La Misteriosa Chica del Lago

El Lago

Miré hacia Julieta, quien no dejaba de guiar su mirada hacia donde me encontraba. Rápidamente mi cuerpo comenzó a enfriarse, pero no era ese tipo de frío que llega lentamente y se mantiene tibio después de un orgasmo; no, era literalmente helado, tanto que de un momento a otro mi piel se comenzó a erizar y rápidamente mis piernas se convirtieron en una maraca de frío. Traté de verme lo más seria posible para que el anciano no tuviera idea de lo que incluso yo no entendía, y por eso me decidí a mentir.

            —Lo siento, estoy algo enferma —dije dando un pequeño estornudo actuado.

Julieta ignoró lo que dije y reiteró sus cuestiones hacia su abuelo.

—¿Entonces qué sucedió? Puedo sentir claramente como las manecillas se mueven.

El anciano me miró agregando toda culpabilidad hacia mi persona, yo lo miré pero rápidamente esquivé su mirada.

            —¿Lo abriste? —me preguntó el anciano directamente.

            —¿Abrirlo? ¡Para nada! Lo intenté pero es como si estuviera soldado.

            —¿Funcionaba cuando lo tomaste? —me preguntó Julieta.

            —No, o más bien… no lo recuerdo…  yo…

            —Basta Julieta… no asustes a la pobre niña con tus preguntas…—Ordenó el anciano—, no te me haces conocida, ¿eres nueva en el pueblo? —Me preguntó.

            —Sí, de hecho vivo en la “casa vieja” —resalté—, ¿ese reloj lo sacaron de allí? —pregunté con los ánimos más calmados que pude.

            —El último dueño nos invitó a mi abuelo y a mí a sacar todo lo que quisiéramos… la mayoría de las cosas que logramos rescatar siguen aquí, nadie las compra, solo uno que otro turista que se pierde y se topa con nuestra tienda —interrumpió Julieta.

            —¿Algo en particular? —pregunté al mismo tiempo que se recorría un escalofrío por mi brazo izquierdo.

            —Porque la casa esta embrujada, ¡ha! ¡ha! —carcajeó el anciano—, bueno, eso es lo que se dice de esa casa…

            —Eso no es cierto… yo no he sentido nada sobrenatural… anoche yo… no noté nada extraño en la casa —contesté asombrada.

            Quizá lo que ellos decían parecía ser solo eso, algo que la gente dice, pero recordando la forma en que me había quedado dormida no dude en relacionarlo con algo paranormal. ¡Tonta!, me dije a mí misma, ¿cómo podía estar creyendo en algo así? Simplemente era algo absurdo, y era absurdo por el simple hecho de que había tantas posibles explicaciones para que me hubiera quedado dormida, y entre ella estaba el cansancio.

            —Es muy interesante esto que me están contando pero… realmente suena… tonto, ¿saben?, si mataron a toda la familia o solo al perro… los fantasmas… no existen… —agregué mientras me encaminaba hacia la puerta.

            —Fantasmas es un nombre muy tonto y superficial sacado de Hollywood, quizá lo que quieres decir son… espíritus o almas en pena… y sí, hay muchas historias respecto a esa casa… el antiguo dueño no quiso decirnos porque estaba vendiendo la casa, pero si es tan cierto todo lo que dicen del lugar tarde o temprano te darás cuenta por tus propios ojo… —sugirió Julieta.

            En cualquier otra circunstancia aquel comentario podía haber sido de los más normal en las palabras de alguien que te intenta convencer de un punto, pero justo en el momento que terminó la frase “con tus propios ojos” pude captar ese cambio en el tono de su voz, un tono bastante vació y resignado; aquello me pareció triste.

            —Niña, toma —interrumpió el anciano, quien le arrebató de la mano el reloj a Julieta y lo puso frente a mí.

            Miré firmemente el reloj, lo observé precavida y tan solo imaginar sentir aquello me parecía de cierta manera muy tentador, pero solo lo miré y sonreí.

            —Lo siento, no traigo dinero para pagarlo, y apuesto a que eso debe ser muy caro.

            —No te preocupes, mi abuelo te lo va a regalar… como todo lo que hay aquí, si sigue así en menos de un año vamos a quebrar —dijo Julieta con un tono malhumorado.

            —No puedo aceptarlo —dije mirando al anciano.

            —Prácticamente esto te pertenece, si no lo hubiera encontrado Julieta seguiría en su lugar y algún día lo hubieras encontrado tú.

            —Abuelo, ¿cuántas veces te tengo que recordar que ese reloj lo encontré detrás de un tabique suelto?, si no fuera por mí estaría detrás de miles de kilos de concreto.

            —Tienes razón, después de la remodelación lo más seguro es que hayan quitado muchas paredes y otras las rellenasen con concreto. En todo caso tómalo como un gesto de bienvenida a San Marie.

            Si hubiera sido cualquier otro objeto posiblemente lo hubiera aceptado en ese preciso momento, pero dadas las circunstancias y a pesar de la tentación de tenerlo entre mis manos solo me vi en la necesidad de rehusarme a aceptarlo, pues de alguna manera no dejaba de relacionarlo con aquel libro de Stephen King “Desesperación”, sí, aquellas estatuillas tenían casi el mismo efecto… y pensar que alguien tenía esa clase de poder sobre mí me aterraba demasiado.

            Sonreí gentilmente y simplemente negué con la cabeza.

            —Realmente no puedo aceptarlo, muchas gracias, pero será mejor que me vaya.

            Tan rápido como pude salí de esa tienda, me sentía mucho mejor pero ese reloj no dejaba de dar vueltas por mi cabeza. Caminé y caminé mucho más, hasta llegar al camino hacia mi nuevo hogar; respiré hondo y traté de dejar entrar el aire puro dentro de mis pulmones, tosí como lo haría un persona que fuma por primera vez, entonces noté como el aire parecía estar más denso de lo normal, me asuste, y lo intenté de nuevo para corroborar, esta segunda vez todo pareció sentirse más normal.

            Singularmente los sonidos parecían ser más agudos, más intensos. Era como si mis sentidos se agudizaran. Levanté la mirada y vi el cielo más azul de lo que recordaba; sentí el aire sobre mi piel y me fue imposible no sentir su suave caricia. Dispuesta a comenzar el camino, di mi primer paso, y al hacerlo pude percibir el sonido de las minúsculas piedritas rompiéndose debajo de mis botas. Me asuste, fue como haber escuchado el derrumbe de un edificio a unos cuantos metros de mí. Me detuve, di el siguiente paso, y este simplemente se fugó como un cualquier paso.

            No quería pensar que me estaba volviendo loca, pero sin duda comenzaba a tenerlo en cuenta. Sacudí mi cabeza y me di pequeñas cachetadas para regresar en sí, y comencé a caminar sin pensar en nada. No caminé más de diez metros cuando noté a lo lejos un letrero, estaba hecho de madera, parecía viejo, y tenía planta trepadora por todos lados; lo miré fijamente y traté de recordar si lo había visto ayer a nuestra llegada, pero nada llegó a mi mente.

Posiblemente lo había visto, pero no lo recordaba.

            Me acerqué al letrero e intenté descifrar su mensaje, ya que a simple vista solo se alcanzaba a distinguir las letras: “M” “o” “S” “e”, me acerqué aún más, tomé un palo del suelo y comencé a mover todas esas plantas para despejar el mensaje. Cuando lo hice todo cobró significado, el letrero decía: “Muelle del Lago San Marie”, ¿un muelle? Sabía que había un lago, podía verlo a lo lejos desde la ventana de mi cuerpo, pero nadie me había hablado acerca de un muelle. Miré hacia el fondo y a pesar de la maleza, se lograba ver un camino; quizá hace mucho tiempo allí había un hermoso camino, amplio y libre de vegetación, pero ahora… ahora solo quedaba un minúsculo recuerdo. El simple hecho de intentar atravesar toda esa maleza parecía una odisea imposible.

            Regresé al camino dejando en segundo lugar la idea del muelle, si quería ir al muelle definitivamente no sería por ese viejo camino. Miré el reloj de mi mano izquierda y daban apenas la una de la tarde. Pero no di siquiera un par de pasos cuando escuché una fina voz que venía exclusivamente desde ese camino; giré la cabeza e intenté mantenerme en silencio para poder escuchar mejor, pero a diferencia de lo de las piedritas bajo el zapato, no podía escuchar más que un susurro que se llevaba el viento. Regresé mi cuerpo hacia la entrada de aquel camino viejo y traté de escuchar más atentamente, no escuchaba más fuerte, pero definitivamente podía percibir la voz de una mujer, era una voz joven, y estaba cantando.

            La música siempre ha formado parte de mi vida, desgraciadamente siempre había sido mala para crearla, y solo podía tener el placer de disfrutarla. Sabía apreciar y amaba cuando un buen cantante lograba endulzarme con su voz, y muchos casos atraparme, pero jamás me había sentido hipnotizada de aquella manera. Escuchar esa voz era como si alguien quisiera hipnotizar a una serpiente con una flauta, o como aquel cuento del flautista con los ratones… simplemente, había caído a sus pies.

            Sin darme cuenta, y aún mientras lo pongo en estás hojas, ya había entrado entre todo ese pedregal lleno de plantas y humedad. Había logrado penetrar a un punto al que estando cuerda nunca hubiera logrado llegar. Resbalé entre un charco de lodo y volví a pararme sin siquiera sentir que me había raspado el codo del brazo derecho; subí entre un montón de rocas y tallé las puntas del cuero de mis botas; un enorme tronco caído que atravesaba de lado a lado se interpuso en mi camino, tan rápido y sin analizarlo brevemente comencé a trepar como un mono; al llegar sobre el tronco visualicé a lo lejos el lago, y efectivamente, allí se veía el puente, tan hermoso, tan lleno de luz y apacible; di un saltó, y caí de lleno sobre los dos pies como un gimnasta, se me aturdieron las piernas, y sentí dolor, pero proseguí. Seguí el camino hasta que este comenzó a tener más forma de un camino, cada vez estaba más cerca de mí y podía sentir palpablemente esa sensación de éxito.

            Mi cuerpo fue recibido por una suave brisa, y entonces supe que ya había llegado. Ahora el camino era tan liso como el asfalto, y tenía frente a mí el largo muelle de madera. Entonces, allí fue cuando reaccioné y me di cuenta de que sin consentirlo ya me encontraba en ese lugar. Pensé y entendía cuánto y cómo lo había hecho, pero no entendía el porqué. Un ligero dolor de cabeza se abalanzó sobre mí y volví a sacudir la cabeza para intentar despertar por completo, y una vez que me sentí cuerda decidí regresar por el mismo camino.

            Me detuve antes de avanzar más; aquel lugar era tan hermoso y había hecho tanto como para atreverme a regresar. Me giré y decidí disfrutar de aquel lugar tan perfecto; me dirigí hacia el muelle. Al dar el primer paso sobre la primer tabla de madera lo hice son sutiliza, puesto que si aquel lugar era tan viejo como el propio letrero, a pesar de que se viese en perfectas condiciones, no podía confiarme. Las maderas parecían firmes, y proseguí, así hasta llegar al final del muelle. Ahora todos mis problemas parecían haberse consumido por la tranquilidad del agua, que parecía un espejo que hacía rebotar los rayos de luz de nuevo al cielo.

            Me acerqué más a la orilla, con la misma tranquilidad. Las botas aún tenían lodo, y no lo había notado; el lodo se deslizó sobre la orilla y…

            De repente sentí unas manos tomándome por los brazos, y quedé colgada de ellas. Mi corazón comenzó a bombear rápidamente y mis latidos los podía sentir resonar en mi cabeza, estaba asustada. Mucho.

            No entendía que estaba sucediendo, pero me compuse y me puse de nuevo con las dos piernas firmes sobre el muelle y sin soltarme de las dos manos, y rápidamente me giré para ver de quién se trataba. Frente a mí estaba lo más parecido a un ángel.

            Se trataba de una chica, un poco más baja que yo, pero mucho más hermosa que cualquier ángel alguna vez pintado. Sus ojos, color miel y tirados a verdes, no completamente verdes como los míos, los suyos… los suyos eran perfectos. Su piel era tan clara, pero no más clara que su vestido blanco, era simplemente el tono perfecto, y seguiría mencionando la palabra perfecto en cada cosa que la definiera, pero eso solo sería quedarme en un nivel demasiado absurdo, todo era perfecto, su cabello ondulado y castaño rubio, su mirada tan espiritual, profunda y cálida, sus rosados labios… simplemente sublime.

            Tan solo mirarla hizo que algo dentro de mi estómago se moviera. Ella me miró y me sonrió, y me sacó del trance que ella misma había provocado en mí y jalarme y alejarme de la orilla del muelle.

            —Me alegra haber llegado a tiempo —me dijo.

            Su voz, su voz era lo que superaba a todo lo anterior, era mística, y hermosa. Y entonces, solo pude relacionarla con la voz que cantaba, era ella, esa era la voz, la que me había hipnotizado hasta ese muelle.

            —¿Tú?, ¿tú eras la que estaba cantando? —fue lo primero que se me pasó por la cabeza para preguntar.

            —Si hubiese subido que alguien me estaba escuchando… —dijo sin terminar su oración.

            —¡Lo siento! ¡Qué descortés! ¡Gracias! ¡Gracias por no haberme dejado caer! ¡Ya he tenido mucho por hoy! ¡Además, no sé nadar! —tomé aire—, gracias… por cierto, mi nombre es… —guardé tiempo, no recordaba mi nombre— … es Charlie… Charlotte…

            —No tienes que disculparte, tú también me hubieras salvado si yo hubiese estado en tu lugar… además, ese lago es muy hondo. Y mucho gusto, Charlie —me soltó y estiró nuevamente su mano hacia mí para saludar—, mi nombre es Katherine.

            —Wow, sí que a nuestros padres les encantan los nombres antiguos —bromeé.

            —En mi familia todos tenemos nombres así.

            —Oye, cambiando de tema… tienes una hermosa voz, me refiero, cantas muy bien.

            —No, no tanto.

            —¿Es broma?, cantas hermoso… ¿Qué canción era? Solo pude escuchar el ritmo, pero no la letra.

            —No lo sé, solo a veces comienzo a cantar y… una cosa me lleva a otra —se sonrojó—, no te había visto… eres…

            —Mi familia se acaba de mudar a San Marie, nos… Vivimos en la casa grande que está cerca de aquí…

            —¿La casa dónde espantan? —preguntó.

            —¿También tú? ¿No hay nadie en este pueblo que no piense que esa casa esta embrujada?

            —Sí, lo dueños originales.

            —En todo caso ellos serían los fantasmas…

            —Entonces no creerían que la casa está embrujada…

            —¿Esto es un juego de palabras?

            —Posiblemente… -—finalizó regalándome un sonrisa.

            —¿Cómo te gusta que te digan? —le pregunté.

            —Katherine, así me llamó… No me gusta que me llamen de otra manera, ¿a ti?

            —Como sea, los nombres para mí no son muy importantes…

            —¿Vas a la universidad?

            —No, yo… tomo clases personales en mi casa...

            —¿Vives cerca de aquí? —pregunté.

            —Tú brazo…

            —¿Qué? —pregunté desconcertada.

            —Tu codo está sangrando.

            Era verdad, no me había dado cuenta pero mi codo estaba completamente rojo, y un pequeño y minúsculo río rojo nacía desde la punta del codo hasta parte de la muñeca. Al torcer mi brazo para intentar tener una visión más clara sentí una descarga eléctrica del dolor, y me quejé.

            —Ven —me dijo—, mientras me llevaba nuevamente a la horilla del muelle y me tomaba del brazo cuidadosamente para sentarme—, iré al bote por algo para verterte agua.

            ¿Bote?, me pregunté, y miré hacia donde se dirigía; levanté la mirada y pude ver un viejo bote; no dejé de observarla, hasta que ella regresó.

            —Bien, limpiemos esa herida —dijo.

            Ella se arrodilló a la orilla del muelle y se inclinó cuidadosamente para llenar una cantimplora de metal.

            Observarla era un placer, su cuerpo delgado parecía una maravilla en ese vestido blanco, su piel se veía tan tersa como para querer tocarla tan solo con la punta de mis dedos. Cuando ella se giró hacia mí viré mi vista disimuladamente hacia otro lado.

            —¿Me prestas tu brazo? —preguntó.

            Estiré mi brazo hacia ella y esta lo puso de una manera que me obligaba a tenerla tan cerca de mí, y ahora no era solo lo que veía o podía sentir, se trataba de su olor, tan fresco y suave. Ella me estaba volviendo loca y tan solo tenía… ¡Dios!, grité en mi cabeza, y noté en el reloj de la mano derecha que ya eran las cuatro de las tarde… ¿Cómo había pasado tanto tiempo en tan… poco tiempo? Giré mi cabeza hacia ella y de pronto la tenía a unos pocos centímetros de mí. Sentía su respiración sobre mi piel, sus manos recorriendo todo mi brazo con esa tibia agua… hubiese querido que es momento hubiera perdurado por siempre.

            Cuando llegó a la muñeca tomo mi mano con la suya, y sentí la cosa más maravillosa del mundo, dentro de mí, de mi corazón, de mi mente, de mi ser… La miré, y ella me miró, y por un par de segundos juraría que tuve una conexión con ella; no me sonrió, solo me miró sin soltar mi mano, y el tiempo se congeló; aquellos fueron los segundos más largos y a la vez más cortos de toda mi vida, algo que nunca había sentido.

            —Vivo del otro lado del lago, en una cabaña con mi tío… —interrumpió el trance, pero no dejó de mirarme.

            —Eso es hermoso… tú…

            Luego no supe lo que pasó. Solo desperté. En mi cuarto. Allí estaba. Acostada sobre mi cama. Estaba confundida. ¿Había sido aquel un sueño?

            Miré el reloj apenas y cuando pude sentarme sobre la cama, y eran las dos de la tarde.

            <<¡¡¡¿Qué?!!! —grité a todo pulmón.>>

            Mi madre asustada llegó rápido a mi cuarto.

            —¿Qué te sucede? —me preguntó.

            —Mamá, dime… ¿a qué hora llegué?

            —Como hace media hora, dijiste que pasaste a una tienda de antigüedades y te sentías cansada, que te ibas a dormir… y eso hiciste… ¿te sientes bien?

            Sin pensarlo dos veces me puse las botas, y noté que estaban intactas… no estaban rayadas; miré mi codo y tenía una raspón, no más que eso, nada como para derramar tanta sangre. Salí rápidamente pasando al lado de mi madre sin explicarle lo que sucedía, ni siquiera yo lo entendía, mi cabeza iba a estallar… me dolía. Escuché a mi madre gritar, la ignoré. Salí de la casa y decidí acortar el paso yendo por la ruta que se veía sobre mi ventana. Apresuré el pasó, y por más que caminaba, no llegaba.

            Caminé más deprisa, y tan solo veía pasar árboles y más árboles, me sentía perdida. La oscuridad de la tarde se comenzó a contemplar, mi corazón latía agitadamente, jadeaba, me caí, y me raspé las manos, pero proseguí, así hasta llegar al muelle. El muelle era real, tal y como lo recordaba, pero no había Katherine, ni bote ni esa cálida sensación de bienestar; me sentí ahogada; llegó una sensación de estrés, ganas de llorar… ¡quería gritar! Pero mis gritos se ahogaban en mis lágrimas, ¿por qué siento esto?, me pregunté. Luego me sentí mareada, todo se movía sin razón, el agua se volvía turbulenta y caí al suelo, pero todo seguía dando vueltas. Y todo se volvió oscuro, pero justo antes de perder la razón en ese profundo sueño puede percibir su aroma… su aroma acarreado por el viento… su aroma era real, entonces ella tenía que ser real.