La Misteriosa Chica del Lago

¿Quién es Katherine?"

El desconocido la soltó de golpe y se encaminó hacia dentro de la cabaña. Lo primero que vino a mi mente fue que Katherine correría, que vendría hacia mí ahora que él se había ido. Pero ella permaneció en el mismo lugar.

            —¡¡¡Será mejor que te vayas Charlotte!!! —me gritó entre llantos.

            —¡¿Qué?! ¿Estás loca? ¡Yo no me voy a ir sin ti! —respondí  en cierto grado furiosa.

            Con mis piernas temblorosas y estando aún desorientada comencé a caminar hacia donde ella se encontraba. Katherine me miró desaprobando mi acto y comenzó a retroceder.

            —¿A dónde vas? No te muevas de allí —le exigí.

            Ella obedeció y se detuvo sin más.

            Cuando llegué hasta ella intenté permanecer lo más tranquila posible, pues no quería que notara mi estado real. Me miró de arriba hacia abajo. Supuse que tendría que ver porque estaba en ropa interior.

            —Puedo explicarlo —le dije tartamudeando.

            La verdad no tenía idea de cómo explicarlo sin que sonara tan mal.

            —No me importa, ya no importa nada. Vete… por favor. No te merezco.

            —¿De qué hablas? —susurré.

            Intenté tomarla de la mano y ella se resistió.

            —¿Qué sucede? —le pregunté en un tono apagado.

            —No deberías tocarme.

            —¿Tocarte? ¿Te hice algo?

            —Me siento sucia… No mereces estar con alguien como yo.

            —¿Qué? ¡Eso es absurdo! ¡Dios! ¿Ese maldito idiota te hizo algo? ¡Dime!

            —Eso no importa.

            —¡Claro que importa! Si él te hizo algo te juro que lo mato con mis propias manos.

            —¡Vete Charlotte! ¡No quiero volverte a ver!

            Antes sus palabras yo solo me congelé sin decir nada. Sentí como si el efecto de las drogas y el alcohol se esfumaran de pronto, fue como regresar a la realidad de un golpe. Mi impotencia, mis ganas de gritar, de llorar o de cualquier cosa comenzaron a entremezclarse. Luego sentí un fuerte golpe en mi cabeza y no supe de mí.

            Cuando abrí los ojos todo se veía tan oscuro, quería regresar al mundo real, pero todo se seguía viendo tan oscuro y disturbio. Un susurro vino de la nada.

            <<Te dije que te fueras, ahora él se enojará con las dos.>>

            —¿Katherine? —pregunté.

            Nadie respondió.

            Intenté moverme, pero mis manos estaban amarradas con lo que podía sentir como una cuerda. Mis pies, habían corrido con la misma suerte.

            <<Ya son las cuatro de la mañana y por tu culpa se ha roto el ciclo, él está furioso por eso. No sé qué nos va a hacer.>>

            —¡Katherine! Sé que eres tú, es tu voz… Solo dime que eres tú. No entiendo que me estás diciendo.

            De pronto entre la oscuridad nació una pequeña llama de fuego, se trataba de una vela. Mi vista se agudizó para saber quién la sostenía. Entonces la vi, era Katherine.

            —¡Ayúdame a escapar! ¡Vámonos! —le grité.

            —Yo no puedo escapar, y no puedo ayudarte a escapar. Eso solo lo enfurecería aún más.

            —Kat… ¿qué pasa?

            —No puedo contarte, es un secreto. Lo único que puedo hacer es amarte hasta que se acabe el tiempo… solo que ahora no sé cuándo se volverá a acabar.

            —¡¿Qué demonios significa eso?! —me descontrolé.

            Ella comenzó a caminar en gatas mientras seguía sosteniendo la vela, miré fijamente su mano y la cera que se derramaba de la vela estaba cayendo sobre su piel, se veía tan roja y delicada. Incluso, parecía como si la vela y su piel se hubiesen fusionado.

            Quedó frente a mí, y con la otra mano empezó a desatarme los nudos de las manos. Una vez que quedaron flojos, yo terminé por zafarme. Después hice lo mismo con los nudos de mis pies, y en cuanto quedé totalmente libre tomé el brazo de Katherine y le quité la vela. Fue imposible no dar un quejido al tomar esta última, estaba realmente caliente, pero era como si ella no sintiera ningún dolor.

            Tomé su mano y le quité los residuos de cera, esta vez ella no se rehusó a que la tocara.

            —Deberíamos irnos —sugerí.

            —No, él nos buscaría en todos lados. No encontraría y sería peor.

            —No podemos quedarnos aquí, si el regresa no sabemos que podía hacernos. Dime algo, ¿él no es tu tío, verdad?

            Ella calló. Entonces no fue necesario que me respondiera.

            —Siento que si nos vamos ahora —guardó un par de segundos de silencio—, te perdería para siempre… ya no quiero perder a nadie.

            —No me vas a perder, yo estaré a tu lado todo el tiempo que sea necesario, incluso por siempre.

            —No eres tú la que me preocupa, seguro estarías conmigo sin importar nada, él problema soy yo… yo podría no estar a tu lado.

            —Katherine…, no entiendo ni una sola palabra de lo que acabas de decir, ¿qué significa?

            —Significa que me he enamorado otra vez. Nuevamente de quien no debía.

            Katherine se acercó a mí, y me plantó un dulce beso. Puse la vela en una esquina y sin darnos cuenta, esta se apagó. De nuevo estábamos bajo la oscuridad total. Ella prosiguió besándome, y después me tomó por la cintura con tal fuerza, que no parecía que se tratase de aquella chica delgada con aires de fragilidad. Mi cuerpo quedó recargado sobre la pared, y quedé atrapada entre sus besos. Sus piernas quedaron tan cerca de las mías, tanto que se rozaban en cada movimiento. Pasé mis manos sobre estas. Su piel estaba tan tibia, que me daba miedo incomodarla con mis manos frías. De un momento a otro eso ya no me importó.

            Gran parte de mi vida había sido dedicada a pensar que la vista formaba parte importante del acto sexual, incluso, que era necesaria. De allí que la mayoría de las veces que tenía sexo lo hiciera con luz. Yo gustaba de contemplar un cuerpo, y sobre todo, que me contemplaran. Ahora, era demasiado diferente, era como ver pero con unos ojos que no existen, o al menos unos a los que no les interesa ver un cuerpo. Es más, ni siquiera podía decir que esto se tratase de tener sexo. Cuidadosamente las palabras que venían a mi mente eran: “hacer el amor”, sí, quizá cliché sacado de aquellas películas donde difieren los términos, pero nunca lo había entendido, al menos no como lo hacía ahora.

            Entre la oscuridad tomé su vestido y comencé a deslizarlo hacia arriba de sus piernas, ella lo advirtió y me ayudó a sacárselo. Mis manos tentaron su cuerpo, y noté que no llevaba brasiere, pero si bragas. Entonces lo primero que hice fue buscar sus pechos, y tomarlos con ambas manos. Lo hice. Ella me besó con más presión y dejó de tomarme por la cintura. Buscó la parte trasera de mi brasiere y lo desabrochó con torpeza. Luego me lo quitó. Tomó mis pechos y recargó su frente contra la mía.

            —Dime que esto es real —me susurró —, Dime que esto está sucediendo.

            —Yo lo siento tan real, entonces debe serlo —le respondí.

            Me calló con un beso y después lanzó su boca por mi cuello. Sentía sus manos jugar con mis pezones como si se tratasen de los botones de un control remoto. Sin más, comenzó a bajar hasta tener su rostro a la altura de mis pechos, y finalmente los soltó. Su lengua pasó por la punta de mi pezón izquierdo, con una de sus manos volvió a tomar el otro pecho. Lo apretó más fuerte que la vez anterior. Di un pequeño quejido y levemente vino a mi mente el dolor de la vez de aquel sueño.

            —¿Te lastimé? —me preguntó mientras soltaba levemente mi pecho.

            —No, está bien. Me gusta —respondí.

            Ella volvió a tomarlo, pero esta vez más cuidadosa. Regresó a tocar con su lengua la punta de mi pezón, pero esta vez terminó por meterlo completamente en su boca. Simplemente lo chupó. Hubiese querido gritar en ese instante, pero lo único que hice fue clavar mis uñas en su espalda. Me llené de excitación y me acomodé para terminar poniéndola sobre el suelo, y dejarla debajo de mí. Tomé sus bragas y las jalé salvajemente hasta sacárselas. Luego me quité las mías y me tumbé sobre ella. Nuestras piernas se entrecruzaron. La besé nuevamente, como si sus besos controlaran la mayor parte de la acción.

            Alejé mi rodilla y deslicé mi mano hasta entre medio de sus piernas. Al primer instante, ella acercó su boca hasta mi oreja y dejó escapar un aliento cálido. Rocé mi mejilla contra la de ella y aspiré su aroma. Fue como meter en mi cuerpo una dosis mortal de droga aún desconocida por el hombre. Ella se elevó ligeramente con la ayuda de sus piernas sobre el suelo, y sentí rozar su pubis sobre la palma de mi mano. Luego yo comencé a rosarla sobre su pubis. Aquello se volvió mágico. Busqué su boca de nuevo y la volví a besar. Luego ella se abrió sus piernas. Respondí poniendo sutilmente mi dedo medio a la altura de su clítoris. Apenas con tocarla ella gimió. Acercó su mano hasta la mía y me ayudó a presionar contra ella misma. Comencé a oscilar mi pelvis contra ella.

            Aquella oscuridad parecía estar volviéndose de pronto una película en blanco y negro. Su aroma y el de aquel lugar parecían volverse conocidos, como si ya hubiera estado antes allí. Ella de pronto jaló mi mano y la quitó. Se giró bruscamente y de un momento a otro terminó sobre mí. Se hincó dejando mi pelvis entre sus piernas y pasó su mano desde entre en medio de mis pechos hasta llegar un poco debajo de mi ombligo. Luego se sentí su aliento sobre mi pubis, y lo besó tan delicadamente, y permaneció sin hacer nada por unos segundos mientras sentía su aliento chocar contra mi piel. Su respiración drásticamente comenzó a cambiar, se volvió agitada y más fuerte. Me preocupe e intenté sentarme para alcanzarla, pero ella se paró.

            Ya no podía sentirla, no sabía dónde estaba.

            —Ya viene —susurró.

            —¿Qué?

            Me paré tan rápido como pude y comencé a buscarla a tientas, pero nunca di con ella.

            —¿Dónde estás? —pregunté a susurros.

            No respondió.

            Sentí mi cuerpo agitándose de miedo. Una sensación de querer llorar me atrapó despiadadamente. Simplemente enloquecí.

            —¿Kat? ¿Dónde demonios estás? ¡Respóndeme!

                        Caminé por todo el lugar chocando a cada rato con objetos y con las mismas paredes. Pisé la vela, aún estaba caliente, pero no me importó sentir quemarme. De pronto me entró un ataque de pánico y todo mi cuerpo se estremeció. Me tiré en una esquina y me hinqué tratando de controlarme, pero entre llanos y desesperación, no podía lograrlo.

            Escuché sobre el techo unos pasos, eran fuertes y firmes.

            —¿Kat? —surré.

            Luego el techo se iluminó, y escuché la voz de Max.

            —¿Charlie? ¡Dios! ¡Chicos! ¡Ya la encontré!

            No quise mirar, pero escuché que él dio un salto.

            Ël se acercó hasta mí y me tocó por la espalda. Yo me exalté y comencé a llorar.

            —¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué estás desnuda? ¡Dios!

            Sin dudarlo se quitó su chamarra y la puso sobre mí.

            —¡Robin! ¡Ayúdame!

            Volví a escuchar otro saltó. Ambos me tomaron, pero simplemente parecía como si me hubiera entumido en aquella posición. Seguía llorando. Cuando noté la luz sobre la pared me levanté y comencé a buscarla con la mirada.

            —¿Kat? ¿Dónde estás? ¿No la vieron salir? ¿Vino él por ella?

            Ellos me miraron asustados, y por primera vez escuché la voz de Robin.

            —Todo… va a estar bien.

            Max lo miró asombrado.

            —Él tiene razón, ven, hay que salir de aquí.

            Yo obedecí mecánicamente. Entre ambos me sacaron de aquel lugar. Al parecer estaba en una especie de sótano oculto. Salí de aquel lugar temblando como loca. Las chicas me miraron y comenzaron a inspeccionarme y a hacerme preguntas. Yo no las entendía, así que no respondía.

            —¿Está aquí? —pregunté ignorándolas.

            —¿Quién? —me preguntó Michelle.

            —¿Katherine?

            —¿Quién es Katherine? —preguntó Dali.

            —Char… escúchame, aquí no hay nadie. Este lugar está vacío. ¿Me entiendes?

            —No… ella…

            <<Hay que sacarla de ti.>>

            <<Eres un pendejo, te dije que tus drogas eran un asco.>>

            <<Cállense ya, hay que irnos ya, el del bote ya nos debe de estar esperando.>>

            <<Pásenme su ropa, los alcanzamos…>>

            Ya no sabía quién hablaba o decía cada cosa. Me sentía perdida. Estaba perdida.

            Después de eso todo pasó tan difuso y rápido. Escuché gritos, el motor de un bote, el de un auto… más gritos y regaños, llamadas por celular, voces dirigidas hacia mí… pero ninguna de ellas. Miré por el vidrio del auto. Toqué mi bolcillo trasero y sentí el reloj. Comencé a reírme como loca. Sentí sus miradas. De pronto jalé el seguro de la puerta y salí del auto. Corrí. Los chicos se bajaron pero les hice perder mi rastro. Corrí y corrí como desquiciada. Llegué y me paré del otro lado de la calle donde estaba la tienda de antigüedades y crucé sin darme cuenta de que venía un carro. Sonó su claxon y casi me atropella. Entré a la tienda. Escuché la campanilla de la puerta. Julieta estaba en el aparador.

            —¡Tienes que ayudarme! —tomé el reloj sobre mi mano derecha—, ¡Necesito abrir este maldito reloj! ¡Ahora!

            —¿Charlie? ¿Estás bien? ¿Qué demonios te pasa?

            Pasé al otro lado del aparador y se lo puse entre las manos.

            —¡Por favor! ¡Me estoy volviendo loca! ¡Tienes que ayudarme!

            Por un momento sentí como si me estuviera mirando.

            —Será mejor que controles el volumen de tu voz, no quiero que asustes a mi abuelo. Hueles a alcohol y… no sé… Estás ebria.

            —No… Yo… ¡Ayúdame!

            —Por Dios Charlie… estás tan mal que ni siquiera te has dado cuenta que se puede abrir…

            —¿El reloj?

            —Sí, puedo sentir que la tapa está suelta.

            Perdí la cabeza y le arrebaté el reloj sin pensar exactamente prepararme para lo que estuviera allí dentro. Así que lo abrí sin pensarlo mucho.

            Mis ojos se petrificaron. Todo se volvió gris. El ruido desapareció. El aire se volvió pesado. Quería gritar y llorar, llorar y reírme, saltar y tirarme al suelo...

            —No… no…

            Salió de mi boca.

            —No es cierto…

            Sentí la mano de Julieta sobre mi brazo, y comencé a gritar. Me desquicié. Quise salir de allí corriendo. Dejé caer el reloj al suelo. Era como escuchar todas las manecillas de los relojes de la tienda, incluyendo el del suelo, resonando al mismo tiempo.

            Empecé a temblar y a sudar en frío. Caminé hacia atrás y me giré bruscamente para salir de la tienda, pero choque con una vitrina repleta de objetos pequeños y algunos jarrones, y me vine al suelo con cada uno de ellos. Se escucharon pequeñas cosas de vidrio rompiéndose por montones. Sentí mi piel fría. A Julieta gritándome. La voz difusa de un hombre a lo lejos. Pensé estar llorando, pero los ojos me ardían. Pasé mis dedos sobre ellos, y lo único que vi fue sangre.

—¿Katherie, quién eres? —susurré entre llantos —, ¿quién eres? —fue lo último que dije.

Luego solo hubo paz.