Breves Historias de Amor Eterno

Clases + Amor = Pasión

El semestre pasado no me fue nada mal en cuanto a calificaciones, de hecho me había adaptado perfectamente al ritmo universitario para ser el primer semestre. Recuerdo el primer día de clase, me sentía tan como un perro entrando en un refugio, muchos perros de diferentes tamaño y actitudes, simplemente algo un tanto extravagante para un perro que está acostumbrado a estar solo por largos periodos de tiempo. Pues bien, así me sentía. Tenía la clara idea de que mi lugar estaba en la carrera de periodismo, cosa que mis papás no apoyaban del todo, pues ellos querían que estudiara medicina, sin embargo, tanta gente, todos esos rostros nuevos y frescos, me hacían sentir que mi sitio estaba en otro lugar.

            No tarde mucho en adaptarme al entorno escolar, es más, como ya había dicho, obtuve las mejores calificaciones del salón. Lo nuevo en esto, era que no me tachaban de nerd, más bien gané cierto respeto, a tal grado de ser elegida la jefa del grupo. Pero no todo era perfección absoluta, la verdad era que mientras en la universidad era una chica alegre y risueña, e incluso burlona, en mi departamento era otra cosa.

            Vivo en un departamento, pero lo comparto con otras cuatro personas. Completos desconocidos. Apenas si cruzamos palabras. Y estoy consciente de que no son ellos, soy yo, soy yo y mi manera tan simplona de ver el mundo. Soy capaz de encerrarme en mi cuarto por horas y no salir en todo el día, con las ventanas cerradas y una luz tenue. Sí, un asco de vida. Sin embargo, todo esto tiene un porqué, y todo inicia en mi infancia.

            Mamá casi nunca dejaba que llevara compañeros a casa, por lo que realmente nunca pude crear amigos de verdad. Su carácter tampoco fue muy agradable que digamos, era demasiado estricta y tenía la necesidad de esforzarme más que los niños de mi edad, simplemente por complacerla. Mamá ha cambiado, y aun así se molestó por no elegir medicina. Mamá me ha obligado a ser la chica antisocial que veo todos los días en el espejo. Ahora, por más que intente socializar fuera de la universidad no puedo, leo, veo la tele, escribo, escucho música, pero todo sin hacerlo al lado de otro ser vivo. Creo que alejarme de casa (salir del nido), ha sido más duro de lo que esperaba.

            Todo es culpa de ser la niña ejemplar de la familia. Solo que nunca me había dado cuenta. Ahora que estoy sola, sola de verdad, es cuando más reflexiono de esto y me doy cuenta de mi realidad. Me siento sola. Estoy sola.

            Por otro lado, me he visto en la necesidad de obligarme este semestre a cambiar. Ya comprobé que vivir en una cueva solo me lleva a la depresión y al enloquecimiento. Quiero hacer amigos, amigos de verdad, no compañeros de clase. Quiero salir, aunque sea sola. Abrir las ventanas de vez en cuando, o incluso siempre. Pero lo más importante. Quiero enamorarme. Quiero tener a alguien a mi lado, no por la necesidad de tener un ser viviente que me tome en cuenta, para eso tendría un gato o perro, más bien busco a alguien que sé que estará allí para cuando le necesite; para cuando requiera un abrazo; un abrazo que papá, mamá o mi hermano no me pueden dar; alguien que viva cerca de mí y me proteja aquellos días en que me da miedo estar sola. Sí, eso es lo que quiero.

           

El primer día de clases no tiene nada sorprendente, al menos en las dos primeras clases. Todos se saludan y tan como es común: se preguntan sobre sus vacaciones. Yo no puedo decir mucho, más bien tengo que mentir, pero soy mala haciéndolo, siempre está ese sentimiento de culpa y termino respondiendo que la pasé en casa de mis padres, no hice nada y subí de peso por comer tanto; entonces parece no importarles, porque realmente yo no les importo, por lo que termino hundiéndome más y más en mi propio mundo.

            Las dos primeras clases tratan de métodos cualitativos y epistemología. Demasiado aburrido para ser el primer día. Y la cosa no para ahí, la siguiente clase es sobre historia, la materia que más odio. Veo caras sonrientes por todos lados, yo solo miro. Tengo una compañera al lado que todo el tiempo se está riendo de algo, por lo regular termina contagiándome, cosa que agradezco. No me imagino soportar esas aburridas clases sin ella, es más, gracias a ella puedo fingir que soy feliz, feliz de ver de nuevo a unos completos desconocidos que dicen ser mis amigos, pero no lo son, solo son compañeros de clase.

            Una compañera me pregunta: ¿Laura, cuándo llegaste?

            Y termino diciéndole la verdad, que terminé llegando ese mismo día porque quería disfrutar el domingo con mi familia. Ella asiente, porque también es apegada a su familia, pero la mayoría del salón había publicado en Facebook que habían llegado desde el sábado. No es que con todo esto diga que ser más independiente de tu familia esté mal, todo lo contrario, solo que la manera de ver la vida y sentir esa independencia es totalmente diferente a la mía, y me es inevitable no sentir celos.

            La segunda clase llega a su fin. Ya han pasado cinco minutos y no ha llegado nadie. Nada nuevo por aquí, de hecho es casi un mito que los maestros lleguen puntuales.

<<¡Hola chicos!, sé que no es pretexto… pero el tráfico está de miedo allá afuera, no volverá a suceder.>>

Aquello que había pasado por esa puerta no era una profesora, era un ángel.

            En ese momento no supe cuánto tiempo me perdí en mis pensamientos, quizá segundos, quizá minutos. La verdad era que mi mente se había volcado hacia ella, y se había quedado así sin más. Aquella mujer era tan perfecta para mí, y no solo lo había notado yo, sino también todo el resto de la clase. La diferencia entre mí, y el resto de la clase, era que yo me había congelado sobre ella.

            La miré fijamente, y cómo no hacerlo… Aquella hermosa sonrisa, aquellos ojos de inocencia madura, su cuerpo, su mirada… pero sobre todo esa sonrisa, su sonrisa era… era hermosa y enigmática. Quise pensar en un momento que su sonrisa me parecía más hermosa que cualquiera simplemente porque no me gustaba la mía, pero la verdad era que jamás había visto una sonrisa tan manipulante como la suya.

<<Mi nombre es Isaí, no de Isabel, no de Isabella, solo Isaí. Y voy a ser su profesora de” Historia Como Base del Mundo Moderno”.>>

            ¿Historia? ¿Qué clase de historia va a dar ella? Todos los maestros que alguna vez me dieron historia tenían cara de amigos de la aburrición. Ella no, en ella era como ver la entrada a un mundo esperanzador de aventuras extraordinarias, y con esa sonrisa… era imposible no ponerle atención.

            Su manera tan sutil y animada de invitarnos a incorporar nuestras mentes a su clase no funcionó únicamente en mí, pues el resto de la clase parecía realmente poner atención. Justo en el momento que empezó a hablar supe que no solo era aquella belleza treintañera, era esa combinación física e intelectual, y la manera en como lo expresaba, como aquellas palabras salían de su boca con tanta cordura y emoción. De vez en cuando se le salían algunas palabras albureras, y era claro que lo hacía a propósito, solo que lo hacía de una manera tan perfecta, natural, objetiva y madura, que se veía de lo más inocente en ella. De hecho, ni siquiera te daba lugar a pensar que se trataba de una profesora “barco”, de esas que solo van a echar relajo y te ponen cualquier calificación, no, ella se veía estricta y comprometida, porque simplemente se notaba en su manera de articular todos esos conocimientos, de apropiarlos y hacer que te apropiases de ellos.

            Yo la miraba, una y otra vez, y no podía creer que existiera una combinación tan perfecta, pero allí estaba, frente a mí.

            Entonces sucedió. Nuestras miradas se cruzaron, y me dio la sensación de que ella notó que no la miraba con los clásicos ojos de admiración estudiantil. Yo solo giré mi cabeza, y nerviosamente, miré hacia otra dirección.

 

Ha pasado más de un mes, y siento que no me he acercado lo suficiente a Isaí, perdón, la profesora Isaí. Siempre suelo empeñarme en hacer lo más perfecto mis trabajos, pero con ella, con ella hago hasta lo imposible, y sí, saco buenas calificaciones, pero nunca un 10, es como… como si no pudiera complacerla. La mirada del primer día trajo una ilusión que poco a poco se ha ido convirtiendo un nada. Me siento tan a la par de mis compañeros, indiferente, igual… sin importancia. A veces me mira, pero creo que son mis falsas esperanzas las que quieren jugar conmigo, engañándome, diciéndome que me mira de manera especial, cuando en realidad mira así a todos en el salón. He pensado en desertar.

            Todo esto ha empezado a afectar, eso de salir y conocer gente ya más bien parece una fantasía. He vuelvo a encerrarme en mi cuarto todo el día, y las ventanas están cerradas. No hay mucha luz, ni siquiera en mi corazón.

            Un día me vi en la necesidad de ir a preguntar sobre un trabajo a su cubículo, al parecer nadie entendía las instrucciones y yo era la única esperanza de salvar al resto de mis compañeros. La verdad, en aquel momento ya no me emocioné. Llegué a su cubículo, la vi a través de la ventana y toqué con pequeños golpecitos al vidrio. Ella rápidamente reaccionó y me sonrió. Abrió la puerta y me dejó pasar. Comencé a comentarle detalladamente en qué consistía nuestro problema grupal, ella me puso atención hasta el último momento. Realmente no había nada más allí, en ese pequeño cuartito, más que una conversación entre alumno y profesor.

            —¿Entonces eso era todo? —pregunté asombrada y a la vez con un tono despreocupado.

            —Sí —sonríe—, entiendo la confusión, la próxima vez trataré de ser más clara con ustedes.

            Yo me levanté mostrándole gratitud con una sonrisa. Lista para retirarme.

            —Laura, espera.

            —¿Sí?

            —Tus últimos trabajos. Creo que han sido muy bueno.

            —¿En serio? Nunca me ha puesto diez. Lo siento. Es demasiado de mi parte.

            —Entiendo, pero recuerda que la excelencia no se mide en dieces. A comparación de tus compañeros, he sentido que te esfuerzas más, ¿hay algo que te esté ayudando con eso?

            —Yo…

            —Es broma. Solo sigue así. Eso que te está impulsando debes tenerlo contigo tanto más le puedas sacar provecho. De hecho, he notado un ligero desgane el último trabajo, nada grave, pero sea lo que sea, te aconsejo regreses al método por el que ibas.

            Yo le sonríe falsamente, me daba rabia pensar en que ella no lo notaba, que todo era por ella, por sorprenderla, por llamar su atención… o al menos había sido por ella.

            Salí de aquel cubículo con el rostro distorsionado. Me sentía tan patética, y sentía que mi vida sería así por siempre. Un error sin romanticismo. Miré hacia ambos lados, luego mi reloj y noté que aún faltaban veinte minutos para la siguiente clase, y eso me hizo sentir más sola, pues las chicas con las que me junto de vez en cuando, siempre se van a comer al único lugar que yo odio, los tacos de carnitas. Como odio la carne frita de puerco.

            De pronto unas ganas, un impuso, o fuese lo que fuese me hizo girar de nuevo hacia el pasillo que da al cubículo de Isaí. Me quedé mirando aquel largo pasillo, como un laberinto esperando a ser descubierto. Y comencé a caminar, a paso firme, y sin dar vuelta a atrás.

            Abrí la puerta.

            La miré.

            Rodeé su escritorio.

            Tomé su rostro entre mis manos.

            Y la besé.

            No pude evitar tomarme mi tiempo. Llevaba fantaseando esto durante mucho tiempo. Había noches que lo soñaba, que soñaba con este momento. Ya no había vuelta atrás, y estaba dispuesta a enfrentar las represaría. Posiblemente esté sería el fin de mi carrera de estudiante.

            Cuando dejé de besarla la mantuve por unos segundos frente a mí, tan cerca que podía oler ese dulce olor que se desprendía con exhalaba aire por su nariz. No dije nada, ella tampoco. La solté, la seguí mirando y simplemente me di la vuelta para salir de allí. Eso era lo único que quería, lo único con lo que soñaba. Besar sus labios. Pero entonces sentí su mano sobre mi muñeca. Estaba en problemas, me reportaría y sería expulsada. Realmente no me importaba, había valido la pena.

            Su mano se mantuvo firme por unos segundos, y en silencio pensé en lo peor. Después me jaló de un tirón y me obligó a bajar hasta la altura su rostro. Me miró, examinando mi expresión. Yo no sabía si tenía expresión, me sentía antipática, aunque por dentro mis nervios y mayores temores parecían estar volviéndose realidad. Me fijé en su mirada, jamás la había visto de esa forma, ya no era la típica mirada amigable de todos los días, era como si de pronto me encontrara mirando a otra persona, aunque tuviesen los mismos ojos. Estaba esperando sentir un golpe, o simplemente ese tono de regaño que usaba cuando se enfadaba de que no le hicieran caso, es tono sarcástico que hacía sentir mal a cualquiera que la escuchara. Pero eso no pasó.

            Con sus manos me atrajo hacía ella, así de sopetón, sin más, y me besó. No fue como el beso que le di, no fue simple y superficial. Ahora sentí sus labios mucho más húmedos, como si los hubiera preparado para mí; su boca abriéndose pasó con su lengua, para finalmente besarme con la lengua. Jamás en mi vida había besado a alguien así, y sí, sí había besado antes, solo que había sido por circunstancias simplonas. Sin más, abría mis piernas y puse cada una al lado de las suyas mientras me sentaba sobre sus piernas. Esa fue la única manera en la que pude acomodarme. Así seguimos besándonos por un buen rato, realmente lo amé, incluso, debes en cuando abría sus ojos para mirarla, solo por el placer de notar su satisfacción.

            De pronto me empujó hacia atrás obligándome a pararme. Pensé en su arrepentimiento, pero realmente lo que hizo fue ir a poner seguro y tapar las ventanas con las cortinas. Luego regresó y se paró frente a mí. Mis nervios crecieron en un mil por ciento, me había congelado y ya no sabía qué hacer, cómo responder o seguir con lo que habíamos dejado. Ella limpió en cuestión de segundos la mesa; me tomó por la cintura y me señaló con la mirada para que entendiera que debía sentarme sobre la mesa. Estando ya sobre la mesa volvió a seguir con la sesión de besos, pero justo ahora más suaves y húmedos.

            Comenzó a meter su mano por debajo de mi blusa, pero a la altura de mi cintura, no más arriba. Cuando me di cuenta, supe que realmente no había intentado ir más arriba por solo una razón, no estaba buscando mis pechos, estaba buscando el cierre de mi pantalón. Cuando lo encontró me miró, como pidiéndome permiso, yo asentí con la mirada, ¿cómo podía haber dicho que no? Ella prosiguió y bajó el cierra, desabrochó el botón y comenzó a jalarme los pantalones. Se quitó la blusa dejando ver a simple vista sus hermosos pechos. Pasó su manos obre mis bragas, como si acariciara a un gato, y sin más, también los sacó.

            No podía creer que tenía mi sexo frente a mi profesora de historia, aquella a la que tanto tiempo había soñado apenas dándome un beso. De un momento a otro, metió su cabeza entre mis piernas, y sucedió todo lo contrario a las películas porno que había visto; se suponía que ese era el momento de no mirar, de cerrar los ojos y disfrutar, pero yo no pude, yo tenía que verla. Observarla, y así fue. Miré cada movimiento de su cara, de sus manos… Ella no me miraba, a excepción de una o dos veces, que era cuando desviaba la vista para no mirarla, pero el resto de eso simplemente la observé y la observé tanto como pude.

            Era irónico, yo amaba su sonrisa, aunque sus labios no fueran carnosos y abultados, de hecho eran todo lo contrario, delgados y sencillos, pero la manera en que sonreía ero lo que me mataba. Ahora tenía esos labios entre mis piernas, sonriendo sin sonreír. Cuando comenzó a subir la temperatura me doblé lo más que pude para quitarle el brasier, pero fue en vano, porque justo cuando comencé a doblarme inició el ciclo del placer. Vi con mis propios ojos como mis músculos se tensaban, como mi piel se erizaba y como las venas de la frente de Isaí se abultaban, era como ver el calor en su piel. Su lengua húmeda, la que había tenido en mi boca apenas unos segundos, estaba haciendo maravillas dentro de mí, dentro de mi sexo.

            Luego salió de allí y me besó. Si alguien me hubiese dicho que algún día en mi vida probaría mis propios fluidos, jamás le hubiese creído y posiblemente hubiera tenido una cara de asco total. Pero cuando ella posó sus labios y su lengua caliente y viscosa, aquel asco se convirtió en más placer. Luego sentí una de sus manos por mi sexo, y después un par de dedos, y empujándose con su propio cuerpo, me golpeó como si fuera un perro. Sentí su suave y delgado cuerpo sobre todo el mío, con mucha fuerza, una fuerza descomunal; cosa que era sorprendente dado que parecía tan frágil y ligera.

            Sus dedos… ellos llegaron hasta los nudillos, y lo supe, no sé cómo, pero lo supe, lo sentí. Retrocedió y volvió a golpearme, tanto que incluso la mesa rechinó contra el suelo, y no le importó; volvió a hacerlo, cada vez más fuerte. Puse mis manos detrás de ella y finalmente me di el placer de desabrocharle el brasier, este cayó por sí solo y quedó colgando por los tirantes en sus brazos. Sacó su mano de mi sexo por unos segundos y ella misma terminó por quitarse el brasier, después regresó a su misma postura. Ahora tenía sus pechos sobre mí, eran hermosos, y hasta sentía pena de que viera los míos, porque los de ella eran grandes y redondos, con la aureola café y duros… aunque posiblemente el último adjetivo era igual para los míos.

            Su cuerpo se volvió cada vez más salvaje, pero con ese toque de suavidad que parecía incompatible. Y me vine, un choque de electricidad, de calor, de convulsión muscular, de gemidos, de todo… grité, y me calló con un beso. Así de simple.

            Después de ese día, ya nunca fui la misma.

 

Las semanas transcurrieron, a veces entre clases me sonreía, y ahora sí tenía la certeza de era especial. Luego la cosa pasó a un punto menos sexual y más intelectual, porque a veces quedábamos de vernos después de clases en un café muy retirado de la universidad. En esas comidas, desayunos o cenas platicábamos de todo, sobre todo de cultura y literatura, y sí, sabía cosas sobre eso, pero la manera en que ella lo veía se me hacía algo exagerada y puntual, y por lo mismo lograba hacerme sentir avergonzada de no ser tan instruida como ella. Podría decir que llegó un punto en que se me hacía difícil mantener mi atención sobre sus conversaciones, porque trataba una o dos veces con mis escasos conocimientos, de seguirle el hilo presumiendo que entendía todo lo que hablaba; pero no, y eso llegaba a ser fastidioso.

            Recordé incluso una vez decir a una compañera: “Siempre buscamos a alguien más inteligente que nosotras”, ¿en serio? Yo estaba justo en el momento de sacar ese dicho y tirarlo directo a la basura. Isaí me gustaba cuando daba la clase, porque hacía mis tareas y leía, así que cuando llegaba estaba preparada, ahora… ahora hablaba de cosas que me superaban. Solo quiero aclarar, en ningún momento pensé en dejarla por eso, pero me hacía dudar, no por ella, sino por mí, ¿por qué ella estaría conmigo si podría estar con alguien igual o más inteligente que ella? Isaí ha vivido más que yo, sabe más cosas, muchas más que yo, posiblemente todo lo que me falta por aprender.

            Recuerdo que alguna vez le pregunté por su familia: ¿esposo? ¿novio?, ella me dijo que estaba sola, no hijos, no esposo, ni siquiera novio, pero que había estado casada. No había funcionado. Así que la posibilidad de entablar una verdadera relación con ella no parecía cosa lejana. Pero tenía mis dudas. No era el sexo, o que me sintiera acomplejada intelectualmente, yo sentía que comenzaba a amarla, independientemente si tenía una bonita sonrisa, solo… solo había algo desconocido que no cuajaba.

 

Casi a finales del semestre, y de hecho, en una de sus últimas clases me pidió que fuera al terminar la sesión por unos papeles que me daría en su cubículo. Yo supuse que sería para pasar tiempo o algo. Su plan era otro.

            Cuando llegué a su cubículo ella ya me estaba esperando, había limpiado el escritorio. Me emocioné y me senté sobre él. Ella me llamó la atención, como si fuera una simple alumna, y me obligó a sentarme en la silla. Y sus palabras fueron:

            —Laura, los momentos que hemos pasado tú y yo han sido fenomenales, no solo por el sexo, por todo. Eres una gran chica, compañera, alumna, mujer… y me duele decirte esto, pero… tú y yo no podemos estar juntas.

            En ese momento solo pasó algo por mi mente: ¿Se habrá dado cuenta que necesita a alguien más inteligente que yo?

            —Yo… ¿he hecho algo que no resultara bien para ti?

            —No, en absoluto. Todo lo contrario. Laura, tienes un largo y próspero futuro. Te conozco, desde que inició esto entre las dos te has seguido esforzando tanto o mejor en tus trabajos. Eso dice mucho de ti.

            —¿Entonces? No entiendo porque quieres terminar conmigo —dije casi rompiendo mi voz.

            —Porque eres joven; porque necesitas tener más experiencias y con más personas; porque no puedo atarte a mí, yo ya no iré más allá de mis aspiraciones como maestra, en cambio tú, tú tienes un gran futuro, con grandes personas, personas de tu edad; que compartan tus gustos. Tú y yo coincidimos en muchas cosas, pero eso es apenas una cosa nada.

            —No me puedes hacer esto —levanté a voz—, ¿me has usado?

            —Yo me podría preguntar lo mismo.

            —¿Eso es estúpido?

            —No lo es. Te he observado, antes de mí eras una chica inhibida e introvertida, sin autoestima, solitaria… ahora no, ahora hablas con casi todo el mundo, haces cosas que antes no te atrevías… tú me necesitabas para aprender a tener coraje, para alejar el miedo.

            No dije nada. Yo, yo sabía que ella tenía razón. Como lo tenía con casi todo lo que me decía.

            —¿Esto va a terminar así, nada más? —pregunté sin hacer intentar refutar lo que me había acabado de decir.

            —Sí. Estaré allí para cuando me necesites, como tu maestra, como tu amiga, pero entre más lejos estemos la una de la otra por un buen tiempo, es mejor.

            —¿Alejarnos?

            —Me iré. Me habían ofrecido un trabajo en otra universidad, una privada. No pensé en aceptar, por ti, por mis alumnos que tanto amo…

            —Pero supongo que ahora por mí tendrás que aceptar.

            —Sí. Sé que estarás bien.

            Ella se paró y me abrazó… me abrazó sin una connotación sexual, y se sintió bien. Y finalmente me dio un beso, nuestro último beso.

 

Ya han pasado dos años, y todavía me duele pensar en aquellos días después de su ausencia, pero ella tenía razón, había cambiado, he cambiado. Al final terminé cumpliendo mi promesa de salir y ser más sociable, hasta podría decir que exageré un poco con eso. Creo que se lo debo. Hablé con ella un par de veces, solo para saber cómo estaba, pero después de eso nos distanciamos. No sé nada de ella desde hace un año, pero confío en ella para creer que está bien.

            Hoy me he escapado de mi clase, mi clase de intercambio. Estoy en París y he venido a un puente, uno donde ponen un montón de candados con los nombres de los enamorados escritos. Muchas de mis amigos, sí, amigos, ya no más compañeros, piensan que es cosa de locos; pero yo creo que va más allá de unos simples candados, para mí es una unión. Así que traje un pequeño candado, y sin encontrar espacio he terminado poniéndolo sobre otro candado. Le he puesto: “Clases + Amor = Pasión” y luego del otro lado: “Isaí + Laura = (y un pequeño corazón que dibuje bastante malhecho)”, de hecho, no me importa si alguien lo ve o no; yo sé lo que significa, lo que significa para mí.

            Luego tiro la llave al enorme río. Observo a dos chicas besándose. Quizá si tengo suerte regrese a México con una francesa.