Breves Historias de Amor Eterno

Siempre Contigo

Ya eran más de las dos de la tarde y Sara aún no llegaba. Era uno de los pocos momentos que Olivia no tenía nada que hacer en absoluto, más que echar a volar su imaginación. Miró hacía la carretera, hacia el horizonte, y lo único que vio fue un sol resplandeciente y quemante caer sobre el oscuro asfalto. Aquella combinación había creado una especie de cortina ondeante, caliente y sofocante, como la del día en que conoció a Sara.

            Recuerda ese día claramente, no solo porque la había conocido, sino porque Camilo, su chofer, tuvo un grave accidente y no pudo llegar a recogerla. Aquel día Olivia decidió caminar a casa, ver con sus propios ojos todas aquellas maravillas del carnaval del que tanto hablaban sus amigas, y que tanto aborrecía su madre: "¡A ese lugar solo van vagos y hippies oloroso!" era lo que esta siempre decía cuando Olivia intentaba  llevar el tema de conversación a la mesa. El camino hacia el carnaval parecía una jauría de perros en celo, gente por todos lados caminado de un lugar a otro sin parar. Toda aquella gente, sin camisa, con tatuajes y peinados extrovertidos contrastaba con el elegante uniforme de una chica menuda y aspecto angelical, con Olivia.

            Olivia siguió avanzando y poco antes de llegar y asombrarse de más cosas recibió una llamada, se trataba de su madre, quien le había enviado un coche particular para recogerla. Olivia se desanimó al instante y para evitar regresar por el largo camino ardiente le confesó su ubicación. Su madre pegó el gritó al cielo cuando lo supo, pero evitó en aquel momento regañarla, tan solo, y con voz seca le ordenó que se dirigiera a la parada de autobuses más cercana y esperara a que llegaran por ella. Olivia obedeció y se sentó en la pequeña casita de metal en donde la gente normalmente espera el camión.

            El calor parecía insoportable. Olivia miró a lo lejos, vio gente tirándose globos con agua, botes con agua, agua por todos lados, y deseo por tan solo un segundo estar allí con ellos; deseo por un momento no ser la única hija de un par de riquillos empresarios. De pronto el sueño pareció también acompañarla en aquella parada, entre un abrir y cerrar de ojos se dio cuenta de la presencia de alguien más en aquella parada. Se trataba de una chica, quizá de su edad o un poco más grande, de aspecto liberal, hippie como decía su madre, su pelo... no era lacio y sedoso como el suyo, eran más bien parecido a rastas, o posiblemente eran eso, simplemente rastas.

            La atención de Olivia quedó paralizada sobre la pobre chica hippie. La miró una y otra vez, la volvió a mirar, sus ojos, su piel, su manera de hacer muecas con la boca, y hasta en su forma de parpadear. La chica hippie no tardó mucho en darse cuenta de la mirada que tenía sobre ella, así que terminó girando la cabeza y cruzando mirada con la refinada chica del traje. Olivia notó cuando ella le sonrió, y rápidamente giró su mirada hacia cualquier otro punto.

            —Hola —le dijo a Olivia, pero esta no contestó—, entiendo... sabes, sé que no soy clase de chica con la que platicas comúnmente, no uso ropa refinada ni perfumes exportados, pero supongo que eso no es motivo para que yo tenga malos modales.

            —Lo siento —musitó Olivia—, mi madre no me permite tener algún tipo de relación con...

            —¿Gente como yo?, olvídalo, conozco a la gante como tus padres, gente que solo esparce esporas de contaminación mental hacia sus generaciones futuras.

            —Mis padres no son gente mala —contestó furiosa Olivia.

            —Y claro que no lo son, ellos tampoco tienen la culpa, sin embargo, siempre está en uno hacer la diferencia y crear una nueva generación menos... menos prejuiciosa.

            Olivia permaneció callada, podría decirse que aquella hippie le había caído tan mal como un político intentándola convencer de algo que todos ya saben.

            —Me llamo Sara, por cierto.

            Olivia se lo pensó dos veces antes de responder, incluso pensó en decir cualquier otro nombre, pues qué diría su madre si se enteraba que andaba divulgando su nombre con gente como aquella chica de cabello pandroso.

            —Olivia.

            —Eres muy guapa, y si fueras menos prejuiciosa posiblemente te coquetería —dijo Sara.

            Los ojos de Olivia saltaron al escuchar aquellas palabras, su piel cambió de tono hasta ponerse roja, y sin decir nada, simplemente se puso de pie, miró a lo lejos y notó que uno de los carros de su padre se acercaba. Sin mirarla en ningún momento levantó la mano e hizo señales intermitentes hasta que el auto se estacionó y la recogió de aquel libidinoso lugar. Sara lo tomó de buenas, sabía que una chica como Olivia estaba fuera de sus alcances, así que simplemente le sonrió y le dijo adiós con la mano extendida en el aire mientras Olivia miraba el retrovisor.

            Definitivamente aquel día había marcado para siempre a Olivia, aquel día sin querer se había enamorado. Para Sara las cosas tampoco eran tan diferentes, algo en aquella chica la había obligado a ir día con día a aquella parada solo para volverla a verla, claro, aquello nunca pasó; así que días después investigó al colegio donde se llevaba aquel uniforme. Pronto logró dar con él, y Olivia lo supo, supo que al otro lado de la calle había alguien que la observaba, y muy en sus adentros le gustaba. Incluso cuando sus amigas solían verla también y criticarla, ella salía a su defensa.

            Pero aquella alegría llegó a convertirse un día en solo tristeza, pues a pesar de que le gustaba ser observada e intercambiar algunas lejanas sonrisas, había una sola cosa que deseaba desapareciera, aquella distancia entre ambas. El nuevo chofer notó aquella singular tristeza cada vez que Olivia entraba al auto, incluso, llegó a observar el contraste de antes y después de que partían. Él no quiso preguntar, no era necesario, él observaba bien, y notó que la tristeza de aquella niña estaba del otro lado de la calle.

            El chofer odiaba verla así. Había tenido tantos trabajos que no le importaba arriesgar este, así que le propuso a Olivia llegar media hora tarde. Cuando Olivia preguntó por qué, él simplemente contestó que sabe lo que se siente al estar enamorado, miró a Sara desde el otro lado de la calle para que supiera a lo que él se refería y después le guiño el ojo. Así, el primer día que su nuevo chofer llegó tarde, comenzó aquella aventura.

            Olivia comenzó a caminar sin dejar de mirar a Sara, y esta, entendiendo sus señales comenzó a caminar paralela a Olivia. Rápidamente llegaron a una enorme intercepción, y debajo de un enorme y abandonado puente, Olivia esperó a que Sara cruzara. Ambas se miraron, intercambiaron una mirada de complicidad, y llevadas por sus instintos, simplemente se besaron. Ninguna de las dos pensó primero en preguntar, en conocerse, aquello lo habían hecho todos aquellos días mientras se miraban de banqueta a banqueta.

            A partir de allí Olivia se volvió una mentirosa, jamás había tenido la necesidad, y por lo tanto sus padres confiaban fielmente en ella. Algunos días tenía que hacer trabajos con amigas, trabajos que eran realmente individuales, y con ayuda de su chofer, siempre terminaba viéndose con Sara. Incluso, un día, quedó de verse con ella en otro lugar, uno que había escogido Sara, el invernadero de su padre. Cuando Olivia llegó todo era tan hermoso, pues además de las flores, Sara había preparado un lugar especial, en el que yacía una sábana roja en el suelo; allí hicieron el amor.

            Recordar aquella escena ponía a Olivia algo caliente, mucho más caliente que lo que ya lo hacía estar aquel horrible clima. Recuerda como Sara la recostó sobre la sábana e hizo todo el trabajo, pues siendo inexperta en el tema… Para Olivia fue tan raro tener dentro de sus pantalones una mano que no fuera la suya, al principio fría, y luego cálida. Sara se recostó sobre Olivia y metió su mano… allí, allí donde Olivia pensaba algún día sentir un miembro viril.

            Pero la verdadera excitación llegó cuando ella le introdujo sus dedos. Olivia sabía que esas cosas pasaban entre lesbianas, pero nunca imaginó que se sentiría de aquella manera. Todo su cuerpo se vino abajo, como cuando alguien crea una avalancha de nieve. Sentía como toda su sangre recorría su cuerpo, y como se dirigía hacia aquella zona erótica. Si a eso le sumaba los besos que Sara le daba en la boca, y luego allá abajo, justo en su pubis… o sentir su lengua húmeda entre sus piernas… aquello solo la llevaba hacia un camino, hacia un orgasmo inminente. Así fue como aquel pequeño invernadero se llenó de gritos de placer y gemidos impasibles.

 

Todo parecía tan perfecto aquel entonces, pero como toda mentira… Un día, no hace mucho, alguien le dijo a su madre lo que Olivia hacía, ella hubiera negado todo, pero una mentira sobre una mentira no la llevaría a nada, así que simplemente lo aceptó. Su madre la desconoció como hija, y le impidió volver a ver a aquella mujer, sin embargo, su padre salió a su defensa, él solo quería ver feliz a su hija, pues le recordaba cuando su madre le había negado a su hermana ver a un muchacho que no pertenecía a su nivel, esta, en depresión, terminó quitándose la vida. Él no podía hacer lo mismo con su hija. Su padre habló profundamente con la madre de Olivia, y esta solo pudo aceptar la propuesta de tener una cena con Sara, pero que eso no significaba que la aceptara.

            El día de la cena… justo ayer, ese día había sido el peor de su vida. Olivia le había recalcado a su madre que Sara era vegetariana, y esta pareció entenderlo. Cuando se encontraban en la mesa, y cada quien recibió su plato, allí comenzó el problema, su madre ordenó cocinar ternera. En ese momento Olivia no sopo cómo reaccionar, y Sara, ella no quiso ser grosera, y probó un bocado, el primer bocado de carne en cuatro años… La madre de Olivia solo observó detenidamente la expresión de Sara, esta pareció soportar, pero no demasiado, pues comenzó a hacer caras y finalmente tuvo la necesidad de retirarse corriendo al baño para vomitar.

            —¿Cómo te atreviste mamá? —dijo Olivia enojada.

            —¿Atreverme? ¡Qué mal educada!, eso solo demuestra una cosa… esa mujer no debería estar en este momento y con esta familia.

            —¿Qué pasa? A mí la carne me sabe bien —intervino el padre de Olivia.

            —No es eso papá, yo le dije y le recalqué a mamá que Sara no come carne, pero parece que no escuchó muy bien.

            Olivia corrió hacia donde se había ido Sara. Habló con ella y esta le dijo que todo estaba bien, que regresaría pronto a la mesa, pero Olivia se negó, y decidió que lo mejor sería que ambas se fueran juntas, a algún lugar cualquiera que fuera. Sara se negó, y sugirió que se iría, pero que se verían mañana debajo del puente para hablar con más calma. Es por eso que ahora Olivia esperaba impaciente a Sara.

 

A lo lejos Olivia distinguió la silueta de Sara y corrió a abrazarla.

            —¿Por qué llegaste tan tarde?

            —No me sentía tan bien.

            —Siento lo que hizo mi mamá, de veras lo siento.

            —No te preocupes, estaré bien.

            —¿Entonces? ¿Ahora qué? —preguntó Olivia impaciente.

            —Nada.

            —¿Nada?

            —Olivia, aún eres una chica que necesita de sus padres, no podemos huir así nada más. Llevemos las cosas en calma, tarde o temprano tu madre tendrá que aceptar nuestra relación.

            —¡Ella nunca va a cambiar! ¡La conozco! Todo irá creciendo y creciendo… ella podría incluso mandar a…

            —Tranquilízate. Sé que buscaremos la forma para que esto resulte.

            —¡Vámonos! ¡Justo ahora! Tengo dinero… ¡Tomemos el primer vuelo a…!

            —¡Olivia! Eso es de locos… ¿Olivia? ¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien?

            Sara se pasmó al ver que la respiración de Olivia se entre cortaba, ya no podía hablar, y se tocaba su pecho. De pronto Olivia comenzó a llorar de dolor, y en segundos se desplomó.

            El hospital se veía más diferente que de costumbre; la desesperación e impotencia de no poder hacer nada corrompía la mente de Sara. Una tras otra lágrima se derramaban por sus mejillas. Cuando se sentaba solo lo hacía para volver a pararse y preguntar a cualquier doctor o enfermera por Olivia. Pronto los padres de Olivia llegaron. El padre de esta le agradeció haberla traído, pero su madre, ella solo la inculpó y le sugirió irse antes de que se arrepintiera, pues según ella, Sara era la culpable.

            Pronto llegó un doctor, y fue claro y conciso con los tres. Olivia tenía un problema en una de sus arterias del corazón, el daño que tenía era irreparable y necesitaba urgentemente un corazón nuevo. Ninguno de los tres lo creyó, y la madre se Olivia hizo caso omiso de las palabras del doctor, para ella la única culpable de esto era Sara. Tanta fue su ira que arremetió a golpes sobre Sara. Seguridad llegó pronto y fue inminente que Sara terminara yéndose del hospital.

            Esa misma noche Sara volvió y habló con un enfermero, amigo de su hermano mayor, y le entregó un sobre, y algo de dinero para que le permitiera ver a Olivia, él aceptó. Una pequeña visita clandestina, un beso en la mejilla, después en sus labios, y una promesa susurrada al oído. Cuando Sara salió del hospital, y no muy lejos de allí un par de hombres la esperaban, hombres enviados por la mamá de Olivia, y su única orden era darle una paliza si regresaba al hospital. Ellos habían montado guardia toda la noche a la espera del aviso de una enfermera comprada.

            Aquella noche no se supo más de Sara.

            Por otra parte, conseguir un corazón nuevo para Olivia parecía imposible, ni siquiera con tanto dinero. No había corazón, y si no lo había pronto…

            Aquella tarde llegó un corazón, llegó la salvación de Olivia.

            Fueron un par de días hasta que Olivia se recuperó por completo, que logró despertar y razonar con más congruencia. Lo primero que hizo, preguntar por Sara, pero nadie le supo decir de ella. Ese mismo día un enfermero le entregó un sobre. Sus padres permanecían en la habitación en ese momento, y se enojaron al pensar que el enfermero pretendía algo más.

            Olivia abrió el sobre, leyó por unos segundos y finalmente se soltó a llorar.

            Su madre fue la primera en arrebatarle el sobre y leer su contenido.

 

Me alegra que ya estés bien… no sé qué tanto tengo que decir, quizá solo que te amo. No cuestiones mi decisión, porque fue mía. Si esta es la única forma de vivir contigo para el resto de tu vida… entonces no me arrepiento, porque no sé qué haría si permanezco en este mundo mientras tú te vas a otro. Cuídalo, ahora siempre estaré contigo.”

 

El mensaje era claro y se sobreentendía demasiado. Su madre le entregó la carta a su marido y comenzó a llorar. Un sentimiento de culpa la albergó ese y los siguientes días de su vida. Jamás le contó lo que le hizo a Sara, nunca tuvo tantas agallas, mucho menos cuando se enteró que aquella carta llegó antes de que la mandara a… Aquel corazón había recorrido casi media ciudad cuando los hombres la tiraron lejos de allí… pero eso no había evitado que llegara al pecho de Olivia.

            En cuanto Olivia se recuperó viajó al centro de a París junto con su padre. Allá estudiaría, no quería saber nada de aquella ciudad que le recordaba día con día a Sara. Y lo primero que hizo fue ir al puente más grande de la ciudad, allí, y entre miles de candados ella puso el suyo. Grabó con tinta indeleble “Sara y Olivia” de un lado, y del otro dibujó un corazón. Luego arrojó la llave al río. Su padre la abrazó y juntos prosiguieron el camino.

            Olivia presionó su mano contra su pecho y sintió latir su corazón. Sonrió y abrazó a su papá. Sara siempre estaría allí con ella, no solo en su corazón, sino en todas partes, así y eternamente.