Metamorfosis

Plan B: Olvidarse del Plan A

Las palabras de Blake retumbaron en mis oídos como dos platillos de metal chocando uno con otro. Hubiese querido decir algo, pero mis palabras se consumieron. Después, como si se tratara de una película en cámara rápido comencé a ver toda mi vida en retroceso. Me perdí entre mis recuerdos, recordando que por más duros que fueran, habían sido buenos. Había tenido una buena vida, y justo ahora comenzaba otra. Ya no existía Alan.

            Me di la media vuelta y simplemente colgué al teléfono. Christina me miró entender cada una de mis expresiones inconsistentes y desgarradas. Caminé hacia ella y le entregué el celular en la mano. Sé que percibió que estaba temblando, pero se abstuvo de preguntar. Le sonreí estando casi a punto de romper en lágrimas, pero como si me hubiese vuelto loca comencé a reír. Christina me siguió y en cuestión de segundos ambas estábamos riendo sin preocuparnos si alguien nos escuchaba.

            Luego simplemente comencé a llorar y la abracé.

            Ella me apretó con todas sus fuerzas y me mantuvo de pie.

            No dije nada; no quería decir nada. El tiempo se había detenido para rebobinar y comenzar de nuevo, y lo sabía porque me sentía como el primer día que desperté en este cuerpo. Sabía que la pura idea de que Alan estuviera conectado me daba esperanza, aunque prácticamente estuviera disfrutando de mi nueva vida, pero aquel lazo se había roto. Ya lo había perdido todo, había perdido la oportunidad de ser una nueva persona cuando regresara al cuerpo de Alan, y sobre todo, había perdido a Nina.

            Pero ahora ya no quería siquiera pensar en Nina, por alguna razón ella parecía ahora una simple extraña; esa clase de persona que no conoces y sientes que te cae mal. Alguna vez ella me amó, pero ahora solo parecía un mal chiste que ya no me causaba gracia. Me sentía lista para olvidar a Nina, para apartarla de mi vida y dejarme ser feliz; pero me aterraba tanto no volver a ser feliz. Ahora siendo mujer, las cosas se complicarían, porque me sentía incapaz de compartir mi vida al lado de otra mujer de la manera que lo había hecho con Nina.

            ¿A quién engañaba?, estaba aterrada. Había estado con Blake, y podría estar con otros hombres, pero la idea de enamorarme de uno me parecía tan estúpido. Posiblemente el punto clave estaba en que para compartir mi vida con alguien tenía que enamorarme de verdad, y sentía tanto miedo de no volver a sentir por esa persona lo que alguna vez sentí por Nina. Además, desconocía todo lo referente al amor lésbico; no tenía idea de cómo enlazar mi vida con otra mujer sin que terminara sucediendo lo de Nina.

            Nina… esa palabra parecía estar convirtiéndose en eco dentro de mi cabeza. ¿Por qué tenía que pensar tanto en ella? También estaba Tay, ella era perfecta y yo le había gustado; pero sentía que no era correcto, porque cada vez que pensaba en ella veía esa mirada con la que me había juzgado el día del incidente con Nina. Posiblemente había perdido toda credibilidad, y aunque esa vez estuviese drogada, me sentía demasiada avergonzada de lo sucedido. De todas formas, jamás había sentido nada por Tay.

            —¿Quieres hablar respecto a la llamada? —pronunció Christina cuidadosamente mientras recargaba su cabeza sobre mi hombro.

            —No. Realmente no quiero —contesté con una voz tan sigilosa que creía no escucharla.

            —¿Quieres ir a tu recámara?

            —Por favor.

            Christina me acompañó a mi recamara sin decir nada. No sentí que realmente no le importase, más bien era respeto. Cuando entramos al cuarto me sentí realmente sola, como si una ola de melancolía provocada por un nuevo lugar me inundara el corazón. Christina finalmente me abrazó y me dio un beso en la mejilla antes de partir. Me quedé completamente sola, y por primera vez en mi vida tenía ganas de dormir y no despertar nunca más.

            Aquella noche me costó mucho trabajo dormir, de hecho pasaron un par de horas antes de que comenzara a tener sueño. Recordé que alguna vez en mi infancia me había quedado despierta hasta el amanecer para poder ver como el sol hacía levantar los girasoles que había en el patio de la casa; ahora me preguntaba si yo era como uno de eso girasoles, y conforme pasara el tiempo la luz haría que me levantase de nuevo. Cuando me quedé dormida tuve un sueño, demasiado bizarro y loco.

            Allí estaba yo, completamente desnuda en un campo abierto. No había nadie alrededor, ni siquiera animales. Había un extenso prado verde rodeando por todos lados, y el cielo era completamente azul, como si no tuviera nubes. Me acosté sobre el verde prado y mire hacia cielo, cuando de repente todo el cielo se cierra en una sombra oscura y reaparece de nuevo. Sentí como se me congelaba la piel y grité tan fuerte que el cielo comenzó a cerrarse en negro demasiadas veces.

            Me levanté y comencé a correr desesperada intentando buscar un refugio. A lo lejos vi a dos guardias vestidos con armadura de cabeza a pies. Levanté las manos y pedí ayuda, pero ninguno de los dos pareció moverse. Me acerqué lo suficiente a ellos y ambos señalaron al cielo. Yo sabía lo que sucedía y los ignoré, pero ellos insistieron en señalar como si me ordenara que lo viera. Miré fijamente y el medio desapareció cuando me di cuenta que no se trataba de un cielo, sino de un enorme ojos color azul; el mismo color de mis ojos.

            Mire el enorme ojo sin despegarle la vista, pero luego vi a lo lejos que algo caía. Los dos guardias salieron corriendo sin pensarlo dos veces y yo, con el temor de quedarme sola, salí tras los dos. Cuando ambos se detuvieron me di cuenta de que lo que había caído era un hermoso bebé. Una mujer con una manta sobre la cabeza apareció de repente, tomó al bebé y sacó un cuchillo que levantó al aire con la intención de clavarlo en medio del corazón del bebé. Grité y levanté las manos para intentar impedirlo, pero los dos guardias se interpusieron y me señalaron de nuevo al cielo.

            <<¡Déjenme! —grité a todo pulmón—, es solo un bebé.>>

            Ninguno de los dos pareció interesado en una sola de mis palabras, e insistieron en que mirara hacia el cielo. Enojada, los empujé y me abrí paso entre ellos para tomar al bebé. La mujer grito pero de su boca no salió ningún sonido, yo solo corrí sin mirar hacia atrás. Conforme avancé un intenso bosque se apareció ante mis ojos, era perfecto. Me escabullí entre sus inmensos árboles y busqué el lugar más oscuro que pude.

            Cuando al fin me estuve en paz, me di cuenta de que le bebé estaba temblando de frío, y supuse que el motivo era su extrema e igual desnudez que la mía. No tenía nada con qué arroparlo, así que solo lo metí entre mis brazos. Escuché a lo lejos paso en formación, que seguramente eran de los guardias, y sentí tanto miedo de que nos encontraran. Mire al bebé y noté que de pronto no se movía ni respiraba. Un alarmante dolor de pecho fue lo que sentí cuando lo vi inmóvil, lo levanté para agitarlo, pero entonces abrió los ojos.

            Sus ojos, sus ojos eran tan rojos como la sangré. Y entonces me percaté de que no lo había visto con los ojos abiertos. El bebé comenzó a llorar desesperadamente. Intenté calmarlo y evitar su llanto pero fue inútil. Lentamente su cabeza comenzó a doblarse a la izquierda, su cuello parecía ser una especie de liga. No entendía lo que sucedía, o al menos no hasta que comenzó a salir una especia de llaga del otro lado del cuello. Miré con precaución y me exalté cuando vi como la llaga comenzaba a abrirse demasiado, y de allí empezaba a emanar otra cabeza idéntica a la que ya estaba afuera.

            En menos de un minuto el bebé ya tenía dos cabezas; los cuatro ojos eran rojos y de pronto le habían salido dientes puntiagudos. Un brazo se alargó hasta ellos, era la misma mujer que había intentado asesinarlo en un principio. La mujer tomó al bebé de dos cabezas entre sus brazos y volvió a sacar el cuchillo, luego la manta de su cabeza se descubrió y dejó su rostro a plena vista, era Christina. Los dos guardias se quitaron su casco y lo que había debajo de ellos eran simplemente dos cabezas sin rostro.

            El miedo me hizo perder el juicio y de pronto comencé a retorcerme en el suelo; pero mientras lo hacía veía como Christina le sacaba el corazón al bebé. El bosque se abrió y el cielo azul reapareció. El gigante ojos nos miró a todos, yo sentí como mi alma se escapaba. Cuando me di cuenta, ya estaba viendo desde arriba a Christina, el bebé muerto, los dos guardias y un bulto más, que suponía era yo misma tirada y retorciéndome en el suelo, pero no, quien estaba allí era Alan. Solo que ya no se movía.

 

La luz cayendo sobre la ventana hizo que me levantara casi en automático. Pensé en el sueño que había tenido y solo me eché a reír. Salí de la habitación y noté que la enfermera venía hacia mí. No sabía si debía salir o mantenerme en la puerta, pero cuando ella comenzó a caminar hacia mí me detuve. Parecía bastante alegre, por lo que no evité regalarle una sonrisa.

            —¡Hola! —me saludó levantando la mano.

            —Hola —contesté aún con un tono adormilado.

            —Hoy es tu primera cita con el psiquiatra. Recuerda estar en un buen lugar donde te vea para cuando sea la hora y no me cueste mucho trabajo encontrarte.

            —De acuerdo.

            —Por ahora puedes darte una lucha, ir a desayunar y hacer lo que más quieras. Puedes leer, salir a caminar o hacer nuevas amigas. Solo te pido de algo, por favor mantente al margen con Christina, sé que has entablado conversación con ella, pero aquí entre nos, hay algo que no me gusta en esa mujer.

            —Creo que eso depende de mí, pero gracias por la advertencia —dije y me retiré sin siquiera despedirme.

            Caminé por el pasillo sin mirar hacia atrás, y lo primero que vi a lo lejos fue a Christina leyendo un libro. Se veía como cualquier chica normal. ¿Cómo podría alguien con tan solo verla decir que me alejara de ella? Bueno, quizá la respuesta era en que no había solo que verla; posiblemente ya se había hecho fama por sus acciones. Sin embargo, aquello no me importo y caminé hacia ella sin pensar en la advertencia que me había dado la enfermera.

            —¿Leyendo tan temprano? —le pregunto y ella se da vuelta.

            —En realidad no, a veces dejo cosas entre los libros.

            —¿Cosas?

            —Sí, como pequeña navajas o pastillas para la felicidad —sonríe mientras deja el libro y saca otro.

            —¿Estás hablando en serio? —pregunto, y entonces recuerdo lo que me dijo la enfermera, ¿se refería a esto?

            Christina me mira profundamente y sonríe, casi así como una especie de mujer que acaba de cometer el crimen perfecto. Me entrega el libro que trae en la mano y me susurra al oído.

            —Ahora eres mi cómplice. Cuida el contenido, iré a mi cita con el psiquiatra.

            Me da un beso en la mejilla y camina casi como danzando. Tan de pronto como desaparece y me quedo sola en la sala comienzo a temblar. Miro el libro, no tiene nada de especial, salvo que es muy gordo y de pasta dura. Metodología del amor y el alma, eso es lo que dice el título, perfecto para no llamar la atención. Quiero dejar el libro en el estante y empezar mi huida, pero algo más fuerte me dice que lo abra.

            Miro de reojo el libro, y me percibo que casi a un poco más de la mitad se forma un pequeño y delgado bulto. Christina me decía la verdad. Doy media vuelta y procuro que no haya nadie observando, me inclino hacia el estante y prácticamente me escondo fingiendo que miro los libros. Lentamente abro las páginas para luego toparme con una gran sorpresa, justo entre ambas hojas se encuentra una flor amarilla disecada, tan delgada y hermosa como si la acabaran de meter. Quiero saltar de alegría al no encontrar un bisturí o droga, pero cuando pasa una señora cerca de mí regreso a mi postura.

            Tomo el libro y comienzo mi camino con regreso a mi habitación. Solo el pensar que alguien me vea con ese libro me hace sentir que estoy intentando robarlo. Cuando llego al cuarto cierra la puerta. Me paro en medio de la habitación y abro nuevamente el libro. Camino con el hacia la ventana y me asomo para ver si se trata de alguna flor de las que hay en el jardín. Como no observo nada me doy la media vuelta y me sobresalto cuando veo a Christina recargada de la pared. Me mira sin decir una sola palabra.

            —Me mentiste. No era nada de lo que me dijiste.

            —Y sin embargo puedes hacer el mismo daño con una flor.

            —¿Cómo? Es solo una flor, no son peligrosas.

            —Por sí sola no, la clave está en quién te la dé. Me permites —dice estirando la mano para que le entregué el libro. Doy unos cuantos pasos hasta ella y de pronto ya la tengo a unos centímetros de mí.

            —¿La vas a tomar de regreso? —le pregunto al entregar el libro.

            —No.

            —¿Entonces?

            —Fue solo un pretexto.

            —¿Para qué?

            Christina bota el libro al suelo, me toma del cuello y me voltea bruscamente contra la pared. Acerca su boca a mi oído y baja sube su mano de mi cuello a mi rostro.

            —¿Has sentido alguna vez que se te escapa el alma en un suspiro? —susurra guardando un considerado espacio entre cada una de sus palabras.

            —Quizá —susurro casi temblando.

            —Pues yo tengo la solución para hacer que un suspiro se ahogue dentro de uno mismo antes de que escapé.

            —¿Cuál?

            Christina simplemente me planta un beso apretándome contra la pared. Presiona mi rostro entre su mano con tanta fuerza que impide que me dé siquiera un aire para respirar. De pronto me suelta y me deja con la cabeza casi flotando en el aire. De alguna manera enferma extraño esa tensión entre su mano y mi piel. Abro los ojos y la veo allí, sin sonreír, solo mirando.

            —¿Verdad que te fue imposible dejar salir ese suspiro? —me pregunta enarcando una ceja.