Metamorfosis

Moscas en Sus Ojos

Miro fijamente como esa mosca se me para en la punta del dedo gordo del pie. Es asquerosa, pero pienso que fue creada así por algún motivo; como yo. Puede que yo le dé asco a alguna persona; puede que me vea con prejuicios, con esa mirada… la mirada que hizo Tay cuando supuso que era transexual. ¿Realmente es asco? ¿O simplemente es miedo? Esa es la parte que nos diferencia de los animales, el miedo. Ellos le tienen miedo a lo que les puede hacer daño físico, nosotros además, al que nos puedo hacer daño psicológico.

            Sé que ahora Nina me mira con otros ojos, los que me juzgan como la hermana loca de Alan; no quiero hacerme esas pruebas, porque de alguna manera siento que saldrán positivas. Todos esos sueños que he tenido… tienen que ser por algo. De todas formas, no tengo porque demostrarle a Nina algo que no se merece. No es que quiera castigarla con la duda, pero no ha sido la persona más misericordiosa conmigo desde que desperté de ese coma. Cuando me vaya… cuando me vaya muy lejos…

            Procedo a seguir con mis pensamientos, pero la mosca sigue su curso por mis piernas hasta llegar a mi rodilla. La miro de cerca, sus pequeñas patas parecen estar peinando su cabeza calva. La asusto con la mano y solo se espanta por segundos, pero regresa al mismo lugar. Me dispongo a ignorarla, pero el cosquilleo de sus patas sobre mi piel puede más que mi capacidad para ignorar cosas. Sin pesan le doy una manotazo y la aplasto. Queda toda embarrada en mi rodilla y mano; me siento mal por ella, pero me da más asco ver su fluidos rojos y verdes esparcidos por mi piel.

            —Eso es realmente asqueroso, pero… ¿cuántas personas le dan a la primera? —pronuncia una voz melodiosa frente a mí, pero el reflejo del sol me impide ver su rostro. No importa. Reconocería esa voz en cualquier parte. Es Christina.

            —Fue solo suerte —respondo y limpio la mano en el escalón. Ella frunce la cara y termina dándome un pequeño pedazo de papel higiénico que saca de la bolsa de su pantalón.

            —¿Segura que todo bien con tus padres? —me pregunta y se sienta a mi lado.

            —Ya te lo he dicho, casi se infartan cuando se los dije, pero entienden que necesito tiempo a solas —ella me mira reclamando y reestructuro mi oración—, a solas contigo, y sé que hubiera sido más fácil simplemente desaparecer, pero ellos ya han perdido a su hija una vez. No les puedo hacer sentir ese dolor otra vez.

            —Pero, ¿Aún estás segura de querer hacer esto? —insiste mientras me acaricia un mechón de pelo que se me ha desalineado.

            —Mis padres me ofrecieron un viaje a cualquier parte del mundo; y aún así he elegido irme contigo. ¿Eso no es suficiente?

            Me da un beso rápido en la mejilla y se para casi de un salto. Toma mi maleta y se apresura a meterla en la cajuela del coche. Me doy media vuelta y veo por última vez el establecimiento que me mantuvo casi cuatro meses; cuatro largos meses en los que Christina se estuvo esperándome impacientemente. Un largo tiempo en que me empeñé en hacerle creer a los doctores que no estaba loca. Pero todo eso ya no importaba, ahora lo único en mi cabeza era mi nueva vida. Christina no me ha dicho nada sobre el lugar a dónde iremos, me ha dicho que es una sorpresa. Confío en ella.

            —¿Vienes o te quedas a otra sesión con tu psiquiatra? —me dice Christina. Me giro y veo que me ha abierto la puerta. Entro y en segundos ya estamos sobre la carretera.

            Durante todo el camino no pregunto sobre nuestro destino, aunque en verdad me muero de ganas por averiguarlo. Solo la miro y noto su extrema concentración en el volante; no voltea a mirarme, de hecho solo mantiene su mirada centrada en el camino. Sabe que la observo, y no como si la mirara de vez en cuando, sino como si la estuviera mirando fijamente. En realidad no la observo, la contemplo.

            —No sé si te estás preguntando a dónde vamos o simplemente me estás acosando —me dice sin desviar la mirada del frente.

            —Las dos cosas —le respondo—, ahora que te observo tan detenidamente me doy cuenta de que tienes el perfil más bonito y casi perfecto que jamás vi.

            —¿Casi? —replica y por primera vez se gira para mirarme.

            —Es solo que en las radiografías puedes observar detalladamente un cráneo, son muchas cabezas, y la tuya está muy bien proporcionada.

            —¿De verdad? ¿Y desde cuándo te volviste una experta en radiografías?

            La miro y mientras ella se distrae me acomodo bien en el asiento y miro por la ventana.

            —Leí un par de libros de narrativa médica en el Roberson. Eran buenos en su descriptiva.

            —Ya veo. Sabes, tenía la idea de llevarte a una cabaña de mi niñez. La verdad está preciosa, y tiene un río cerca, pero dado los últimos acontecimientos que sucedieron en ella me sentí obligada a buscar otra alternativa.

            —¿Otra alternativa? ¿Cuál? —pregunto mientras vuelvo a posar mi mirada sobre ella.

            —Comprar otra.

            —¿Comprar? ¡Christina! No es como si fueras a comprar un televisor nuevo, estás hablando de prácticamente una casa. Es mucho.

            —Oye, tú eras la que querías empezar desde cero. Pues adivina, yo también. Vida nueva, casa nueva. ¿Te parece?

            —Es mucho dinero —replico.

            —¿Mucho? ¿De qué te preocupa? Prácticamente ambas somos hijas de papás ricos. ¡No! ¡Espera! ¡Somos hijas de papás ricos!

            —Qué graciosa. Bueno, supongamos que me siento como si no siempre hubiera sido rica.

            —¿Cómo si no? Estás muy rara —me mira.

            —No. Solo pienso que no deberíamos estar atenidas de esa manera.

            —¿De verdad? ¿No te dieron tus padres dinero para tu nueva vida?

            —Sí pero…

            —¿Pero nada? Si realmente quisieras empezar desde cero, y eso me incluye a mí, no hubieras aceptado este dinero; y en lugar de ir en coche, iríamos en autobús o en aventón.

            —Ok. Tienes razón. Solo me parece un poco excesivo. Es todo. ¡Oye! No quiero pelear.

            —No estamos peleando, solo intercambiando puntos de vista —replica sonriendo. A veces las personas no tienen que coincidir en sus formas de pensar. Eso es lo emocionante de las relaciones. Una vez leí un libro de una chica que creaba con sus puros pensamientos a su alma gemela; era tal y como siempre la había imaginado. Era perfecto —se detiene y no dice nada más.

            —¿Y? ¿Terminó bien?

            —Te prestaré el libro, lo tengo justo allá —me dice señalando con la punta de su nariz.

            Volteo hacia la dirección que me ha señalado. Me sorprende lo rápido que hemos llegado a una costa. Hay una entrada llena de vegetación, pero más allá de eso comienza lo que parece ser un lago o especie de mar. Me despego de mi asiento e identifico rápidamente una casa blanca más allá de la entrada. Aún no he entrado en ella pero parece ser hermosa. De hecho, es demasiado hermosa.

            —¿Dónde estamos? No conozco esta zona —le pregunto.

            —Cerca de la bahía del amor —contesta sin tapujos.

            —¿Qué?

            —Es broma. Estamos cerca de Garlic, es un pequeña ciudad o pueblito, no estoy segura de eso. Aquí se supone está el lago del Árbol, pero al parecer más allá —señala con la mano—, empieza parte del mar.

            —¿Por qué del árbol? —pregunto como si en verdad no me hubiera dado cuenta de la cantidad de enormes árboles que hay.

            —¿De verdad tengo que explicarlo?

            Christina sonríe y se acerca a mí, me rodea por la espalda con sus brazos  y deja caer su barbilla entre el hueco de mi cuello. Tomo sus brazos y los acomodo entre los míos. Parece como si ambas estuviéramos posando para un artista a punto de esculpir algo, ya que nos quedamos casi petrificadas mientras admiramos la belleza de aquel lugar. Christina me suelta y se encamina hacia la puerta de la casa, mete su llave y la abre. Me hace una reverencia y permanece así hasta que llego a su lado.

            —A veces creo que eres más caballerosa que yo —le digo.

            —¿No te gusta? Porque admito que ese es mi lado fuerte.

            —No es que no me guste, solo que me gustaría intentarlo alguna vez.

            —¿Crees tener lo suficiente para superarme? —pregunta a modo de reto y se cruza de brazos.

            —Créeme, tengo un as bajo la manga —río en mi mis adentros y le hago la misma reverencia. Ella sonríe y entra sin más.

            Nadie podría quejarse de un lugar tan hermoso como el que tengo en frente. Espacios amplios; buena iluminación; muebles muy bien acomodados; modernidad pero con un toque clásico que te da una sensación de calidad al instante, incluso hay una chimenea. Recorro toda la planta baja, tocando y mirando; detrás de mí va Christina, como si se tratara de la persona que está vendiéndome la casa. Cada vez que me giro para mirarla me sonríe, jamás me podía cansar de esa sonrisa.

            —¿Entonces? —me pregunta con impaciencia.

            —Es hermoso. Es perfecto.

            —Sabía que te iba a gustar. Tuve que remodelar algunas cosas y comprar otras, pero creo que ha valido la pena.

            —¿Podemos subir arriba? —le pregunto. Ella asiente y ambas subimos.

            Si la parte de abajo era hermosa, la de arriba no se le compara. Hay unos ventanales enormes que recorren casi todas las habitaciones; prácticamente tendría que tocarlos para darme cuenta de que hay vidrio. Hay una sala extensa de estudio en la que no dudo en entrar rápidamente. Lo primero que capta mi atención es una gran pintura en medio de la pared izquierda a la entrada. Me fijo en ella tratando de comprender el mensaje, pero no lo logro.

            —El arte nunca ha sido lo mío —le digo a Christina.

            —El mío tampoco.

            —¿Y por qué lo compraste? ¿Solo te pareció bonito? —le exijo casi en sarcasmo.

            —De hecho no la compré. Me la regaló una amiga hace ya bastante tiempo. Cuando fui a recoger algunas cosas a mi casa la vi y pensé que se vería perfecto allí.

            —Pues pensaste bien. Solo una pregunta, ¿te dijo lo que significaba?

            —No. Me dijo que esa sería mi tarea. Creo que ya voy un poco atrasada con ella. Pero esto no importa, ¿vamos a nuestra habitación? —me toma de la mano y me saca del estudio para dirigirme con ella hacia la última habitación.

            Lo primero que me atrapa es sin duda la vista hacia el lago. Se puede ver éste y el más allá, donde me dijo Christina que se rompe con el mar. Parece también que es una mejor vista para apreciar las montañas que se ven a lo lejos. Me doy vuelta y veo a Christina sentada sobre la cama. Me acerco a ella y pongo mis manos sobre sus hombros.

            —Es una excelente vista, y un bonito paisaje, pero me gusta más lo que hay dentro de la casa.

            —Los muebles —bromea.

            —Tú —le respondo y la tiro sobre la cama. Me subo sobre ella y la tomo por las muñecas. La beso y rápidamente siento como entrelaza sus piernas sobre mi espalda. Comienzo a recorrer su cuello y de pronto suena su celular interrumpiendo el único ruido de la naturaleza; el de ella y yo.

            —No contestes —le digo.

            Ella no hace caso y se suelta con facilidad. Saca el celular de su pantalón y contesta aún acostada en la cama. Por unos momentos no dice nada, solo escucha. Me recuesto a su lado y dejo mi cabeza cerca de su mejilla; la beso. Acaricio su piel con la punta de mi nariz, ella extienda una de sus manos y acaricia mi rostro. Luego deja de hacerlo y se para rápidamente sin dar explicaciones.

            —¡¿Qué?! —levanta la voz y me mira.

            —¿Pasa algo? —le digo aunque posiblemente no me escuche. Cuelga y me mira.

            —Lo siento.

            —¿Por qué lo sientes?

            —Voy a tener que irme.

            —¿Por qué? Se supone que es…

            —Sí, se que se supone que es nuestra nueva vida y todo eso. Es mi abuela.

            —¿Está enferma? —le pregunto preocupada.

            —Que más quisiera que fuera como cualquier abuela. No, está más sana que tú y yo juntas. La acaban de detener por exhibicionismo en una zona pública. Ella es la única madre que he tenido, así que tengo que ir a apoyarla.

            —Wow —expreso—, ¿Nos vamos ya? —le pregunto.

            —No. Yo iré sola, me veré con mi papá allá. Es algo bipolar, y la última vez que llevé a alguien ajeno se puso algo celosa. Mejor quédate a desempacar o algo.

            —¿Puedo hacer la cena? —le pregunto, aunque es más un sugerencia.

            —No sabía que cocinabas.

            —No sabes muchas cosas de mí —contesto. La realidad es que cuando eres una persona de bajos recursos, ir a restaurantes o comer afuera no es una opción.

            —Bueno, pero tendrás que esperar. Se supone que ya tendrían que estar los víveres, pero el chico que se encarga de ir por ellos a Garlic se ha retrasado. ¿Puedes esperarlo? Así ya tendrás cosas para hacer de comer.

            —Me parece perfecto —le digo y me levanto para plantarle un beso. Ella me responde y sin perder tiempo sale de la casa. Solo escucho el motor del coche alejarse.

            Me voy hacia la planta baja y me siento en un sillón bastante cómodo. Quiero quedarme dormida, pero me quedo mirando hacia un librero y recuerdo el libro que me dijo que había leído y estaba aquí. La intriga no me permite cerrar los ojos y me paro a hurgar entre los libros con la intención de encontrar el indicado. Revoloteo un par de veces antes de encontrar un título que me sugiera es el mismo libro del que ella me habló “La Persona Perfecta”. Lo tomo y me siento de nuevo en el sillón. Noto que tiene varias dobladuras en las puntas de las hojas, cuando las voy abriendo me doy cuenta de que la intención fue apartar.

            En esos apartados hay párrafos resaltados con marca textos; cosa que yo solo hacía con los libros de medicina, pues en los de literatura se me hacía un acto criminal contra el libro, aunque reamente no tenía tanto tiempo para leer por gusto. Busco el primer apartado y comienzo a leer:

 

Me encontraba tan sola en aquel cuarto a las orillas de la ciudad. No tenía a nadie y varias veces me costaba trabajo atrapar el sueño. Pensaba en cómo sería poder dormir al lado de alguien que me tomara de la mano hasta quedarme dormida. A veces, entrelazaba mi mano izquierda con la derecha, e imaginaba que era la mano de alguien más. Todo era imaginación. No existía nadie.

 

            Me interesa pronto la lectura, percibo algunas notas con pluma y otras con lápiz. Fue Christina, que subrayó todas las palabras en tono masculino para hacerlas ver como femeninas. Ya no hay él, nosotros o los… ahora hay ella, nosotras y las, así entre otras palabras. Aquello llama más mi atención y busco el nuevo apartado para ver qué es lo que le ha parecido interesante. Sin embargo, antes de proseguir el timbre suena y supongo que el chico que trae los víveres. Pronto me encuentro en la puerta y la abro.

            Frente a mí está algo muy diferente de lo que me había imaginado. No es un chico, no uno puberto que sobrevive de propinas. Es un hombre, bueno, es joven, pero es mucho más mayor que ese chiquillo que me había imaginado. Es alto, rubio, con cuerpo bien tonificado. Su cabello es ondulado, un poco largo y despeinado y sus ojos, resaltando con su piel, son negros. Me mira sin decir nada, aunque yo tampoco digo nada. Emboza una sonrisa y levanta las bosas que lleva en ambas manos.

            —Traje tu encargo —me dice con una voz fresca, despreocupada y penetrante.

            —Yo… ¡Claro! Llegas algo tarde.

            —Eso fue mi error, apunte mal la hora y puse siete de la tarde y no siete de la mañana. Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde. Espero no me despidas por eso. Soy humano.

            —No, está bien. De todas formas… Olvídalo.

            —¿Puedo pasar a ponerlo en algún lugar?

            —Claro —respondo dudando—, la cocina está cruzando el pasillo.

            Él entra y casi tengo que hacerme de lado por su gran tamaño. Lo sigo detrás y observo como parte de un tatuaje sobresale de su espalda a su cuello.

            —¿Aquí está bien? —me dice y deja las cosas en la barra.

            —Sí —aunque ya lo ha hecho.

            —Admito que tu voz se escuchaba muy sensual por teléfono, pero viéndote en persona, estás mucho mejor —me dice—, claro, con todo el respeto del mundo. No esperaba encontrarme algo tan bello a las afueras de Garlicia.

            Sonrío. Solo hago eso.

            Dejo el libro sobre la barra y me acerco a él.