Capítulo 3: Una locura que no se apaga

Aquella mañana en Xico ya no hubo más luz del sol y una manta de luces psicodélicas cubrió el cielo entero. Los pobladores regresaron a sus casas y cerraron las puertas con llave, maldijeron a la bruja y rezaron tanto que sus labios se resecaron hasta sangrar. Los ladridos de los perros se volvieron parte del todo y la vez de nada, se sentía un denso y cálido aire que hacía que se extrañara el frío habitual de la zona. Todos en el pueblo tenían miedo, incluso lo podían sentir sobre su piel, como un mosquito rondando.

            El reflejo celeste y verdoso de los ojos de Emilia era un danzante evento que se tatuaría en sus recuerdos como lo más maravilloso que nunca había visto. Se quedó allí casi por 15 minutos, embobada y petrificada de la emoción, ignorando por completo a Selene, quien ya se encontraba arreglando sus cosas para partir; a diferencia de Emilia, ella se veía nerviosa, apurada, impaciente por regresar a casa y encerrarse por si regresaban los pueblerinos.

            —Me tengo que ir —se interpuso al frente de Emilia sacándola de su estado de contemplación.

            —¿Qué dices? No puedes irte, si esa gente regresa… deberíamos ir a la ciudad, venir conmigo, nos podemos ir en mi coche.

            —Emilia, ha sido muy agradable conocerte, pero no puedo ir contigo. Tengo que regresar a casa, este es mi hogar y no voy a irme.

            —Esa gente es peligrosa, no porque sea agresiva, sino porque está desesperada, si supieras lo que la desesperación le hace a la gente; la cambia por completo.

            —Ellos no irán más allá del árbol torcido, y tú tampoco deberías ir; espera a que sea de día, si es que vuelve a haber día, y ve a casa.

            —No, no, no… no entiendo, te ofrezco venir conmigo, a un lugar seguro y prefieres ir a tu casa solo porque esa gente tiene una absurda superstición, sí, suena a un excelente plan.

            —Solo vete, y no vengas conmigo —interrumpió Selene con un tono tajante y serio, con una mirada y sonrisa desdibujada.

            Emilia ya no dijo más, ni se interpuso, cuando alguien se quería ir, no era la clase de persona que se oponía o rogaba para evitarlo; al fin y al cabo, Selene solo era una extraña, una que se había preocupado desinteresadamente para cuidarla, como quizá en mucho tiempo nadie lo había hecho.

            Selene tomó sus cosas y salió de la casa apresurada, miró a Emilia parada en la puerta, impávida. Esta vez no intercambiaron sonrisas y poco a poco Selene se perdió entre las sombras de los árboles, los crujidos de sus zapatos y las hojas secas se dispersaron y solo los ladridos de los perros a la lejanía se quedaron allí con Emilia. En ese momento toda esa pose de control se perdió, la cara se le arrugó y tuvo tanto miedo que comenzó a faltarle el aire, a sudarle las manos, a punzarle el pecho como si alguien introdujera pequeños alfileres; le entraron unas ganas repentinas de llorar, pero llorar de enojo, por culpa de esa gente, de ese pueblo, de ese viejo, de Selene, de sus padres.

            Tomó la charola que Selene le había dejado y la tiró contra la pared de la cocina, haciendo que un violento y ensordecedor ruido metálico sobrepasara los ladridos de los perros; luego tiró las sillas, después algunos platos de cerámica y la caja de cubiertos que resonaron y cayeron por todos lados. La furia de Emilia se encontraba suelta, brava y sin control; quería romper todo a su alrededor, tirar la cabaña a patadas y que se le cayera toda encima; quería sentir tanto para que el colapso la dejara sentir nada, se estaba perdiendo y lo haría en soledad, como tantas veces lo había profesado.

            —¡Saca ese dolor, Emilia, no te pertenece! —gritó la voz, aquella voz—, duerme por siempre, hasta le eternidad, al lado de Efraín, él te recibirá.

            —¡Cállate! ¡Vete!

            La desesperación de Emilia y la de un mundo agobiado cayó sobre su espalda <<si supieras lo que la desesperación le hace a la gente>>. Gritó, gritó más fuerte que los ladridos de los perros y luego se tiró al suelo, se quedó allí pataleando y rompiendo todos sus músculos. En uno de esos arrebatos se miró reflejada en la charola, toda deforme y corrompida, allí no estaba Emilia, allí había alguien más, alguien que ella no reconocía; y entonces comenzó a llorar, a mares salados e indelebles, sacando todo el aire en un llanto ahogado y profundo que le raspaba la garganta y hacía temblar su cuerpo.

            El profundo odio irracional de Emilia sucumbió lentamente con el paso de las horas, el reflejo verdoso y azulado de la noche a través de la ventana comenzó a tranquilizar su alma, así hasta que solo se volvió un mueble más en la casa, inmóvil y sin pensamientos. Cerró puños hasta que sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos, hasta que las sintió encarnarse y el dolor comenzó a palpitarle en la mano. Se puso de pie lentamente y todo parecía moverse, como si hubiera bebido alcohol en una larga fiesta y empezó a subir las escaleras hasta dar con todas sus cosas perfectamente acomodadas por todos lados.

            La desesperación quiso regresar por unos instantes al no saber dónde estaba lo que buscaba; sacó cajones, revolvió ropa, limpio su maleta y así hasta que encontró una pequeña libretita arriba de un estante y le sacó un lápiz sin borrador y mordisqueado de la espiral. Se sentó frente a la ventana mientras observaba cómo las luces comenzaban a palidecer. Se sorbió el líquido que intentaba salir de su nariz, abrió la libreta y escribió después de mucho tiempo:

           

“Efraín miró a través de la ventana, el cielo era tan rojo que el propio reflejo en sus ojos lo hacían ver como un condenado demonio. Veía a la gente correr, despavoridos mientras la ola los desintegraba al más pequeño tacto; el gua que corría, se levantaba en grandes zancadas de un vapor que desaparecía en el aire. No entendía la razón de que Beatriz se hubiera ido si allí estaban seguros, si allí había amor. Una agobiante tristeza le daba al pensar que jamás la volvería a ver, pero le causaba una tremenda tranquilidad pensar que quizá sus cenizas podrían llegar a través de viento para disculparse y despedirse; él no había hecho nada mal, Beatriz era la culpable, si alguien se merecía ser feliz, ese era Efraín, incluso si lo hacía allí solo hasta envejecer”.

 

Una brisa calurosa, rara de Xico, se coló por el cuerpo de Emilia, la luz del sol nuevamente calentaba todo lo que tocaba y los pajarillos trinaban con tanta emoción que parecía imposible todo lo que había pasado aquella noche. Abrió los ojos que se habían pegado por una cristalina capa de sus lágrimas y se dio cuenta que el sueño y la furia de anoche la habían derribado hasta lo más profundo del cansancio. Su cuerpo había tomado una forma antinatural, por lo que el tan solo levantarse le causó un dolor muscular en la espalda y una contractura en el cuello, todos sus huesos resonaron, y enojada, se desquitó aventando la libreta por la ventana, solo para que en los siguientes dos segundos se arrepintiera y saliera tan rápido como pudiera a recogerla.

            Cuando Emilia pisó el pasto sintió un escalofrío por todo su cuello, al levantar la libreta un denso aire caliente entró por sus tobillos y llegó hasta sus orejas, de pronto se sintió observada; se giró rápido y no había nadie allí, volteó un par de veces en otras direcciones y seguía sin haber nadie. Comenzó a sentirse nerviosa, pero supuso todo era un mal residuo de su ataque desesperado de la noche anterior. Miró la libreta y leyó de nuevo sus garabatos, se molestó por reflejar sus sentimientos de anoche en el pobre de Efraín, hasta sintió ganas de disculparse, pero solo arrancó la hoja, la hizo bolita y la tiró tan lejos hasta el escuálido árbol de hojas moradas donde había visto a Selene por primera vez.

            Se acercó a la pequeña sombra que daba debajo del árbol, con un tapete morado que recubría toda la base del mismo; todas las hojas eran tan moradas e incluso las mas viejas y secas conservaban su mismo color, sin embargo, al tocarlas se deshacían en las manos como si estuvieran hechas de polvo <<polvo eres y en polvo te convertirás>>, masculló. Permaneció observando cada una de las pequeñas flores moradas hasta que una gota de sudor cayó sobre la tierra; se tocó la frente y estaba sudando, pero esta vez no debido a una fiebre, el aire se había vuelto caliente, tan caliente como si estuviera cerca de una costa.

            ¿Algo tenía que ver lo de la aurora boreal? No había mucho sentido en eso, y lo que menos sentido tuvo fue comenzar a escuchar los chirridos de unas cigarras en pleno día, a su parecer, aquellos minúsculos insectos solían cantar de noche, aunque también había escuchado que lo hacían en días calurosos, por lo que quizá no era tan raro después de todo. Un poco más tranquila por su raciocinio exprés decidió volver a casa, pero aquello no sucedió cuando miró un “fantasma”.

            A su lado, se encontraba Selene agachada y recogiendo flores moradas, tenía el mismo vestido blanco y los cabellos llenos de palillos y hojas secas; se veía tal y como la primera vez, solo que ahora parecía traslúcidas con la luz del sol. Aquello, lo más extraño que había visto en mucho tiempo, llamó su curiosidad y puso de lado el miedo, acercándose para querer tocarla <<¿Selene?>>, la llamó, pero no contestó, solo cantaba aquella canción de siempre, con eco y entrecortada como una mala señal de radio.

            La silueta de Selene se puso de pie, recogió algunas otras flores y atravesó a Emilia de golpe, esta se tocó todo el cuerpo, se encontraba bien y no sentía ningún dolor, ni siquiera un mínimo hormigueo. Selene se detuvo y comenzó a saludar hacia arriba, Emilia miró y se le bajó la sangre hasta las raíces de la tierra cuando se vio a sí misma negando con la cabeza y una expresión incómoda, con su cabello hecho una maraña y la ropa con la que había dormido ese día. Emilia era lista, comprendió que estaba viviendo un recuerdo, pero desde una perspectiva que no le comprometía, así que no dudó en echarle la culpa a las plantas que le había dado Selene de tomar cuando estuvo enferma.

            Como buena y simple espectadora, siguió la silueta de Selene, y al paso se enamoró de ver cómo los rayos atravesaban su pelo, su cabello y formaban pequeños destellos de colores pasteles, pero luego el ente de su compañera comenzó a diluirse entre la luz hasta desaparecer por completo. Cuando llegó a la puerta se le sacudió la sangre, ahora veía a los pueblerinos, gritando, pero no salía nada de sus bocas, estaban tirando piedras que no provocaban ningún sonido contra las paredes de la cabaña. Se acercó y ninguno parecía si quiera darse cuenta de su presencia; de hecho, igual que la figura de Selene, se veían como suaves proyecciones liberadas por las partículas del sol.

            Emilia atravesó unos cuantos y se preguntó si estaba muerta, le asustó eso, porque quizá anoche durante su ataque… quizá su corazón… le entró miedo y corrió hacia la puerta y la abrió; de pronto se había hecho de noche, se veía allí tirada golpeando el suelo y llorando en silencio como una niña, sintió vergüenza y se giró para no ver más. Entonces la voz de Selene de nuevo, cantando, entraba por la puerta con un montón de cosas y las ponía en la mesita del comedor, Lorax entraba con ella <<no Lorax, esto no es para ti, anda y ve, después de lo que hiciste no querrá verte>>.

            El ave salió y aleteo enfurecido para perderse en la noche. Selene subió las escaleras y justo al llegar a la mitad se desvaneció. El crujir de un pedazo de madera llamó la atención de Emilia, casi como una advertencia se asomó por la ventana, Lorax estaba parado justo sobre ese largo brazo del árbol que cubría el Beetle amarillo, ambos volvieron a intercambiar miradas y el ávido pájaro comenzó a dar saltitos y graznar como si se estuviera riendo. El tronido del brazo se acrecentó y Emilia salió de la casa corriendo para ahuyentar a Lorax, pero cuando llegó fue muy tarde, un estruendo le arrancó la vida a su pequeño y amarillo Beetle, el brazo del árbol había caído sin piedad, aplastándole todo el techo y cristalería. Los graznidos de Lorax se unieron a otros cuervos mientras la alarma tintineaba a todo volumen, era insoportable, y el ladrido de un perro a su espalda la hizo girar.

            Todo regresó a ser de día, el perro ladraba como loco, le ladraba a ella; tomó una piedra y se la arrojó, pero no pudo darle; lo intentó una segunda vez y al atinarle en una pata el perro salió chillando. Cuando Emilia se volvió al coche, este seguía intacto, ni él ni la rama se habían movido, todo había sido un mal sueño, tanto así que empezó a gritar de la desesperación. Por su parte, Lorax se paró sobre la misma rama del árbol, miró a Emilia, dio un graznido y comenzó a dar saltitos <<no, no, no, no… me estoy volviendo loca, como papá, eso es todo>>, pero en cuanto escuchó el crujir del árbol se asustó y se toqueteó todas las bolsas sin dar con la llave del auto.

            Corrió al interior de la casa, subió las escaleras, tomó las llaves y de regresó tropezó saltándose los últimos cinco escalones a golpes, al salir la rama seguía crujiendo, Lorax saltaba y aleteaba como si se divirtiera. Emilia abrió la puerta y tanto como pudo puso en reversa el Beetle y lo quitó de las faldas del viejo árbol. Una vez allí, Lorax voló y desapareció, pero en ningún momento la rama cayó. Cuando salió del auto, Emilia comenzó a reírse, de verdad pensaba que se estaba volviendo loca y que ver el futuro definitivamente no era una de sus cualidades ancestrales más que el de la locura.

            Despreocupada, cerró el Beetle con llave y caminó hasta llegar a la puerta de la cabaña, pero un estrépito se escuchó a su espalda y la hizo regresar corriendo; bajo aquel viejo árbol yacía uno de sus enormes y pesados brazos, tal y como en su alucinación. Las razones ya no tenían más razón, lo cierto era meramente incierto y, lo que no tenía sentido tampoco tenía respuestas; la única verdad era que Emilia se estaba volviendo loca, aquel odio irracional había terminado por trastocarla desde dentro hasta destruir su mente por completo, sin embargo, lo único que pudo pensar en ese momento es que había llegado el fin de su carrera y que jamás terminaría de reescribir la historia de Efraín.

            Resignada al fracaso, comenzó a juntar todas sus cosas en maletas y cajas, incluso las que había dejado Selene en su cocina. Tomó algunas cosas como pequeñas tacitas y libros viejos que probablemente eran de sus abuelos, miró por ultima vez la casa, inclusive el viejo quinqué rojo y subió el resto a su Beetle. Sintió tanta frustración y desilusión, había tocado fondo y lo único que había necesitado era una absoluta soledad consigo misma. Ahora estaba segura de que Xico no le traería nada bueno y que el dolor que sentía no era más que el resultado de una culpa que no merecía, un rencor que se le regaló el día que nació.

            Cuando encendió el coche, aceleró con rapidez, deseaba dejar todo atrás, y con suerte, salir rápido de ese pozo de incertidumbre, visiones y gente malhumorada, pero también sintió tristeza de dejar a Selene. Por otra parte, aceptó que ella no había hecho nada malo, Selene era la culpable, la que se había ido, si alguien merecía ser feliz, esa era Emilia, incluso si lo hacía sola hasta envejecer. Al paso que iban aquellas llantas, no tardó en ver a lo lejos el frondoso y enroscado árbol chueco, pronto llegaría al punto donde tendría que girar a la izquierda, pasar por el centro de Xico y regresar a casa.

            Al llegar al árbol torcido comenzó a desacelerar y se detuvo, lo miró, parecía estar más torcido de lo habitual, era eso o quizá la primera vez no le había puesto tanta atención. Miró al frente, podía ir con Selene, tenía unas ganas irracionales de ir con ella y quedarse mirando su sonrisa indefinidamente, pero, por otro lado, ella había sido clara, quería que Emilia se fuera y que no la buscara. Solo una vez había ido a buscar a alguien, incluso cuando le decía no hacerlo y de allí había aprendido a respetar las decisiones de los demás, aunque le doliera en lo profundo del alma, por eso era que tanto ella como Efraín preferían morir solos que ir en busca de un amor no correspondido.

            Al final, luego de repensarlo unos minutos, decidió girarse a la izquierda y regresar por el mismo camino a Xico. En su paso de regreso encendió la radio para ver si lograba olvidarse por un rato de todo, pero eso poco ayudó, todos y cada uno de los canales de radio emitían un ruido extraño de estática y señales intermitentes que no daban a entender nada, por lo que el resto de la travesía tendría que ser acompañada del silencio de sus pensamientos.

            Aquel viaje comenzó a sentirse largo y pesado, no como la primera vez, provocándole una terrible ansiedad, así hasta que logró entrar a Xico. Las calles no le habían parecido tan solitarias como ahora, no había personas de atuendos tristes ni niños a quienes sus madres regañaran por paletas clandestinas. No había ni siquiera algún perro ladrando como la noche anterior, es como si toda vida se hubiera ido de allí; pero sí había vida, luces encendidas y ventanas tapadas con pedazos de madera, esa gente se estaba escondiendo de algo, sus murmullos alababan a su Dios; incluso una que otra mirada se asomaba por la ventana como si la estuvieran espiando.

            Lo único que podía pasar por la mente de Emilia era lo sucedido con lo de la aurora boreal, una casualidad que había espantado a un pueblo entero, aquello le sonaba de lo más absurdo, así que solo continuó sin más hasta atravesar toda la ciudad y salir. El trayecto a casa poco a poco comenzó a hacerse menos pesado, incluso comenzó a darle hambre y a comer todo lo que encontró en su maleta de bocadillos, era como si la vida comenzara a andar con rapidez; pero el desamor que le había dado Xico lo llevaba bien dentro, tanto que pensó que era una estupidez rehacer el libro, deseaba llegar a un lugar donde hubiera señal de móvil y llamar a su editora para decirle que no aceptaba, que si su libro se publicaba sería así, tal cual con el final que ella le había dado a Efraín.

 

Las horas comenzaron a correr con normalidad, pero el viento no dejaba de sentirse caliente y denso, el sudor que recorría su cuerpo se volvió tan incómodo que encendió el aire acondicionado y subió todas las ventanas; luego para probar suerte de nuevo, encendió la radio y dos canales ya tenían música, pero no del gusto de Emilia, así que le dio oportunidad al siguiente canal, donde una serie de voces la hicieron detener el coche apresuradamente.

 

            —Nadie, ni los mejores científicos del mundo pudieron prevenir esto Sam, nos habían jurado que serían meses, semanas, días y ahora tan solo son horas, es un día de miedo e incertidumbre, la gente reza y otros huyen a zonas protegidas, lo más lejos de las ciudades.

            —¿De verdad crees que hay zonas protegidas? Víctor, ya no hay espacio en ningún búnker, solo queda buscar a tus seres queridos y pasar las últimas horas a su lado, es lo único que te aconsejo.

            —¿Y por qué sigues aquí, Sam? Deberías ir con tu familia, hacer caso a tus consejos.

            —Víctor, yo no tengo familia, la gente que nos escucha es la única familia que me queda.

            —Por Dios, Sam, no digas eso. Deber haber alguien, pero si no lo hay, me quedaré aquí contigo, no creo que a mis padres les importe pasar mis últimas horas con una buena amiga.

 

Emilia comenzó a temblar, a sudar miedo sobre el mismo sudor del calor, se bajó del auto y comenzó a dar vueltas. Extendió la mirada hacia el horizonte y todo se veía normal, nada de nada de lo que estaba escuchando. Entró rápido y comenzó a buscar su celular, pero la batería había muerto hace días; volvió a buscar y encontró el cargador que luego enchufó en la clavija de carga, pero el celular tardó varios minutos en volver a la vida <<Enciende, cochinada, dime que no me estoy volviendo loca y que eso que escuché es solo una tonta obra tipo Orson Welles>>.

            Cuando por fin la pantalla se encendió, un montón de notificaciones comenzaron a llegarle casi como un bombardeo, mensajes de su editora, su mejor amigo, fans enojados, sus amantes, la cuidadora de su casa y hasta de canales de noticias que no recordaba haber contratado:

 

“Espero que estés trabajando muy duro, de verdad que lo espero”.

 

“Ni se te ocurra volverme a llamar, de verdad me tienes hasta la chingada, estoy harta de todos tus traumas y rabietas de niña”.

 

“He leído mejores libros escritos por niños, muérete”.

 

“Señorita Emilia, perdóneme la vida, pero Miauricio se salió y no ha regresado, ya le puse su comida y lo vi por la cámara, pero solo me mira feo, espero que regrese pronto, no se enoje”.

 

“Me ha encantado, no entiendo porque no les gustó, llámame y lo discutimos con un buen vino”.

 

“Qué ridícula tu historia sobre la isla esa, solo faltó poco para que apareciera Willson, un tantito más de creatividad, vieja lerda”.

 

“En serio te fuiste, sé que te dije que no me llamaras, pero ¡te fuiste! No esperaba menos de ti”.

 

“Seguimos esperando avances, ya van días sin saber de ti, repórtate con tu editora, o sea, conmigo”.

 

“La aurora boreal que aterrorizó al mundo: lo más lindo que hemos visto en meses, haz click en el link y mira sus mejores fotografías alrededor del mundo”.

 

“Emilia, lo siento, háblame, no debía haberte dicho todo eso, las cosas están muy raras, dicen eso del sol en la televisión, no sé qué pensar”.

 

“Las mejores fotos de gatitos para ver antes del fin del mundo, haz click y comparte”.

 

“Si no envías nada en los próximos días da por cerrado el contrato, Emilia, no importa si el mundo se cae a pedazos, no puedes desaparecer por meses y creer que no eres reemplazable. Martha trajo un nuevo escrito que fácilmente te quita la publicación de este año”.

 

“Seguro ya lo sabes, pero si estás sola, ándate a mi departamento y hagámoslo hasta que el pinche solo se apague, ¿qué dices?”.

 

“Emilia, tengo miedo, creo que todos vamos a morir, te extraño. Fui muy mala contigo, no te lo merecías, igual quiero que sepas que fue lindo pasar tiempo a tu lado, te quiere Florence”.

 

Los mensajes siguieron llegando, pero Emilia no pudo leer más cuando el celular volvió a apagarse, lo maldijo e intentó conectarlo de nuevo, pero por más intentos que hizo, no volvió a encender. Se tiró junto a la llanta mientras sentía que todo el cuerpo le vibraba, nada de eso tenía sentido, el sol se veía bien, el viento era caliente, pero estaba bien, el cielo no tenía nuevas auroras, los pajarillos cantaban y todo lo verde seguía regalando vida.

            ¿Era así cómo se sentía su padre? ¿Era así cómo la locura lo había llevado a la muerte? Escuchar, ver y sentir como el mundo se burla de ti y te deja puzzle sin resolver… tal vez ahora era el turno de Emilia, de dejar que la locura la consumiera y la ahogara dentro de su propia mente. Tal vez si esperaba lo suficiente el fin le llegaría allí mismo, en una carretera a la orilla de la nada, sin nadie que la juzgara de nuevo.

            Miró el cielo, tan tranquilo y blanco, lleno de paz, la paz que nunca pudo llegar a su vida, excepto el día que miró a Selene a través de esa ventana; lo que era absurdo e imprudente, ni siquiera la conocía, pero sentía que lo hacía desde hace tiempo, mucho tiempo; entonces comprendió que no quería morir sola, ni al lado de un amante teniendo sexo, ni siquiera con Florence, no, Emilia deseaba con todo su corazón, mirar el mundo como lo hacía Selene. Así que se levantó, entró en su auto y dio media vuelta con dirección a Xico.