ojos color miel se clavan en los míos como si fueran una par de estacas hechas de ámbar.

            Es casi hipnotizaste ver ese par de ojos, porque son penetrantes y a la vez encierran un toque inocente y dulce, y puedo estar casi segura que es por eso que ha terminado aquí. Me imagino a Christina como a esas lindas ranitas de colores llamativos y grandes ojos inocentes, que se convierten en una pequeña arma venenosa cuando la tocas o la haces enojar. Supongo que esa es la parte más difícil de la vida, saber quién es en realidad una persona; y me río en mis adentros, porque quizá ella es una cobra detrás de ese rostro angelical, así como yo no soy quien parezco.

            Camino detrás de la enfermera hacia un pasillo muy amplio y largo, y entonces una lluvia de imágenes se apodera de mí; muchas de ellas pertenecen a Alan, a su infancia… a su triste infancia; mi padre gritando y tirando botellas de alcohol vacías por todos lados; la puerta cerrada de mi cuarto para que no entrara; la foto de mamá entre mis brazos; ropa sucia por el suelo… Perder a los siete años a tu madre es mucho mejor que nunca haberla  tenido, pero tener un padre alcohólico… Ni siquiera creo que mi padre llore por tener a su hijo entubado y conectado a una máquina.

            La enfermera me saca de mi trance y me hace reaccionar cuando abre la ventana y provoca un fuerte y grotesco ruido metálico. Mis ojos se fijan en ella y parece apenada; la ignoro rápidamente y ella parece relajarse cuando deja salir una bocanada de aire para terminar diciendo “Estás ventanas están más viejas que yo”; ambas coincidimos en dejar salir una risita para luego volver a la normalidad.

            —Bueno, ya está… te dejo para que te instales, cualquier cosa me llamas a la línea nueve —me señala un teléfono junto a una mesita de descanso que está al lado de la cama.

            —Gracias —respondo.

            La enfermera termina yéndose como si la estuvieran apurando, lo cual me hace acordar todas esas veces que prácticamente hacía lo mismo: correr de un lugar a otro como si un cronómetro estuviese contando las horas para hacer detonar una bomba. Por alguna razón sonrío y me siento en la cama, porque justo ahora tengo todo el tiempo del mundo y… bueno, creo que ya no tengo que preocuparme por nada. Termino acostada en la cama y mirando el techo, blanco y liso, justo como mi vida en este momento; quizá lo he perdido todo, pero lo que he perdido le ha pertenecido a Alan, ahora, para mí, todo es blanco y liso; un libro en blanco que tiene que ser escrito, y si no cierro el libro de Alan, jamás podré comenzar el de Milla.

            Estoy a punto de cerrar los ojos cuando una voz conocida retumba dentro de la pequeña habitación.

            —Veo que ya parece estar gustándote este lugar.

            —Christina… ¿cómo…?

            —Le pregunté a la enfermera. Por cierto, ¿se siente raro, no?

            —¿A qué te refieres? —pregunto mientras vuelvo a sentarme sobre la cama.

            —Esto… Una habitación, con la puerta sin llave… sin esposas… ¿te lo habías imaginado?

            —Realmente no, y la verdad es que estaba aterrada de terminar en un lugar así.

            —Sí, terrorífico —saca un par de risas sin esfuerzo y se sienta a mi lado—, bueno, y… ¿por qué se supone que estás aquí?

            —Es demasiado complicado, incluso para mí —le respondo—, solo digamos que dañé a alguien intentando defender algo que yo creía aún había entre las… los dos —corrijo rápidamente.

            —Ya… sabes… hay algo en tu mirada muy extraño —me dice y fija sus ojos sobre los míos—, es como si…

            —¿Cómo si qué? —continúo.

            —Como si cargaras con un gran secreto.

            —Todo tenemos secretos —le digo antes de desviar la mirada hacia la ventana.

            —Es verdad… todos —responde. Sigo mirando la ventana y ella toma mi barbilla para girar mi rostro hacia ella—, pero hay secretos demasiado peligrosos como para mantenerlos para uno mismo.

            La observo fijamente; esos ojos miel a los que dudo muchos no se han podido resistir parecen querer aferrarse a los míos.

            —Tú… ¿por qué estás aquí?

            Sus ojos dan un pequeño pestañeo y pareciera ser la clave para romper con ese encanto; ella se pone de pie y de la nada su mirada se fija en la nada, como si lo recordara. Se queda muda por casi un minuto entero y comienzo a ponerme nerviosa, porque yo misma he pensado que puede que se trate de una mujer peligrosa. Para mi desgracia, no he sido bastante inteligente como para evitar hacer alguna pregunta que detone su lado peligroso.

            —Bueno… —susurra entre dientes—, lo mío también es complicado.

            Christina se pone de pronto en alerta y rápidamente cuida la puerta de que no haya nadie en el pasillo; cierra la puerta y se sienta a mi lado. Me siento preocupada de que intente atacarme o algo por el estilo; pero cuando la tengo tan cerca de mí me parece a una simple niña queriendo contar un secreto.

            —No puedo decírtelo… al menos que tú seas lo suficientemente madura como para no juzgarme y simplemente escuchar.

            Me intrigo con cada una de sus palabras, pero también siento un profundo miedo; ¿habrá matado a alguien? No, no parece ser ese tipo de persona; pero recuerdo mi metáfora de la ranita de colores, y la duda entra en mí como una infusión directo a la vena.

            —De acuerdo, le digo y me preparo para lo que tenga que decir.

            —Yo… tuve una infancia desagradable… solo éramos mi padre y yo…

            —¿Tu madre…? —sugerí sin dejar que continuara y así evitarle decirlo.

            —No, no… ella aún vive, por desgracia —noto su indiferencia al hablar de ella—, ella dejó a mi padre por un pintor italiano, así que solo éramos mi padre y yo… y ahora que lo pienso, quizá es por eso que siento tanta atracción por los artistas… sobre todo si son pintores, ¿a ti te gusta el arte? —me pregunta.

            —Sí, mucho, pero no soy nada artística…

            —Ya veo. Como sea, mi padre me dio todo, pero no otra madre. Me sentía sola siempre que él estaba trabajando, y ciertamente el colegio no ayudaba mucho, era como el patito feo.

            —¿Tú?, lo dudo, eres hermosa —sugiero rápidamente.

            —No, no lo soy… ni ahora, ni nunca. Realmente todos somos bellos para una persona, y yo tuve la suerte de serlo para dos.

            —Eres…

            —¡Shh! —interrumpe y me pone el dedo índice sobre mis labios—, yo solo quería proteger a esas dos personas, pero no lo entendieron.

            —¿Proteger? ¿De qué?

            —De otras personas. A una de estas tuve que eliminarla de este mapa.

            —¿Mataste…?

            —Tenía que hacerlo… ese maldito violó a una de las dos personas más importantes en mi vida… no se iba a salir con la suya. Admito que se me fueron un poco las cabras por el coraje, pero mi objetivo principal era protegerlos…

            Christina se vuelve a perder, mira hacia la ventana y sonríe.

            —Mis dos pelirrojos…

            Tomo un poco de distancia entre ella y yo.

            —¿Cómo es que estás aquí si mataste a una persona?

            —Soy lo único que mi papá tiene; lo que más ama… me parezco tanto a mamá… y ella se fue… Quizá no puedo evitar que me encerraran, pero se aseguró de pagar lo suficiente para agilizar el proceso y no pasar demasiado tiempo en un lugar como a ese al que le tienes miedo. Milla, no me tengas miedo.

            —Yo no…

            —Sé que lo tienes, pero no lo hagas; no soy peligrosa, solo tuve un pequeño desliz, ¿quién no los tiene?

            —No sé qué decir —y realmente no lo sé, así que me pongo de pie y advierto que mi maleta está cerca de la puerta—, ¡Dios!, tengo que desempacar mis cosas.

            —Si quieres que me vaya solo tienes que pedírmelo —responde y abre la puerta sin dejar de mirar hacia donde estoy—, no le temas a otras personas; teme a ti misma, y a las cosas que estés dispuesta a hacer para alcanzar tu felicidad.

            Christina abandona mi habitación y por un segundo me quedo pensando en sus últimas palabras. Luego tomo una bocanada de aire y me vuelvo a acostar; cierro los ojos y pienso en todo lo que he hecho para intentar estar con Nina, la mayoría de ellas estúpidas, pero todo era por alcanzar mi felicidad. ¿Debo juzgar a Christina? ¿Debo tenerle miedo? Quiero responder a esas preguntas a la brevedad, pero mi tranquilidad se vuelve a ver interrumpida cuando alguien golpea la puerta para advertir su presencia. Me levanto rápidamente y me paralizo al ver de quién se trata.

            —¿Piensas que me he olvidado de ti? ¿Por qué creo que tú sí de mí?

            Sus palabras retumban en mis oídos como un par de tambores y miles de vibraciones. Su voz resuena como un eco inquebrantable o como una canción de un disco rayado.

            —Tú ya no existes —le digo—, pero sus ojos parecen enfurecerse; con ese azul es como ver un mar en plena furia.

            De pronto me levanto aturdida, como si me acabara de dar un espasmo. Me doy cuenta que me he quedado dormida, y lo primero que hago es mirar hacia la puerta. Allí no hay nadie.

            <>

            Salgo de la habitación como loca; miro hacia todos lados y no hay nadie. Miro mis manos y observo que tiemblan; que se mueven sin que pueda al menos intentar controlarlas. Toco mi pecho y está totalmente acelerado. Intento tranquilizarme, y lo primero que hago es volver a entrar y coger el teléfono, marco el número de Blake pero la línea se bloquea automáticamente con un mensaje: “Está línea no está autorizada para su uso individual”. Intento ignorar lo que acaba de pasar e insisto en marcar el número, pero el mensaje se repite nuevamente. Marco el número nueve, como me había dicho la enfermera, y en menos de un par de minutos aparece nuevamente la enfermera en la puerta.

            —¿Todo bien? —me pregunta.

            —No, bueno sí, es solo que mi teléfono no funciona… necesito hacer una llamada.

            —Lo siento; pero las líneas están restringidas para los pacientes, y cuando se les da la autorización solo pueden llamar a los números que estén autorizados; es la política de este lugar.

            —Necesito hacer una llamada, es urgente.

            —Lo siento, pero en la dirección han prohibido por ahora las llamadas para ti.

            —¡Por favor! Es urgente, necesito llamar a un amigo.

            —Lo siento; por ahora ni siquiera puedes llamar a tus padres. Si tienes un mensaje tendrás que esperar hasta que tu doctor crea que es lo apropiado. Recuerda, este es un lugar para alejarte del exterior y tener tiempo a solas para reflexionar.

            —Usted no entiende. De verdad necesito la llamada. Es casi de vida o muerte.

            —Bueno, pues ese “casi” no sirve de mucho, o al menos no para autorizarte una llamada.

            La enfermera se despide poniendo una cara de tristeza y se larga sin decirme algo más. Me pongo furiosa y comienzo a dar vueltas por toda la habitación. Me estoy poniendo nerviosa, y todo el cuerpo comienza a sudar en frío. Salgo de la habitación e intento calmarme con solo comenzar a caminar sin un rumbo, y cuando me doy cuenta ya estoy en la puerta de salida al jardín. Salgo y sigo el primer camino que encuentro; me seco las manos con la ropa y me siento en una banquita muy alejada del edificio. Recuesto mi cabeza sobre mis piernas y miro el suelo. Luego percibo unos pies, y al levantar la mirada me sobresalto al ver que se trata de Christina.

            —Parece como si hubieras visto un fantasma —me dice seriamente.

            —Algo así, ¡no por ti! Solo, tuve un mal sueño, y ahora un mal presentimiento. Necesitaba hacer una llamada, pero han bloqueado mi línea.

            —Lo siento; te prestaría la mía, pero dudo que quieras hablar con mi padre. Aunque…

            —¿Aunque…? ¿Hay forma de hacer una llamada?

            —Sí, sí lo hay. ¿Recuerdas cuando te dije que mi padre se había encargado muy bien de mí? Bueno, digamos que eso no incluía darme dinero para sobornar a la gente de aquí, así que tuve que hacerme de ciertos artilugios para obtener favores.

            —No quiero preguntar cómo lo has logrado, pero si pudieras ayudarme a conseguir una llamada… estaría eternamente agradecida. Por favor —le suplico.

            —De acuerdo; algún día podría necesitar de tu ayuda.

            Christina me lleva hasta el final de un pasillo que desconocía. Tengo miedo, porque en un momento me pasa la idea de que quizá me está alejando de todo para hacerme daño, pero cuando llegamos me arrepiento de haberlo hecho, porque sé que su intención realmente es ayudarme cuando veo a lo lejos un muchacho sacando utensilios de limpieza. Christina toma la delantera y se acerca a él, le habla al oído y le entrega algo en las manos que me es desconocido a la vista. El muchacho se aleja de ella y pasa justo a mi lado, me observa con la típica mirada lujuriosa que he visto en muchos hombres cuando me ven, y luego se aleja sin decir más.

            Christina me hace una señal y me acerco a ella; me indica con la mirada para que me meta en el pequeño cuarto de limpieza que está frente a las dos, lo dudo un momento y finalmente le hago caso. Cierra la puerta y me mira con esos ojos color miel que hipnotizan a cualquiera; una mirada que da miedo y a la vez tranquiliza.

            —Toma —me dice y me entrega un pequeño celular—, tienes cinco minutos.

            Tomo el celular y marco rápidamente le número de Blake. Espero a la llamada y me preocupa que no conteste al instante.

            —¿Bueno? ¿Quién es? —contesta y sé que es la voz de Blake, y por el ruido escandaloso sé que está en el hospital.

            —Blake, soy Milla —le digo, pero no me responde—, ¡Blake! —le grito y solo escucho ruido.

            —¿Milla?

            —Sí, soy yo. Necesito preguntarte algo. Es importante.

            —¡Lo siento! ¡Lo siento hermano!

            —¡Blake! ¡¿Qué sucede?! ¡¿Qué dices?! No te escucho —insisto al escucharlo pronunciar esas palabras revueltas con el sonido intenso del fondo.

            —¡Lo intenté! —me grita entre llantos.

            —¿Qué? ¿Qué intentaste? —pregunto desesperada.

            —Alan, te desconectaron.