La Misteriosa Chica del Lago

Reencuentro

—Sé que sigues allí… aún puedo escuchar tu respiración —insistió Julieta.

            —Yo…

            Antes de que pudiera formular una respuesta adecuada, entró la profesora regañando y enviando a todos a su lugar.

            —Sea lo que sea, que hayas hecho, espero dure más esta vez… —apresuró Julieta mientras sacaba una regla lleno de hoyuelos y una enorme libreta de hojas blancas.

            Miré el reloj fijamente, tomé del bolcillo de mi pantalón una servilleta arrugada y lo tomé con extrema precaución, justo en ese momento la profesora se dirigió hacia mí.

            —¡Hey! ¡Tú! ¡Ven a presentarte! —gritó en tono de orden autoritaria.

            Aquello me estresó y exaltó indudablemente, tanto, que me volví torpe con las manos y dejé resbalar el reloj; este cayó al suelo, no muy lejos de mí. Asustada, y presionada por las varias miradas que se habían posado sobre mí me paré e incliné rápidamente para recoger el reloj; pero esta vez no me preocupé por hacerlo con el papel. Lo tomé sin pensar, y al comenzar a ponerme de pie, los lentes, por arte de magia, terminaron en el suelo. Tan rápido como pude me los volví a poner. La profesora me miró furiosa.

            —Lo siento, pero al menos que seas invidente —miró a Julieta—, deberás quitarte esos lentes, o no tomarás mi clase.

            Metí el reloj al mismo bolcillo de donde saqué la servilleta vieja y me dirigí hacia lo profesora muy lentamente.

            —Disculpe, tengo una infección en los ojos… la luz o el polvo me hacen mucho daño —le dije en voz baja y lo más civilizadamente posible.

            —¿Acaso ves demasiada luz o sientes una tormenta de arena en este salón? Es eso o te largas.

            Lo pensé bien, no quería tener más problemas con mi padre, por lo que decidí retirarme sin hacer más guerra; pero, tomándome de sorpresa, la profesora estiró el brazo y me quitó los lentes sin previo aviso.

            —¿Ya ves? No es para tanto, hasta tienes bonitos ojos, ¿cómo no presumirlos? —fue lo único que agregó antes de regresarme los lentes.

            Aquella clase estuve demasiado impaciente, necesitaba un espejo; necesitaba mirar mis ojos; realmente lo necesitaba.

            Cuando la hora se llegó y la profesora dio su último dictamen, yo fue la primera en salir, no sin antes despedirme de Julieta.

            —¡Realmente agradezco lo del reloj! ¡Dale las gracias a tu abuelo! ¡Otro día platicamos con mayor calma! ¡Necesito irme! —fue todo lo que le dije mientras me despedía con un beso en la mejilla, después salí prácticamente corriendo.

            No fue muy difícil dar con un baño. Cuando llegué a este, lo primero que hice fue buscar un espejo.

Y entonces miré mi rostro, mis ojos.

Todo era perfectamente normal, hasta el último milímetro de mis ojos. No había ninguna señal de sangre o color rojo. Fue entonces cuando recordé lo de mi pecho. Revisé todos y cada uno de los baños en búsqueda de alguien, y al no encontrar nada simplemente me quité el brasier para meterlo en mi mochila y después levanté mi blusa. Y de nuevo lo mismo, tan normal como siempre, inclusive toqué para sentir algún dolor, pero no sentí absolutamente nada.

¿Tan rápido me había recuperado? Aquello era imposible, esa clase de lesiones tardaban semanas, e incluso meses en curarse, y ni siquiera era doctor para saber esa clase de cosas. En todo caso, la mejor pregunta sería: ¿Había realmente tenido esas lesiones?

Salí de la universidad con la mente divagando; debes en cuando tocaba mis pecho sobre la blusa para sentir algo, pero seguía obteniendo nada. Realmente era raro querer sentir dolor, pero lo necesitaba, necesitaba ese dolor para corroborar que lo de aquella noche había sido más que un sueño.

Seguí caminado, alguien me habló pero no logré escuchar, me di cuenta hasta que una mano se posó sobre mi hombro izquierdo; para mi sorpresa se trataba de Mario, el doctor.

—Creo que alguien te está robando parte de esta realidad y te trae algo distraída —dijo sonriendo cariñosamente.

            —Mario… ¡Lo siento! Solo ando algo distraída y pensativa… La universidad, ya sabes…

            Mario me miró fijamente, y apenado subió su mano hasta sus ojos, y después la bajó a su boca.

            —¿Pasa algo? —pregunté desconcertada.

            —¿No traes sujetador?

            —¿Qué? ¿Mi brasier? ¡Mi brasier! —dije alarmada, más que nada por si algún maestro, o incluso mi padre me veían en ese momento.

            Giré la mochila hacia delante y la acomodé de modo ocultara mi frente.

            —Comúnmente uso brasier… —aclaré.

            —¿Y hoy por ser un día especial, no?

            —Es una larga historia… ¡¿Qué hay de ti?! ¿No me digas que tomas clases de ballet o algo así después de una agobiante cirugía? —bromeé para relajar el ambiente.

            —No es tan mala idea, siempre terminó muy agotado después de mi turno… La verdad es que…

            Solo dijo eso antes de ser interrumpida por una rubia de pelo rizado que llegó por detrás de Mario y lo abrazó con tantas fuerzas que le fue inevitable sacar una bocanada de aire.

            —Oh, entiendo… viniste a ver a tu novia —dije con poca importancia.

            La chica me miró de arriba abajo como si fuera un escáner, puso una mirada penetrante sobre mí, y después se habló dirigiéndose hacia mí.

            —Ni que él tuviera tanta suerte —me volvió a mirar de manera juzgadora, y después se dirigió hacia Mario —¿Quién es ella, hermanito?

            —Ella es una amiga, y paciente… se llama Charlie. Charlie, ella es mi hermana, Elisa.

            Estreché mi mano con la de Elisa, y pude notar claramente su desprecio de hermana celosa, o simplemente, de mujer engreída.

            —Mucho gusto —le dije en tono indiferente.

            —Claro, Mario… creo que será mejor que nos vayamos, no quiero llegar tarde a la reunión —le dijo sonando como una niña pequeña.

            —Lo lamento, Charlie. Me hubiera gustado platicar más contigo, pero le prometí a esta mujer llevarla —dijo Mario con mirada decaída.

            Le sonreí.

            —Bye, Charlie. Oye, bonita tu cosa esa de la nariz, muy… no tengo palabras.

            Mantuve mi sonrisa solo por pura cortesía, como esas veces en que ves a alguien que te cae mal y solo sonríes para que no lo note; siempre me había negado a la idea de que alguien me cayera mal sin haberle tratado, pero en ese momento parecía querer romper esas reglas mentales.

            Ambos se alejaron lo suficiente, Mario me saludo desde lejos y yo le correspondí, Elisa solo giró la cabeza y siguió su camino.

            Les di la espalda y proseguí mi camino, de alguna manera ya había olvidado lo            que estaba pensando, pero tan rápido como pensé en eso la idea volvió, y todas mis preocupaciones regresaron de algún lugar donde hubiese querido que se quedaran.

            Miré el reloj de mi celular y noté que muy pronto serían las cuatro, la pura idea me atemorizaba. Pero entonces pensé en algo: si pasaban cosas que no podía recordar o no me quedaban claras si habían sucedido o no… ¿por qué no poner la tecnología de mi lado?, claro, podía grabar todo después de las cuatro, podía tener evidencia de que cosas sucedían y que no durante esas horas. Con la idea impaciente en mi mente decidí apurar el paso.

            Mi mente y cuerpo se detuvieron cuando pasé cerca del camino hacia el lago, pero refuté la idea de ir hacia ese lugar, y simplemente me dirigí hacia la casa. Cuando llegué mis padres estaban en el jardín arreglando algunas cosas, miré del otro lado y pude notar a lo lejos a Erin jugando con una vieja muñeca. Sin hacer que me notaran simplemente pasé hacia dentro y subí las escaleras rápidamente. Entré a mi cuarto, puse seguro y miré el reloj nuevamente. Ya faltaban unos pocos minutos para las cuatro, pero lo que captó rápido mi atención fue el ícono de mi batería, estaba a punto de morir, así que lo más normal fue buscar el cargador y conectarlo.

            Todo parecía estar en su punto, todo preparado y listo para que comenzara la función. Me senté sobre la cama y esperé. Recordé entonces lo que Julieta me había dicho sobre el reloj, ahora, sin miedo a nada, saqué el reloj de mi bolcillo y lo acerqué a mi oreja. Espere… y ¡Tah!, el reloj se detuvo justo a las cuatro. Todo se volvió silencio, pues de alguna manera, esperaba a que algo sucediera. Y así fue.

            Aquello lo recuerdo como algo muy extraño, se trataba de la impresora. Cuando habíamos llegado pensé en no conectar nada, al menos que lo ocupara, pero entonces me entró esa tremenda flojera de hacerlo luego cuando podía hacerlo en ese momento, así, la impresora había quedado enchufada con la esperanza de ocuparla algún día, incluso hasta le había dejado unas cuantas hojas blancas puestas en la bandeja, sin embargo, no la había prendido, y ahí es cuando comienza lo extraño de todo. Así, y de la nada, la computadora comenzó a sonar como si estuviera trabajado. Me asusté y traté de mantener la calma, luego esperé y la máquina simplemente inició la imprenta. La hoja salió y cayó al no tener algo que la sostuviera.

            Me levanté de la cama y me dirigí hacia la hoja. De la parte en la que había caído todo se veía blanco, entonces todavía no perdía los estribos, pero cuando le di vuelta…

“4:00”

            Aquellos números no se hubieran significado nada en otro momento, pero ahora ya no estaba tan segura. Desconcertada intenté tranquilizarme mirando a través de la ventana, y allí estaba, se trataba de Katherine, juro que era ella. Levanté el seguro de la ventana y la abrí. <<¡Hey! ¡Katherine! ¡Espérame justo donde estás! ¡No te muevas! ¡Voy para allá! —dije gritando a todo pulmón.>> La miré unos segundos esperando alguna contestación, y la hubo, ella me saludó y asintió con la cabeza.

            Salí disparada de la habitación, y sin saber por qué simplemente tomé el reloj y lo metí de nuevo a mi bolcillo. Fui como una ráfaga al salir de la casa, y lo supe porque nadie había notado mi salida. Corrí como loca entre el camino empedrado y lleno de lodo, salté una par de veces con una caída perfecta sobre ambos pies, y me golpeé unas cuantas veces con una ramas, pero al final lo logré. Ella estaba frente a mí, tan real, tan tangible, y aquella brisa del viento atrapaba su perfecto aroma.

            —¡Por favor! ¡Dime que eres real! —salió de mi boca sin haberlo pensado.

            —¿Disculpa? —dijo desconcertada.

            —¡Lo siento! —dije apenada —son ideas mías, tontas ideas…

            —Bueno, en todo caso yo también espero ser real, sería muy raro no serlo, o que tú tampoco lo fueras. ¿Lo eres?

            —Yo soy real.

            —Pues yo también. Creo que tenemos algo en común.

            Su rostro se iluminó de un momento a otro por una sonrisa incomparable, y por un par de segundos nos quedamos clavadas en la mirada de la otra sin decir nada. Luego ella se acercó hacia mí, mis nervios crecieron. Su mirada siguió clavada en mí, y después tomó mi brazo derecho y lo observó detenidamente, yo no pude quitarle la mirada.

            —¿Qué tal siguió?

            —¿Qué? ¡Oh! Mi brazo… entonces si pasó…

            —Me estás comenzando a asustar —dijo bromeando.

            —Lo siento, es solo que últimamente pasan unas ideas muy extrañas por mi cabeza.

            —No te preocupes, todos tenemos ideas extrañas y recurrentes.

            —¿Ibas para el lago? —cambié de drásticamente de tema.

            —Sí, hoy decidí aparcar en otro lado, no sé, a veces ir  a un lugar por otro camino resulta bueno, te ayuda a conocer nuevas cosas, a ser más aventurera. ¿Eres aventurera Charlie? —preguntó con un tono serio.

            —¿Depende?

            —¿Exactamente de qué?

            —Del para qué o con quién lo haga.

            —¿Te gustaría aventurarte hoy conmigo?

            Sonreí, y toda mi alegría ante esas palabras me fue difícil de ocultar.

            —¿Qué haremos?

            —Cerca de este lago hay un camino por el río para salir de San Marie, pero siempre de pequeños, a todo el que vive en San Marie y tiene bote, se le dice que no debe tomar ese camino porque es muy peligroso.

            —¿Peligroso? ¿Saben algo? ¡Espera! —tomé aire — ¿Me vas a decir que hay algo más temible en este pueblo además de mi casa.

            —En San Marie siempre habrá leyendas, mitos o simplemente historias que nunca parecerían ciertas, pero entre todo eso creo que siempre debemos estar abiertos de mente, ya sabes, las cosas pueden ser tan reales como que estemos tú y yo ahora mismo hablando, o tan irreales como que tú y yo fuésemos un sueño.

            —¿Tú y yo, un sueño?

            —Tú no eres la única con ideas extrañas, por ejemplo: de pequeña yo siempre solía imaginar la vida como si no existieras, realmente pensaba en todo sin mí.

            —¿Hablas en serio? Yo de pequeña pensaba en cómo quitarme de encima a un niño que siempre me molestaba. ¿Segura que tuviste una infancia…?

            —Normal. Nunca se sabe, al fin y acabo todos tenemos una percepción muy distinta de lo que es normal. ¡Dios! ¿Podemos dejar de filosofar e irnos? No quiero que se haga de noche, o entonces hasta el camino más inocente se volverá una tormenta para nosotras.

            Asentí con la mirada y le sonreí, ella me devolvió la sonrisa y me tomó de la mano con toda la naturalidad del mundo, y comenzó a guiarme entre toda la maleza. En ese momento mis pensamientos solo estaban dirigidos hacia la sensación que provocaba tener su mano tomando la mía, en esa alegría de cuando sabes que algo está saliendo más que bien; y bien podría decir que entonces no puse mucha atención a el camino por donde me estaba llevando, solo sentía su suave mano y su aroma chocar contra mí, me había vuelto ciega, y todos mis otros sentidos se habían agudizado. Recordé brevemente a Julieta, y luego se esfumó.

            Pude percatarme de que ya habíamos llegado cuando ella me soltó de la mano, entonces regresé a la realidad.

            Frente a nosotras se encontraba un inmenso río de aguas tranquilas, estas parecían incluso unos enormes espejos, y justo a la orilla nuestra se encontraba el mismo bote que había visto en mi primer encuentro con ella.

            —¿Estás lista para esta gran aventura? —me preguntó sarcásticamente.

            —No fingiré que no me asusta, porque últimamente las leyendas que se cuentan por esta gente me ponen bastante loca, pero no lo sé, creo que me causas cierto sentido de confianza.

            —¿Qué bueno que confíes en mí? Pero solo para darte un consejo, y aunque sonará bastante trillado debes saber que nunca… nunca debes confiar en alguien.

            —¿Te ha sucedido algo como para aplicar ese dicho popular? Porque mi dicho es: nunca hay que generalizar.  Yo sí creo que se puede confiar en algunas personas.

            —Bueno, tú eres tú y yo… soy yo.

            —Claro, pero entonces eso significaría que no confías en mí.

            —Bueno, espero entiendas que no es nada personal.

            Me volvió a sonreír, pero esta vez con la mirada un poco más clavada en ella misma, como si justo al estar hablándome estuviera pensando en algo más, y apostaría cualquier cosa a que se trataba de algo respecto a lo que hablábamos, quizá algún recuerdo no muy grato.

            —¿Vamos? —preguntó.

            Ambas nos subimos al bote, ella se acercó a la orilla de esté y lo desamarró de una enorme rama vieja que sobre salía hacia la orilla, y justo al hacerlo el pequeño bote comenzó a despegarse por sí mismo de la orilla.

            —¿Entonces? ¿Qué hacemos ahora? ¿Tomo estas? —miré hacia un par de remos—, ¿comienzo a remar?

            —Por ahora no, bueno, no te conté la otra parte de la leyenda. Se trata de que todo bote sin remo llega por sí solo hacia ese camino, esa es una de las razones por el cual la gente le teme.

            —Espera… primero: ¿Cómo podemos movernos si aquí no hay corriente?, y segunda: ¿a la gente le ha pasado algo con respecto a ese lugar? Porque entonces no entiendo a qué le tiene miedo.

            —Bueno, que no se vea corriente no significa que no haya, y como te dije es una leyenda, a veces no se sabe el por qué o cómo, solo la historia, además, es una especie de cuento para niños, como una advertencia que simplemente se acepta, pero hoy tú y yo, buscaremos la respuesta a tu segunda interrogante.

            Aquel río era mágico, su belleza era incomparable, pero muy en mi fondo sabía que aquel sentimiento en realidad se debía a otra cosa, o más bien, a alguien.

            Dejamos que el río hiciera el trabajo por sí solo, pero en ese transcurso fue inevitable cruzarme de vista con ella, y era extraño, porque era como si el silencio de ese lago nos contagiara, pero en ningún momento con alguna sensación negativa, era más bien pacífica. Yo sabía que ambas disfrutábamos aquel silencio, era como un delicioso sentir, y no necesitábamos hablar para saber que aquel lugar nos atrapaba en una plática silenciosa.

            Ella me miró a los ojos, pero esta vez su mirada fue más intensa, como sí intentará conocerme tan solo mirándome; yo no sonríe ni, di cualquier señal de agrado ante aquello, solo me deje mirar; dejé que me descubriera, y por primera vez sentí que alguien me miraba por un motivo mucho más simbólico que sexual o amoroso. Su mirada se mantuvo mucho más tiempo de lo que hubiera imaginado, y debo admitir que llegó un punto en que me intimido; no tuve más remedio que desviar la mirada y sonreír para que no creyera que no me gustaba que me mirara.

            —¿Usas algún perfume en particular? —le pregunté sin pensar en cómo lo tomaría.

            —No, ¿te gusta cómo huelo?

            Sentí literalmente como mi cara comenzó a calentarse, me había más que sonrojado.

            —Yo... yo —titubee.

            —Si me acercó a ti... ¿te pongo nerviosa? —jugó con la pregunta.

            Yo no dije nada, por primera vez en mi vida no sabía cómo contestar; no quería afirmar e incomodar, pero tampoco quería negarlo, porque eso abriría otra serie de preguntas que me delatarían antes de que yo lo quisiera. Ahora bien, no contestar tuvo el mismo efecto de que lo hubiera negado; era irreal creer que esta "timidez" que no conocía en mi apareciera con ella, quizá eso significaba algo.

            Katherine se levantó de su lugar y comenzó a dirigirse hacia mí; yo permanecí inmóvil; no sabía qué hacer. Simplemente se sentó a mi lado y se acercó a tal punto de tener su cara frente a la mía; después se acercó aún más; podía sentir su respiración, y aquel vapor que sale cuando la temperatura comienza a descender, que no había percibido hasta entonces, prácticamente podía entrar dentro de mi boca.

            —¿Estar así de cerca de ti, te pone más nerviosa? —me dijo mirándome directo a los ojos, de nuevo con esa mirada profunda.