La Misteriosa Chica del Lago

Esquizofrenia

Estando inconsciente pude ver algo, algo entre en medio de toda aquella oscuridad. No lo entendía. Era una luz pequeña, que se iba haciendo más grande, y mientras más me acercaba a ella, esta se iba haciendo más grande. De pronto la hermosa luz se volvió dolorosa, se volvió cegadora. Todo se iluminó. Y luego el ruido se fue integrando, y todo comenzó a tomar razón.

            <<¡Muchacha! ¿Me escuchas? —decía impertinentemente una voz.>>

            Abrí los ojos y la luz cegadora prosiguió, pero ahora era mucho más soportable. Pude imaginar cómo mis pupilas se dilataban a la entrada de la luz. Pude entender todo claramente hasta que un hombre, el hombre que me hablaba, ponía una lamparita minúscula sobre mis ojos. Después pude ver bien. Estaba vestido de blanco. Era un doctor.

            —¿Qué pasó? —pregunté todavía desorientada.

            —Estás en el hospital público de San Marie —contestó amablemente.

            Cuando abrí los ojos en su máximo esplendor y comprendí lo que sucedía, comencé a recordar. Lo entendía, me había desmayado en el muelle. Posiblemente mis padres habían ido a buscarme, y al encontrarme inconsciente me habían traído al hospital más cercano.

            —¿Dónde están mis padres? —pregunté.

            Sin saber lo grave de mi estado intenté ponerme de pie. Bajé de un salto de la camilla y el doctor me tomó del brazo para evitar que tropezara con mis propios pies. Si no lo hubiera hecho posiblemente si me hubiera caído. Lo observé y le sonreí para agradecerle. Cuando lo miré no pude evitar verlo detenidamente. Era muy apuesto y joven. Se trataba de un moreno con ojos verdes. Quizá ver mis ojos verdes sobre mi tez clara no era la cosa más original del mundo. Pero verlo en una piel como la de él, simplemente era hermosos.

            El me miró, sonrió espontáneamente y me soltó.

            —Llenando papeleo —dijo.

            —¿Me desmayé?

            —Así fue, tus padres se asustaron porque por más que intentaban despertarte… creo que caíste en un profundo sueño.

            No dije más, luego mis padres aparecieron al otro lado del pasillo. Mis hermanos venían con ellos, y Erin soltó la mano de mi padre para correr y abrazarme.

            —¿Ya estás bien, Charlie? —me preguntó.

            —Sí pequeña princesa… ya me siento mejor.

            —Nos distes un susto tremendo —dijo mi al llegar hasta donde estábamos—, doctor, ¿qué fue?

            —Hicimos unos estudios rápidos y parece que su hija está muy baja anímicamente… ¿Te has estado alimentando bien? —me preguntó.

            —Normal, me alimento como siempre… pero… pero me he estado sintiendo algo rara, como si de la nada me sintiera excesivamente cansada.

            —¿Estás tomando algo más? ¿Fumas, bebes o …? —se me insinuó el doctor.

            —¡No! Nada de eso —respondí inmediatamente, aunque me hubiera gustado decir que no últimamente.

            —¿Segura Charlie? —insistió mi padre—, No sería la primera vez que tenemos problemas contigo por comiendo cosas… —volvió a insistir mi padre.

            —Bueno, por ahora solo te enviaré un complemento para arreglar ese bajón de energía. ¿De acuerdo? —interrumpió el doctor.

            Mi padre solo se cruzó de brazos.

            —Bueno, será mejor vayamos a casa —sugirió mi madre en un tono más calmado—. ¿Me da la receta para ir a la farmacia? —le sugirió mi madre al doctor.

            Mis padres se encaminaron hacia la farmacia. Mi padre tomó de la mano a Erin y se la llevaron. Pude ver a lo lejos como mi padre le decía algo, y mi pequeña hermanita volteaba a verme. Seguramente le decía que se portara bien si no quería terminar como yo. Mi hermano permaneció a mi lado. Miró al doctor celosamente, y este simplemente partió hacia la dirección de mis padres.

            —Mi papá está muy enojando, dice: que si de nuevo estás medita en drogas…

            —¡No lo estoy! ¡Por Dios! Solo fue una vez… ¿Por una vez en mi vida no pueden creer que de verdad estoy enferma? —contesté enojada.

            —Ya sabes cómo es él, como sea, será mejor que este doctorcito ponga sus ojos en otro lugar, no es profesional, no me agrada.

            —¿Qué dices? —pregunté desconcertada.

            —¿Qué no notas como te mira? Si pudiera te desnudaría con la mirada.

            —¡Brandon!

            —¡¿Qué?! ¿Me vas a decir que no te das cuenta?

            —Estoy convaleciente… nadie en mi estado se fija en esas cosas… Además, en todo caso, de mí no te tienes que comportar como el hermanito celoso, creo que eso te toca con Erin, y si te puedo dar un consejo sería que tampoco lo intentes con ella. En esta familia las mujeres no necesitan hombres celosos y controladores, somos autosuficientes.

            —¡Cómo quieras! —dijo enfadado y se fue.

            Me quedé pensativa por unos instantes. No por lo de Katherine, sino por lo que había dicho mi hermano. Pero después comencé a pensar en Katherine, y seguí preguntándome qué tanto había sido real de todo aquello… ¿Y si había sido un sueño? ¿Y entonces de dónde había salido el raspón de mi codo? Estas preguntas solo me llevaron a un dolor de cabeza agudo. Toqué mi cabeza, y escuché la voz del mismo doctor, pero no entendí nada.

            —¿Qué? —dije descortésmente.

            —Pregunté si tenías dolor de cabeza, para darte unas pastillas.

            Esta vez lo miré más detenidamente, tenía una mirada tierna, no pervertida. Mi hermano solo estaba exagerando.

            —Algo, pero pronto se me pasará.

            —¿Segura?

            Asentí con la cabeza.

            —Tus padres están esperando las pastillas, hay mucha gente. Yo… por cierto, me llamo Mario.

            —Mucho gusto, yo soy Charlotte, pero supongo que eso ya lo sabes…

            —Sí, de hecho es lo primero que nos dan después de la sintomatología.

            —¿Sintomolo…?

            —Que nos dicen qué tienes.

            Sonreí.

            —Sé que esto es muy poco profesional… pero tus padres me dijeron que son nuevos por aquí…

            —Parece que ya te contaron toda la historia.

            —No tanto, pero supongo que conoces a nadie… así que pues… no lo sé —comenzó a hablar en un tono nerviosos—, si algún día quieres salir a platicar con alguien o simplemente por puro placer de compañía…

            —Suena genial, de hecho espero hacer amigos ahorita que entre de oyente a la universidad, pero igual nunca está de más la compañía de una persona profesional… Ya sabes, a veces son necesarias las conversaciones maduras.

            Él sonrió y se sonrojó, sacó de su bata una pequeña libretita y comenzó a apuntar.

            —Toma, es mi número. No dudes en llamarme.

            —Claro, solo espero no molestarte mientras operas a alguien o algo así.

            —No te preocupes por eso, igual y si no contesto a la primera sé que comprenderás que no es porque no quiera, insiste.

            "Charlie, ya tenemos las pastillas —dijo mi madre desde el fondo del pasillo."

            Mi hermano llegó rápidamente de un momento a otro y me tomó del brazo como si de verdad estuviera muy enferma. Miró a Mario fulminándolo con los ojos, y me prácticamente me jaló. Le sonreí a Mario y salí de la sala.

            En el automóvil nadie parecía tener ganas de hablar del tema, pero sabía que mis padres se morían de la angustia por saber el porqué de haber salido corriendo como loca. La noche que había llegado inesperadamente parecía también haber acarreado el silencio.

            Cuando entramos al camino hacia la casa mi mirada se fijó nuevamente hacia la dirección donde se suponía tenía que estar el dichoso letrero del muelle. Espere ansiosa a que pudiera ver la señal, y finalmente lo hice… ¡allí estaba!, tan como lo recordaba, incluso tenía las ramas rotas que le había quitado para poder ver el mensaje completo. Yo estuve allí, hasta esa hora todo había sido real, después de eso… no podía comprenderlo.

            —Charlie —dijo Brandon.

            —Ya no empieces con lo que me dijiste —susurré.

            —No es eso —dijo en voz más alta—, Sé que mis padres quieren saber por qué te fuiste como loca a ese lago… solo que no se atreven a preguntar… porque creen que estás loca…

            —¡Brando! —dijo mi madre en voz alzada.

            —¿Estás loca, Charlie? —preguntó Erin adormilada.

            —Nadie piensa que Charlie está loca… —aclaró mi madre—, solo estamos preocupados por sus acciones tan repentinas y fuera de sentido; pero sí, nos encantaría saber por qué saliste como loca hacia ese lugar, Charlie.

            No tenía ni una mínima idea de qué responder, ¿qué debía hacer?, ¿decirles que había ido a buscar a alguien que posiblemente había soñado? Posiblemente con eso solo sería afirmar que sí estaba loca. Pero… ni siquiera eso tenía coherencia, ¿cómo podía haber soñado con un lugar o una persona que jamás había visto en mi vida? No entendía.

            —Pensé que había olvidado mi celular —fue lo primero que se me ocurrió decir.

            —¿Todo esto por un celular? ¡Por Dios Charlie! Quizá es cierto lo que dicen tus hermanos y realmente sí estás loca —agregó mi padre con un tono de ironía.

            —¡André! ¡No te comportes como uno de tus hijos! —le regañó mi madre.

            —¡¿Qué?! Ya no puedo con esta niña. Lo intento. Le doy oportunidad tras oportunidad. Ya no puedo con sus actos descabellados, aquí la quien tiene que madurar no soy precisamente yo.

 

La puerta se azotó tan fuerte como pude. Le puse seguro para que nadie entrara. Estaba enojada. Simple y sencillamente con mi padre. Lo sé, quizá nunca he sido la hija perfecta que él alguna vez soñó. Pero aunque tuviera la razón, esas no son la clase de palabras que un hijo quiere escuchar de la boca de su padre. Herían.

            Me senté en la cama y traté de mantener la calma. Mis padres parecían estar discutiendo como cualquier discusión marital, solo que en este caso yo estaba incluida. Saqué los audífonos del cajón de mi cuarto y los conecté a mi reproductor. La música llegó y parecía tranquilizarme y contemplarme en un mundo totalmente diferente, donde no había problemas, donde nadie gritaba, y donde nadie estaba decepcionado de mí.

 

El pequeño ruido de la manecilla de un reloj me despertó a mitad de la oscuridad. Me había quedado dormida y mi reproductor se había apagado por completo. Me senté sobre la cama y traté de recordar que había sido lo último que había pasado. La pelea, pensé. Me quite los audífonos e intenté ponerme de pie para quitarme la blusa, pero sentí un cansancio aplastante que llegó de golpe. Giré mi cuello y parecía como si alguien me hubiese golpeado toda la noche desde allí, los hombros, y hasta la parte baja de mi espalda. De un momento a otro pensé en lo que el doctor, Mario, me había dicho, quizá solo era falta de vitaminas o alguna otra cosa. Inclusive así, decidí cambiarme. Me quite toda la ropa, me puse una playera sin mangas y un short. Miré por la ventana y noté el vidrio ligeramente empañado. Supuse que hacía frío, pero a pesar de eso todo dentro parecía estar ardiendo en calor. Abrí la ventana para dejar entrar un poco de aire fresco, pero la ventana estaba demasiada pesada, posiblemente se había pegado con el frío o algo así. Decidida, me encaminé hacia la puerta de la habitación y la abrí para ver si esta vez tenía un poco más de suerte.

            La puerta estaba abierta, no tenía seguro. Lo única explicación era que aquel seguro no sirviera. Lo volví a poner, pero funcionaba perfectamente. Moví la cabeza en señal de negación, y finalmente salí. No sabía qué hacer, pero como me sentía decidí ir a la cocina y rezar porque mis padres hubieran dejado las pastillas olvidadas en medio de su discusión. Comencé a caminar con pasos suaves para no hace ruido, sentía el frío del piso sobre las palmas de mis pies, pero ni siquiera esto lograba refrescar mi cuerpo, hasta podría decirse que sentía más calor.

            No hice caso a esta sensación, tal vez la menopausia se me había adelantado unos treinta años. Las escaleras fueron lo más difícil de bajar, estás eran de una especie de azulejo combinado con madera, y cada paso que daba parecía ser un golpe con un martillo. Me agarré del barandal de metal, este estaba caliente, como si alguien hubiera dejado su mano puesta en el mismo lugar por horas. La quité rápidamente y por poco me caigo. No entendía por qué últimamente parecía tan torpe, como si fuera sublime a las caídas. Me mantuve de pie. Proseguí a bajar las escaleras. Una vez desde abajo miré hacia arriba. Eran tan solo unas escaleras, unos cuantos escalones, pero en el camino parecía haber sido una olimpiada. <<¡Estúpida! —dije en voz alta.>> Me tapé la boca. Inspeccioné si alguien quizá se había despertado por mi voz, todo seguía apacible.

            Al entrar a la concina lo primero que noté fueron las el enorme frasco blanco que estaba en medio de la mesa. Alcancé a notar la palabra “Suplemento” y sin pensarlo dos veces me dirigí hacia las repisas a sacar un vaso. Mientras llenaba el vaso con agua del garrafón me perdí en un reloj que no había notado en la casa, justo el que estaba arriba del refrigerador, parecía viejo. No lo miré mucho, o más bien perdió mi atención rápidamente. Caminé hacia la mesa y abrí el frasco de pastillas. Me tomé una, y volví a mirar sin querer aquel reloj. Miré la hora, eran las cuatro de la mañana. Las cuatro… pensé. Al tomarme la pastilla solo parecía haber activado algo que me dio más sueño. Tomé otra y la ingerí sin pensar si era malo o bueno.

            Bostecé como si el cansancio estuviera acumulado por días. Caminé de regreso hacia las escaleras, pero antes de subir el primer escalón escuché nuevamente el ruido de la manecilla que me había despertado. Regresé de nuevo hacia la cocina y verifiqué si aquel reloj era el culpable de tal ruido, pero para mi sorpresa solo me asusté. El reloj seguía marcando las cuatro en punto. Me acerqué, la pequeña manecilla de los segundos seguía girando alrededor. Esperé unos minutos. El reloj no avanzaba. Me limpié los ojos, más que para ver, para ahuyentar al sueño. Quise tomar un poco más de agua, y vi como alguien pasó corriendo de un lado al otro por afuera de la ventana. <<¿Katherine? —fue lo primero que pronuncié.>> Salí prácticamente corriendo, pero sin hacer el típico ruido que uno hace cuando corre. La puerta principal tampoco tenía seguro. Mis padres siempre eran muy cautelosos con eso, tenían delirios de persecución, y siempre cerraban todas las puertas con llave. Quizá por la discusión lo habían olvidado. Salí, no vi nada. Comencé a rodear toda la casa, pero seguía sin ver nada. Escuché de nuevo el sonido de la manecilla de reloj. ¿Reloj acá afuera?, pensé. Me estaba volviendo loca.

            De pronto podría jurar que alguien había pasado a un lado de mí. El viento se empujó contra mí y llevó una tormenta de tierra que se vertió dentro de mis ojos. Grité y me cubrí los ojos, y el viento cesó. Intenté abrir mis ojos rápidamente, pero aquello solo me causó dolor. Intenté abrirlos lentamente, pero sucedió igual. Y fue en ese momento cuando percibí un aroma, ¡tenía que ser ella! ¡Nadie podía tener el mismo ahora! Me obligué a abrir los ojos, pero no podía ver más que oscuridad alumbrada por la noche. Caminé sin sentido por donde venía el olor. Me caí al meter mi pie en un enorme agujero, y rodé hasta caer de espalda. La luz de la luna sobre mis ojos parecía querer limpiar mi visión. De pronto me fue imposible evitar no sentir una mano sobre mi pecho. Me asusté y grité como loca. Di un manotazo y me puse de pie tan rápido como pude, me limpié los ojos, ya no sentía las piedrecillas dentro, pero seguía sin poder mirar. El aroma regresó, pero está vez más penetrante, más perceptible. Sentí una respiración sobre mi cuello, permanecí atenta y quieta. Si se trataba de ella podría dejar que me hiciera lo que quisiera, pero muy en el fondo y sin razón sentía que no se trataba de ella.

            Por la parte trasera unas manos tocaron mis piernas, comencé al fin a sentir frío. Siguieron subiendo. Me paralicé. No podía distinguir si las manos se trataban de un hombre o una mujer. Las manos se encaminaron hacia mi obligo, una de ellas bajo hacia dentro de mi short, y la otra se encaminó hacia dentro de mi playera, y agarró uno de mis pechos. Comencé a sentirme excitada ligeramente, pero después la otra mano bajó más entre mis piernas, y lo ligero comenzó a volverse más intenso. Mi cuerpo comenzó a temblar. La otra mano, que tenía presionado mi pecho izquierdo, comenzó a ejercer más presión, pero lo soporté. Después apretó con más fuerza, y luego mucho más. Me quejé. Ya no estaba soportando ese dolor, pero ahora parecía que también no podía gritar, solo podía quejarme en mis adentros. Quise quitar la mano de mi pecho, pero apenas si podía mover la punta de mis dedos. La mano apretó más fuerte aún. Comencé a llorar, y la excitación en lugar de desaparecer comenzó a crecer, como si sintiera placer por el dolor.

            La mano comenzó a ponerse caliente, ya no se trataba solo de la presión sobre mi pecho, ahora era ese calor penetrante. Comencé a sollozar. Quería que parara. El aroma comenzó a dispersarse, y un olor a algo quemado, como a carbón comenzó a inundar el aire. Y luego, de la nada, pude ver; pude moverme. Me giré queriendo empujar a quien se encontraba detrás de mí, pero al hacerlo no había absolutamente nadie. Solo era yo, peleando contra el viento. Toqué mi pecho, y estaba caliente. Me dolía.

            Luego de nuevo el sonido de la manecilla, y desperté en la cama llorando. ¿Estaba soñando?, pero estaba llorando… Un profundo sentimiento de dolor, soledad y desesperación me invadió. No podía controlar mi llanto. Me levanté y sentí algo… no podía explicarlo, solo sé que tenía la necesidad de ir hasta el espejo de cuerpo completo; me miré; y que quite la playera. No creía lo que veía.

            Mi pecho estaba amoratado.

            Lo toqué. Me dolía.

            Quise llorar de la desesperación de no entender nada. ¿En qué momento había regresado? Miré la mesita a lado de mi cama, allí estaba el suplemento y un vaso de agua medio lleno. Luego, me acerqué. Miré el celular… eran las dos de la mañana. Corrí hacia la puerta, y al abrirla el seguro se botó; sí tenía seguro. Bajé las escaleras sin preocuparme si hacía ruido o no, y lo primero que hice fue mirar el reloj sobre el refrigerador, allí marcaba las dos con un minuto. Esperé, y avanzó, funcionaba. Volví a subir las escaleras y miré de nuevo el reloj de mi celular, ahora eran las dos con cinco minutos, todo funcionaba perfectamente.

            Aquella noche no pude dormir, no me sentía cansada. No tenía sueño.

            Cuando el primer rayo de sol se asomó por la ventana me metí en el baño para tomar una ducha. El jabón lo tuve que pasar lentamente por mi pecho, el dolor seguí allí. Mis pies se sentían como si hubieran corrido toda la noche sobre la tierra, pero habían estado limpios al despertar. Lo más curiosos aquella mañana fue que al mirar mis ojos, estos estaban completamente rojos, no rosados, estaban rojos… como si alguien me hubiera golpeado. Hubiera ido corriendo a contárselo a mis padres, pero después de lo de anoche… lo único que hice al terminar de bañarme fue vestirme, buscar unos viejos lentes de sol, tomar algo rápido de la cocina, y dejar una nota con un mensaje: “Me fui temprano a la universidad”. Lo último que quería que mi padre pensará, era que sí me estaba drogando.

            El resto del día no puedo decir nada interesante. Me presenté un par de veces frente a las clases que tomé, sí, preguntaban sobre los lentes y yo les decía que era sensible a la luz, o inventaba lo primero que se me ocurría. No hablé mucho. Solo pensaba que sí me estaba volviendo loca. No podía dejar de pensar en eso de los efectos de las drogas… esquizofrenia, ¿y si me estaba pasando eso?, no me drogaba tanto, pero quizá eso había activado una bomba de tiempo… y si… ¿y si esa enfermedad estaba en la familia? ¿Y si de verdad la había activado con un poco de marihuana y droga barata? ¿Quizá tenía alguna tatarabuela esquizofrénica que nadie había conocido? ¿Una tatarabuela que se había perdido? ¿Qué escuchaba cosas y sentía otras? ¿Qué se lastimaba así misma y no lo recordaba? Quizá… quizá eso me estaba pasando a mí.

            Cuando entré a la clase de literatura prácticamente me quedé dormida antes de que la profesora llegara, el ambiente simplemente era aburrido, así que aproveché para seguir pensando en mi posible enfermedad. Pero mis pensamientos fueron interrumpidos. El viejo reloj de bolcillo de la tienda de antigüedades estaba sobre mi pupitre. Miré a mi lado y se trataba de Julieta.

            —¿No pensabas dejar a mi abuelo con la mano estirada, verdad? —me dijo sonriendo.

            —¿Cómo sabías que era yo? —pregunté.

            —Tu aroma, todos tenemos un aroma. Solo que yo los sé percibir mejor que una persona que puede ver.

            Acerqué mi oreja hacia el reloj, para no tocarlo en ningún momento.

            —No sé escucha como si estuviera funcionando.

            —Lo sé, ayer después de las cuatro de la tarde volvió a detenerse, ¿no es raro?

            Miré entonces el reloj de mi celular. Faltaba un minuto para que dieran las dos de la tarde. No dije nada; esperé, y justo a las dos en punto, este comenzó a funcionar. Las manecillas estaban girando.

            —¿Qué hiciste para arreglarlo de nuevo? —me preguntó Julieta.

            No le contesté.