La Misteriosa Chica del Lago

San Marie

Mi cuerpo llegaba al punto del éxtasis gracias a la adrenalina mientras me tocaba dentro de mis pantalones, cosa que he amado desde que a los siente años descubrí ese placer por lo que entendí se llamaba masturbación a los trece. Aún recuerdo que me encantaba que el vecino e hijo de la mejor amiga de mi madre viniera a casa solo para meter su mano entre mis pequeñas bragas o inclusive, amaba cuando mi prima yo jugábamos a las doctoras, pero bueno, aquello era cosa de niños y de alguna manera no lo veía de la forma en que lo veo ahora; no, eso sucedió hasta mis trece años; cuando mi primo y yo nos masturbábamos mutuamente, y así cada navidad o fiestas familiares en las que lográbamos vernos.

            Recuerdo que este último me propuso tener sexo, yo jamás acepté, y jamás volvimos a tener nuestros encuentros eróticos.

            Con el tiempo solo he aprendido una cosa con estas experiencias: el placer por lo prohibido es el mejor placer del mundo. Y ciertamente, hacer todo lo prohibido, o lo que se cree prohibido, es una de mis actividades favoritas; por ejemplo: masturbarme en una iglesia a los dieciséis años; seducir al guapo amigo de mi padre a los diecisiete; besar a mis compañeras de preparatoria, y haber tenido sexo con algunas; besuquearme con mi profesor de inglés británico; o hacer lo que estoy haciendo justo ahora; masturbarme en un autobús público.

            Estando en la última fila, los ruidos dentro del autobús casi vacío comienzan a entre mezclarse con el de mis gemidos ligeramente ruidosos, y por debajo de los gritos y sollozos de un niño de al menos cinco años que se encuentra con su madre en el primer asiento del transporte. Entre cierro los ojos cuando pasamos por debajo de los puentes y al abrirlos me doy cuenta de que hay un anciano tres asientos delante y diagonal a mí; se ha dado cuenta, me mira y no dice nada; lo único que hace es guiñarme el ojos un par de veces mientras pasa su mano sobre su entre pierna.

            Yo le respondo sacándole la lengua eróticamente, dejo caer el cigarro que llevo en la mano izquierda y la meto debajo de mi blusa para tocar mis pechos, los cuales he traído libres y sin brasier durante todo el día. Miro hacía el oficial que le llama la atención a la madre del niño y prosigue su plática con el conductor; de pronto el niño deja de llorar y simplemente comienza a reírse, volteo a verle y me doy cuenta de que me está señalando con el dedo índice; la señora se gira y al verme le tapa rápidamente los ojos a su hijo, se pone de pie y obliga al oficial a mirar hacia mi dirección; sigo con la mano dentro de mis pantalones y miró fijamente al oficial que por cuestión de segundos se pasma y disimuladamente se acomoda el pantalón para que nadie se dé cuenta que está a punto de tener una erección.

            El oficial retoma su postura y obliga al conductor a detener el transporte; el primero en bajar es el anciano.

            Saco ambas manos y las levanto en posición de rendición.

            <<¡No estoy haciendo nada malo oficial, al menos que usted lo desee! —le dijo sonriendo y mordiendo el labio inferior de mi boca.>>

            El oficial, ahora enfurecido por mi atrevimiento caminó a paso duro hasta mi asiento y me tomó a la fuerza por un brazo, y me sacó del autobús.

            —¿Qué se supone que estaba haciendo allá adentro? —me preguntó enojado mientras la señora observa detenidamente por la ventanilla del transporte y lo acosa con la mirada.

            —Lo mismo que hace usted cuando nadie lo ve, solo que en un contexto diferente —contesté mientras di un tirón para liberar mi brazo de su mano.

            <<¡¡¡Eso es del diablo!!! —gritó la señora asomándose por la ventanilla.>>

            —¿Ahora resulta que nadie se masturba? ¡Por Dios! ¿En qué siglo vivimos? Que las mujeres no presuman que se masturban como los hombres no significa que no lo hagamos, ¡y por Dios señora! No creo que usted sea tan santa, o por algo lleva a ese niño, y no me diga que no es suyo, porque si le pongo peluca es una pequeña réplica de usted.

            Aquello bastó para que la señora se pusiera roja y comenzara a mirar al oficial con una mirada de muerte. No sabía si el oficial no sabía que decir o simplemente me daba la razón al no responder a lo que había dicho. El oficial toma su radio y llama alguien más hablándole en un argot de claves policiacas.

            —¿Me llevará a prisión por esta noche? —pregunté con un interés insignificante, pues ya había pasado la noche en aquel lugar al menos unas cuatro veces atrás.

            —¿Cuál es tu nombre? —Me preguntó ignorando mi pregunta.

            —Charlie —le contesté secamente.

            Este me miró con cara de pocos amigos y mil enemigos, y entendí que quería mi nombre completo.

            —Charlotte Rose Di Lauri Rodríguez.

            El oficial da el nombre y le responden con el mismo argot.

            —Bueno “Charlie” —recalca mi nombre en un tono más fuerte—, llevarte a pasar la noche detrás de las rejas sería lo mejor que te podría pasar esta noche, así que te llevaremos a un mejor lugar; con tu familia.

            Mi rostro se desperdigó de mi actitud inicial, y en cuestión de minutos llegó otro oficial en una patrulla. La luces rojas y azules me cegaron y cuando menos me lo imaginé sentí como el oficial me tomó de las manos, me esposó y me empujó hasta llevarme al interior de la patrulla.

            "Veamos que opinan tus padres sobre tus actos de esta noche, realmente me gustaría saber la opinión de tu madre respecto a la masturbación femenina, solo espero no sea algo incómodo para ti... Charlie —me dijo el oficial a través de la ventanilla de la patrulla al instante que sonreía irónicamente"

            Solo me puse seria y sentí el viento de la puerta al cerrarse. Aquella noche iba a ser más larga que un día entero en prisión.

            Al llegar a casa no podía dejar de imaginar la cara de mis padres, de alguna manera se suponía que por tener veinte años era totalmente independiente, pero desgraciadamente me había metido en problemas y finalmente se había cumplido la profecía de mi madre, perder mi trabajo aunque mi padre fuera el jefe. Y bueno, respecto a las responsabilidades normales de una hija a mi edad... digamos que no lo he hecho como mis padres lo hubieran deseado. Lo primero con lo que mis padres creen que arruine mi vida fue al haber abandonado la facultad de medicina, y después perder el trabajo que mi padre me ofreció como su recepcionista mientras aclaraba mis pensamientos respecto a lo que quería hacer con mi vida, por lo tanto, y después de no poder pagar la renta de mi departamento terminé regresando a casa.

            Mis padres jamás han tenido una idea clara de lo que hago con mi vida, simplemente creen que la desperdicio, y a pesar de que ya me habían ido a recoger a prisión por cuestiones menores, que en la mayoría eran por culpa de mis “malas amistades”, ahora simplemente no podía imaginar sus caras al escuchar lo que el oficial les tenía que decir.

            Cuando el oficial tocó a la puerta pasaron varios segundos antes de poder escuchar algún ruido, y supuse que mis padres pensarían que se me había hecho tarde en el transporte. Al abrirse la puerta pude ver como el rostro de preocupación de mi madre pasó a ser el de cólera justo en el momento que vio que llevaba mis brazos detrás de mi espalda.

            —¿Señora Rodríguez, supongo? —preguntó el oficial amablemente.

            Entonces, sin verlo venir apareció mi padre con su mirada reprochadora de siempre.

            —¿Hay algún problema oficial? —preguntó seriamente mi padre mientras me miraba directo a los ojos.

            Y entonces el oficial comenzó a enumerar mis actos de aquella noche.

            Mis padres de alguna manera, aunque tenían cierta idea de lo que podía llegar a ser capaz, se sorprendieron, y en cuanto el oficial me dejó en sus manos; tuvimos nuestra tan dichosa y tradicional plática en la cocina.

            —¡Eres la mayor! ¡¿Qué pensarían tus hermanos si ellos hubieran escuchado lo que nos dijo ese oficial?! —gritó levemente mi padre con su cara enrojecida.

            —No es para tanto... ese oficial exageró las cosas —le contesté en su mismo tono.

            —¡¿No es malo?! ¿Cuántas veces has escuchado que es normal masturbarse en un transporte público? ¡Por Dios Charlotte! ¡Había un niño! —gritó en un tono más alto.

            —¿Sabes qué? No pelearé contigo, porque por más que traté de explicarme, nunca tendré la razón, como siempre tú ganas estás “charlas familiares”.

Abrumados y sin darnos cuenta de nuestro tono de voz, terminamos dándonos cuenta de que mi hermana menor, Erin, de cinco años, se encontraba parada sobre la puerta.

            "¿Por qué pelean? —preguntó balbuceando."

            "No es nada, querida. Vamos, te llevaré de nuevo a la cama —le respondió mi madre, quien había permanecido callada durante nuestra pelea."

            Al momento que mi madre salió de la cocina mi padre solo se sentó y entrelazó sus manos sobre la mesa.

            —Eres mi hija y sabes que siempre te voy a querer... —pronunció lentamente.

            —Pero... —dije sentándome nuevamente.

            —Me da miedo pensar que nunca harás nada de tu vida, que nunca te defenderás por ti misma... Nosotros no vamos a ser eternos, y justo ahora no tenemos tiempo para estás cosas... Erin tiene cinco años y Brandon diecisiete... como quiera Brandon, pero Erin... tenemos que cuidar todavía de ella... tú necesitas ser madura y aprender a sobrevivir en este mundo por ti misma... y tengo miedo de que eso no pase.

            —No te tienes que preocupar por mí, papá. Me las arreglaré, solo trata de no hacer lo que sea que te salió mal conmigo a Erin... porque eso es lo que realmente quieres decirme, solo que no te atreves.

            Mi forma de interpretar parecía estar en lo correcto, pues mi padre solo guardó silencio y bajó la mirada hacia sus manos.

            —No creo que hiciéramos algo mal contigo... solo, eres lo que eres. Como sea, tu madre y yo te estábamos esperando para decirte que me ascendieron a jefe de una nueva línea de vinatería.

            —¡Eso es genial, papá!

            —Y por eso tendremos que mudarnos.

            —¿Mudarnos? ¿A dónde?

            —Es una pequeña ciudad a las afueras, se llama San Marie.

            —¿Y qué se supone que tengo que responder a eso?

            —Nada. Tus hermanos ya lo saben y les encantó la idea, viviremos a las afueras de San Marie, cerca de un intenso bosque... puedes ir con nosotros, he escuchado que hay una universidad... si no, entonces ya no sé qué más ofrecerte.

            Mi padre se paró de su silla y simplemente salió de la habitación sin agregar nada más, yo solo me quedé sentada mientras mi mente comenzaba a revolucionar todas las posibilidades.

            La mayoría de las veces no me tomaba las decisiones al instante; de hecho las pensaba demasiado, y a pesar de eso terminaba haciendo algo mal... y por consecuente terminaba en problemas, pero no por causa mía, yo tomaba mis decisiones, de acuerdo a mí, a lo que yo creía correcto, y no a lo que los demás llamaban normalmente “la mejor solución”.

            Miré el reloj sobre el refrigerador; las manecillas siguiendo su camino; cerré los ojos y allí seguían, pero segundos adelantadas mientras el resto de la cocina seguía intacta... Entonces me puse de pie y corrí a alcanzar a mi padre por el pasillo.

            —¡Sí voy! —le grité.

            El solo me miró y sonrió, y después regresó a poner su cara seria.

            —Solo te pido que te controles estando allá, es una ciudad pequeña, y yo no estoy en contra de masturbarse, solo que no lo hagas en público, ¿de acuerdo?

            —No te preocupes, no volverá a suceder —le contesté sonriente mientras ponía mi mano derecha detrás de mi espalda y cruzaba los dedos índice y medio.

           

El ruido del auto parecía haber arrullado a mis dos hermanos, sin embargo yo no había podido cerrar ni por unos segundos los ojos; no era el ruido de la música de mis audífonos lo que me mantenía despierta, ni las risas de mis padres al venir contando esos malos chistes que solo ellos terminaban entendiendo; realmente no entendía por qué no podía dormirme, se suponía que yo era la primera en caer en los brazos de Morfeo, pero justo en este viaje sentía como si no hubiera fuerza que me pudiera hacer dormir.

            Seguí mirando por la ventana como la naturaleza se iba apoderando de todo lo que conocía, lentamente la gran ciudad comenzaba a parecer solo un mito.

            Al llegar a la pequeña ciudad no fue necesario que mis padres me lo dijeran, simplemente, mis ojos quedaron atrapados en el gran letrero rotulado con “Bienvenidos a San Marie” ¿San Marie? Ahora que lo pensaba, no estaba segura si ese nombre se debía a una mujer o un hombre, en todo caso, realmente no me importaba, pero seguramente alguien terminaría contándomelo.

            Entrando a la ciudad la naturaleza tomó un sentido un poco más moderno, en más, entre más nos íbamos adentrando a la ciudad, porque ni siquiera mi padre había mencionado algo acerca de un pueblo, no, realmente se trataba de una pequeña ciudad, y eso me quedaba claro al ver la modernidad del lugar.

            Por un momento ya no me sentí tan mal, realmente parecía un buen lugar; había tiendas; gente bien vestida; coches modernos y uno que otro centro supermercado.

            Nuestro coche siguió su camino y finalmente tomó un camino ajeno a la ciudad, y me refiero a ajeno, porque justo fue en ese momento cuando comenzamos a apartarnos nuevamente de la civilización.

            —¿Papá? ¿A dónde vamos? —pregunté consternada.

            —A nuestra nueva casa —respondió en un tono burlón.

            —No sé si te has dado cuenta  o no, pero la ciudad está quedando atrás…

            —Lo sé, ¿no pensabas que nuestra casa se encontraría dentro de la ciudad? ¿O sí?

            —Sí, eso es justo lo que había pensado.

            —No te preocupes, te compraremos una bicicleta —Siguió burlándose.

            Yo solo me crucé de manos y comencé a ver otra ciudad alejarse de mí.

            Pasaron al menos unos diez minutos cuando mis ojos se abrieron el doble de tamaño y comencé a ver aquella hermosa y enorme casa parecida a un castillo; mi padre solo se giró hacia mí y me sonrió místicamente.

            Cuando el auto paró, mi padre sacó de su bolcillo un pequeño control remoto y justo al presionarlo se abrió el enorme portón que cubría la vista de la planta baja; así que cuanto este se abrió solo me fasciné el doble cuando vi el resto de lo que sería nuestro nuevo hogar.

            Mis hermanos parecían haber sido poseídos de un momento a otro, ya que al estacionarse el auto salieron de este a toda marcha y sin una dirección.

<<¡No se vayan lejos! —gritó mi madre.>>

            Pero estos solo parecieron ignorarla.

Aún alerta, bajé sin tener ninguno de aquellos dolores después de un largo viaje, es más, me sentía como después de un masaje de spa.

            —El camión con las cosas tardará al menos media hora en llegar, ¿quieres ir a ver el interior de la casa y escoger tu cuarto? —me preguntó mi madre.

            —Supongo.

            —Te encargo a tus hermanos —me ordenó mientras me daba las llaves y se regresaba hasta donde estaba mi padre.

            El interior de la casa tenía un estilo antiguo que contrastaba con el exterior, y al notarlo mi padre no dudó en explicarme que habían remodelado la casa hace apenas un par de meses, sin embargo, aún le faltaban algunos detalles que pensaba arreglar.

            Comencé a subir las escaleras hacia el segundo piso para poder encontrar un buen cuarto antes de que mis hermanos se posesionaran de alguno, pero antes de darme cuenta aparecieron corriendo y me adelantaron en la subida.

            <<¡Yo quiero el más grande —gritó Erin a todo pulmón, haciendo que un ligero eco retumbara por toda la casa.>>

            "Quítate chaparra —le respondió Brandon enojado"

            <<¡¡¡Hey!!! ¡¡¡Con cuidado!!! ¡¡¡No quiero ver huesos rotos el día de hoy!!! —grité.>>

            Como mis hermanos corrieron hacia mano derecha yo decidí ir hacia la izquierda e intentar buscar algo para mí. Al caminar y pasar el baño noté unos escalones que se subían todavía más arriba, supuse al instante que se trataba de un ático, y sin pensarlo dos veces comencé a subir hacia este.

            A primera vista el lugar estaba lleno de cajas empolvadas, mi percepción comenzó a experimentar una remodelación idealista y simplemente terminé escogiendo aquel lugar para mí. Lo primero que hice fue mover unas cajas que estorbaban a la gran ventana que daba hacia la parte trasera de la casa. Cuando la luz entro en todo su esplendor me sentí llena de tanta tranquilidad; todo un bosque entero se veía sobre la ventana y a lo lejos, pero muy lejos parecía verse un lago. De pronto una luz me hizo cerrar los ojos y giré mi cuerpo rápidamente para saber de qué era; se trataba de un espejo de cuerpo completo en el que rebotaba la luz de la ventana.

            Me acerqué a él y me miré fijamente; me veía tan mal, tal y como te vez después de un viaje, a pesar de que me sentía de maravilla; el rímel parecía haberse corrido en todas direcciones y la argolla de mi nariz simplemente parecía no tener brillo; me acerqué más y miré mis ojos, que más que verdes y brillantes se veían como el verde de un pantano olvidado; mi cabello parecía no tener brillo y revoloteaba sin sentido.

            Jamás me había visto tan mal.

            —¿Qué se siente ser tan bonita? —escuché decir a Erin detrás de mí.

            —No lo sé, siempre he querido preguntarte eso —le contesté mientras Brandon nos llamaba a ambas para bajar.

            Al parecer ya había llegado el camión de mudanza.

            El resto del día pareció pasar como de rayo, tan pronto como todas las cosas fueron metidas a la casa la noche cayó.

 

Aquella noche decidí no cenar con todos fingiendo que estaba muy cansada, la verdad quería acomodar unas cosas antes de dormir, y entre eso también estaba echarle un ojo a las cajas viejas. Sin embargo, justamente al empezarlas a abrir me entré un profundo sueño, así de pronto todas aquellas fuerzas parecieron haber sido absorbidas misteriosamente; la cabeza comenzó a dolerme al igual que mi espalda y coxis. ¿Cómo podía sentirme tan mal de un momento a otro? Realmente nunca lo supe, como tampoco supe en que momento me quedé dormida aquella noche, pero lo que sí sabía era que esa misma noche había tenido el primero de una serie de sueños y pesadillas.

            Mi sueño… mi primer sueño, aún lo recuerdo como si lo hubiera soñado hace unos segundos. De pronto me encontraba en una enorme plaza en un pequeño pueblo que desconocía; estaba vestida de blanco con un lindo vestido que caía casi hasta el suelo; miraba hacia todos lados intentando resolver la incógnita de dónde me encontraba; de pronto comenzaban a aparecer más chicas vestidas de blanco; y posteriormente también hombres con traje negro. ¿Una boda? Una boda… eso fue lo primero que me pasó por la cabeza.

            De un momento a otro todos comenzaban a hacer parejas, hombres y mujeres, y se veían tan felices; yo… yo de alguna manera sabía que estaba esperando a mi pareja, pero no sabía de quién se trataba, pero estaba feliz a la espera de su llegada. Luego alguien se acerca y me señala hacia un extremo opuesto; se venía acercando una chica vestida igual de blanco; se acercó tanto a mí y me miró fijamente sin dejarlo de hacer en un solo instante.

            Jamás la había visto, y de alguna manera su rostro tampoco se grababa en mi mente, ni siquiera al despertar. Yo le sonreí y comencé a sentir como mi corazón se aceleraba al punto del colapso; mis manos comenzaban a sudar. Le miraba directo a los ojos, y me miraba a mí, tal y como siempre me recordaba; con mis ojos verdes iluminados por mil candelas y mi cabello café y lacio cayendo sobre mi rostro; mis pecas claras; mi nariz sin mi argolla; y sin una sola gota de maquillaje.

            La seguí mirando y sentí ese deseo de acercarme más; lo hice. No sé cómo pero también tenía esa certeza de que ella no me conocía, como si fuera la primera vez que nos conociéramos. Estaba expectante a su reacción, si yo le agradaba o no, y entonces también entendí que nadie en aquel lugar se conocía, todos estaban allí por primera vez.

            Ella siguió mirándome a los ojos, y después me sonrió; no recordaba cómo era pero sabía que esa era la sonrisa más hermosa que jamás había visto. Luego y así, de la nada ella me besó, y yo le correspondí con el beso más apasionado que jamás había dado en todo mi vida.

            Todos nos observaban, sabían que éramos una pareja diferente, pero sin oponerse solo sonrieron y comenzaron a aplaudir, aplaudir sin cesar.

            Y de pronto desperté.

            Desperté agitada y con una sonrisa sobre mi cara; estaba sudando y un zumbido entraba por mi oreja izquierda y salía por la derecha solo para volver a entrar y salir en sentido contrario. El zumbido se entre cortaba y escuchaba una voz que no distinguía, ni siquiera en género, solo era una voz, pero era una voz cantando… eso sí lo sabía. Me paré bruscamente y encendí la luz, las cajas estaban todas abiertas y no recordaba haberlas abierto; caminé hacia el espejo y me miré; todo parecía estar bien; me veía mejor de cómo me había visto anteriormente en el espejo; justo como en mi sueño; y tampoco recordaba haberme desmaquillado o haberme quitado la argolla… estaba confundida.

            Y entonces sentí esa fuerza que me había mantenido despierta durante el camino; y percibí que no sentía dolor de espalda o de cabeza; ya no tenía sueño ni me sentía cansada; y el zumbido había desaparecido.

            El resto de aquella noche regresé a la cama sin poder cerrar los ojos, y los rayos de luz volvieron a entrar por la ventana solo para volver a rebotar contra el espejo.