Breves Historias de Amor Eterno

Sexo y Locura

Todos mis sueños parecen estar volviéndose realidad. Miró hacia arriba y veo el enorme edificio antiguo, tal y como me lo imaginé en todos esos libros que leí, solo que este se ve más enorme. Observo mi alrededor, tan desértico, pero tengo la esperanza de que al entrar me equivoque, los lugares áridos no me gustan. Ahora que lo pienso, eso es lo que la gente quiere de este lugar, que se encuentre en un lugar olvidado, lejos de la gente con trabajos ostentosos, allá en donde nadie pueda hacer daño. ¿Daño? La sociedad allá afuera hace más daño que los que están dentro de este edificio, pero les cuesta trabajo aceptarlo.

            Escuchó al señor de taxi gritarme: ¡Cuídate muchacha!, yo levanto mi mano y le saludo de la misma forma. Ahora hay un montón de polvo flotando por doquier, tanto que debo cubrirme la nariz con la mano. Me doy vuelta y estoy a un timbre de vivir la experiencia más grande de mi vida. Toco el timbre y pareciese que no hay nadie, incluso pongo la oreja cerca de la puerta para escuchar algo, y justo en ese momento escuchó una voz metálica, se trata de una pequeña bocina incrustada en la pared donde termina la puerta. Me acerco incrédula, el lugar parece lo suficiente viejo como para saltarse este tipo de tecnología.

            —¿Sí?

            —Buenas tardes, soy Gabriela, Gabriela Bernal, la nueva interna.

            —En un momento.

Estoy a punto de decir otra cosa cuando la conexión se corta. Y en ese preciso momento comienza a abrirse la puerta. Ahora resulta que la puerta también es electrónica.

            Entro cautelosamente mientras arrastro mi enorme maleta de rueditas. El asombro de lo electrónico no era nada comparado con lo que había aquí adentro, sorprendentemente había áreas verdes. Seguí el camino hasta que llegué a la entrada, y sé que es la entrada porque hay una persona vestida de blanco esperándome, y no está de buenas, y eso también lo sé porque mira su reloj con impaciencia.

            —Llegar tarde.

            —Lo sé, y lo lamento. Es solo que el taxi no encon…

            —Espero que no se te haga costumbre. Aquí cada minuto es invaluable —me mira de arriba abajo con una mirada reprochadora—, me llamo Eugenia, soy la jefa de enfermeras.

            —Gabriela —extiendo mi mano, pero ella no lo hace.

            —Lo sé —murmura—, te ves más joven que la mayoría de las residentes que vienen, espero que eso no sea motivo para que no trabajes profesionalmente.

            —Créame, mi apariencia es independiente de mi…

            —El director te está esperando.

Parece que esta mujer nunca va a dejarme terminar mis oraciones. Trato de parecer agradable, y la sigo hasta la oficina del director.

Estoy agotada, este señor no deja de hablar. Empieza con algo y termina desviándose con otra cosa, pero lo veo directo a sus ojos intentando hacerle creer que escucho su charla, son puras formalidades, nada del otro mundo. De vez en cuando lo veo mirarme, pero de una manera menos profesional, y nota que me doy cuenta, por lo que disimula diciendo: “Eres la mujer más joven de este año, el otro residente es un muchacho un poco más grande que tú, apuesto que se llevaran bien”. Yo lo miro y sonrió. Supongo que ya ha notado mi impaciencia, así que simplemente se para de su escritorio y se dirige hacia mí. “Bienvenida al Instituto Psiquiátrico de San Juan”.

            Salgo de allí con la mirada aturdida, al fin escucho tranquilidad, cosa que dura mucho, pues no muy lejos de allí está un hombre parado con la mirada directa en mí. Él se acerca y extiende su mano.

            —Rubén. Soy tu compañero de residencia.

            —Mucho gusto, Gabriela. El director ya me habló de ti.

            —¿Y qué tanto te dijo?

            —No mucho, solo que eres el único residente.

            —Sí. Bueno, antes estaba Jordan, era un buen tío, de mi edad, pero no lo soporto —ríe entre dientes—, dijo que si se quedaba un día más se terminaría volviendo loco.

            —¿Tan mal está aquí?

            —No te preocupes, no quiero asustarte. Ya sabes… hay gente que simplemente no está hecho para esto. Por cierto —cambia de tema—, la jefa de enfermeras me ha dicho que te dé el primer recorrido.

            —Ah, sí, Eugenia…

            —¿Ya la conociste?

            —Ella me recibió —contesto desilusionada.

            —Así es ella, terminarás acostumbrándote. Venga, deja tu mochila aquí, te llevaré a conocer el lugar.

            Seguí a Rubén hasta una enorme puerta blanca, de allí en adelante todo era otra cosa, era justo por lo que había venido. Rubén comenzó a contarme que había dejado la escuela por dos años y otras cosas que la verdad me parecieron irrelevantes, yo lo que quería era poner atención al recorrido.

            Entramos primeramente a lo que Rubén se refirió como área común. No pude evitar reaccionar al sentir el frío de la sala. De hecho fue lo primero que llamó mi atención.

            —Lo sé, pero a ellos les gusta —dijo Rubén refiriéndose el frío.

            Aquella sala era enorme. Realmente parecía bastante amplia como para albergar a unas diez familias, pero apenas había personas. A lo lejos alcancé a ver a una anciana sentada y acariciando una almohada. También a un hombre alto, con mucha barba y de apariencia fuerte, él no hacía nada, solo miraba por la ventana. Seguimos hasta atravesar la sala y pasamos a un pasillo que nos llevó al “área recreativa”, allí parecía haber toda la gente que faltaba de la sala común. Había un par de enfermeras, ninguna Eugenia, y ambas cuidaban de los enfermos.

            Mi atención se concentró en un pequeño grupo, eran personas mayores de cuarenta años, y lo interesante aquí era que todos se comportaban como niños. Luego mi concentración se dividió desde una señora cantando mientras interpretaba a un mimo, un muchacho dibujando sobre la cara de un anciano obeso, posiblemente catatónico, hasta un hombre riéndose sin sentido.

            —Este parece un lugar tan tranquilo —le digo a Rubén.

            —Sí, así es. Los de preocuparse están en la sala roja.

            —¿Tienen una sala roja? —le preguntó asombrada.

            —Es solo una expresión, ya sabes, advertencia.

            El lugar hacia donde ahora me llevó Rubén era muy diferente a los dos pasados. Aquí había una infinidad de cuartos enumerados y con puertas enormes que tenían una pequeña ventanilla. Según me explicó Rubén, estos eran los típicos cuartos blancos donde encierran a los “locos”, e incluso algunos eran adaptados a las necesidades del inquilino.

            —¿Por ejemplo? —le pregunté.

            —La loca sexual

            —¿La loca sexual? Pensé que el término “Loco” no se usaba hoy en día.

            —Lo sé, pero al final terminan teniendo un nombre. El de ella es la loca sexual.

            —¿Y qué con ella?

            —El clima, a ella se lo bajamos considerablemente… ya sabes, cuando uno tiene frío se le espanta el libido.

            —¿Hipersexualidad? —pregunto.

            —Sí. La clásica ninfómana.

            —Es por acá —me indica moviendo la cabeza.

            Sigo a Rubén hacia el lugar, mientras tanto, observo de reojo por las pequeñas ventanas, y me pierdo imaginando cómo serán sus vidas encerradas en aquellos cuartos. De pronto el grito de un hombre me sobresalta, tanto, que Rubén me toma de los brazos y me tranquiliza.

            —Aquí hay de todo —me recuerda.

            Prosigo el camino y mi mirada regresa a esa ventanilla. Se trata de un hombre no tan joven pero no tan viejo, es calvo, con enormes ojos negros. Su piel se ve demacrada, por lo que no se me es fácil calcular su edad. Él sigue gritando, con los ojos y boca bien abiertos; su lengua sobre sale entre los pocos dientes que tiene. No dice mucho, podría decirse que son solo gritos al aire.

            Cuando llegamos a la habitación indicada Rubén me deja acercarme primero. Ahora tengo más precaución, no puedo pensar en qué clase de mujer me voy a encontrar del otro lado de la ventanilla.

            Mis ojos no lo creen, se trata de una joven mujer, quizá de mi edad. Está acostada sobre una cama, pero tiene las extremidades amarradas con grilletes de piel. La observo con más detenimiento, parece una chica normal, inclusive hasta demasiado mona para estar en un lugar como este. Es castaña, su piel es clara, pero no por ser castaña, más bien está opaca por falta de luz. La miro ahora desde otro punto, y su rostro está tan apacible como una niña. Realmente es hermosa.

            —¿Se ve bien? ¿Por qué amarrarla? —susurro.

            —Que las apariencias no te engañen. Apenas le quitas los grilletes y… o te seduce sexualmente hasta quererte violar o… se masturba.

            —¿Cuánto tiempo lleva aquí?

            —Cuando llegué ya estaba aquí.

            —Miro por la ventanilla con ojos de lástima.

            —Es lo más hermosos que hay aquí, claro, después de ti… en todo caso, espero que me dé su número telefónico cuando se cure y salga de aquí.

            Lo miro con cara de pocos amigos. Se supone que es un profesional.

            —Lo siento. Anda, te enseñaré tu habitación.

 

Miro el techo de mi habitación. Todo es completamente blanco. Si cierro los ojos y me concentro puedo escuchar a lo lejos carcajadas, gritos y murmuraciones. “Es lo típico”, dice Rubén. Aunque no sé cuánto tiempo me lleve acostumbrarme. Mientras intento conciliar el sueño viene la imagen de la chica… la loca sexual… y caigo en cuenta de que no sé su nombre. Trato de adivinar, si tendrá un nombre dulce como su apariencia o uno exótico como sus acciones, bueno, supongo que eso al final no importa.

            Espero mañana tener la oportunidad de conocerla.

            Hay algo que me atrae de ella.

 

Toda mi vida he sido lo que mis padres llaman “una niña buena”, y lo que mis exnovios llaman “una chica aburrida”, bueno, jamás he sido una chica alocada de las que salen a fiestas nocturnas y tienen sexo desenfrenado, es más, hace apenas un año perdí mi virginidad y hasta ahora ha sido lo más arriesgado que he hecho en mi vida. Por otra parte está el miedo, siempre he sido una miedosa, me da temo arriesgarme, y sé que es parte de la vida si quieres progresar, pero prefiero a veces tomar el camino largo y seguro que el corto y peligroso.

            Miro el reflejo de mi rostro mientras me cepillo los dientes, ¿realmente soy tan aburrida? Creo que sí, y ahora que lo pienso, es triste. Aún recuerdo aquellos días de universidad, donde prefería quedarme a leer que salir de juerga con mis amigos, y entonces me tacharon de cerebrito y rata de biblioteca, aunque de esta última parte no me puedo quejar, amor leer, observar y supongo que es por eso que decidí tomar esta carrera. Solo aquí puedo ser yo sin que nadie me juzgue… de “loca antisocial”.

            Sin darme cuenta pongo el cepillo de dientes mal sobre la repisa y cae al suelo, aún me falta mi segunda pasada. Lo tomo y lo miró, por qué nunca me arriesgo, y lo miró tan fijamente, sin lavarlo me lo vuelvo a meter a la boca. Sí, arriesgarme no va más allá de eso, y supongo que es esa razón que siempre termino escogiendo chicos malos, para sentir un poco de adrenalina en mi vida, pero siempre termina fatal, por eso es que mi último novio era tan aburrido como yo, tan aburrido que incluso me aburrió, y sí, tuvimos buenos momentos, pero no lo suficientemente buenos.

            Lo primero que hago ese día es presentarme a recibir órdenes, y es justo lo que sucede. Por ser mi primer día y parecer tener “ojos de rata viendo gato”, como me dijo Eugenia, empezaría por lo más fácil, repartir alimentos y medicina. Si hacía bien esto entonces quizá, y solo quizá, empezaría a ayudar con los baños a las personas catatónicas. Ese día me pareció el más aburrido de toda mi vida, y eso que estoy acostumbrada a la calma. De pronto, y de la nada, regresa la curiosidad de la loca sexual, ella sí que debe tener mucha diversión.

            Pienso en el pasado de esta chica, en lo bien que de seguro lo pasaba cuando estaba allá afuera, con chicos, o incluso chicas… cuando seguramente aún la llamaban solamente “puta” o “ramera” y no “la loca sexual”. Supongo que fueron buenos tiempos para ella, pero ¿y su familia? ¿Cómo lo habrá tomado? ¿Ellos la habrán traído? Miro a mi alrededor y veo que todo parece estar tranquilo, y lo primero que hago es escaparme, avisándole a una enfermera que me avisara al “busca” si pasaba algo raro. Lo primero que hago es ir a la sala roja, pero me no consigo ir más allá, la puerta está cerrada.

            Estoy decepcionada. Es allí cuando aparece Rubén. No sé cuánto tiempo tenía detrás de mí.

            —Sabría que vendrías… —me susurra.

            Yo doy un salto y un pequeño grito ahogado.

            —¿Qué?

            —Sabría que vendrías… por la loca sexual.

            —No —niego.

            —Claro que sí. Miré como la viste ayer. Por algo obtuve mi pase como residente. Soy bueno observando.

            Lo miró asombrada. Realmente es bueno. Seguro será un buen doctor cuando se titule. Él levanta ante mis ojos unas llaves y me sonrié.

            —Yo estoy a cargo además de Roman, el cuidador de la puerta, pero el deja entrar a cualquier con llaves.

            —¿Por qué me dices eso?

            —Porque vas a ser mi ayudante.

            —¿Ayudante?

            —Necesito algo de ayuda, y las enfermeras solo vienen a dejar pastillas y comida, yo tengo que ver que estén realmente bien: examinar, observar, entrevistar, etc. Hoy mismo en la mañana le pedí al director que fueras mi aprendiz de este lugar, y para tu suerte me autorizó darte una copia de la llave universal de la sala roja.

            —Eso es… —balbuceé—, no tenías….

            —Lo sé, pero tengo experiencia en decirte que bañar y alimentar catatónicos es demasiado aburrido, el primer mes casi me quiero matar por lo mismo, no literal, tú me entiendes. No obstante tendrás que cumplir primero con tu parte y después, y solo después me ayudarás.

            Rubén abre la puerta y comenzamos a caminar hacia donde está el cuarto de la loca sexual.

            —Se llama María.

            —¿Qué?

            —La loca sexual. No te lo dije porque incluso yo no lo sabía, siempre le llame la loca sexual. Me dieron los datos generales de ella cuando llegué pero muchos ya los había olvidado, por eso saqué su expediente y le di una leída. Se llama María, tiene veinticuatro años, solo tenía a su madre, era una drogadicta que ya murió y… llegó aquí hace dos años. No muestra mejoría.

            —¿Es en serio? ¿Qué hará cuándo salga?

            —Sí sale. No duda que algún día se cure, según lo que leí y me contó la recepcionista, a la cual creo que le gusto, tenía un padrastro, un hombre de cargos políticos que se había divorciado de su madre por lo mismo de las drogas, y cuando murió su madre decidió adoptarla, ya sabes, para que aparente unión familiar. Las cosas no salieron tan bien, él tenía una imagen pública que proteger y cuando le diagnosticaron esa extraña adicción a su hijastra… la trajo aquí, y ha ordenado que no la saquen hasta que esté realmente curada.

            —Dios… ¿la viene a visitar?

            —Que yo sepa no. ¿Te imaginas si se enteran que viene de visita a un lugar como este?

            De un momento a otro llegamos a la habitación de la ahora María. Raúl abre la puerta y pasamos. Permanezco a distancia.

—No te preocupes, las pastillas la dejan demasiado aturdida como para intentar violarte —dice Rubén.

            —No creo que sedarla sea la mejor opción —murmuro.

            —Es el protocolo —responde a secas.

            La miro mucho más de cerca, y puedo ver su piel enchinada por el frio. Es como si la tuvieran congelada.

            Ella no despierta durante toda la estancia. Rubén la revisa y no hay nada más por hacer. Aquel día no pude relacionarme más con ella de lo que hubiera querido.

            —Es un caso fascinante. Lo sé —me dice Rubén.

            —Sí, definitivamente lo es.

            —¿Has alguna vez tenido pensamientos eróticos con una mujer?

            —¿Disculpa?

            —No te juzgo. Ella es hermosa.

            —No soy lesbiana —contesto enojada —solo creo que es un caso interesante para mi desarrollo académico.

            —Ok… ok… solo pienso que es sexy —termina y se despide de mí guiñándome un ojo.

            Los días siguientes no fueron muy diferentes. En el día alimentar y medicar, en la tarde ayudar a Rubén a vigilar a los enfermos de la sala roja, y como siempre, María dormida.

 

Ya casi han pasado dos meses. Me he ganado la simpatía de todos en el instituto, a tal grado que hoy el director me ha nombrado, no ayudante de Rubén, sino supervisora auxiliar. No tiene mucha diferencia, pero ahora puedo hacer los chequeos sin ayuda de Rubén, pues nos hemos repartido las habitaciones y el me dejó quedarme con el cuarto de María.

            He perdido la atención en María. Nunca pasa nada. Ahora solo la veo como una mujer que duerme, como la bella durmiente, y así sigue por las próximas dos semanas.

 

Entro a la habitación tan normal como siempre, y lo primero que mis ojos ven son los ojos de María, están abiertos. Me acerco con cuidado y noto que se gira para verme.

            —A ti no te había visto —balbucea medio dormida.

            —Yo… yo te cuido por las tardes —respondo.

            —Ah, por eso es que no te había visto. La maldita enfermera me droga tanto en la mañana que por las tardes caigo como un oso invernando. Dios, odio esto —se queja mordiendo sus labios —, ¿podrías hacerme un favor?

            —¿Cuál?

            —Mátame. Dame algo. Prefiero cualquier cosa que estar aquí.

            —No puedo hacer eso.

            —¿No tienes las agallas?

            —Podría perder mi trabajo.

            —¿No se te hace aburrido verme dormida? Apuesto que sí.

            —Es mi trabajo. Como sea. Ya he acabado, tengo que irme.

            —No has acabado. Siento una llaga en mi espalda. Me duele.

            —No es cierto. Ayer te revise.

            —Pero ayer fue ayer.

            Escucho a Rubén despedirse a lo lejos.

            —¿Te da miedo quedarte sola? ¿O te da miedo quedarte conmigo?

            —He estado aquí muchas veces contigo a solas.

            —Pero hoy es diferente, hoy no estoy dormida.

            Miró la ventanilla y me resigno. Hoy de todas formas tenía que revisarla.

            Con cautela comienzo a quitar los grilletes y noto que tiene la mirada fija en mí. Yo la miro, tiene unos ojos hermosos, color miel.

            —Sabes que mi padrastro paga mucho a este hospital.

            —¿Donaciones?

            —No. Él lo llama así. La verdad es que solo quiere que me mantengas sedada y casi muerta.

            —Eso no es cierto.

            —Claro que lo es.

            —Muchos de los pacientes de aquí tienen una historia muy parecida a la tuya. Además, si fuera así, ¿por qué te tomas las pastillas?

            —La muy maldita enfermera me obliga, es eso o ahogarme con el agua que me da. Tengo que pasármelas.

            —¿Y por qué no te ahogas para morir? ¿No se supone que eso quieres?

            —Sí. Pero no quiero que digan que me morí por estúpida. Quiero que culpen a alguien más.

            —¿A mí?

            En cuanto le quito todos los grilletes y le digo que se dé vuelta está se levanta de un salto.

            —¡Tarán!

            —¿No estabas aturdida?

            —También soy buena actriz.

            —Por favor regresa a la cama.

            —No.

            —Llamaré a Roman.

            —Ese viejo gordo y calvo. No lo creo. Te prefiero a ti, tú eres mucho más sexy, incluso más que ese tal Rubén al que solo he visto un par de veces.

            Ella salta la cama y va directo sobre mí. Me empuja contra la pared. Tiró todo al suelo y permanezco pasmada por lo sucedido. Ella no hace nada, solo me mira mientras me atrapa entre sus brazos y la enorme pared acojinada.

            —Por favor. No quiero llamar a Roman.

            —Ni si quiera vas a querer llamarlo.

            Ella me besa. Yo intento quitármela con la poca fuerza que me permite ejercer sobre ella, pero me gusta, me gusta y simplemente la dejo. María me sigue besando, y después avanza metiendo su lengua dentro de mi boca. Siento su lengua, es suave, pero amarga, como las pastillas que tomo para mi alergia, supongo que tantos años de pastillas le han dejado ese sabor.

            —¿Esta rico? —me dice.

            Yo no respondo, pero el silencio otorga.

            María se arrebata la bata por arte de magia, busca mi mano y la pone sobre su pecho.

            —Nunca había tenido una mano tan pequeña sobre mi seno —dice—, me gusta.

            Yo sonrío, y con la otra mano la empujo hacia mí. Ella mete una de sus manos dentro de mi pantalón y con facilidad llega a mi pubis. Con desesperación mete su mano más adentro y entonces me doy cuenta de que estoy húmeda, eso y que me estoy arriesgando mucho, y me gusta. Sus dedos comienzan a jugar dentro de mí, la temperatura ya ni siquiera parece ser tan fría.

            Toma mi mano de su seno y lo baja hasta su pubis, y deja que yo meta mi dedo medio entre su sexo. Ahora las dos tenemos las manos más ocupadas que de costumbre. Comienzo a correrme, sé que viene y se lo digo.

            —Me vengo…

            —Bienvenida al barco —me dice dándome a entender que ella también.

            Y pasa, me vengo. Ella me tapa el grito con un beso, y luego simplemente se aleja, se pone la bata, se tumba en la cama y me mira.

            —Bueno, ya me puedes amarrar. Quiero que mañana vuelvas a venir.

            Yo aún no me recupero. Estoy agitada y asiento con la cabeza. Salgo de allí y me voy directo a mi habitación.

            Al día siguiente lo primero que hice fue escabullirme en la farmacia y cambiar los medicamentos de María por menos fuerte. ¿Qué me llevó a aquello? Sexo y locura.

            Los días siguientes siguieron igual de buenos. Las pastillas dieron efecto y pronto María parecía más activa que de lo de costumbre. Aunque se quejaba, ahora que tenía más tiempo para estar despierta resentía los estragos del frío y de no poderse masturbar, pero me decía que pensaba en mí, pensaba en mí todo el tiempo, esperando a mi llegada, que incluso a veces pensaba tan bien como la tocaba que dormida o despierta se venía. Aquello era un cumplido.

            Después me interesé en María en un plano menos sexual y más amoroso, quizá ahora yo era la loca sexual, pero cuando pensaba en ella mi corazón se aceleraba, y no solo pensar en ella sexualmente hablando, en simple hecho de ver sus ojos en mi mente hacían en mismo efecto. Así, un día investigué entre los papeles de finanza y descubrí que sí, que su padre daba mucho dinero, demasiado para ser sincera, y me entró la duda, la duda de que quizá ella tenía razón.

            Un día, el día que jamás olvidaré, llegué deprimida con María, y le dije que había investigado hasta agotar mis alternativas para poder sacarla de allí, que era imposible, al menos que realmente mostrara mejorías. Ella se enojó porque decía que jamás cambiaría, que eso era parte de ella, y que no por algo se masturbaba desde que tenía cinco años. Después se alteró, intenté tranquilizarla y tomó el expediente que llevaba sobre la tradicional tabla de madera anclada a un broche de metal.

            —¡Miente! ¡Pon en este papel que estoy bien! ¡Qué me he curado!

            Yo negué con la cabeza, y como resultado me golpeó en la cabeza. Quedé aturdida, pero no inconsciente, y aunque intenté pararme fue inútil, me dio un puñetazo.

            Cuando desperté Rubén estaba abriendo la puerta de la habitación. Estaba encerrada y María se había robado todas mis llaves, incluso las de las puertas principales. María me había utilizado para escapar. Roman… bueno, él se había ido a coquetear con Samil, la chica de la farmacia, y ahora él era el mayor responsable. No quería que Roman fuera el culpable aquí, pero no me atreví a decir la verdad. Tan rápido como pude y antes de las averiguaciones volví a cambiar las pastillas. No quería que nadie supiera la verdadera historia.

A mí me dieron de baja temporal y a Roman lo despidieron. Aunque no todo salió tan mal. Ahora ya no tenía miedo, ahora ya no era aburrida.

 

Dos semanas después caminé hasta llegar a un pueblito llamado “San Jerónimo”, simplemente un pueblo olvidado por Dios, aunque lo recordaba muy bien porque el taxi se había perdido y habíamos ido a para allí. En tres meses se me permitía regresar para terminar mi residencia, pero ahora sería en otro lugar, gracias a Dios en una ciudad. Pero si estaba allí era por otra razón.

            Atravesé todo el pueblo solo para llegar a un enorme mezquite. Allí había un carro viejo.

            —¿Pensé que jamás llegarías? —gritó una voz desde lejos.

            —Te dije dos semanas, y fueron dos semanas.

                        Entonces se asoma una chica de piel apiñonada y sonrisa eclipsaste. Era María, María y los estragos del sol sobre su piel.

            Ella me tomó de la cintura y me empujó hacia el tronco del árbol y me besó.

            —¿Sabes que llevo dos semanas sin masturbarme? Ni si quiera he intentado engañarte, no he tenido sexo. Bueno, he pensado en ti desnuda, pero creo que eso no cuenta.

            —Bueno, pues tendrás que ser de nuevo la loca sexual…

            —¿Por qué?

            —Porque eso es lo divertido del juego.

Y sí, esta es la parte interesante de todo. Nuestro Plan. Fueron semanas de plan y de escapes al pueblo para buscar el lugar más seguro, justo donde conseguí el carro viejo. Resulta que había investigado, pero investigué más de lo que debía, y me encontré que el padrastro de María había ordenado nunca sacarla, incluso si mejoraba, pues no quería que incluso la relacionaran con su exesposa drogadicta. Luego se lo conté a María, y fue que armamos un plan. Desde enamorar a Roman de Samil, hasta fingir una buena obra de teatro para que no viniera venir el golpe.

            ¿Cuál era el plan ahora?

            Irnos. Muy lejos o al menos hasta que regresara a mi residencia. Por ahora viviríamos del dinero que tenía guardado en un viejo apartamento, y con ayuda de un amigo suyo pasaríamos tres meses en París.

 

Llegamos a un puente muy concurrido en París, debajo de él pasa un enorme río, el Sena. Hoy es nuestro último día en este hermoso lugar. María sigue siendo la misma loca sexual de siempre, pero al menos solo conmigo, aunque admito que ha aprendido a controlarse ante el público. Quizá es el amor que me tiene. Ella ha insistido en venir aquí. Trajimos un candado al que le grabamos nuestras iniciales en una cerrajería no muy lejana. Dice: “Que el sexo y la locura nos una eternamente, G y M”, sí, bastante a nuestro estilo. Lo ponemos justo al lado de un candado con un enorme corazón pintado por un lado y por el otro “Sara y Olivia”.

            María lo cierra bien con llave y se asegura de que quede firme, luego me da la llave a mí y la tiro directo al río. Se da la vuelta y me mira, me toma por la cintura, me da un beso y pone una mano sobre mi seno izquierdo.

            —Quiero verte desnuda en mi cama, ¡ahora!

            Me toma rápidamente de la mano y salimos corriendo. La casa de su amigo no está muy lejos de aquí.