La Misteriosa Chica del Lago

Juegos de la Mente

Mis ojos se abrieron, pero todo seguía siendo tan oscuro. Mis manos a tientas buscaron mis ojos; lo único que toqué fue una especie de trapo. Tenté más minuciosamente; estaba rodeando mi cabeza. Intenté quitármela, pero la voz de una mujer me lo impidió:

                —Será mejor que no lo hagas, al menos que quieras que se infecte —dijo.

                —¿Qué? ¿Cómo? —respondí desorientada.

                —Son órdenes del doctor.

                —¿Doctor? ¿Qué doctor? ¿Dónde estoy?

                Sin obedecer las instrucciones me arranqué la venda.

                Luces brillantes entraron por todos lados, pero de pronto todo se volvió café, borroso y doloroso. Comencé a gritar de dolor, y me tapé los ojos tanto como pude. Sentí rápidamente a alguien corriendo las cortinas, mientras otras manos acomodaban las vendas en su lugar. Luego una voz conocida me ordeno tranquilizarme.

                —¡Hey!, ¡Charlie! ¡Calma! ¡Deja que la enfermera te acomode esa venda!

                —¿Mario? ¿Eres tú? —pregunté retóricamente.

                —Sí, soy yo. Quédate quieta.

                —¿Cómo llegué aquí?

                —Tuviste un accidente en una tienda, ¿lo recuerdas?

Mi mente comenzó a revolucionar. Todo parecía confuso, pero una vez que pensaba detenidamente, las cosas tenían más sentido.

                —Mis ojos… —susurré—, ¿estoy ciega? —pregunté.

                —Por ahora; tuvimos que extraer pequeñas partes de vidrio. Gracias a Dios no se dañó nada. Charlie… —tocó mi mano—, también encontramos residuos de una agente extraño en tu sangre… ¿tú?

                —Sí, estaba drogada. Aunque eso ya lo sabes; solo quieres escucharlo de mi boca.

                —Tus amigos no fueron muy claros con la policía, ni con nosotros. ¿Ellos?

No conocía mucho a aquellos chicos, pero me habían tendido su amistad, y ya que todo esto era mi culpa, no pensaba delatarlos.

                —¿Qué? ¿Ellos? ¡No!

                —No deberías cubrirlos, aún les van a hacer pruebas a ellos… o ni siquiera estoy segura si ya se los hicieron.

                —Bueno, no lo sé. Yo sí, ellos no sé… ¿Mis padres?

                —No están muy contentos… ¿esperabas otra reacción?

                —No, la verdad no los juzgo. Siempre hago cosas que primero los preocupa, y luego cuando estoy fuera de todo peligro, les molesta. Esta era mi última oportunidad… era la última.

Sin darme cuenta comencé a llorar, pero no por mucho, pues las lágrimas hicieron arder mis ojos.

                —No llores, Charlie; por tus ojos, y porque no me gusta verte así. Te vas a recuperar, aún no sabemos cuándo, pero verás que sí.

                —Supongo que ahora, lo que dice tu hermana de mí… Ahora lo crees de verdad.

                —¿Crees que no conozco a mi hermana? Sé cómo se porta cuando está celosa. No te preocupes por ella. Iré a arreglar unas cosas, regreso tan pronto como pueda.

                —No te vayas —le dije mientras tomaba su mano—, con esta oscuridad me siento más sola que de costumbre.

                <>

                —Me voy —finalizó Mario.

                Lo solté, pero rápidamente sentí una mano suave entre mi mano.

                —Se escuchó más aparatoso que lo que me dijeron que te pasó —dijo Julieta.

                —No estoy tan segura. Estoy ciega —dije enojada—, lo siento, no quiero molestarte a ti… es… yo… no me gusta la oscuridad.

                —No te puedo juzgar, tú has conocido la luz. Yo nunca, así nací, es mi realidad. Por cierto, me dijeron en recepción que te dijera que tu madre viene en camino.

                —¿No te dijeron de mi padre?

                —No. Lo siento.

                —Quizá ya se hartó de mí y mis estupideces. Sí, eso pasa.

                —Ya no te castigues. Siempre hay explicación para todo. Por ahora, en lo único que puedo ayudarte, es en hacerte compañía.

                —¿Tu abuelo se molestó? Creo que rompí varias cosas… —pregunté agachando la cabeza.

                —Yo no me quise meter, pero creo que llegó a un acuerdo con tu madre —suspiró—, pero olvídate de eso, ¿Por qué no hablamos de otra cosa mientras llega tu madre?

                —¿Cómo qué? Porque además de no ver, tampoco pienso. Lo siento, de nuevo. Es que no sé cómo lo haces. Yo hace apenas unos minutos vi luz y después completa oscuridad, tú llevas toda una vida así. Lo que le tiene que pasar a una para poder entender.

                —¡Bah! No es la gran cosa, ya te dije, nunca he visto esa luz a la que te refieres.

                —¿Ni una sola vez?

                —No. Me he perdido los momentos más importantes de mi vida, todos, incluso la muerte de mi madre.

                —Yo no desearía presenciar algo así, sería traumante.

                —Pues yo estuve allí, solo que no lo vi.

                —¿Qué? —pregunté sorprendida.

                —Fue extraño, y confuso. Nunca conocí a mi padre, así que lo único que tenía era a mi abuelo, y a mi madre. Un día escuche gritos, era mi abuelo; luego más gritos, de desconocidos; gente llorando; preguntaba, pero nadie me respondía; no entendía. Después mi abuelo me explico… mi madre se había suicidado, antes de que yo llegara y simplemente me sentara a cantar, porque no la veía. ¿Puedes creerlo? Llevaba casi una hora en la misma habitación con mi madre muerta. No lo noté. No lo presentí.

                —¡Dios! No estás hablando en serio…

                —¿Por qué no lo haría?

                —Hay tantas cosas que me hubiesen gustado preguntarle… Sabes, tienes a tus dos padres, y no dudo que te amen, pero supongo que ser padre es una gran responsabilidad. Tú eres una gran responsabilidad —bromeó.

                —¡Ha! Me da risa, pero tienes razón. Debería empezar por hacer las cosas bien. Madurar, como ellos dicen.

                —Yo creo que eres lo suficiente madura, solo, necesitas saber cuándo y dónde.

                Quise imaginar su sonrisa. Quise imaginarnos a las dos sonriendo. Lo hice, en mi mente se había dibujado una especia de película casera, donde podía recrear todo; era como ver, más incierto.

                Al pronunciar en mi mente la palabra “incierto”, regresaron todos mis problemas. Lo del reloj… el reloj…

                —¿El reloj? ¿Dónde está?

                —¿Tú reloj? No tengo idea, pero en la tienda no está, mi abuelo hizo inventario… Quizá la policía lo recogió. Respecto a eso… ¿viste algo, verdad? Por eso saliste corriendo, ¿qué fue lo que viste como para enloquecer así?

                —Si te lo contara no me creerías… Ni siquiera yo lo creo.

                —Si de creer se tra…

                <<¡Charlie! —escuché repentinamente la voz de mi madre—, vine tan rápido como pude, gracias a Dios estás bien.>>

                —Tengo que ir a ver a mi abuelo, cuando pueda te vengo a hacer compañía —dijo Julieta al soltar mi mano.

                —¡No! ¡Tengo que decirte! —dije aceleradamente.

                —Después, ahora tienes compañía.

Ya no la escuché más.

                —¿Mamá?

                —¿Quién es ella? No la había visto. Se mucho más decente que los muchachitos con los que andabas… Tienen tanto que decirle a la policía, de hecho en cuanto sepan que has despertado vendrán —argumentó con un tono de seriedad abrumada.

                —¿Qué? ¡Mamá!

                —Es la verdad. Tú padre también está en camino.

                —¿Y por qué no ha venido contigo?

                —Tuvo que ir a arreglar algunas cosas de la vinatería. Pero se fue antes de todo esto; no sabiendo que estabas en el hospital. Por si pensabas que no quería verte.

                —Bueno, al menos eso explica su ausencia. ¿Está muy enojado?

                —Ya sabes cómo es tu padre. Pero esta vez yo también estoy molesta contigo. Se supone que ya estabas intentando cambiar. Creí en ti. Convencí a tu padre de que te dejar ir a ese… lo que sea… y luego esto. ¡Dios! Estás en una cama y… y no saben si volverás a ver…

                —¿Qué?, Mario dijo que me recuperaría…

                —No lo saben… puede que sí… o… —interrumpió con sollozos—, tú padre aún no lo sabe, ¿cómo crees que lo va a tomar? Esto lo va a destrozar. Él siempre se culpa de que hizo algo mal contigo… y esto… esto…

                Jamás en mi corta vida había escuchado a mi madre hablar en ese tono. Luego el tonó se volvió más penetrante. Estaba llorando. Sentí ganas de llorar a su lado, pero apenas comenzaron a humedecerse mis ojos, regresó ese ardor. Tuve que llorar sin lágrimas.

 

La noche terminó llegando, pero eso no lo supe hasta que una enfermera se despidió después de cambiarme la bolsa de suero con un “buenas noches”. Mi madre había ido a casa a ver a mis hermanos; seguía esperando la llegada de papá. Aquel día la policía tampoco había llegado; no sabía si era bueno o malo. En mi mente rodeaba aquella imagen; daba vueltas incesantes y pertinentes. Ahora que veía nada, esta imagen se había vuelto una especie de fondo de pantalla.

            Era tan extraño tentar a mi alrededor las sábanas y pensar que de seguro eran blancas; tocar mis brazos y sentir pequeñas heridas que se habían convertido en costra, y que posiblemente estas serían cafés; posiblemente mi piel tenía un color pálido; eran pequeñas cosas que en ese momento se volvían grandes cosas. Si tan solo alguna vez, cuando veía, hubiera cerrado mis ojos por un instante, y sentido sobre mis palmas cualquier cosa a mi alrededor, posiblemente lo hubiese disfrutado; hubiese sonreído. Ahora una sonrisa así parecía una broma.

            Intenté dejar de pensar. Lentamente el sueño comenzó a vencerme.

 

Abrí mis ojos y vi todo blanco. De pronto estaba en un cuarto completamente blanco, incluso yo vestía de blanco. Una oleada de confusión se posó sobre mí. Toque mis ojos; los sentía como siempre. Y la argolla de mi nariz… no estaba.

            —¡Hey! ¡¿Cuándo me trajeron aquí?! De hecho… ¿Dónde estoy? —grité a través de una pequeña ventanilla que sobresalía en la puerta.

            Logré ver a alguien pasar; quizá un enfermero. Pero me ignoró por completo.

            —¡Hey! ¡Quiero salir de aquí! ¡Ya puedo ver! ¡Estoy bien!

            De pronto, y de la nada, se posó el rostro de Mario del otro lado de la ventanilla.

            —¡Mario! ¡Gracias a Dios! ¡Ya puedo ver! —sonreí-, ¡Ya puedo irme a casa! ¡Mamá se va a poner muy contenta!

            El solo me miró sin mostrar expresión alguna. Entonces comencé a preocuparme.

            —¿Qué pasa? ¿Por qué no dices nada? ¿Mario?...

            —Ya sé que puedes ver Charlie. Todos lo sabemos.

            —¿Entonces? ¿Qué hago aquí?

            —Es por tu salud —respondió cortante.

            —¿Por mi salud? ¡Ya estoy bien! No necesito estar en ningún hospital. Esto es un error. Mira, si es por la policía y me estás reteniendo… lo entiendo, pero al menos sácame de este cuarto; me da escalofríos.

            —Charlie, ya te lo dije, es por tu salud… por tu salud mental. Estás trastornada, por eso es que estas aquí; en el Sanatorio Mental de San Marie, justo donde se encontraba la antigua escuela religiosa.

            —¿De qué demonios me estás hablando? ¿Estás bromeando? —comencé a reír—, yo no estoy loca… ¿me escuchas?, ¡Yo, no, estoy, loca!

            Mario sacó una pequeña libretita y comenzó a escribir en ella. Luego negó con la cabeza y me miró fijamente, pero no me veía a mí; era como si analizara un objeto; un paciente.

            —Los síntomas están empeorando. Tendré que enviar a una enfermera para que te de una nueva medicación.

            Mario se retiró, y por más que intenté  seguirlo con la mirada, desapareció de mi alcance. Comencé a gritar desesperadamente. A golpear las paredes recubiertas por una especie de colchón, la puerta, la cama de donde había despertado; empecé a llorar, a reír… realmente parecía estar loca.

            La puerta se abrió y entró un enorme hombre vestido también de blanco, se trataba del mismo que había lastimado a Katherine el otro día en la cabaña, no reconocía su rostro, porque nunca lo había visto realmente, pero yo sabía que era él. Su rostro era realmente horrible; parecía como si nunca se hubiese lavado la cara; tenía vello por toda la cara; unas enormes y gruesas cejas; una nariz demasiado grande y torcida; cabello grasoso; ojos negros como la noche, pero eso no era lo horrible, era su mirada. Luego todo el lugar se impregnó por un olor a carbón quemado.

            Él caminó hacia mí. Yo me recorría cada vez más, pero solo topé con la puerta. Ya no podía alejarme más. Él me miró despectivamente y después con lujuria; me sonrió y sacó de la nada una especie de chamarra blanca llena de hebillas.

            —¡No! ¡¿Qué haces?! ¡No me puedes poner eso! ¡Aléjate de mí!

            Él me ignoró por completo y comenzó a tomarme a la fuerza; comenzó a reír y carcajear como demente.

            —¡¿Por qué no te la pones tú, he?! ¡El enfermo eres tú! ¡Suéltame! ¡Te dije que me sueltes!

            —Apúrate. El doctor me dijo que las medicinas ya no hacen efecto. Así que tendré que inyectarla —dijo una voz femenina al fondo.

            —¡No! ¡No me inyecten! ¡Déjenme salir!

            El enorme hombre terminó venciéndome; me metió en la enorme chamarra y comenzó a abrochar todo lo que entrara en las hebillas. Al quedar completamente atrapada dejé de moverme, simplemente ya no podía más. Sin embargo, el sujeto seguía tomándome entre sus brazos para evitar que hiciera algo.

            —No te muevas, no te dolerá —me dijo mientras su voz se acercaba más y más hacia mí.

            Cuando ella se puso frente a mí la ignoré; tenía la cabeza mirando hacia el suelo; me había vencido. Pero cuando percibí ese aroma, dulce y misterioso, que solo había olido en alguien, levanté la cabeza.

            —¿Katherine?

            —Es un gusto volver a verte.

            —Tú, ¿eres real?

            —Nada de movimientos. Si inyecto esto en el lugar inadecuado podrías dormir para toda tu vida.

            Quedé silenciada por verla. Se veía tan diferente, tan… no ella; tenía delineador por todos los ojos; una mirada fría y vacía; el cabello peinado y alborotado, como si se tratara de una cabaretera. El hombre me tomó del cabello y jaló. Dejé mi cuello expuesto a Katherine. Sentí su respiración sobre este; cerré los ojos; luego sentí claramente como su lengua pasaba por todo mi cuello; fue desagradable; luego me besó debajo de mi mandíbula. Solo sentí un piquete.

 

Abrí los ojos y miré todo oscuro; quería gritar pero mi voz había desaparecido por completo. Una inmensa desesperación me cubrió. Estaba sudando. Me jalé la venda de los ojos; entonces supe que todo había sido un sueño. Todo se seguía viendo oscuro, pero no tan oscuro como si no viera nada; se trataba de la oscuridad de la noche. Podía ver, borroso y en sombras, pero podía ver. Miré a mi alrededor y parecía estar completamente vacío; quizá mi padre había llegado, pero me había encontrado dormida. Estaba algo desorientada, quizá por las medicinas o simplemente por el sueño. Entonces llegó ante mí esa necesidad de desenmarañar todo lo que estaba sucediendo.

            Me paré temblorosa de la cama, me quité el catéter de la mano; me dolió ligeramente. Busqué, con la ayuda de mis manos, algún lugar donde pudiese estar mi ropa. La encontré rápidamente en el segundo cajón con el que me topé. Me vestí. Miré sobre el pasillo, pero seguía estando completamente vacío. Salí de la habitación. No podía caminar muy rápido, pues tenía miedo de caer o tropezar con algo, y terminar haciendo más ruido. Percibí a lo lejos una enfermera haciendo guardia; se veía como dormida. Avancé sin que me notara. Y finalmente salí del hospital.

            Lo primero que se vino a mi mente fue: Julieta. Ella podía ayudarme, era la única en que podía confiar ahora. Posiblemente, la única que me creería, y si no, al menos no me juzgaría de loca. Logré mirar los faros, y gracias a ellos me pude ubicar entre las calles. La luz ya no hacía que mis ojos ardieran, posiblemente porque no irradiaban tanta luz. Camine por minutos, incluso llegué a pensar en haberme perdido. Pero finalmente llegué a la tienda de antigüedades. Busque alrededor del establecimiento intentando encontrar alguna ventana, quizá con suerte se tratase de la de Julieta.

            Tomé piedrecillas y comencé a arrojarlas sobre la ventana, así por minutos. Cuando estuve a punto de perder la esperanza y darme por vencida, se abrió la ventana. No podía distinguir muy bien la silueta, pero seguro se trataba de Julieta.

            —¿Quién es? —susurró.

            —Soy yo… Charlie, tienes que bajar, necesito de tu ayuda.

            —¿Charlie? ¿Qué haces aquí? Deberías estar en el hospital.

Ella desapareció de repente; pasaron un par de minutos, y salió por otra puerta.

            —¿Qué sucede?

            —Primero que nada, no puedo contarte nada ahora, necesito estar segura. Pero sí necesito que me ayudes a llegar al otro lado del río, necesito un bote o algo.

            —¿Por qué ir hasta allá? ¿Estás loca? Ni siquiera puedes ver, podrías caer y ahogarte.

            —Puedo ver, no tan claro, pero puedo ver.

            —Estás loca —gritó casi en silencio—, regresa al hospital, yo no a ayudarte.

            Julieta se dio vuelta e intentó entrar a la casa, pero la tomé del brazo.

            Por favor, tú eres la única que puede ayudarme. La única que podría creerme. Ya nadie cree en mí. Ella se quedó estática sin decir nada.

            —No sé qué está pasando por tu cabeza. Y presiento que algo malo va a salir de todo esto. Mi abuelo tiene un bote; está aparcado a la orilla del lago, es de motor…

            —¡Gracias Julieta! —grité y me tapé la boca—, lo siento. ¿Me acompañarás?

            —Una ciega y una casi ciega. No sé en qué pienso al creer que algo bueno puede salir de esa combinación. Dame unos minutos en lo que voy por una linterna, si puedes ver algo, creo que te será útil.

 

El río se veía más oscuro y tenebroso que de costumbre, pero lograba iluminarse con la luz de la luna. El motor de la lancha parecía ser el único ruido en todo el lado, pero si se apreciaba bien, llegaban a escucharse grillos. Cuando llegamos a la otra orilla tomé a Julieta de la mano y entre las dos nos ayudamos a bajar. Prendí la linterna y logré percibir el mismo camino por dónde había venido con los chicos. Caminamos por al menos una media hora. Ella me ayudaba a no caer, y yo la dirigía hacia el destino. Ella ya no me preguntó más, parecía respetar la idea de que le contaría todo en cuanto estuviese segura.

            Cuando logré percibir la cabaña casi doy un salto de alegría, pero solo me limité a sonreír. Así, y de un momento a otro, entramos. Todo seguía siendo tan oscuro, pero con la ayuda de la linterna se lograba percibir muy bien las habitaciones. No sabía que estaba buscando realmente, pero sabía que tenía que encontrarlo. Caminé y por poco me caído en el hoyo de donde me habían sacado Robin y Max. Entonces sentí algo que me atrajo hacia su interior.

            —Julieta, espera aquí, iré a ver algo —le dije tomándola de la mano y alejándola del agujero—, no camines hacia adelante, hay un hoyo, ahí es a donde voy.

            —Cuídate. Espero que no sea peligroso.

            —Estaré bien.

            Bajé con cuidado y caí sobre ambas piernas. Iluminé los alrededores con la linterna, y comencé a ver mucho más claro que antes. Todo se veía tan normal. Hasta que noté una vieja pared de tabiques viejos. Contrastaban con el resto de la pared porque parecía estar cayéndose a pedazos. Me acerqué y apenas cuando toque uno, fue como si una espolvoreada de tierra se viniese abajo.

            —¿Estás bien? —gritó Julieta.

            —Sí, no es nada.

            Con la linterna comencé a golpear los restos que se habían sostenido, así hasta quitar finamente la mayoría de los tabiques. El polvo se había esparcido todo. No veía nada, y sentí como si se me irritasen los ojos.

            Cuando el polvo cesó, comencé a ver algo blanco. Iluminé con la lámpara, y la luz me dio algo que mis ojos no querían creer.

            Se trataba de un cuerpo, prácticamente una momia. Tenía cabello, era ondulado y rubio. El cuerpo tenía un vestido blanco, y de su cuello colgaba el reloj, el reloj que tantas veces había tocado con mis manos. No podía creerlo.

            "Ahora todo parece tener más sentido, incluso para mí —se escuchó la voz de Katherine detrás de mí."

            Yo permanecí callada, y de un momento a otro me aterroricé, y quise gritar, pero simplemente comencé a llorar.

            —Charlie… —susurró Julieta desde arriba—, será mejor que nos vayamos, hay alguien acá arriba.