Jaula de Mujeres

—¿Nombre?

—Ariana Rosas Cervantes.

—¡Celda 1024! ¡Aquí está tu ropa y a partir de ahora te llamas 2021! ¡¿Quedó claro?! Dije ¡¡¡¿Quedó claro?!!!

—Sí.

—A partir de ahora te diriges a cualquiera de las oficiales como: ¡Sí, oficial!, ¡¿Queda claro?!

—Sí.

—Sí, ¡¿Qué?!

—Sí, oficial.

—Lárgate con las otras para el examen médico.

Lo pienso una y otra vez: esto no puede estar sucediendo, debe ser un sueño. No puedo creer que esté en este lugar, con esta gente, con estas mujeres… Todas las nuevas hemos llegado hace una media hora en un camión gris, hemos pasado por una reja y atravesado un montón de puertas; todavía tengo en mi mente la imagen de esas mujeres, las reclusas del otro lado de la alambrada, mirando hacia el camión… mirándome a mí, con una cara de lujuria, rabia o ambas cosas; pienso, si salgo de aquí… posiblemente sea en un ataúd.

Ahora todas estamos en fila, mirando la nuca de la que está frente; creo que somos cuarenta; caminamos sin decir una palabra, y como doy pequeñas miradas hacia atrás, me doy cuenta que tienen la misma expresión de la que supongo tengo yo, aunquehay varias con la mirada fría, y otras parecen haber llegado a casa. Nos paran en un pasillo y lentamente van entrando a un cuarto; calculo el tiempo, dura cada una a lo menos diez minutos y terminan saliendo con el uniforme puesto y unos tenis blancos de tela. Yo soy como la veinte, así que tardaré un rato parada.

Cuando es mi turno una señora delgada y de uniforme de oficial me hace una seña para entrar a la habitación, yo obedezco sin decir nada. Cuando entro, noto que todo está medio gris y sin mucha iluminación, salvo el centro del cuarto, donde cuelga del techo una enorme lámpara de luz blanca. Miro hacia la puerta y la misma oficial me indica con la mano que avance hasta donde cae la luz, vuelvo a obedecer. Me quedo en el centro y me doy cuenta de que hay otra oficial, mucho más corpulenta y de aspecto malhumorado junto a la sombra. Me quedo en medio sin moverme y la oficial sale de las sombras como un fantasma.

—Quítate todo lo que traigas puesto —me ordena apresurada.

—¿Todo? —casi susurro.

—¿Acaso no sabes que es todo? ¡Todo!

Jamás en mi vida había estado desnuda frente a alguien desconocido, ni siquiera con mi ginecólogo, y desnudarme con una orden y por una mujer como esta no era la clase de primera vez que me hubiera gustado. Tampoco suelo ser la chicadesinhibida y exhibicionista que va a los centros nudistas; ni la que sale sin brasier a tirar la basura; o la que usa bikini cuando puede usar un short y un camisón. Esta señora no parece estar bromeando, y a pesar de todo, me agacho y dejo el uniforme para comenzar a quitarme la ropa. Ya estoy completamente desnuda y cargo todo en mis manos. La oficial me acerca una caja metálica y me hace suponer que meta todo allí.

—¿Aretes? ¿Accesorios?

Alargo mis manos hasta mis orejas y me quito rápidamente todos los aretes que traigo, al final termino entregándole cinco aretes que mete en una bolsita pequeña de plástico trasparente.

—¡Voltéate! —me dice. Obedezco—. ¡Agáchate!

—¿Disculpe?

—Dije, ¡agáchate! ¡Dóblate como si fueras a tocar las puntas de los dedos de tus pies!

No sé qué intenta esta mujer, pero no puedo hacer más que obedecer.

—Bien, ahora abre las piernas —comienza a sonar más malhumorada. El pudor se siente en mi cuerpo, mis piernas comienzan a temblar y mi cuerpo a ponerse más rojo de lo que ya estaba.

            La oficial saca una lamparita y se acerca hasta mis glúteos, veo de reojo y noto que se está poniendo unos guantesblancos de hule. Siendo su mirada sobre mi trasero, pero todo se pone más incómodo cuando siento sus dos manos sobre cada uno de mis glúteos y los jala para abrir mi trasero. Me paro rápidamente y la miro asustada; ella me mira apática con la lámpara entre la boca, luego la toma con cautela y me mira enarcando su ceja izquierda.

            —No te ilusiones tanto, es mi trabajo. ¡Ahora vuelve a la posición que te ordené!

            Dudo unos segundos sobre si hacerle caso o ignorarla por completo para salir corriendo, pero de las dos opciones laprimera parece la más lógica. Vuelvo a agacharme y dejo que abra mi trasero.

            —Tose.

            —¿Qué?

            —¿Nunca entiendes nada a la primera?

            Toso.

            —Ponte el uniforme; hoy ninguna se baña; están reparando la tubería; hasta mañana podrán bañarse. Ahora lárgate.

            No entiendo porque nos piden que nos comportemos corteses con ellas si todo el tiempo nos agreden verbalmente, o almenos hasta ahora.

            —Sí, oficial.

            Salgo de la habitación y otra oficial ya me está esperando con un grupo de cinco chicas.

            <<Todas las que siguen son de reingreso —grita oficial que está en la puerta.>>

            Lo sabía, digo en mis adentros.

            Ahora parece una visita turística, las cinco comenzamos a pasar entre varios pasillos donde hay celdas, donde muchas reclusas nos chiflan, dicen maldiciones o agreden detrás de las rejas.

            Es horrible.

            Deseo llorar.

La oficial comienza a distribuirnos en las celdas. No sé, pero por alguna extraña razón esta oficial parece ser más agradable, quizá sea su edad, joven de al menos treinta años, y por eso no esté tan amargada como las otras.

            —No se dejen engañar chicas, solo las quieren asustar; pero tampoco bajen la guardia. Pórtense bien y seguiremos con el sistema de no usar esposas y cadenas.

            No lo había pensado, a pesar de todo no he usado esposas dentro de este lugar, no desde que me las quitaron bajandoel camión.

            La oficial termina quedándose conmigo y me guía hasta la última celda del pasillo, la cual está vacía; abre la reja y me invita agradablemente a entrar.

            —Tienes suerte, una celda para ti solita.

            —Pero aún faltan muchas…

            —Esas son clientes frecuentes, y por sus antecedentes van otro pasillo.

            Simplemente cierra la reja y se va. En este pasillo inunda el silencio, y ahora que lo noto, me siento sola. No tardo mucho tiempo en correr a la cama y comenzar a llorar.

 

El sonido de rejas abriéndose termina despertándome. Una oficial pasa por mi celda y golpea las rejas con una macana negra que lleva en la mano, la reja se abre. La oficial se pone erguida y me mira fijamente.

            —¿Crees que es esto es un hotel? ¡Párate! —me grita. Doy un salto y en segundos estoy frente a ella—, bien, ahora a desayunar, luego a organizar tus papeles para tu actividad, comida, descanso al aire libre, te bañas y regresas aquí. Si algo se altera de la lista que te acabo de dar, vivirás el resto de tu condena en este miserable cuarto de tres por dos. ¿Entendido?

            —Sí, oficial —respondo puntual, no sin antes pasarme un trago de saliva y darme cuenta de que mis manos estánsudando de nervios.

            —Sigue a las demás.

            Obedezco, porque realmente no me queda otra opción, y camino casi en fila por detrás de las otras reclusas, así hasta que llegamos a un enorme comedor. Noto entonces algo, todas las reclusas llevan un uniforme café, mientras que las que vamos entrando es completamente azul. Si quería pasar completamente desapercibida, ahora será imposible: las nuevas y viejas reclusas quedan claramente distinguidas por el color del uniforme. Aun así trato de no llamar la atención con mi caminar, mirar o cualquiera de esas cosas; trato de mantenerme con las otras chicas, pero rápidamente me dejan y se revuelven, algunas parecen tener amigas, y otras simplemente se acercan con las de su grupo étnico.

            Yo no sé exactamente qué hacer, a dónde ir o con quién irme; en este momento, para mí, todas se ven exactamente igual. La mayoría son gente morena, si acaso todas, pero parece que existen subdivisiones; quizá simple grupo de pandillas o algo así; solo espero poner en práctica alguno de los libros que leí de sociología o psicología para sobrevivir, porque ser pintora no creo que me lleve a algún lado aquí. Lo primero que hago es ir directamente a la barra de comida, tomo una charola y comienza a moverme en la fila para que me den algo de comer; me muero de hambre.

            La fila avanza rápido, nadie se mete con nadie, ni siquiera parece que les importe mi presencia. La cocinera me pone un plato con comida, me da un jugo y me guiña un ojo, yo sonrío, pero segundos después me doy cuenta de que soy la única en la fila que tiene un jugo; las demás solo tienen vasos de papel, por lo que supongo que tienen que tomar agua pura de un garrafón común muy cerca de la puerta de salida. No sé qué signifique esto, pero me siento afortunada y aterrada al mismo tiempo; porrecibir un trato preferencial y porque las demás lo noten, solo espero sea así con todas las nuevas y no nada personal.

            Estoy parada en medio del comedor, a mi alrededor están un sinnúmero de largas mesas llenas de mujeres de todo tipo;no tengo idea de qué hacer, y no hacer nada también implicaría llamar la atención. Me doy cuenta de que no muy lejos de mí está una mesa casi sola, porque hay dos mujeres de avanzada edad sentadas allí. Ahora esa es mi única opción. Voy hacia la mesa y pido permiso, pero las dos mujeres me ignoran, así que solo me siento y comienzo a ingerir mis alimentos. No tarda mucho tiempo en hablar una de las mujeres, una con pelo blanco y piel arrugada y manchada.

            —Eres bonita y joven, no lo desperdicies aquí. Si te sirve de algo, pórtate bien y por nada del mundo te metas con aquel grupo —me susurra y señala con la mirada a un grupo grande que está en sentido contrario a mí, por lo que tengo que girar disimuladamente mi cabeza.

            —Gracias.

            —Es en serio, ¿ves a la flaquita de pelo ondulado?

            —Sí —respondo después de haber girado nuevamente la cabeza.

            —Ella manda aquí, es la Gata.

            —¿La Gata?

            —Sí, así le dicen, pero nadie sabe cómo se llama en realidad. Si a ella le caes mal no manda a matarte… o no, ella es lista, ella te manda a meter en problemas, solo para que te quedes aquí más tiempo y te haga la vida imposible.

            —¿Hizo eso contigo? —le digo, pero me arrepiento—, lo siento, yo…

            —No. Yo tengo cadena perpetua. Yo llevo aquí cuarenta y cinco años; por eso es que no se mete con nosotras, yaestamos sufriendo lo suficiente —se limpia un ojo y señala con la mano a su compañera de asiento.

            —Ella, la Gata, ¿lleva mucho tiempo aquí?

            —No, para nada. Llevará dos o tres años. Aún recuerdo ese día, llegó como tú, siendo una inocente.

            —O más bien aparentando —interrumpe la otra mujer.

            —Bueno, el caso es que… era la muñequita del lugar, una niña muy hermosa, y por lo tanto presa segura de lasmarimachas —prosigue la primera mujer.

            —¿Le hicieron algo?

            —No, no tuvieron tiempo. La Gata casi mata a la que era la antigua “reina”, se metió en muchos problemas y hasta golpeó a muchas oficiales. Le dieron dos años más por eso. Dicen que si no fuera por eso, en este año saldría. Supongo que le faltan uno o dos años, quién sabe.

            —Entiendo. Solo, no me meto con ella.

            La mujer asiente y prosigue comiendo. No me habla en el resto del desayuno. En cuanto termino mis alimentos prosigo con la lista que me dio la oficial en la mañana y pregunto con otra oficial en la puerta de salida por el lugar donde tengo que ir a arreglar mis documentos de actividad. Sin más me dirijo al lugar.

            —¿Profesión?

            —Pinto.

            —¿Casas? —responde la señora sin parecer estar bromeando.

            —No. Yo tengo una licenciatura en artes, pinto arte; además, tengo una pequeña galería donde expongo mis pinturas y la de artistas jóvenes.

            —De acuerdo, entonces continuar estudios no. ¿Además de pintar sabes hacer otra cosa que le pueda servir comoremuneración al gobierno y a la sociedad por mantenerte aquí?

            —Yo —analizo sus palabras—, sé mucho sobre literatura.

            —Ok, con eso me basta. Como sabes leer y sabes sobre libros, te encargaras de ayudar en la biblioteca, y como sabes pintar… cuando se necesite te encargarás de ayudar a pintar las instalaciones.

            —Ese tipo de pintar no es…

            —¿O prefieres limpiar baños? —me interrumpe.

            —De acuerdo, pintar es pintar.

            —De acuerdo, hoy mismo empiezas en la biblioteca —teclea en su computadora y me devuelve un recibo impreso—, conesto te dejarán ingresar, 2021.

            Salgo de aquel lugar un tanto tranquila por no tener que limpiar baños, pero ofendida de tener que pintar de esa manera. Posiblemente en el año que voy a estar aquí no vuelva a pintar arte. Miro el papel que me entregaron, en ningún lado está mi nombre, solo ese número 2021. Las voces de unas mujeres acercándose pasan muy cerca de mí y logran llamar mi atención.

            —Pero mira qué nos ha traído el viento —habla en voz alta una mujer robusta, morena y llena de tatuajes. Otras me intentan agarrar y me suelto bruscamente.

            —Carne fresca —comenta otra más chaparrita pero muy parecida a la de los tatuajes.

            —No solo fresca, de buena calidad —responde otra, alta y de piel clara.

            —No quiero tener problemas —les respondo a todas con voz firme, pero con aires de querer volverse temblorosa.

            —Aunque no quieras te vas a meter en problemas —me responde una morena con pelo rubio que recarga su brazo sobre mi hombro.

            —Por favor —suplico.

            Intento parecer fuerte, pero me enfurezco cuando una de ellas agarra uno de mis pechos y lo presiona entre sus manos.

            —¡Suéltame! —le grito y todas retroceden un pequeño paso.

            —¡Mira! ¿No será que es otra gallinita como la Gata? ¡Chicas! ¡Salgamos corriendo o resultaremos gravemente heridas¡ —grita la morena de tatuajes y todas comienzan a reír a carcajadas.

            Miro por detrás de ellas y veo pasar a la llamada Gata con otras tres mujeres; la veo y ella me mira, pero lo hace con una mirada de odio, fría y calculadora. Siento como toda mi piel se eriza y tengo la sensación de bajar la mirada.

            —Te dejaremos hoy tranquila muñequita —me susurra la morena rubia—, tenemos que ir a trabajar.

            Todas desaparecen como si se las llevara el aire. Me doy cuenta que mi respiración se ha acelerado, mi piel está fría y mi cabeza caliente. No pierdo tiempo, e intentando no caerme de los nervios, me dirijo hacia la biblioteca.

            Al entrar y dar mi papel me ubican rápidamente como la encargada de registrar y acomodar libros que se entregan; no es mucho trabajo, casi nadie parece venir por aquí, y las pocas mujeres que trabajan prácticamente se pasan todo el día platicando o leyendo.

            —¿Te parece aburrido? —me pregunta una de las chicas que trabajan aquí; alta, piel clara, cabello negro y lentes.

            —Algo.

            —Rosa.

            —¿Qué? —pregunto sin entender.

            —Me llamo rosa.

            —Pensé que solo había números para llamarnos.

            —Los hay, pero solo para las oficiales. Un secreto, entre nosotras nos llamamos como queremos. Yo me llamo rosa, ¿y tú?

            —Ariana —respondo—, alias 2021 —, carcajeo.

            —Creo que no.

            —Sí, me llamo Ariana.

            —No. Digo, sí creo que te llames así, pero esos nombres tan fresas solo te hacen más… frágil de lo que pareces.

            —Yo no parezco frágil.     

            —Lo eres. Eres pequeña, piel suave y sin tatuajes, ojos color miel y muy femenina.

            —Siempre he sido así, es quien soy.

            —Lo entiendo, pero aquí eso no funciona. No sé, deberías buscar otro nombre, algo más rudo.

            —Ok, simplemente llámame 21. Nadie usa los números, supongo que me haría algo rebelde en usar uno.

            —Inteligente, pero eso… ¿no haría que te etiquetaran del lado de las oficiales y el orden?

            —Por eso será 21, no 2021.

            —Ok, 21. Tengo quizá algo interesante para ti. Verás, la encargada de repartir libros a domicilio va a salir en un par de semanas, si esto se te hace muy aburrido podrías pedir su trabajo.

            —No lo sé, quizá es peligroso.

            —¿Por tener que ir a dar un paseo por casi todas las celdas?

            —Sí, por eso. Quiero pasar desapercibida, no desfilar por todo el reclusorio.

            —Mira 21, si te escondes, más te buscan. Lo mejor es darte a conocer, ganarte respeto y así será mejor. Libreta, como le dicen a la que reparte libros, lleva años asiéndolo y nadie se metió con ella.

            —De verdad.

            —Sí, la respetan. Ella les da un poco de libertar hacia fuera de estas paredes. Es lo mínimo que pueden hacer con ella.

            —¿Y tú? ¿Por qué no pides el trabajo?

            —Yo ya tengo mi reputación, mi grupo, mi gente. Tú no tienes nada, eres nueva. A mí solo me faltan dos meses, no le veo mucho caso.

            —Gracias por el consejo.

            —Por nada. Oye, sé que esto te lo van a preguntar mucho por aquí, pero… ¿por qué estás aquí?

            —Es una larga historia… pero el punto es que yo… —termino la oración cuando unas reclusas llegan con un montón de libros y me los botan entre mis brazos. Ninguna dice nada, pero me ordenan con la mirada que haga mi trabajo—, te lo cuento luego —le digo y empiezo a registrar el montón de libros.

 

Ya ha pasado un mes desde que entré en este lugar, las cosas no ha sido tan fácil, pero tampoco tan difícil, mucho menos desde que Rosa me ayudó a conseguir el trabajo de repartidora de libros. Las chicas que me molestaban no pararon, losiguieron haciendo, pero poco a poco dejaron de hacerlo con tanta recurrencia, no me puedo alegrar, creo que traman algo. En mi receso al aire libre prefiero sentarme debajo de un árbol e imaginar cómo pintaría las cosas que veo, extraño mucho pintar, pero al menos este es uno de mis momentos más felices del día; por el contrario, odio la ducha, porque algunas me observan por minutos, hacen señales obscenas y hasta a veces se acercan para mirarme; simplemente trato de ignorarlas, y por lo que he visto en televisión, jamás dejar que se caiga mi jabón, por lo que se me ocurrió la idea de meterlo dentro del estropajo.

            A veces, al aire libre o en las duchas veo a la tal Gata, trato de alejarme lo más que puedo de ella, pero a veces es imposible. Un día le toco ducharse en el cubículo al lado mío, nunca sentí su mirada, pero me sentía tan mal de tener a alguien tan peligroso a mi lado que vomité, sí, vomite. Ella me miró con despreció, y cuando giré mi mirada hacia ella supe que quería golpearme, porque sabía que había vomitado por ella, yo la había ofendido. Sus ojos penetraron en los míos, y yo solo mepasmé, por el hecho de sentir mi vida caminando sobre un hilo, y porque sus ojos eran hermosos, inclusive con todo ese delineador negro debajo de ellos. No supe en el momento si eran verdes, azules o ambos colores, porque tan rápido su mirada me fulminó decidí salir de allí. Luego de este incidente he sentido su mirada de odio, el las comidas, en el patio e incluso algunas veces que se ha pasado por la biblioteca para acompañar a algunas mujeres. Entre ella y la bandita que me molesta, no he podido dormir bien en las noches.

            Hoy no es la excepción, porque aunque sé que estoy bajo la mira de la Gata y que un día de estos simplemente va a mandar a meterme en problemas como me dijo la mujer del primer día, sé que debo mantener la calma y la postura.

Todos los días paso muy de cerca, y de cierta forma más rápido, de la celda de la Gata, pero hoy me ha llamado.

            —¡Hey! ¡Quiero un libro! —me grita desde su celda. Por primera vez me doy cuenta de que ella también tiene una celda para ella sola.

            —Claro… ah… ¿cuál? —le pregunta.

            —¿Acaso me ves cara de que conozco sobre libros?

            —No lo sé. Ok, solo… dime de qué deseas aprender…

            —¿Aprender? Solo dame algo que me diga como deshacerme de una enclenque repartidora de libros.

            —Ese es un mensaje muy claro —susurro.

            —¿Qué dijiste?

            —Nada. No tengo libros de esa clase. Pero tengo uno de superación personal —tomo el libro y se lo doy en la mano concautela. Ella lo toma. Se aleja y me mira despreciablemente, luego lo tira en el inodoro.

            —Ok. Lo reportaré como extraviado. Gracias —le digo y empujo el carrito lo más rápido que puedo hasta salir de esazona.

 

Hoy nos han llamado para pintar; estoy muy feliz porque de alguna forma tengo tiempo para pintar algo, no creí que de verdad amaría pintar con una brocha. Cuando las oficiales se distraen juego a pintar algo, y rápidamente le paso el brochazo de pintura para cubrirlo; llevo así horas. Todo parece estar en calma, y trato por un momento de olvidarme que mi vida corre peligro en este lugar. Sin embargo, el disparo de un arma no muy lejos de allí, irrumpe con mi tranquilidad. Todas las reclusas cercanas gritan, por susto o alegría, eso me confunde. Las oficiales salen corriendo y gritan que nadie se mueva. Obedezco, pero cuando todas comienzan a caminar para saber qué sucede termino uniéndome a ellas.

            Me acerco con precaución, no quiero meterme en problemas. A lo lejos veo un riña, muchas mujeres golpeándose ytirando todo lo que está a su alrededor, incluso a las oficiales. Veo claramente que corre sangre por todos lados, y trato de identificar a las personas involucradas, y sé de quiénes se tratan: el grupo de la Gata y las que trafican cosas. Me entra un escalofrío, porque hasta hace unas semanas ese grupo de traficantes me ofrecieron que distribuyera cosas junto con los libros, pero les puse el pretexto de que me dieran unas semanas, porque estaban haciendo inventario y revisando todo porque algunos libros importantes se habían extraviado. No es que fuera cierto o pensara aceptar su oferta, pero trataba de ganar tiempo hasta que se me ocurriera otra cosa.

            Las oficiales comienzan a sacar sus armas, macanas y máquinas de choques eléctricos. Todas van contra todas; lasoficiales toman a tantas reclusas como pueden y las llevan directo a suelo; de un momento a otro la única que se mantiene de pie es la Gata, tiene la cara llena de sangre; me mira desde lejos, sé que me está mirando a mí. Enmarca una sonrisa, macabra y su mirada se vuelve profunda y rígida. Después una oficial la tira al suelo sin resistencia.

            Salgo corriendo de allí.

 

Llevo horas pensando en por qué me miró así, porque esa mujer… la Gata estaba llena de sangre, ¿a quién mató? Tengo miedo. Intenté leer un libro, pero cada que terminaba una palabra con ar, se venía a mi mente matar. Así que terminaba muriéndome de miedo. “Solo diez meses, solo diez meses” me recordaba una y otra vez.

            <<Vamos a separarlas a todas, a ver si así se controlan —se escucha a los lejos la voz de una oficial.>>

            La oficial llega hasta mi celda, la abre y empuja a alguien adentro.

            —2021, ¡felicidades! Ya tienes una nueva compañera.

            No puedo ver de quién se trata, porque la luz es muy tenue, pero cuando el reflejo de los ojos de mi nueva compañera choca con la luz del faro de afuera reconozco a la mujer que está frente a mí. Es la Gata.

            —¿No te sientes tan afortunada de tenerme aquí? Solo espero que esta vez no vomites con mi sola presencia.

            —¡No me mates!

            —¿Matarte? He oído que te faltan diez meses para salir, ¿me equivoco?

            Guardo silencio, porque sé que se está cumpliendo la profecía de la mujer anciana.

            —Algo así —le respondo.

            —Qué interesante… sería una lástima que se ampliara tu condena.

            —¿Quieres darme el mensaje directo? —le digo. No tengo idea si lo hago estando enojada, pero nunca ha gustadoentablar pláticas con personas que se andan con rodeos.

            La Gata camina hacia mí y se detiene estando a unos centímetros. Tengo que admitir que tengo miedo, y estoy a punto de vomitar, pero si las cosas están mal, solo las voy a empeorar.

            —Sería tan fácil hacer de tu vida una miseria aquí adentro —me susurra.

            —No te tengo miedo.

            —¿No?

            —Apuesto a que no eres tan mala como aparentas.

            —No me conoces.

            —No, no te conozco. Pero sé que esa mirada de odio solo es una apariencia.

            —¿Qué eres? ¿Una especie de psicótica mentalista? —cuando me lo pregunta estoy a punto de responder que sí, que soy una psicótica, quizá solo así le de miedo y me deje en paz por unos minutos, pero ella prosigue —¡Oh! ¡Claro que no! ¿A quién mataste? ¿A nadie? ¿Drogas? No, no te ves como esas, quizá… ¿robo? Apuesto que no eres capaz de robarte ni un libro de la biblioteca, entonces, ¿qué nos queda? ¡Ah! ¿Violadora? ¿De infantes? ¿De mujeres? ¿De hombres?

            —¡Basta! No hice nada de eso.

            —¿Y qué hiciste?

            —No tengo porque decírtelo. Apuesto que ni siquiera compartes lo que tú hiciste.

            —Yo he matado —me responde a secas.

            —No le dan tan pocos años a alguien que ha matado.

            —Tengo contactos.

            —¿Tienes miedo de decirme quién eres en realidad? —le pregunto.

            Aquel reto quizá no fue la mejor decisión de mi vida, pero sé que le moví algo.

            —Hablas mucho para cargar la muerte de alguien sobre tus hombros —me dice.

            —¿Qué has dicho?

            —Tengo contactos, y eso incluye contactos aquí adentro, ¿crees que después de vomitar frente a mí no investigaría a quien lo había hecho?

            —Fue un accidente.

            —Debe ser muy difícil haber hecho que muriera tu novio en ese accidente.

            —Por favor, no sigas.

            —Me pregunto, ¿cómo empujas a alguien jugando y termina golpeándose en la cabeza? ¿Cómo matas a alguien con un empujón?

            —¡Cállate! —le digo furiosa y la empujo hacia las rejas, la mantengo allí y desquito mi rabia poniendo mis manos sobre su cuello —te has metido con la chica equivocada—, le susurro.

            La Gata hace una especie de movimiento y termina zafándose, dobla mis brazos, los pone sobre mi espalda, me da media vuelta y me empuja hacia la pared paralela a la reja. La tengo por la espalda, me empuja con toda su fuerza y finalmente me tira sobre el suelo, quedando justo detrás de la litera. Veo que saca una cinta gruesa de uno de los bolsillos de su uniforme y se abalanza sobre mí para taparme la boca con un montón de cinta mal puesta. Sé que solo es unos cuantos centímetros más alta que yo, pero en cuestión de segundos me somete.

            La tengo sobre mí, y pienso que quizá va a matarme. Para un segundo y me mira directo a los ojos, como intentando tener compasión por mí, pero su mirada fría regresa en segundos, solo para empezar a desabrocharme la parte de arriba del uniforme. Entonces sé que lo que piensa hacerme no es precisamente matarme. Me saca finalmente la parte de arriba, y luego simplemente me quita la camisa blanca, dejando mis pechos descubiertos, porque en la prisión la ropa interior  no existe, o al menos no en esta. Encinta una de mis manos contra la pata de la cama y la otra mano la toma entre sus dedos. Ahora soy vulnerable y estoy a su merced.

            —¿Te digo que hice yo? Maté al pendejo de mi padrastro, porque cada noche abusaba de mí, cada noche me besaba y me metía su asquerosa cosa dentro de mi vagina, pero cuando crecí, ya no lo soporté. Lo maté, con una de las cuerdas de mi violín, lo maté hasta que lo asfixié. Mi abogado apeló defensa personal y violación, pero la familia de esa asquerosidad no se conformó con eso, sino que hicieron que me dieran dos años, luego dos que gané por ponerme en el lugar que estoy, y posiblemente uno más por lo de la mañana. ¿Sabes? Quizá tengas razón y no soy tan mala, pero siempre me he preguntado qué era lo que lo excitaba tanto a él, violarme a mí, o el simple hecho de hacer algo malo. Hoy voy a descubrir esa maraña de respuestas.

            Abro bien los ojos, ¿acaso no podría estar más loca? ¿Está tan enferma para querer violar a alguien después de habersido violada? La Gata acerca su boca a la parte derecha de mi rostro y pasa su lengua por toda mi mejilla, yo solo cierro los ojos. Con la mano que le queda libre comienza a acariciar mis pechos, luego a presionarlos y a jugar con mi pezón y su dedo pulgar e índice. Quiero gritar, patalear, pero no sé hasta qué punto eso sería salvar o arriesgar más mi vida. Separa mi cabeza de mi pecho y deja libre todo mi torso para comenzar a besarme de una manera salvaje; comienza besando mi cuello, mi esternón, en medio de mis pechos y finalmente se detiene en uno de ellos.

            Toma mi pecho entre su mano y pasa su lengua formando círculos sobre mi pezón, los chupa como si estuviera siendoamamantada por mí, y luego mete lo más que puede mi pecho en su boca; succiona incontrolablemente y me empuja con su peso sobre el suelo. Miro el techo, una y otra vez mientras siento su cálida boca sobre mi pecho, ya ni siquiera intento gritar, ya no me sé si resistirme, creo que secretamente me está gustando. La Gata saca mi pecho de su boca y comienza a bajar más, llega hasta mi ombligo y pasa su lengua alrededor de él, y sin perder tiempo, comienza a bajarme los pantalones. Aquí es cuando insisto en negarme; junto mis piernas y las doblo para que no pueda terminar su acción.

            —¿Quieres jugar rudo, eh? —me dice en voz baja—, entonces, jugaremos rudo.

            Me tiene en la misma posición, y no sé qué se le podría ocurrir para lograr zafarme de esa posición; por lo que se vuelve a hacer uso de la cinta, pero esta vez para amarrar mi otra mano junto a la ya encintada. Ahora ya tiene las dos manos libres para poder bajarme el pantalón. Toma con ambas manos la orilla de mi pantalón y sin más comienza a deslizarlo hacia abajo, lentamente, como demostrándome que ha ganado. Al final lo único que me deja son mis tenis. Ahora estoy completamente desnuda de cabeza a tobillos, de media espalda y encintada a la pata de una cama. Toma mis glúteos y los acaricia, luego siento su lengua recorrerlos, pero se detiene para comenzar a liberar una de mis manos. No sé si es idea mía o no, peroposiblemente no le gustan las cosas tan fáciles.

            Me vuelve a tomar de la mano y me voltea hacia ella, estamos frente la una de la otra; observo sus ojos tan hermosos y trato de descifrar nuevamente si son azules o verdes, pero lo único que descifro es que su mirada a cambiado, ya no pretende hacerme daño, solo me desea. Y me pregunto lo mismo que ella, ¿me desea a mí o al hecho de violarme? Vuelve a bajar hasta mi ombligo y reposa su mano izquierda sobre mi pubis mientras que toma de la mano con la derecha. Siento su mano hacer rosar mis vellos sobre la piel de mi pubis, pero también siento la piel de su mano rosando sobre la piel de mi cuerpo.

            Me suelta por un instante y mete su mano por debajo de mi pierna para volver a tomar mi mano, lo cual me obliga aflexionar la pierna y abrir mi pubis para ella. Pasa la mano superficialmente un par de veces, luego se detiene a meter la punta de su dedo pulgar dentro de mi sexo, pero no profundo. Pasa el dedo una y otra vez en la punta mi sexo y lo jala hacia arriba tanto este se pueda estirar. Luego con el dedo pulgar e índice abre mi sexo y me da un lengüetazo por todo el interior de mi sexo; de abajo hacia arriba, una y otra vez. Siento como un escalofrío recorre todo mi cuerpo; como el calor de mi cuerpo comienza subir y cada pequeña parte de mi cuerpo se vuelve mil veces más sensible de lo que es.

            Puedo sentir sus mejillas rosar debes en cuando entre mis piernas, su cabello, su calor y su aroma combinado con el que ahora sale de mi sexo. Mi agitación y mi respiración comienzan a subir excesivamente. Su lengua de pronto deja de lamerme, y mi cuerpo se toma un respiro para bajar la velocidad de mi corazón. Ahora mete toda su boca en mi sexo, succionando los fluidos que comienzan a nacer de mi excitación. Cada vez que succiona es como sentir un mini orgasmo, un temblor en toda mi parte baja. Cuando al fin aleja su boca de mi sexo, da pequeños picoteos con su lengua y simula convertirla en un pequeño pene; pero eso es apenas para abrir y meter dos dedos.

            Cuando siento sus dedos entrar en mi vagina prácticamente levanto todo mi cuerpo con mi espalda y empujo mi pelvishacia ella. Ella me suelta y mete debajo de mis glúteos un mano para mantenerme a esa misma altura, yo la tomo del cabello.

            —¿Te gusta? —me pregunta y confirmo con un gemido.

            Después de haber metido esos dos dedos en mi vagina introduce un tercero. Siento un poco de dolor, pero incluso ese dolor me parece excitante. Todo mi cuerpo se está poniendo rígido, pero apenas ha empezado. De un momento a otro ya no siento tres dedos dentro de mi vagina, ahora son cuatro. Me inclino un poco para ver y ella me está mirando, no sonríe, pero su mirada me vuelve a aterrorizar; más cuando acomoda los cinco dedos dentro de mi vagina. Alejo mi cabeza de su mirada, regreso a mi posición y me preparo para lo que creo que viene.

            Mete su puño, mete toda su mano.

            La presión entre las paredes de mi cuerpo interior me hace dar un gemido de dolor, un gemido que se queda atrapadodetrás de la cinta. Mi cuerpo cae al suelo por completo y ella saca su puño; solo para volver a meterlo, lo saca, lo mete, lo saca, lo mete, lo saca, lo mete, lo saca de nuevo y lo vuelve a meter; gira ligeramente su mano y lo regresa a la misma posición; así, una y otra vez, hasta que termino dejando salir un chorro de fluido por toda mi vagina. He llegado a la cumbre, mi cuerpoexplota y me siento tan sensible y débil. Intento recuperar la respiración.

            Ella sube hasta donde estoy y me quita la cinta; yo la beso; nos besamos. Mete su lengua en mi boca y puedo sentir el sabor de mi vagina en sus labios. Doy un tirón de la mano que tengo encintada y logro zafarla con el sudor de mi piel; quedo libre y la tomo por debajo de la camisa del uniforme; paso mi mano por toda su espalda, por su abdomen, agarro con ambas manos sus dos senos mientras nos besamos; luego bajo mi mano derecha y le meto debajo de su pantalón; meto mi mano entre sus piernas y advierto que está totalmente mojada; mis dedos se escurren hasta el interior de su sexo, como si hicieran camino con sus fluidos.

            Meto la punta de mis dedos tan adentro como puedo; ella se sube más hacia mí y deja que acomode mis dedos dentro de ella. Pongo mis dos dedos en posición vertical y ella comienza a meter su vagina hacia mis dedos; sube su pelvis y la baja como si fuera un tío cogiéndome, pero quien la coge soy yo. Nos seguimos besando y de pronto comienzo a sentir que entre sus besos nacen mordidas; ella toma mis pechos y los presiona causándome dolor. Se junta todo, mis dedos dentro de su vagina, su vagina moviéndose hacia mí, sus mordidas, sus manos sobre mis pechos, y… de pronto comienza a gemir dentro de mi boca; aquello me excita tanto que la sigo y en segundos estoy gimiendo con ella; me vuelvo a excitar a tal punto que siento que me mojo otra vez, que siento que vuelvo a expulsar mis fluidos; mi mano se moja y ya no estoy segura si son mis fluidos que han traspasado la ropa de la Gata o los de ella.

            En ese momento tenemos un orgasmo simultáneo.

            —Creo que lo que me excita no es violar, sino violarte a ti —me termina diciendo con voz agotada en mi oreja y me besa la mejilla.

 

Al otro día la Gata regresa a su habitual mirada de frialdad; pero solo con los demás, cuando me mira a mí es diferente, incluso me sonríe. Aquel mismo día me llevó con su grupo, pensé en negarme, pero ella insistió.

            —Vale, 21 es mi chica, y quien se meta con ella se mete conmigo, ¿entendido? —le dice a todas su chicas y toma por la cintura—, ¡Perdón! —me susurra al oído—, debí pedirte permiso para nombrarte mi chica, pero no quiero que te pase nada, y si se esparce el rumo no te pasará nada —me dice en voz baja.

            —¡Bienvenida! —interrumpen todas en coro. Yo sonrío y me voy junto a la Gata para seguir la plática.

            —¿No crees que ya me he protegido muy bien por dos meses?

            —¿Lo que pasó ayer en la mañana? ¿Las traficantes? ¿Por qué crees que hice todo ese rollo?

            —No entiendo —respondo.

            —Iban a mandarte a golpear para que obsedieras a distribuir sus cosas, no iba a dejar que eso pasara. Solo que nocontaba que sacarían un arma.

            —Tú… ¿me protegiste antes de lo que pasó?

            —No eres como las otras Ariana, eres educada y sabes sobre arte… te he observado por dos meses. A mí también megusta el arte, toco el violín.

            —¿Cómo sabes mi nombre real?

            —Ya te he dicho que tengo contactos. Pero eso no es todo, la manera en que me enfrentaste teniendo todo por perder…eres perfecta para mí, además de hermosa.

            —Tú también eres hermosa… ¿Gata? ¿Me dirás algún día tu verdadero nombre?

            —Algún día, pero me gusta más mi apodo.

 

Los días comenzaron a trascurrir a su lado como una protectora. Todas me respetaban, y las del grupo de la morena con tatuajes se habían alejado lo suficiente como para poder dormir de nuevo en tranquilidad. La Gata y 21 se volvieron de pronto un nombre muy popular y respetable en toda la cárcel, incluso por las oficiales.

            La mayoría del tiempo, en nuestros tiempos libres, no la pasábamos leyendo libros y platicando sobre arte; ella a veces me cantaba al oído las melodías que había compuesto en su cabeza; a veces también teníamos sexo, no siempre en nuestra celda, a veces en el baño, a veces en la misma biblioteca. Me gustaba mucho juguetear con ella y comportarme como niña; me sentía consentida, pero sabía comportarme cuando estaba frente a sus chicas; allí amabas mostrábamos una mirada inquebrantable y dura. De hecho, muchas veces fijábamos días para cumplir fantasías, yo, simplemente en un pasillo me abalanzaba sobre ella y tocaba su pubis sobre su uniforme; ella me tocaba los senos mientras comíamos; y yo metía mi mano entre sus glúteos cuando estábamos al aire libre. A veces nos metíamos en problemas por eso, pero finalmente valía la pena.

            Al tiempo se resolvió el caso del altercado con las contrabandistas, y como descubrieron de dónde provenía el arma terminaron cambiando muchas presas hacia una de alta seguridad, y a la Gata la disolvieron de un año, pero le dieron cuatro meses. Aun así todo estaba bien. Comenzamos a preparar y hacer cuentas para cuando saliéramos; sí ella y yo no nos metíamos en problemas, saldríamos con dos meses de diferencia, yo primero y después ella. Pero las cosas no sucedieron así. Un día, como cualquier otro, mientras le hacían una cita con los hombres que evalúan el progreso de las presas, la banda de la morena con el tatuaje me atracó en el baño.

            Yo estaba acostumbrada a ir a una hora donde no había mucha gente, sobre todo porque era la hora que la Gata había limpiado solo para nosotras dos, pero por alguna razón se habían enterado que estaría sola. Llegaron al menos ocho mujeres robustas, incluyendo la morena de tatuajes, y me arrinconaron en el baño completamente desnuda.

            —¡Al fin sola! ¡Meses! ¿Cuánto ha pasado? ¡Meses! —dice la morena de tatuajes—, ¿qué se cree la Gata para adueñarse de lo que ella quiera? ¡Mierda! ¡Tú tenías que ser nuestra esclava sexual! ¡¡¡No la suya!!!

            —Yo no soy su esclava, ella me ama —respondo.

            Todas comienzan a reír a carcajadas.

            —¡Esa puta solo te usa para que le chupes la raja! —dice la rubia que obviamente no es rubia.

            —Eso es grotesco —le digo—, ¿acaso no sabes usar palabras decentes?

            —¡Me vale verga! ¡Chocho, raja, panocha, coño! ¡Mierda! ¡Como sea! ¡Esa punta de la Gata se cree la reina de este lugar¡ ¡Nos ha matado muchos planes! ¡Nos ha humillado! ¡Incluso rompió nuestros planes con las contrabandistas! ¡¿La perra nos las debe?! ¿O no? —pregunta a las demás.

            —¡¡¡Sí!!! —responden todas.

            —¿Y cómo no la va a pagar? —pregunta la morena de tatuajes—, con su ratoncito.

            Todas se abalanzan sobre mí y me agarran por todas las extremidades; resbalo entre el agua con jabón e intentodefenderme, pero son muchas y demasiado grandes para mí. Una de ellas saca una enorme macana y me la muestra.

            —Ni se te ocurra intentar llamar a las oficiales —dice la rubia—, que ya les hemos pagado un buen dinero pordesaparecerse de la zona por un muy buen rato. No gastes tus fuerzas gritando para otra cosa que no sea el dolor que te cause esto en tu culo.

            —¡Suélteme¡ ¡NO! ¡POR FAVOR! —gritó con todos mis pulmones, pero nadie parece escuchar mis suplicas.

            Todas me toman por los brazos y piernas con más fuerza y me giran contra el suelo haciendo que mi cara choque contra él. Comienza a correr sangre, posiblemente de mi nariz; pero aquello no me importa, lo que me preocupa en ese momento es lo que harán conmigo. Siento de pronto la fría circunferencia de la macana fría entre mis pompas.

            —¡Perdón si no trajimos aceites especiales¡ —dice la morena mientras todas carcajean —ve preparando la navaja —le ordena a alguien.

            Me resisto, pero ya me tienen de rodillas. Siento la macana cada vez más dentro de mí, pero todavía fuera de mi ano. Necesito hacer algo, pero no hay ninguna idea que se me venga a mi cabeza. Luego me empujan el palo y lo terminan metiendo dentro de mi ano. El dolor insoportable de la fricción del palo con la piel seca de mi cuerpo interno hace que de patadas y grite como loca; ellas solo ríen y carcajean mientras la morena les ordena que más adentro.

            —¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡POR FAVOR! ¡AHHH! —grito cuando el tamaño de esa cosa hace que tenga que separar mis piernas para dejarlo entrar; luego pienso, no es tan grande, pero ya no sé si eso me reconforta.

            Lo meten cada vez más a dentro; y me lo sacan de jalón. Veo que escurre sangre por todo el suelo, sangre que se mezcla con el agua saliendo de la regadera; y sé que ya no es de mi nariz, porque todo viene de detrás de mí. Lo vuelven a meter, pero está vez tan de golpe que el palo me empuja hacia adelante, las que toman mis manos me sueltan, y las otras siguen empujando el palo tan fuerte que me empujan hasta la pared y hacen que mi cabeza choque.

            Estoy llorando, pero ya no lo estoy, el agua se lleva mis lágrimas y también la sangre, todo se va por esa coladera.Finalmente me sueltan y me dejan el palo dentro de mí. Estoy en suelo, inmóvil, llorando y con el agua cayendo encima de mí.

            —Terminemos con eso —dice la morena—, dámela.

            Estoy segura que se trata de la navaja, voy a morir. Alguien me agarra de la pierna y me jala hasta salir debajo de la regadera; toma la macana y le da vueltas dentro de mí. Vuelvo a gritar. Me entra una furia, impotencia y ganas de matarlas a todas. Pienso en lo que haría la Gata, pero no se me ocurre nada, así que simplemente miro de reojo. Allí está la morena, riendo y carcajeando con todas ellas, levantando la navaja en señal de victoria.

            —¡Maldita perra! —le grito—, me saco la macana sin pensar en el dolor y le doy un golpe directo en la cabeza; no sécómo, pero estoy de pie.

            Logro tambalear a la morena, pero todas se abalanzan sobre mí; me vuelven a tirar al suelo y levantan a la morena.

            —¡Perra sucia! ¡Estás muerta! —grita la morena con una cantidad sorprendente de sangre en la cabeza, no puedo creerque siga de pie. Levanta la navaja y se arrodilla sobre mí; levanta mi cara y todas las demás me agarran las extremidades; cierro los ojos.

            Escucho un disparo.

            La morena cae sobre mí.

            Abro los ojos, todas me sueltan y se dan cuenta que detrás de ellas están todas las chicas de la Gata, incluyéndola. Ella es la que ha disparado. Comienza una riña en el baño, todas golpean a todas. La Gata es la primera en auxiliarme.

            —¡Mierda! No he llegado a tiempo por culpa de esa cita ¡Dime que estás bien!

            —¡Lárgate! —le ordeno.

            —¡Perdón!

            —No, no entiendes. La has matado, si te quedas te darán años.

            —No me importa, me importa que estés bien. Te llevaré a enfermería.

            —¡Estoy bien! Ya te conocen, saben que eres capaz de hacerlo. Vete, estamos a meses de salir de aquí, y nos hemosportado bien. No lo arruines. Diré que fui yo. Tú vete volando y finge que no sabes.

            Tardo tiempo, pero al final la convenzo.

            —Yo me encargaré de comprar a estas perras para que no hablen. Solo una cosa más —me dice la gata—, y sé que no es un buen momento, pero, te amo.

            Me da un beso y desaparece de la escena del crimen. Yo solo me quedo allí tumbada.

 

Resulta que las cosas no salieron tan mal después de todo. Mi declaración fue tomada y como nadie habló, no me dieron sentencia por muerte. Sí tomaron en cuenta que fui violada y fue en defensa personal, pero lo de la pistola me costó caro,porque no dije de donde la había sacado. Tomando en cuenta los pros y las contras, me dieron un año más. Me rompió el corazón saber que estaría más en ese lugar, sobre todo cuando salió la Gata. Podría decirse que yo tomé su lugar, y eso me protegió el siguiente año. La Gata me visitó todos los días de visita, además de mi familia y amigos, pero jamás les dije sobre la Gata. Hoy salgo, no lo puedo creer.

            Miro al frente, al fin me visten con ropa formal. No he querido avisarle a mi familia y amigos del día exacto de mi salida, incluso obligué a mi abogado a no decirlo. Solo me he despedido de mi segunda familia, de mis chicas, pero no les he dicho que saldría hoy, porque hoy solo es mi día y el de la Gata, ella prometió esperarme afuera del reclusorio cuando saliera.

            <<Buen día y esperemos sea la última vez que nos veamos—me dicen un par de oficiales que han sido tambiénconfidentes en mi segundo año de estadío.>>

            Sonrío y salgo del lugar.

            —Hola —dice una voz dulce que sale de la esquina. Es la Gata.

            No puedo creer que la chica que tengo al frente se trate de la Gata. Se ve radiante con ropa normal. Lleva un vestido azul y corto, mayas negras, unos botines, y una chamarra de piel negra. Su piel se ve más bronceada, se ha planchado el cabello y ya no lleva los ojos delineados de negro. Ya no quiero descubrir si sus ojos son azules o verdes, son de un solo color, el de ella.

            —Creo que no nos presentamos bien la primera vez —me dice.

            —¿De verdad?

            —Sí, lamento lo de nuestra primera vez, pero debo admitir que me encantó.

            —Pienso igual —le respondo.

            —En todo caso, quiero que conozcas el otro lado de mí, ¿me dejarías?

            —Sería un honor… ¿Gata?

            —Ailyn, mucho gusto —me sonríe y se abalanza sobre mí para besarme.