Metamorfosis

Irrumpido

Lo miro directamente a los ojos y observo cómo casi parece dilatarse sus pupilas. Y su piel… su piel se eriza. Me mira como un niño mirando la vitrina con el juguete del verano. Le sonrío y me acerco delicadamente a su oreja izquierda.

            —Creo que será mejor que te vayas antes de que llegue mi novia. Si hace falta algo yo haré el pedido la próxima vez.

            —Claro —responde con la voz apagada—, ella tiene mi número.

            Lo dirijo hacia la puerta. Antes de salir por completo se da media vuelta y me mira con unos ojos pícaros, casi prendidos como una antorcha. Pongo el semblante más serio que puedo y le miro cruzando los brazos.

            —Eso que estás pensando. No.

            Hace una mueca con la boca y sube su mano a la frente. Hace esa señal de todo soldado subordinado saludando a su superior. Parece casi una burla, y rápidamente se pierde entre la oscuridad. Intento buscar algún coche, bicicleta o motoneta, pero no logro ni escuchar, ni ver algo. No le doy importancia y regreso al interior de la casa. Me dirijo hacia la cocina y comienzo a sacar todos los alimentos de las bolsas. No hay encuentro nada realmente que me sirva. Hay atún, huevo, cereales, azúcar, sal, dulces, plátanos, manzanas, agua, café, té, leche y una caja de harina de hot cakes.

            Me cruzo de brazos y muevo la cabeza en señal de negación, casi como si estuviera regañando a alguien. Realmente me indigna no tener nada para cocinar como una persona normal. Jamás fui la mejor persona haciendo elegantes comidas, pero uno de mis puntos fuertes, además de ser médico, era mi habilidad para cocinar. Intento pensar en alguna receta que ocupe lo que tengo, pero mis posibilidades incluyen arroz, y por más que busco entre las bolsas y alacenas, no encuentro nada.

            Me doy cuenta que tengo a la novia más acostumbrada a comer en restaurantes que hacer las compras correctas. Rápidamente busco algún recetario entre los cajones, pero mi búsqueda no rinde frutos. Ni siquiera tengo internet. Estoy a punto de darme por vencida cuando recuerdo la caja de hot cakes. Quizá no sea la cena más elegante que exista, pero si hay una caja en la lista de despensa, debe ser porque le gustan. Como jamás me ha gustado cocinar en un lugar desordenado, meto todas las cosas en donde creo es preciso.

            Aparto lo necesario para la cena y lo pongo a mi alcance. Suspiro al darme cuenta que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hice algo para comer, pues desde que desperté del coma he tenido a alguien ocupándose de eso. Prendo la estufa y pongo una cafetera con agua. Pongo los sartenes y saco un gran tazón para ingresar todos los ingredientes, encuentro una batidora y rápidamente tengo un líquido con perfecta densidad, o como diría cualquier chef, perfecta consistencia.

            Dejo caer un cucharon de aquel líquido y rápidamente comienza a hacer burbujas sobre toda su superficie. Me quedo hipnotizada a la espera de que sean suficientes burbujas. Espero. Luego un ruido ensordecedor hace que golpee el mango del sartén y deje caer casi su contenido. Busco con el oído cualquier cosa que me dé un indicio del origen del alboroto. Bajo las llamas de la estufa y salgo de la casa. Miro fijamente y me sorprende no ver absolutamente nada. Recargo una mano sobre la pared y toco un encendedor que no había percibido. Lo enciendo y una lámpara a lo lejos brilla tenuemente, pero lo suficiente para darme cuenta de que los botes de basura están tirados y esparcidos sobre todo el suelo.

            Me extraña no ver a nadie, y dudo que algún gato hubiera hecho todo aquel desastre, aunque realmente no sé qué clase de animales merodean por la zona. Me asusta la posibilidad de la existencia de lobos, pues uno de mis puntos débiles es mi miedo irracional hacia los caninos. Camino lentamente y luego apresuro el paso para recoger los botes. No hay basura. Están vacíos, y a pesar de ser de plástico, son demasiado ruidosos. Doy pequeñas miradas por si alguien está cerca, pero nunca aparece alguien.

            Regreso rápidamente al interior de la casa y cierro la puerta. Comienzo a reírme por el drama que estoy haciendo, porque quizá no es nada. O quizá si es algo, pero no tan alarmante como lo que me estoy imaginando. De pronto vuelvo a dar un salto que alarma mi corazón. Otro susto, pero tan injustificado como el anterior. La cafetera está chillando por la presión. Me carcajeo casi de manera forzosa para calmar mis nervios. Huelo a pan quemado y me acuerdo del hot cake que dejé en la estufa. Corro y lo tiro a la basura y apago la cafetera. Me tranquilizo y retomo la producción. Esta vez no hay nada que me imposibilite continuar.

            En 45 minutos termino y dejo todo listo para cuando llegue Christina. Tomo el libro que dejé sobre la barra y me siento nuevamente en el sillón. Paso los dedos sobre el título… La persona perfecta. No estoy tan segura si existe la persona perfecta, pero si alguna vez puedo llegar a ser perfecta para alguien más. Aquello me haría la persona más feliz del mundo. Mojo mi dedo índice y lo paso por las hojas hasta encontrar un nuevo apartado.

 

Algún día pasé por aquel lugar a donde nunca nadie iba. Una fuerza externa me atrajo a entrar. Todo estaba oscuro […] Un señor me atendió y se dio cuenta de mi profunda atención sobre aquella pintura vieja. Me dijo si me gustaba, y le contesté rápidamente, y sin dudarlo, que era hermosa. Me pregunto si creía que era perfecta, y respondía que nunca había visto nada más perfecto. Me pregunto si la perfección existía en las personas, y le contesté que lo dudaba. Me volvió a preguntar una y otra vez. Si pudieras crear a la persona perfecta, ¿Cómo sería? Me dijo. Yo no respondí. Y me dijo que lo pensara, que no lo dijera, pero que lo pensara. Así fue. […]

 

—Ey… ¿no prefieres ir a la cama? —me pregunta una voz casi como en eco.

            —¿Qué? —pregunto balbuceando. Me pregunto si estoy soñando.

            —Te quedaste dormida. Lo siento tanto —me dice.

            Abro los ojos y al principio todo se tiñe borroso, pero sé que se trata de Christina. Le sonrío, la jalo y se tumba sobre mí.

            —Te hice de cenar —le susurro.

            —Ya es tarde. Intenté llegar antes, pero mi padre insistió en ir a cenar. Los podemos guardar para el desayuno, ¿no?

            —Sí. Oye —levanto la voz y acaricio su mejilla—, vino el de los mandados.

            —¿Trajo todo? —me pregunta como si supiera lo que encargó.

            —Supongo. Aunque creo que trajo algo más que su buena voluntad.

            —¿A qué te refieres?

            —Nada. Olvídalo. ¿Vamos a la cama? —le pregunto. Ella asiente y me jala de la mano.

            Pronto llegamos a la habitación y me tumbo para acurrucarme con la almohada. Sigo con la mirada a Christina y observo cómo se va desprendiendo de cada una de sus prendas. Me siento adormecida y cansada, pero podría mirarla así toda la noche en vela. No termina de quitarse la ropa antes de meterse al baño. Ni siquiera me ha preguntado si quiero bañarme. Levanto las sábanas y cobijas y me meto en la cama. Intento esperarla despierta, pero ahora que no puedo verla, termina ganándome el sueño.

 

Una chispa de energía me enciende paulatinamente. No puedo evitar sonreír, pues se siente realmente bien. No puedo distinguir entre la línea que me dice que es un sueño y la que me sugiere es realidad. ¿Estoy teniendo un orgasmo? Locura ahogada en un sueño húmedo. Me he quedado tan dormida que de seguro he soñado algo que me ha prendido ante los primeros rayos de luz matutina. Deseo que dure bastante tiempo antes de que me despierte y todo se apague de nuevo.

            Abro mis ojos y me decepciona la idea de que se acabe la diversión, pero siento la respiración de Christina sobre mi oído izquierdo. Lenta. Suave. Como el soplido de un pequeño pajarito. Sonrío. Y entonces resulta que no es un sueño. Tampoco es de mañana. Sigue siendo de noche, y Christina está completamente desnuda y recién bañada. Tumbada sobre mí, siento como una de sus manos se ha metida dentro de mi ropa interior. Las sábanas parecen tener voluntad propia y se mueven por donde quieren. Yo lo que quiero es a ella.

            —Esto es por no llegar a cenar —me susurra.

            —Ojalá te pierdas todas nuestras cenas de los próximos cien años —le digo.

            Puedo sentir las yemas de sus dedos acariciando con delicadeza mi pubis. Lentamente uno entra en mí. Cierro mis ojos para preparar la avalancha de placer que se aproxima, pero de pronto el sonido de alguien que toca a la puerta nos toma por sorpresa.

            —No abras —le sugiero. Ella me besa el lóbulo de la oreja y no dice nada. Prosigue acariciando mi pubis para reiniciar lo que ha sido interrumpido.

            Nuevamente el sonido de la puerta retumba sobre las ventanas. Ella me mira enojada y decidida a no abrir, pero el sonido se repite con más intensidad. Luego múltiples golpes a la puerta. Me destapo para ir a abrir, pero ella me detiene y se levanta de la cama.

            —Yo iré a ver —me dice mientras toma una bata del cajón que está en el armario.

            —¿Segura? —pregunto. Si lo pregunto es porque en otro contexto yo hubiese sido el hombre que sale a la defensa, sin embargo la de la mirada intimidante es ella.

            La sigo detrás y escucho cuando abre la puerta. Bajo unos cuantos escalones y veo que se trata del mismo muchacho de los mandados. Al principio no comprendo lo que está hablando con Christina, por lo que tengo que bajar unos cuantos escalones más.

            —Solo vengo a advertirles que anda suelto un lobo muy peligroso. Se escapó de la reserva que está no muy lejos de aquí —dice el muchacho con un tono de preocupación.

            Pienso en las palabras del sujeto: un lobo muy peligroso. Lo relaciono rápidamente con los botes de basura tirados. Bajo un poco más para escuchar y de pronto los dos me han percibido.

            —Dice que hay un lobo —me dice Christina sin la menor preocupación—, pero no hay de qué preocuparnos.

            —Pues deberían, esos animales atacan personas —interrumpe el de los mandados de manera impertinente.

            —Gracias, pero ya juzgaremos nosotras si tenemos que hacerlo. Buenas noches —le contesta Christina de manera irónica.

            El chico sonríe y Christina le cierra la puerta al ver que no se mueve de su lugar. Noto como la ha observado. Justo antes de cerrar la puerta, el chico la atranca con la mano.

            —¿Hay algún problema? —le pregunta Christina de mal humor y siendo lo más seria que puede.

            —Solo una pregunta, ¿sí fuiste tú la que me llamó para la despensa, verdad?

            —Esa no es una pregunta. Ya lo estás afirmando —le contesta.

            La puerta se abre por completo de un golpe. Son unos cuantos centímetros los que separan a Christina de un golpe seguro en el rostro.

            —¡Qué demonios! —grita Christina. Yo bajo corriendo a su lado.

            —¿Estás pendejo o qué? —le digo.

            —¡Pendejas ustedes! —nos grita.

            Al momento entran otros tres hombres. Uno demasiado bajito; uno moreno y alto; y finamente un señor mucho más mayor que los otros tres. El hombre mayor se dirige hacia mí y me toma por el brazo, mientras que los otros toman a Christina por ambos brazos. El chico de los mandados se para enfrente de nosotras y sonríe pervertidamente. Quienes parecen sus subordinados simplemente le siguen la corriente y se ríen como si alguien les hubiera contado un mal chiste.

            —Hoy va a ser una noche muy loca… y muy larga —nos dice.

            El hombre mayor me ha atrancado amabas manos por la espalda. Me agarra un pecho con su enorme mano y lo aprieta.

            —¿Son de verdad? —me pregunta.

            —¡Vete a la mierda! —le respondo.

            —¡Uy! ¿Con esa boquita le lames el coño a tu novia? —me pregunta riéndose como imbécil.

            —Si la vuelves a tocar te juro que… —pronuncia Christina con palabras bien colocada. Como si estuviera manteniendo el control de sus emociones.

            —¡Basta! —dice el chico de los mandados—, ¡a la sala! —ordena.

            Los tres hombres nos jalan a empujones con dirección a la amplia sala. Veo el sillón donde pasé la tarde, incluso he dejado el libro sobre él. Comienza a darme miedo, pero intento seguir el ejemplo de Christina y mantengo la calma.

            —¿Cuál va a ser el itinerario de esta noche? —nos pregunta el de los mandados.

            —Tú en prisión —dice Christina.

            —No lo creo. Yo he planeado algo más divertido. De hecho, tengo dos opciones. Uno, que tu noviecita y tú nos complazcan haciendo lo que hacen siempre, pero para nosotros, o dos, que las obliguemos a hacer lo que nosotros queramos.

            —Tres, que te den —responde Christina.

            El más bajito le planta una cachetada y la calla antes de que se le ocurriera decir algo más. Me sobresalto e intento zafarme del hombre mayor, pero este me presiona los brazos hasta hacerme gritar. El de los mandados se acerca a ella y la mira fijamente.

            —Tú tienes una hermosa voz, y ella tiene un hermoso culo. Son la combinación perfecta. Lástima que tú digas puras pendejadas. Luego se acerca a mí y me observa de la misma manera—, ¿también te habla con ese tonito tan aterrador? Dime, ¿cuándo tienen sexo te da órdenes? Porque creo que eso es muy excitante.

            —Si fuera hombre te partiría la cara con un solo golpe —le digo, refiriéndome a que realmente soy demasiado pequeña a su lado como para derribarlo.

            Casi en burla toma mi pecho nuevamente y lo presiona como si se tratara de una pelota.

            —¿Es o no de verdad? —me dice.

            —Ojalá sí fuera hombre para mandarte a chingar tu madre, pero sabes qué, que yo no necesito serlo para mandarte al mismo lugar —pronuncia Christina cuidadosamente.

            El chico pone cara de pocos amigos y se dirige hacia Christina. La toma del cabello y hace que los otros dos la suelten. La empuja hacia él y de un movimiento le desata el cinturón de la bata, y después, sin soltarle el cabello, también la bata. Ahora está completamente desnuda. Le da un rodillazo en el vientre y luego la avienta hacia el suelo. Christina se queda arrodillada y de un momento a otro se dobla hasta quedar casi tendida sobre el suelo. No puedo evitar gritar y darle un golpe en las costillas al hombre mayor, pero aquello parece como haber golpeado un saco de arena. No le hago daño absoluto.

            —¿A dónde me ibas a mandar, pendeja?, ¿A chingar tu madre o a la mía? Solo llevo unos minutos aquí y me está cabreando su pequeña y lesbiana boquita. Esta noche se hace lo que yo digo… ¡Y yo digo que cierras la puta boca!

            —En serio que escogiste a la chica equivocada —pronuncia Christina—, no sabes con quién te acabas de meter —balbuce por la sangre que lleva en la boca.

            Escupe y lo mira.

            Esa mirada.

            Jamás la había visto en ella.

            Es esa clase de mirada que mata. Que aterra.

            Me aterra incluso a mí.