La Misteriosa Chica del Lago

Jamás Morir

Yo no le respondí, me sentí petrificada ante lo que estaba viendo y escuchando. No quise girarme; me moría de miedo. Julieta seguía susurrando, y podía notar en su voz una agitación creciente. Cerré los ojos y respiré tan profundamente como mis pulmones podían, luego comencé a controlar mi respiración. Intenté hacer que mis piernas respondieran a las órdenes de mi cerebro, y dejaran de temblar. Empuñé mis manos, y finalmente, me giré.

            Detrás de mí no había nadie.

            En ese momento la piel se me volvió como de mármol; los vellos de mis manos se levantaron apuntando hacia arriba; luego sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo; y entonces mi piel pasó de ser mármol, a sentirse como una plancha caliente.

            —¡Charlie! ¡Vamos! —susurró Julieta en un tono más fuerte.

            —Ya —respondí a secas.

Me giré rápidamente hacia el cuerpo momificado, y sin pensarlo, tomé el reloj y lo jalé bruscamente. Pude sentir como algo se rompió; probablemente había sido su cuello. Hice una cara de aborrecimiento, aquello me había causado un asco tremendo. Lo metí en mi pantalón y rápidamente caminé hacia el agujero que estaba en lo que podía llamarse techo. Miré a Julieta y se veía bastante agitada.

            —¡Hey! Dame tu mano, necesito que me subas —le dije.

            Ella estiró su brazo derecho lo más que pudo y tomó mi mano, pero subir parecía más difícil de lo que había sido la última vez, claro, ahora no había dos hombres altos y musculosos que me sacaran. La solté.

            —Buscaré algo para subir, espera —susurré.

            Busque entre aquel oscuro lugar, y traté de evitar ir hacia donde estaba el cuerpo de… el cuerpo momificado. Miré unas cajas de madera y las tomé. Acomodé un par; una sobre otra, y volví a tomar la mano de Julieta. Esta vez fue suficiente para salir de aquel escalofriante lugar.

            Cuando subí por completo, después de esfuerzos por parte de ambas, abracé a Julieta.

            —Estás temblando…

            —Tengo miedo —susurré.

            —Shh… —me calló—, está en la casa.

            Miré teniendo mi cabeza recargada sobre su hombro; no pude percibir a nadie. Luego la solté y traté de mirar y buscar entre lo que alcanzaba a captar mi vista.

            Después volví a escucharla.

            “Váyanse antes de que regrese —se escuchó la voz de Katherine.

            —¿Quién? ¿Quién dijo eso? —preguntó Julieta.

            No podía creer lo que Julieta estaba preguntando, ¿no me estaba volviendo loca? ¿No era mi imaginación?

            —¿La escuchaste? —le pregunté con la voz entre cortada.

            —Claro que la escuché, ¿quién es? ¿Quién se supone que va a regresar? ¿La persona que sentí antes? Porque definitivamente no era ella, ella no estaba antes… ¿cómo llegó aquí?

            —Yo… —fue lo único que alcancé a contestar.

            Una oleada de frío llegó de la nada, pero no como un frío cualquiera, este llegó de la nada e hizo descender la temperatura de mi cuerpo de un segundo a otro.

            Mi cuerpo se entumeció desprovistamente; mi piel palideció y de mi boca comenzó a emanar un vapor casi tan blanco como el humo de un cigarro. Julieta me tomó de la mano, y apenas si pude percibir el calor de su piel, ella también se estaba congelando.

            Miré hacia todos lados y nada parecía haber cambiado; no había nadie; nada parecía haber cambiado.

            —Tengo miedo Charlie, sé que te prometí no preguntar nada hasta que tú me lo explicaras… pero esto que siento no es normal, tengo miedo. ¿A dónde me trajiste? ¿Por qué me trajiste? —me dijo directo al oído.

            —Ya sabes porque te traje, porque eres la única que confía en mí… posiblemente porque aún no te he decepcionado… y si te digo quien es ella… ella no es… ella…

            De pronto un fuerte sonido nos hizo saltar sobre nuestros lugares; fue como sentir que el techo se había caído sobre nosotras. Julieta comenzó a gritar y yo solo apreté su mano.

            —¡No ha pasado nada! —le dije.

            Ella pareció no escucharme, solo siguió gritando.

            La tomé a la fuerza y corrí hacia la puerta principal, pero esta se cerró ante nosotras de golpe.

            Julieta enmudeció de pronto.

            —Hay alguien más en la habitación —me susurró.

            Me giré rápidamente, pero lo único que llegué a ver fue más oscuridad. Luego me acordé que traía la lámpara en la mano, y la encendí, pues la luz de luna ya no parecía iluminar lo suficiente. La dirigí hacía todos lados, pero no logré ver nada. La temperatura parecía seguir descendiendo, y podría jurar que comenzaron a dolerme hasta los huesos.

            Acerqué la luz hacia la puerta e intenté ver sí había algo que la estuviese atrancando, pero simplemente parecía ser una puerta de madera. Agarré la manecilla que sobresalía de esta y jalé… jalé con todas mis fuerzas, pero esa puerta parecía estar encarnada en las paredes.

            Mi corazón latía tan rápido que podría decir que me sentía al punto de un infarto. Fui la que trató de mantener la calma, porque aunque Julieta había dejado de gritar, podía sentir sus sollozos sobre mi espalda.

        Mi vista de pronto comenzó a verse más borrosa. Cerré los ojos y me los tallé intentando quitar alguna basura que pudiera haber caído en ellos, pero fue inútil, nada había sucedido, seguía sin ver más que apenas sombras resultado de la luz de la lámpara. Comencé a sentir desesperación; ya no sabía por qué había querido estar allí; solo quería salir e irme lejos; quería olvidarme de todo.

        —No lo hueles —me dijo Julieta.

        —¿Qué?

        —El carbón, de pronto huele a carbón… carbón quemado.

        Con los nervios y mi nariz congelada era casi imposible poder percibir algún olor, pero de pronto se volvió tan claro, que no tuve la necesidad de pensar en lo que había dicho Julieta. Sí, comenzaba a oler a carbón, ese mismo olor de mis sueños; el de la noche de aquel día.

        —¡Mierda¡ —dijo Julieta.

        Jamás pensé escuchar una mala palabra de ella.

        —¿Qué sucede? —pregunté al instante.

        —Mi pecho izquierdo, siento que me duele mi pecho izquierdo.

        —¿Qué dices?

        —¡Que me duele el puto pecho izquierdo! ¡Demasiado!

        Julieta me soltó para poder tocarse su pecho, yo no podía dejar que se apartara de mí, pues si en algún momento terminaba sin ver nada, y a ella le pasaba algo…

        Sin embargo, aquello dejó de asustarme en el momento que mi pecho también comenzó a sentir dolor, un dolor tan intenso como el de la vez antigua. El dolor llegó tan de pronto y de la nada, que me sorprendió e hizo que tirara la lámpara a suelo; esta al caer, simplemente se apagó.

        En completa oscuridad supe lo que estaba experimentando Julieta: desesperación, impotencia, miedo, angustia, dolor… ¡Dios! No podía creer hasta qué punto había llegado mi deseo de la verdad; ahora que la tenía, que era tan clara… simplemente quería olvidarla.

        Di un manotazo al aire intentando buscar a Julieta, pero no la sentí.

        —¡Julieta! ¡Dame la mano! ¡No quiero que nos separemos!

        —No sé dónde estás… No puedo percibir tu aroma, este olor a carbón… además, ya no siento tu presencia… ya no sé cuál es…

        —¿Cómo que ya no sabes cuál es?

        —Son… hay otras dos… ya no sé quién eres tú.

        Las palabras de Julieta parecían ser una muy buena guía para cualquiera que perdiera la vista, pues al pronunciar aquello también sentí la presencia de otras personas en la habitación donde estábamos.

        Luego Julieta dio un fino grito y todo permaneció en silencio.

        —¿Julieta? ¡¿Julieta?! ¡¿Qué sucede?! ¡Háblame! ¿Dónde estás? ¡Contéstame!

        Ella no lo hizo, ya no podía sentir su presencia. Ella ya no estaba allí.

        Corrí como loca intentando dar con ella, luego me agaché en busca de la lámpara, y cuando la encontré, intenté prenderla. Nunca encendió.

        Supe que había perdido la cabeza en el momento que comencé a gritar, a gritar y solo eso. Ya no podía hacer nada más.

        De pronto, sentí como algo pasó justo al lado de mí, era un presencia enorme… era… era quizá el hombre de las botas negras… o alguien tan enorme como él. La puerta de pronto se abrió y dejó entrar apenas un rayo de la luz de la luna, o al menos percibí un poco de ella. Intenté mirar con el reflejo de esta, pero solo vi un bulto, un enorme bulto negro. Cuando ya no lo vi solo quedó frente a mí aquella enorme puerta abierta. Corrí hacia la puerta por puro instinto, pero esta se cerró de pronto. Un poco más y hubiera quedado entre ella y la pared.

        Como lo sobrenatural parecía acompañar aquella noche, volví a sentir un cambio de clima, un rotundo calor, mucho más soportable que el frío, o si lo pensaba bien, podía tratarse de que el frío insoportable había desaparecido, y el calor de mi cuerpo ahora parecía ser el calor que sentía hasta ese momento. Dejé de gritar, de quejarme en total, y traté de tranquilizarme. El frío se había ido, podía sentir mis sentidos más activos, así que intenté sentir algo, cualquier cosa que diera con el paradero de Julieta.

        —Se la llevó —dijo Katherine.

        Sí, su voz había llegado a un punto dentro de mi mente, que ya me era imposible no reconocerla al instante.

        No le contesté.

        —Sé lo que intentas, intentas ignorarme.

        Al sentir su presencia, su olor… tan cerca de mí comencé a sentir una profunda plenitud. Luego la puerta se abrió mágicamente, la luz de la noche iluminó y pude ver claramente, tan claro como de costumbre. Salí de aquel lugar y me tallé los ojos de la incredulidad de poder ver tan normal. Pero allí estaba, de un parpadeo a otro tenía frente a mí a Katherine.

        —Ya no me ignores.

        La miré, era ella, tan… era… era tan real, ¿cómo podía haber llegado a pensar que ella no era normal? ¿Qué ella no existía?

        —Tú… —dije apenas pronunciando las palabras.

        —Sé lo que parece, pero te juro que nunca te engañé… yo no sabía… yo creía que esto era real…

        —No digas nada Katherine; lo nuestro es real, pero tú no eres real para mí mundo, ni yo para el tuyo, no al menos en el mundo físico. Así que… ni siquiera pienses que lo nuestro no fue real, porque para mí lo fue. Yo sentí tu respiración, tu piel, tu aroma… eso tuvo que ser normal.

            —Nunca lo pensaría… yo siento algo por ti… pero ahora creo que todo es una confusión… es que pasó tan igual… fue de la misma forma… como te conocí… como la conocí a ella…

            —¿De qué estás hablando?

            Katherine estiró su mano y me mostro entre ella una gafas oscuras, eran las de Julieta.

            —¿A Julieta?

            —No, a ella no. Ella tiene los mismos ojos… la misma mirada, pero no es ella.

            —Katherine, no entiendo.

            —Recuerda… tu epifanía… había una niña.

            —Yo, no comprendo. ¿Qué me estás intentando decir?

            —Abre el reloj…

            —Cuando se cierra no se puede abrir.

            —¡Hazlo! —me exigió.

            Saqué el reloj de mi bolcillo y lo abrí sin esfuerzos. Allí estaba lo que había visto la última vez, una foto en blanco y negro de Katherine.

            —No puedo creerlo… ¿de cuándo es esta foto? Te sigues viendo igual.

            —Quítala —interrumpió.

            —¿Qué?

            —Está sobrepuesta, hay algo detrás de ella.

            Obedecí sin contradecir sus órdenes. Tomé la punta de la foto y la levanté con ayuda de mi uña… tan delicada y cuidadosamente para no romperla o dañarla. Sin embargo, la foto prácticamente saltó sobre mi mano, y frente a mí quedó otra fotografía. Se trataba de un muchacha, quizá de mi edad o un poco menor. Al principio no podía reconocer de quién se trataba, bueno, jamás la había visto en toda mi vida, pero había algo que se me hacía tan familiar. Y lo supe, lo supe en su complexión, en los rasgos de su cara, en sus labios, en su sonrisa…

            —Es… —dije sin dirigirme hacia nadie.

            —Es ella… ¿no lo notas? Yo no soy un maldito espíritu confundido, ya no… puedo diferenciar claramente entre ella y…

            —¿Su abuela?

            —No Charlie, no soy tan vieja como se ve la foto. San Marie tiene muchos secretos, y el mío es uno que oculta con tanto miedo. Ella es la madre de Julieta, y lo sé porque ella vino… ella vino antes… pero yo no pude irme con ella… yo no puedo irme de aquí.

            —¿Vino cuando ella se suicidó?

            Katherine no dijo nada, pero asintió con la cabeza mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

            —¿La confundiste conmigo?

            —No, o no lo sé… sé que siento algo por ti, algo diferente, ahora lo sé… lo siento… pero en un principio quizá pensé que se estaba repitiendo todo… ¡Es que fue tan igual! ¡Tú! ¡El lago! También estuviste a punto de caer en él… solo que tú no me diste una cachetada.

            —¿Te golpeó? No entiendo…

            —Es que… la niña… la tu epifanía…

            —¡Espera! ¿Cómo sabes que tuve una epifanía? ¿Ahora además de ser un espíritu también lees mentes?

            —Charlie… yo no lo sé… pensé que había sido un sueño… pero no, tuve la misma epifanía que tú… en el mismo momento, y fue porque yo estaba allí. ¿Recuerdas a las niñas que se reían de la niña?

            Asentí con la mirada.

            —Una de esas niñas era yo.

            —Tú no eres así, te conozco.

            —No. Hasta antes de conocerla tan a fondo, yo era mala. Me burlaba todo el tiempo de ella… ella se llamaba Julieta, como tu Julieta… la de ahora… pero yo le decía Romeo cada vez que tenía la oportunidad de burlarme de ella, solo porque parecía un niño.

            —No te creo…

            —Fue así por mucho tiempo, así hasta que sucedió el incidente con el portero… ella y baja autoestima provocó que ella la engañara, pero un día ella ya no quiso y lo apuñaló. Ella también resultó lastimada, hubo sangre por todos lados… Muchos dijeron que él la había matado, pero no fue cierto, su madre se la llevó… lejos de San Marie… pero luego regresaron, vivieron como si nadie los hubiese conocido, justo en esa tienda, la tienda que su marido había puesto en su ausencia. Creo que al final pasó de ser una tienda de flores a una antigüedades… eso es lo último que recuerdo…

            —¿El hombre? ¿Qué le hicieron a él?

            —Nada. Él tenía influencias, la gente lo respetaba, incluso mi familia, creyeron que la única loca había sido Julieta… mi Julieta… cómo creerle a una niña tan rara como ella… ¿Podrías creer que terminó por conseguir nuevo empleo con mi familia? Él era el encargado de hacer todo lo que ellos no podían… arreglar el jardín, llenar los calderos de carbón, pescar… hasta le pusieron esa horrible cabaña para que viviera lo más pacíficamente que pudiera.

            Miré hacia donde ella había señalado. Se trataba de la cabaña junto a nosotras.

            —La gente olvidó todo —susurró— incluso yo… cuando volví a ver a Julieta, en el muelle del lago… no sabía que se trataba de ella, de aquella niña… se veía tan diferente… se veía tan hermosa… ya no parecía un niño… fue como enamorarme cuando la vi, por primera vez en mi vida me enamoré de una mujer… de hecho… fue la primera vez que me enamoré… Ella casi cae al lago como tú, pero cuando la miré a los ojos fue diferente, ella si sabía quién era yo… se enojó y me dio una cachetada… supongo que era el odio que había callado tantos años por nosotras, las que nos burlábamos de ella. Pero luego el amor pudo más, le pedí perdón tantas veces pude… y finalmente me perdonó… me perdonó cuando me dio nuestro primer beso.

            —Ok. Creo entender todo… no me tienes que contar más detalles… pero en todo caso… no entiendo todo esto… ¿por qué este misterio? ¿Por qué ella terminó suicidándose? ¿Por qué tú estás aquí? ¿Por qué ese hombre sigue teniéndote aquí?

            —Porque ese hombre tiene que ver tanto conmigo como con ella… Yo me enamoré, y ella también. Nuestro amor era sincero, pero en aquellos tiempos estar con una persona de tu mismo sexo era como estar poseída por una entidad maligna. Yo… yo tenía comprometido… me iba a casar tan joven… pero yo no lo amaba… era lindo conmigo, era guapo, cariñoso, respetuosos… venía de una familia que durante generaciones habían sido doctores… era el hombre perfecto… su pelo rizado, moreno de ojos verdes… Decirle que no era la tontería más grande de cualquier mujer en aquella época, sobre todo para mi familia, la cual era de las más respetadas de San Marie.

            —¿Te negaste?

            —Durante mucho tiempo no dije nada. Solo me escondía y desaparecía por horas en el lago… con ella, pero José nos vio.

            —¿José?

            —El  hombre del que estamos hablando…

            —Mi familia no hizo nada contra ella, no querían que nadie se entera, solo le dijeron a sus padres que no querían volverla a ver cerca de mí. Mis padres insistieron en que me casa con mi prometido… pero yo no quería, no lo amaba; y se los dije, les dije que no lo amaba y que ni siquiera me gustaban los hombres. Casi se vuelven locos...

            —Katherine… —dije al verla comenzar a llorar.

            —Luego, como un buen hombre… José se ofreció para que me gustaran los hombres… recuerdo que les dijo: “Eso ha pasado porque nunca ha estado con un hombre, un hombre de verdad… Dénmela una semana y se las traigo tan mujer… le sacaré esa idea del diablo… solo una semana…” ¿Puedes creerlo? ¡Yo estaba allí! ¡Lo dijo frente a mis padres! Y ellos aceptaron… Me trajo aquí… a esta horrible cabaña y abusó de mí… abusó de mí hasta…

            —¿Hasta qué?

            —Julieta vio todo, ella vino por mí… regresó para que me fuera con ella… pero fue tarde… —rompió en llantos.

            —¿Katherine¡ ¿Qué sucedió?

            —Ella se arriesgó a volver a verlo, a despreciar su rostro… solo para…

            —¡Kat! ¡Termina tus oraciones!

            —Tienes que sacar a Julieta de aquí antes de que le haga daño… antes de que…

            —¡¿Qué?! —grité.

            —Que también la mate…

            El silencio sucumbió como un par de enormes cubetadas de silencio. Ella estaba frente a mí, sin decir nada y con la mirada rota. Quise acercarme y abrazarla, tomarla entre mi cuerpo y protegerla, solo para que dejara de verse como estaba ahora. Pero ya no sabía si al tocarla sería igual a como antes de que supiera la verdad. No porque ya no la viera de la misma forma, no, ella se veía tan real… tenía que ser real para mí.

            Luego un grito lejano de Julieta se escuchó a lo lejos. Giré mi cuerpo intentando seguir el sonido; me asusté. Volví a regresar mi mirada hacia donde estaba Katherine, pero ella ya no estaba. En el suelo yacían únicamente las gafas oscuras de Julieta.