La Misteriosa Chica del Lago

Un Adiós Bajo el Agua

Insistí en no responder, más que por gusto, porque ella parecía absorberse mis palabras. Tenía la necesidad de congelar ese momento, de disfrutarlo por el resto de mi vida, de inmortalizarlo. Ella seguía fijamente ante mi mirada, levantó su mano, y del lado opuesto de la palma de la mano inició un viaje por mi mejilla. Sentir su calidez sobre mi piel tirada a congelarse hacía un contraste claro, mágico, enteramente enloquecedor. Mis ojos se cerraron como una un girasol al dejar de recibir los rayos del sol, y lo comparo con esta flor, porque en ningún segundo pensé en hacerlo, fue un acto involuntario e inconsciente. Alguna vez escuché decir que cuando dos personas al besarse, cerraban los ojos, era porque se trataba de un verdadero amor, y quien no amaba, no cerraba los ojos; a pesar de escuchar esto, nunca lo he creído, ni porque pasa, ni porque no pasa, hay cosas que pasan, misterios, que nunca deberían resolverse, porque ese misterio; ese misterio es lo que lo hace tan mágico. Bueno, ella no necesitaba besarme para hacerme cerrar los ojos, simplemente bastaba con su cercana presencia.

            Abrí mis ojos lentamente cuando dejé de sentir su mano, quería observarla; observarla hasta cansarme. Ella seguía allí, en ese mismo lugar, sin haberse movido ni siquiera un milímetro. Incluso, bien podía decir que la sentía más cerca, pero la razón era otra; yo, yo me había acercado más hacia ella. Las puntas de nuestras narices estaban juntas, bajó su mirada y la dirigió hacia mis labios, entendía lo que quería con esa mirada, quizá podía interpretarla como un permiso, un permiso para besarme.

            Mi cuerpo parecía trabajar individualmente, pues mientras la seguían mis ojos con su mirada, mi mano derecha buscaba la suya. Di un pequeño desliz con la mirada hacia la orilla del bote, donde su mano yacía desnuda, su piel pálida por el frío, las coyunturas de sus dedos rosadas, y esas suaves y ligeras venas que se exaltaban por la presión de su cuerpo contra el bote. Seguí la orilla con la palma de mi mano hasta que llegué a su mano, pero sentirla fue incluso antes de tocarla, su calor o alguna otra presencia me hizo saber que su mano estaba cercana a la mía. Entonces yo miré hacia nuestras manos, ella sonrió y puso rápidamente su mano sobre la mía y la apretó muy fuerte, y después, junto con la mía se apartaron de la orilla.

            Sin perder más el tiempo, y con mi mano libre, la tomé del cuello y la atraje hacia mí. Nuestros labios chocaron, como dos trenes a toda velocidad uno frente al otro; como dos extraños que se golpean hombro con hombro; como una pelota de béisbol chocando contra un cristal; y al mismo tiempo como una atardecer que se desploma sobre la costa de una playa virgen. Jamás podría describir aquello tan fielmente como lo sentí, y hacerlo solo sería mentir desconsideradamente.

            Sentí su cuerpo sobre el mío, y con su otra mano me tomó por la espalda. El besó perduró en una sola pieza, no fue como meter el erotismo en su plenitud total, fue como una conexión espiritual, como si nuestras almas trataran de comunicarse a través de nuestros cuerpo, y sé que esto puede sonar lo más cursi y tonto del mundo, pero esa es la única manera en que puedo describirlo en palabras, y aun así, las palabras no me bastan. Pero aquel momento tan mágico y místico se rompió como la cinta de una película de cine en plena éxtasis de la película.

            Nos ahogamos, literalmente.

            A lo lejos y a la vez no tan lejos, se escuchó un fuerte disparo, no como un disparo de esos que se escuchan en las películas de acción, no, este fue más penetrante, más ensordecedor, fue… no lo sé, de un momento a otro ambas saltamos del susto al mismo tiempo que nuestros labios se separaban solo para dejar escapar un grito escalofriante. Ella me soltó de la mano y se recargó sobre la misma parte del bote, pero resbaló y al querer sostenerla hicimos que nuestro peso terminara por voltearlo. Así fue como aquella escena terminó bajo el agua, ahoga en miles de galones de agua turbulenta.

            Abrí mis ojos bajó el agua, todo era gris. Intenté buscarla, y al no encontrarla solo comencé a patalear para intentar subir a la superficie, pero mi cuerpo no cedía, no podía subir. Giré todo mi cuerpo y me vi, como si fuese un espejo, era yo sonriéndome… yo, con un vestido blanco… flotando bajo el agua… y ella, o yo, o lo que fuese me saludó, pero no sé porque razón pude entender que no se trataba de un saludo parecido a un “hola”, tuve rápidamente presentimiento que se trataba de un adiós.

            Bruscamente el aire comenzó a acabarse, mis pulmones comenzaron a colapsarse, intentaba mantener le poco aire dentro de mi boca, pero solo abrirla significaba dejar escapar una bocanada de aire, luego ya no había más que dejar salir, y comenzó a entrar… tragué agua, lo sentí tan claro, luego respiré y un ardor entro por mi nariz y luego la presión me venció, respiré y tragué líquido solo para quedarme dormida.

            Mi cuerpo se sintió frío en un momento, estaba temblando, luego un sentimiento de querer vomitar me recorrió, y entonces abrí los ojos; estaba borboteando agua. Katherine me tomó por la espalda y me obligó a sentarme. Ella me estaba hablando, parecía gritarme, pero un fuerte y agudo ruido impedía que la escuchara. Luego el agudo ruido comenzó a descender, lentamente, entonces la escuché.

            —¡¡¡¿Me escuchas?!!! ¡¡¡¿Me escuchas?!!! ¡¡¡¿Estás bien?!!! ¡¡¡Háblame!!! ¡¡¡¿Me escuchas?!!!

            Yo no podía contestar, en parte el agua había afectado mi garganta, me ardía. Pero a pesar de que escuchaba sus preguntas y de cierto modo las comprendía… no podía, simplemente no podía responder.

            Ella tomó mi cabeza entre sus dos manos y me habló nuevamente.

            —¡¡¡Charlotte!!! ¡¡¡Di algo!!! ¡¡¡Lo que sea!!!

            —¿El beso fue real? —le contesté balbuceando.

            Ella me miró con una ternura increíble; la miré y noté lo empapada que estaba, también temblaba. Entonces se acercó, se arrodilló y me besó, y volvió a besar y así en pequeños besos sucesivos; luego me abrazó.

            —Gracias a Dios despertaste… pensé…

            —Hierva mala nunca muere… —dije bromeando.

            —¿Mala? Yo no creo que tengas un gramo de mala, pero…

            —Pero… —continué.

            —¡¿Por qué no me dijiste antes de venir que no sabías nadar?! —preguntó regañando.

            —No quería perder la oportunidad de estar contigo.

            —¡Eso! Ni siquiera sé si catalogarlo como algo lindo o estúpido… es estúpidamente lindo, pero no debiste hacer eso… ¡Dios! Te pudiste haber ahogado… y hubiese sido mi culpa —agregó en un tono culposo.

            —¡No! La culpa hubiera sido mía… lo siento… yo… pero, yo sé medio flotar… no sé cómo no pude al menos salir a tomar una bocanada de aire antes de…

            —En situaciones como esas nos volvemos inútiles… solo nos queda el instinto, y el tuyo no es muy bueno…

            —Gracias, mi instinto se siente halagado…

            Su mirada de preocupación parecía real, era real. Y yo me sentía culpable de verla así. La tomé de la mano y le sonreí, después me recargué sobre su hombro. Ella recargó su cabeza sobre la mía y nos mantuvimos en silencio, así, claramente los latidos de mi corazón comenzaron a regresar a su ritmo habitual.

            El sonido de unas manecillas y el del viento comenzaron a mezclarse, cerré los ojos y el sonido se volvió más fuerte.

            —¿Qué es ese sonido? —preguntó Katherine-, ¿es un reloj?

            Yo no pensaba responder nada, pero ella apartó su cabeza y comenzó a buscar de dónde provenía el sonido. Luego acercó su cabeza hasta mi espalda, y se mantuvo así por segundos.

            —¿Viene de ti?

            —¿Qué?

            —El sonido, el reloj… sí, es tuyo.

            Yo sin más, y sin recordar lo que había pasado la última vez que había tocado con conciencia el reloj, lo saqué de mi bolcillo. Lo puse entre mi mano derecha, no sucedió nada. Katherine lo observó por unos segundos.

            —Es viejo… ¿lo encontraste en tu casa?

            —Algo así…

            Las dos miramos el objeto, y de pronto dejó de sonar.

            —¿Por qué ya no suena? —preguntó retóricamente.

            —Quizá sea por el agua —respondí indiferentemente.

            —Posiblemente, lo siento.

            —¿Por qué? —pregunté.

            —Porque ahora ya no sirve tu reloj.

            —Valió la pena —dije sonriendo.

            Dejé el reloj a un lado y la acaricié su mejilla, le di un beso, y me levanté con dificultad, ella me ayudó.

            —Será mejor que nos vayamos a casa… casa… ¿Tu bote? ¿Dónde está? —pregunté preocupada.

            Miré hacia la orilla y no vi nada, luego la miré a ella.

            —No tengo idea, me preocupé más por sacarte a ti, que intentar mantener el bote cerca de nosotras.

            —Yo… podemos conseguir otro, o puedes quedarte en mi casa y hablamos con mis padres para poder dejarte en casa.

            —No es necesario… mí tío tiene otro, y cuando se dé cuenta que no he llegado… seguro vendrá por mí… siempre que llego tarde me busca al muelle.

            —Aún es temprano… creo —dije desorientada.

Puse mi mano sobre mi bolcillo para sacar mi celular y recordé dónde se había quedado. —Sabes, ¿por qué no vamos a mi casa, te cambias, tomamos algo caliente y regresamos al muelle?

—Me parece un hermoso plan, y si comenzamos a caminar ahora… sería mejor.

—Claro.

La tomé de la mano, y como en una historia de amor a la antigua, iniciamos el camino con las manos estrechadas.

Debes en cuando intercambiábamos miradas y nos sonreíamos, a pesar de estar fría por el agua, podía ver claramente como sus mejillas se enrojecían cada vez que la miraba, pero yo veía aquello como una señal de timidez, más bien, simplemente era una respuesta del cuerpo.

Cuando llegamos a mi casa ella se detuvo de pronto, y me jalo mientras permanecía estática en su lugar.

—¿Esa es la famosa casa de la que todo el mundo habla? —me preguntó con una sonrisa.

—Sí, ¿te estás riendo? —le pregunté mientras la soltaba de la mano y me cruzaba de brazos.

—Bueno, yo me la imaginaba más tenebrosa… recuerdo alguna vez haberla visto… no sé, una vaga idea, y se veía completamente diferente.

—Bueno, tengo entendido que la remodelaron o algo así.

—Entonces ahora lo entiendo.

—¿Qué?

—Pues por qué los espíritus están enojados… nadie les preguntó sobre el color de las cortinas…

Giré mi cabeza hacia la casa y miré a lo lejos las cortinas, para mí parecían perfectas, simplemente eran blancas.

—Creo que se ven lindas —dije sin expresión en el rostro.

—¿No has visto el resto de las casas?

—No entiendo, ¿qué me estás queriendo decir?

—Te apuesto, a que no vas a encontrar una sola casa con las cortinas blancas.

—¿Por qué? No me digas que es otra de las historias de este pueblito.

—Pues sí.

—¿Me la vas a contar?

—Claro, mientras caminamos hacia tu casa…

La tomé de la mano nuevamente y la dirigí hacia la puerta de la casa.

Ella comenzó a contarme la historia, realmente estaba clavada en su historia, y en algún momento me perdí en una epifanía casi tan tangible como estar tomándola de la mano.

Allí estaban unas niñas, vestidas de blanco, en una antigua escuela religiosa. Todas parecían estar riendo entre dientes y tener la vista sobre otra, pero esta estaba excluida, hasta el fondo del pasillo. Las largas cortinas caían y revoloteaban entre todo el pasillo, eran también blancas, y la luz que entraba por las ventanas las hacía iluminar mil veces más. Las cortinas parecían ocultar el rostro de la niña excluida; yo, yo de pronto estaba ahí, y quería acercarme, quería quitar todas esas cortinas para poder verla, para ver su rostro. Pero aquello era imposible, las cortinas traspasaban mis manos, yo realmente no estaba ahí. Luego la luz de las ventanas desaparece, las risas burlonas de las niñas cesan, y las cortinas caen y dejan de moverse, pero la niña sigue en el mismo lugar. De repente, aparece un hombre tras de mí, y me atraviesa, yo no siento nada. El hombre es muy alto, y parece estar vestido con un overol sucio, pero lo que más me llama la atención son sus grandes botas negras llenas de lodo. Él toma a la niña, pero sigo sin ver su rostro. Luego creo ver que la acaricia en el rostro, se acerca más hacia ella, y la besa. La niña no se resiste, y lo toma de la mano, él se da la vuelta y comienza a caminar tomándola de la mano, entonces puedo verla… mi percepción no lo comprende, y de alguna manera se exalta, era… parecía un niño, y la vez una niña, era como un ángel, un ser andrógino que no pertenece a ninguno de los dos géneros… Yo, los veo alejarse, y de pronto las cortinas se vuelven rojas, tan rojas y líquidas como el agua, y el viento, el viento se tiñe de un olor a carbón… luego, todo desaparece y estoy de vuelta en casa, en mi habitación.

—¿Me pusiste atención? —me pregunta Katherine.

—Sí… yo… ¿qué pasó con la… el...?

—Era niña, una niña andrógina… bueno, después se enteran que este señor abusaba de la niña, le hacía creer cosas para tenerla a sus pies… pero un día la niña no lo soporta y se niega. Él la viola y la golpea hasta matarla. Bueno, eso es lo que se dicen. Los padres estaban obviamente asustados y todos sacaron a sus hijas de esa escuela, y después el simple hecho de ver cortinas tan largas y blancas en las casas les hacía recordar aquello sucedido… así que…

—Las quitaron —completé.

—Sí, pero no te preocupes… después de quitar esta escuela religiosa, pues no les quedó más que derrumbarla.

—¿Y que hay ahora allí?

—No lo sé, nadie sabe dónde quedó… además, si la gente hace eso de no poner cortinas blancas es más por costumbre, que por el recuerdo.

—¿Y no hay problemas por usar vestidos blancos, como el tuyo? —pregunté riendo.

—No lo sé… yo amo mis vestidos blancos, y si la casa de mi tío no tiene cortinas blancas, es porque simplemente no tiene cortinas.

—Katherine… este hombre… ¿qué era realmente? —pregunté intrigada.

—Ya te dije… era el multiusos de la escuela, hacía de todo… cortar pasto, limpiar pisos, reparar ventanas… llenar los calderos en temporada de frío…

—Oye, ¿estás bien? —preguntó preocupada.

—Sí, es solo que… ¡no importa!, será mejor que nos cambiemos… te traeré algo para que te cambies.

Caminé hacia el baño y tomé algunas toallas, después hacia unos cajones y saqué un viejo y sencillo vestido casual que no había utilizado en años, pero justo hoy, parecía ser perfecto para ella.

            —¡En serio lo siento! —me dijo desde la puerta.

            —¿Por qué?

            —Arruiné tu reloj y esta cosa… ¿por qué no me lo dijiste?

            Yo no entendía lo que ella me quería decir, me acerqué hacia ella y miré, se trataba de mi celular, estaba justo donde lo había dejado, pero no estaba conectado, más bien estaba mojado, rodeado de un enorme charco de agua, y además tenía la pantalla estrellada.

            —Yo… yo no me lo llevé…

            —¿Estonces?

            —Sabes, lo he pensado y deberías abrir el reloj, quizá esté lleno de agua y por eso no funciona.

            —No entiendo, lo dejé cargando antes de irme…

            —Si quieres dámelo y lo intento arreglar… a veces leo los libros que tiene mi tío para arreglar cosas…

            —¿Qué? —le pregunté.

            —No me estabas poniendo atención —respondió enojada.

            —Sí…  ¡Dios! ¡Me voy a volver loca! —grité.

            Katherine se sorprendió, y bajó la mirada.

            —¡No! No por ti… soy yo… últimamente me pasan cosas locas… ten —dije y le entregué el reloj—, yo no puedo abrirlo, pero si tú tienes suerte…

            Ella lo tomó y como si fuese magia lo abrió.

            Me sorprendí de aquello, me acerqué. Ella lo miró con la mirada perdida, y después simplemente lo dejó caer.

            —¡Lo siento! ¡Tengo que irme! —dijo apurada mientras se dirigía hacia la puerta.

            —¡¿Qué?! —pregunté tajante—, ¿Qué pasa?

            Ella salió prácticamente corriendo sin responder. La sigo hacia la puerta, y rápidamente regreso para tomar el reloj, este había caído cerrado. Intenté una vez abrirlo, y la segunda me di por vencida y salí para alcanzar a Katherine. Bajé las escaleras tan rápido que casi tropiezo antes de llegar. Llegué a la puerta principal y vi a Erin saludando hacia la salida del portón.

            —¿Viste hacia dónde se fue? —le pregunté suponiendo que le decía adiós a Katherine.

            —¿La niña bonita? —preguntó sonriendo.

            —Sí, la niña bonita… ¿se fue hacia allá? —señalé hacia donde estaba el camino de muelle.

            —Ella dijo que te dijera que no iba a ir al muelle porque tenía que hacer algo.

            —¿Qué?

            —No me lo dijo, ¿por qué estaba llorando? —me dijo con la mirada triste—, ¿le hiciste algo malo?

            —Yo... ¿qué hora es? —le pregunté.

            —¿Y tu celular?

            —No sirve.

            Ella miró su pequeño reloj de mano, sonrió y me dijo:

            —Las dos p.m.

            —¡Joder! ¡Otra vez! No entiendo…