Capítulo 5 (Final): ¿Qué Será de Nosotras?

El mundo siempre está allí para sorprenderte de múltiples formas, formas curiosas e impredecibles, capaz que nunca sabrás el resultado de algo a ciencia cierta, incluso si conoces las variables a profundidad; algunos lo llaman suerte, otros destino o plena casualidad, mi familia le llamaba la decisión de Dios… porque Dios nunca se equivoca, y él siempre, indudablemente, tiene un plan para todos. ¿Qué plan podría haberme traído a este lugar, a este momento? ¿Por qué no morir en ese avión? ¿Qué sentido tenía alargar mi vida, esperanzarme con un poco de amor, y luego quitármelo con un duelo a muerte? Si funciona así, Dios se divierte de una manera sumamente grotesca y enfermiza.

            Por otra parte, ¿Hasta dónde terminaba la jurisdicción de Dios? Este lugar se movía por sus propias reglas, estaba envenenado de muerte, y se regía por una bruja, una que cuidaba bien de su hogar y estaba dispuesta a volvernos locas, a eliminarnos la una a la otra. Entonces Dios hizo lo posible cuanto pudo, y en cierto modo, no tenía por qué culparlo de todo esto.

            Al ver el fierro descender rápidamente, levanté el brazo derecho y lo interpuse entre ella y yo, casi pensando que eso me daría unos segundos de vida extra y de dolor. De pronto un brillo de esperanza se expandió a nuestro lado, la bengala había caído dentro de la parte trasera del avión, y aunque no terminó creando alguna explosión aparatosa, sí causó que se comenzara a arder todo, y unos horribles tronidos de partes metálicas terminaron desviando toda la atención de Victoria. Entonces recordé otra de esas viejas películas de vaqueros de mi papá, una donde el malo parecía estar a punto de ganar, pero el pistolero estrella, despojado de sus armas, recurría a la tierra de las colinas para cegarle los ojos.

            Con la mano derecha tomé un puñado de tierra mezclada con arena y la aventé directo a los ojos de Victoria, muchos residuos regresaron a mí y me empolvaron la cara, ambas comenzamos a toser; quizá no fue el mejor plan, pero me sirvió lo suficiente para levantarme con el pie sano y arrebatarle el fierro de las manos. Victoria se resistió, era fuerte, más alta que yo, y eso hizo que trastabillara y me golpeara el pie perforado; el dolor me hizo suplicar porque alguien me arrancara la pierna entera en ese momento, pero al final, logré quitarle el enorme tubo.

            Ella cayó de espaldas y se quedó allí, aturdida y sin hacer nada. Yo tenía el poder ahora, podía golpearla como ella pensaba hacerlo conmigo, pero esa no era la salida; ella era tan víctima como yo, este lugar nos controlaba, esa bruja nos tenía donde quería. Miré alrededor, la bruja miraba entre las llamas, orquestando todo; el hombre del pene flácido se había atorado entre unos cables sueltos, pero la niña y la azafata seguían en dirección a nosotras.

            Miré a Victoria, se veía como aquella vez cuando le dio el ataque de pánico, pero ahora parecía no estar consiente de lo que pasaba, no entendía que detrás de nosotras venían los muertos. La azafata retomó su camino, esquivando cada uno de los obstáculos que se le interponían, estaba dispuesta a llegar a nosotras. Sin importar nada, le extendí el brazo a Victoria para levantarla, pero ella se negó, podía ver un profundo miedo en su rostro, desquebrajado y sombrío; el miedo era hacia mí. El tiempo ahora corría demasiado rápido, Victoria refunfuñando en el suelo, temblando y con la mirada perdida; yo intentado mantenerme en un pie, apoyándome del maldito tubo de fierro, y la azafata cada vez más cerca, retorciéndose a pasos largos.

            —Victoria, tienes que venir conmigo, mírame —era inútil, entre más me acercaba a ella, más se alejaba de mí—, por favor, esa cosa se metió en tu mente, soy yo.

            Desesperada, intenté jalarla, pero su peso me hizo caer hacia ella. Por un momento sentí que me desmallaba del dolor, grité y comencé a llorar, el dolor de mi pie era incomparable con algún otro que haya sentido en mi vida. Me quise romper, como una pequeña niña que llora tras rasparse las rodillas, a la espera de que mamá llegué y elimine mágicamente el dolor con un beso. Victoria de pronto me abrazó, seguía temblando, titiritaba y sus ojos se veían bastante irritados, me abrazó más fuerte, tanto que me sofocaba, pero para ser sincera, me quería quedar allí para siempre.

            —¿Lucía? —me susurró a la oreja, como si me contara un secreto. Yo solo la miré, le sonreí y moví la cabeza de arriba abajo. Me tomó del rostro y comenzó a darme pequeños besitos por todos lados, sonreía como desquiciada, era como tenerla de vuelta—, ¿por qué lloras? ¿Qué te pasó en el pie?

            —Deja eso, ya viene por nosotras. ¡Está atrás! Es la azafata ¡Mírala! ¡Mírala, Victoria! —Victoria giró la cabeza y sentí cómo se le erizó la piel, el reflejo del fuego en los restos del avión lograba trasminarse con un leve brillo sobre sus pupilas dilatas, era lo más hermoso que había visto nunca. Luego me acomodó de lado, se levantó de golpe y me quitó el tubo.

            —¿La ves? —le pregunté, pero como si fuera una costumbre en ella, no me contestó.

            —¡Ven acá! Te voy a partir la cara, cabrona —le gritó a la azafata, con una fuerza descomunal, simplemente me sorprendió el ímpetu que tomó con cada palabra.

            Cuando la azafata se acercó lo suficiente, Victoria no dio ni un paso atrás, al contrario, se abalanzó sobre ella y le intentó dar un golpe, pero era más rápida, tronaba con cada movimiento, pero a pesar de eso, se movía hábilmente; sin embargo, Victoria no se rindió, ella lo volvió a intentar, y lo hacía con tanta fuerza que se le salía todo el aire en cada golpe, pero parecía imposible darle uno solo.

            Tras un par de intentos más, podía ver como su brío parecía esfumarse en cada golpe. Yo miraba con miedo, quería ayudarla, pero tan solo mover el pie hacía que el dolor se me subiera hasta la espalda; y, por si fuera poco, a lo lejos, la mirada de la bruja se encontraba clavada en las dos, con una sonrisa horrible, de un par de dientes como colmillos que parecían estar a punto de caerse. Comencé a desesperarme, pero de pronto, el cuervo de la azafata cayó como un costal inerte, el tubo lo tenía clavado, le entraba por un ojo y salía por detrás de la oreja, ahora su perfecto rostro estaba igual de arruinado que su cuerpo.

            No me sentí aliviada del todo, pero supuse que entre la niña y el hombre del pene flácido, no habría de qué preocuparse, sin embargo, la bruja seguía allí, y sí, era vieja, pero había hecho algo para poner a Victoria en mi contra, si lo hacía de nuevo, yo no tenía forma de salir con vida. La bruja, encrespada, atravesó el fuego del avión, pero no le pasaba absolutamente nada <<genial, tiene el fuego de su parte.>> pensé. Entonces comenzó a gritar, con un chirrido peor que el de un lobo, este era tan fino, tan letal y cortante que hizo que ambas nos tapáramos las orejas.

            Victoria se hincó hasta donde estaba, vi su cara, el chirrido de la bruja estaba haciendo que las venas de sus ojos le lloraran en sangre <<esto me va a doler más que a ti.>> me quitó una mano de la oreja y me gritó, masculló algunas otras palabras que no entendí y luego, sin avisar y de golpe, me sacó el pedazo de metal de mi pie. Todo aquello fue tan rápido, el dolor parecía haber desaparecido, pero luego comenzó a punzar lentamente hasta llegarme a la rodilla.

            Las lágrimas se me comenzaron a salir, no de tristeza, sino como una especie de reacción involuntaria; me limpié con la mano, pero no eran solo lágrimas, al igual que Victoria, estaba llorando sangre. Las dos nos miramos, ella me hablaba, pero no escuchaba bien, de hecho, un zumbido penetrante rodeaba toda el aura de la isla.

            —¡No te escucho! —le grité, pero ella solo me hizo señas con las manos, dándome a entender que tampoco parecía hacerlo. Miré hacia donde estaba la bruja, parecía seguir gritando, pero ni siquiera su grito parecía tener presencia en el ambiente.

            Victoria me tomó por los brazos, comenzó a levantarme, y tuve en cuenta que debía ayudarla, así que también me levanté tanto como pude; el dolor de mi pie ahora era menor al moverme, pero era desagradable ver como dejaba pintada sobre la tierra una leve línea de sangre, producto del agujero que me había dejado el incidente. Al ponerme de pie, abracé a Victoria con un brazo y comenzamos a movernos a paso forzado entre los escombros. Ninguna de las dos quiso mirar hacia atrás, y aunque el camino era tan irregular que nos hizo tumbarnos en varias ocasiones, no desistimos.

            Como señal del destino, el rumbo que tomamos nos llevó poco a poco hasta una parte de la isla que no habíamos explorado, una extensa variedad de minúsculos arbolillos de flores color blanco se poblaba por una planicie que dejaba ver a lo lejos el virtuoso mar azul. La miré y sonreímos juntas, porque la luz de la luna se reflejaba tan bien sobre ese blanco que todo parecía iluminarse por sí solo.

            Entonces el aullido de la bruja volvió, quizá a unos cuantos pasos detrás de nosotras, regalándonos nuevamente el don del escucha solo para pertúrbanos de nuevo. Jalé a Victoria y la hice voltear atrás, nos giramos y me jaló de vuelta hacia ella. La bruja apenas si quería salir de entre las sombras, la luna le iluminaba los ojos, pero no más, sin embargo, la niña de la cara hundida y extrañamente el hombre del pene flácido comenzaban a salir de entre las sombras. ¿A qué le tenía miedo esa bruja que no salía de entre los árboles, y en su lugar, enviaba a los muertos? La respuesta pronto se aclararía, cuando los graznidos de los horribles pájaros blancos de ojos saltones retumbaron por toda la planicie.

            Sorprendente, los árboles no eran más que ramas secas, y lo que parecían ser flores blancas eran parvadas y parvadas de esos plumíferos animales. Todos comenzaron a levantar las alas, dispuestos a atacar, como la vez que casi me alcanzan, pero esta vez, como los únicos y verdaderos guardianes de la playa, se abalanzaron en grupo sobre la niña y el hombre; la escena fue… algo que jamás podré describir con palabras, y lo más cercano que puedo decir, es que todo se cubrió de blanco, plumas por todos lados y un sentimiento de paz.

            La bruja de pronto desapareció, regresó a sus sombras, y los cuerpos de la niña y el hombre quedaron cubiertos en nieve. Abracé a Victoria, clavé mi cabeza entre su pecho y me quedé allí, escuchando su corazón latir desproporcionalmente. Entonces pasó lo otro, el momento de la plena esperanza, cuando la parvada de aves se levantó huyendo, despavorida de una luz que caía del cielo con tanta intensidad que cegaba los ojos; y un sonido parecido a una guerra entre palas metálicas adornó por completo la playa.

            Victoria comenzó a reír como si hubiera perdido el juicio, y verla con los ojos cubiertos de sangre le agregaba un tono tipo Carrie, pero no importaba, ya nada importaba, así que comencé a reír también, porque todo había llegado a su fin; sobre nosotras sobrevolaba un helicóptero color azul marino, el mismo color del traje de Victoria, el color del que me pervertí al conocerla. Ese momento era más que perfecto, era sublime a una buena escena en la pantalla grande, y aunque no quería ser parte de los clichés de toda historia romántica, no pude evitar besarla e inmortalizar ese instante. Al fin de cuentas, la vida solo se vive una vez.

 

Pensar mucho es una de las cosas que suelo hacer todo el tiempo, jamás he aprendido a dejarme llevar, a desinteresarme por mi futuro, no, esas cosas nunca fueron parte de mí; pensé demasiado en mi muerte durante ese par de días, me seguía a donde yo fuera, en pensamientos y en hechos. No se puede vivir una vida pensando continuamente en tu muerte, es desastroso y asfixiante, pero es parte de la vida de muchos, y lo fue en la mía a partir de nuestra estancia en la isla. No podía dejar de pensar en que moriría en cualquier momento, incluso necesité ayuda psicológica para apaciguar los malos recuerdos.

 

¿Qué sucedió después? Me encantaría decir que fue solo tórrida felicidad y eso de “vivir como si fuera tu último día” pero no, no fue fácil para ninguna de las dos. Resulta que aquella noche el fuego nos salvó del olvido, de que la gente pasara de lo del avión y nos dieran a todos por perdidos; aparentemente el abuelo de Victoria no había muerto, y estaba dando todo por encontrarla, derrochando dinero en brigadas particulares de rescate fuera de la zona estipulada. Aquello me hizo sentir mal, no traicionada, porque no tenía porque contarme la verdad aquella noche, pero fue como desconocerla de nuevo; como si la mujer de traje regresara, y Victoria quedará de nuevo a su sombra.

            Por otra parte, la búsqueda estipuló que Victoria y yo, y tres tripulantes más, sobrevivimos, estos últimos a costa de una lancha salvavidas que encontraron, y que, para buena o mala suerte, fue arrastrada hacia una isla en dirección opuesta a la de nosotras. Los conocimos, pero nuestras historias realmente nunca se cruzaron, ni antes ni después.

            Lo que sigue, simplemente no tiene respuesta lógica, y es que todos los muertos fueron encontrados en el mismo lugar dónde los habíamos visto por primera vez, pero el de la azafata, la niña y el hombre del pene flácido, habían sido llevados hasta el otro lado de la isla, donde vivían las aves blancas. Los expertos comentaron una y otra vez que quizá algún animal los había arrastrado, y que era imposible que bajo nuestra descripción las aves se las hubieran devorado, pues se trataba de una especia llamada “campanero blanco” que ni es peligroso, ni come carne, solo fruta.

            Nunca regresamos a ver los cuerpos de los tres muertos, pero nos dijeron que se encontraban en simple estado de descomposición, no estaban ni quemados ni trozados por las garras o picos de algún animal. Más tarde llegarían los estudios generales de sangre, y tanto Victoria como yo, habíamos sido intoxicadas por una sustancia proveniente de una raíz muy rara llamada “raíz de los ahogados” renombrada más tarde como “raíz de bruja”, una planta originaria de aguas cálidas y estancadas, sensible a soltar una sustancia que, en grandes cantidades, crea alucinaciones hasta causar la muerte por explosión de vasos sanguíneos.

            Nosotras, por suerte, no habíamos tomado demasiada agua de aquel lago envenenado, pero sí la suficiente para comenzar con los primeros síntomas. Irónicamente, si no nos hubieran salvado aquel día, el lago lo hubiera hecho a su debido tiempo. Lo cierto es que, bajo esa lógica, todo parecía tener sentido, nada había sido real, ni la bruja, ni los muertos, ni siquiera las aves que se comían la carne pútrida; nadie, ni los doctores o la prensa parecía tomarse muy en serio nuestra versión de todo. Varios diarios de diferentes países comenzaron a hablar sobre ello, de como una planta venenosa nos había salvado de cierta forma la vida, llevándonos al límite para hacer arder parte de la isla y ser milagrosamente salvadas. Al final, todo había sido un milagro.

            Sin embargo, las dos sabíamos que en esa isla había algo más, quizá en cierto modo sí fueron alucinaciones, pero nunca entendimos por qué ambas vimos a la bruja, y mucho menos por qué Victoria golpeó a muerte a la azafata si se supone que no era real. Nuestras versiones de lo que vimos tenían muchas coincidencias, la descripción de la vieja bruja era casi igual, con la cabeza sin pelo, encorvada, desnuda y gusanos por todo el cuerpo; también, la azafata se veía momificada para ambas, se retorcía y hacía el mismo sonido de sus articulaciones rotas… y ni hablar del grito que nos ensordeció por minutos, era exactamente igual. Podría decirse que la única diferencia es que Victoria nunca vio al hombre del pene flácido ni a la niña de la cara hundida, cosa que llevó a los expertos a afirmar que solo vimos, independientemente lo que más nos impacto de la decena de muertos a la orilla de la playa, y que la bruja, había sido distorsionada por nuestras mentes de la primera mujer que vimos, la que Victoria cubrió con su saco. Es resto, había sido persuasión de la una a la otra.

            Y ni hablar del producto sublime de nuestras propias mentes intoxicadas, del resultado de un trauma por el accidente aéreo, y demencia por la deshidratación por el consumo de sal de mar. Lo pensé tantas veces, una y otra vez, pero nunca me convenció del todo lo que dijeron <<En tantas islas que pudieron caer y terminaron en una llena de brujas. Mamita, yo te creo, esas cosas son reales.>> fueron las palabras de una enfermera que me atendió por primera vez cuando salimos de la isla.

            Por mi parte, independientemente de mi salud mental, todo mejoró, de hecho, no tardé mucho en caminar sin usar un bastón; el resto de mi cuerpo se desintoxicó, y mis ojos poco a poco se fueron destiñendo de rojo. La herida en mi mejilla cicatrizó y dejó una pequeña marca, que con el tiempo se volvió mi distintivo en la industria, porque es de saber que a partir de allí mi sueño de alcanzar la fama comenzó a prosperar, aunque no por tanto tiempo; de hecho, esa fue la razón la que Victoria se alejó.

            La fama, las entrevistas, las conferencias… todo eso llegó como un balde de moneditas de oro para mí, el tesoro al final del arcoíris, pero Victoria lo odió desde el principio; la veía enojada todo el tiempo, contestando monótonamente a las preguntas, siendo fría y haciendo que la misma prensa se fijara más en mí que en ella, así hasta que un día ya nadie quería seguirle el paso. Creo que todo eso, terminó arruinando lo que nunca empezó, pues dejamos de hablar y estar cerca, de besarnos y abrazarnos, de sentirnos parte la una de la otra.

            La última conversación que tuvimos fue mala, pasamos de evidenciar que yo me estaba haciendo famosa a costa de la muerte de muchas personas, hasta el destapar del odio que tenía por su abuelo por ponerla a cargo del negocio familiar que ella no quería. Yo no supe controlar todo eso, y ella menos, nos culpamos de todo y luego culpamos a todos de separarnos, sin darnos cuenta que realmente nunca nos conocimos, nunca nos enamoramos, y dejamos que la necesidad de contacto humanos durante una crisis nos gobernara.

            Poco a poco Victoria se convirtió en un fantasma, así hasta volverse uno. Entonces tomamos caminos diferentes, y yo no la volví a ver; y hasta podría decirse que lo último que supe, fue que retomó su cargo poco después de la verdadera muerte de su abuelo. Mientras tanto, yo me convertí en actriz, lo hice bien y todos querían que formara parte de sus proyectos, incluso me propusieron grabar una serie en el nuevo centro vacacional por excelencia “Isla Brujas”, la misma isla que nadie conocía y que se volvió el destino vacacional de todos aquellos curiosos que seguían creyendo, al igual que yo, que ese lugar sí estaba maldito. Por miedo o por lo que fuera, yo rechacé esa invitación, sobre todo cuando poco después un par de misteriosas muertes y un asesinato en la dichosa isla llamaron la atención de nuevo.

            Mi fama poco a poco se fue apagando, pero mi carrera prosperó bastante bien, tras bambalinas me dediqué a escribir, a darle voz a las mujeres atrapadas en los pequeños pueblitos, en esos círculos llenos de prejuicios y mentes conservadoras. Logré lo que Victoria creyó imposible, y me convertí en una mujer diferente, madura, realista… pero temerosa a la constante muerte, eso nunca cambió. Y es que, tantas veces quise compartir ese sentimiento con alguien que me entendiera, con alguien que no me juzgara, pero no había nadie; y aunque siempre solía soñar con el cerezo de la espalda de Victoria, nunca dejé de sentirme sola.

 

Dos años después de lo que sucedió, me miré frente al espejo como tenía tiempo que no lo hacía, analicé mi rostro y miré mis ojos, de la nada me pregunté si ella había visto mis pupilas dilatas y ojos ensangrentados, con tanta felicidad como yo a ella cuando nos besamos debajo del helicóptero. La volví a recordar después de tanto tiempo. Saqué un cigarro, porque fue mi única alternativa para controlar mi ansiedad y pensamientos destructivos, pero luego un asistente de dirección me pidió que lo apagara porque ya tenía que grabar mi escena. Extrañamente aquel día, el mismo zumbido del grito que nos dejó la bruja se volvió parte de mi mañana, provocando una distracción subliminal y haciendo que repitiera en varias ocasiones mis líneas.

            Me sentía agotada, cansada de todo, así que después de salir de grabación tomé mis cosas y manejé a la costa más cercana de mi casa, la misma a la que solía ir cuando terminaba agotada del mundo. Tanta calma me hacía sentir ver el mismo horizonte, el mismo atardecer que cuando estuve en Isla Brujas; de todo lo que me recordaba ese lugar, este era el único recuerdo que no me destruía por dentro. Aquella tardé me fumé más cigarros de los de siempre, y me quedé allí a esperar que la magia del azul y naranja sucediera. Fue en ese momento cuando una voz a mi lado hizo que se me erizara la piel, era Victoria.

            —No sé mucho de salud, pero no creo que fumar tanto sea bueno —esta vez fui yo la que no respondió—, antes que nada, fue tu pequeño y escuálido asistente el que me dijo que te encontraría aquí…dirás algo… ¿o tengo que seguir hablando yo?

            —Nunca fuiste de mucho hablar.

            Cuando la vi quise sonreír, pero me aguanté, por orgullo quizá. Venía en un traje azul, como el que traía la primera vez que la vi. Su piel seguía siendo tan blanca como siempre, aunque esta vez sus mejillas estaban rosadas; su cabello lacio caía sobre sus hombros como un riachuelo, y sus labios, sus labios no eran rojos, eran de un vivo rosado como el de su cerezo. Se me hizo curioso cuando vi que venía descalza, y en la mano traía una botella de vino; se veía tan relajada que, por mucho, parecía una versión paralela de la mujer de traje del avión.

            —En eso tienes razón, la que habla eres tú. Mira que lo haces muy bien.

            —¿Y eso? —señalé la botella en su mano.

            —¿Esto? Bueno, pensé que no podía venir sin una ofrenda de paz, no después de como me comporté la última vez.

            —Fue hace mucho tiempo —respondí en un tono de menosprecio y seguí mirando hacia donde en pocos minutos habría un atardecer.

            —¿Puedo sentarme? —no respondí, pero igual ella se sentó y se acercó lo suficiente a mí para sentir su calor a mi lado—. Sé que ha pasado mucho, mucho tiempo, y lo que dije aquella vez estuvo mal. También sé que quizá no has sabido nada de mí, ni siquiera por la prensa, pero yo sí he estado al tanto de ti. No es que sea muy difícil, sales en revistas y esa serie de mujeres tomando el poder del mundo… yo… tú no merecías a alguien como yo a tu lado.

            Guardé un buen silencio antes de responder, porque no sabía qué decirle, y mucho menos hacer algo que hiciera que se fuera. Muy en el fondo no quería que se fuera. Yo quería que ella viera el amanecer conmigo.

            —Qué dices… no te voy a recriminar nada, todo nos rebasó a ambas. Además, tú eres la que está aquí, yo fui la que nunca te buscó.

            —Sí, pero yo te hice sentir que no debías buscarme. Supongo que ambas lo hicimos mal.

            —¿Por qué traes vino? —cambié la conversación sin siquiera pensarlo, la miré, y con una pequeña sonrisa, estiré el brazo para que me diera la botella. La etiqueta tenía un cerezo rosado y un letrerito que decía: La Bruja del Cerezo. Comencé a reírme, la miré y ella solo me sonrío—. ¿Es en serio?

            —Todos superamos nuestros miedos de alguna forma, ¿No?

            —Supongo.

            —Esas revistas que dicen que tu cicatriz te hace ver sexi, están en lo cierto.

            Me sonrojé y bajé la mirada.

            —Yo también supe algunas cosas de ti, lo de tu abuelo…

            —Sí, resulta que no era tan malo después de todo. Creo que ya hasta le agarré el gusto a beber mi propio vino. Me refiero, he aprendido a no creer que mi vida de libertad se ha terminado por una gran responsabilidad. De hecho, ya hasta tengo gente que se encarga de las cosas por mí. Fui a Isla Brujas hace como un mes. Ya no se parece nada a como era antes, tiene un hotel enorme y los pájaros blancos prácticamente son la mascota favorita, por cierto, solo comen fruta.

            Escuchar sus palabras, tantas palabras… que hablara sin que le preguntara las cosas me hizo sacar una sonrisa. Las dos nos reímos por un buen rato, la plática poco a poco comenzó a fluir y dejé que las ataduras del pasado se quedaran allí. Incluso le comenté que por nada del mundo iba a regresar a ese lugar, pero de la manera que comenzó a contarme todo me hizo repensarlo.

            En poco tiempo, el atardecer se volvió frente a las dos. Intercambiamos sonrisas y miradas tantas veces que dejé de contarlas; luego solo miramos como el naranja del sol comenzaba a comerse el azul del mar. Ella tomó mi mano y la apretó, haciendo que la arena se pegara por todos lados; pude percibir de nuevo su dulce aroma, pero esta vez todo era diferente, no quería abalanzarme y besarla, tan solo quería tenerla a mi lado.

            —¿Qué será de nosotras? —le pregunté mientras miraba el atardecer sobre sus pequeñas y diminutas pupilas.

            —Un naufragio más, eso será; pero te juro por Dios que esta vez, no habrá brujas.