Breves Historias de Amor Eterno

La Chica Que Asesinó

El 11 de enero la vida en “El Llano”, el pequeño pueblo donde vivo, se vio alterada por la llegada de una persona no tan deseada. Yo me di cuenta porque estuve allí el día en que llegó. Acababa de cumplir los veinte y siente años cuando me ascendieron al puesto de gerente del único supermercado en todo el pueblo. Aquel día mi jefe, Santos, se negó a permitirme faltar, ni siquiera por mi cumpleaños, porque él decía que llegaría el jefe de policía estatal para hablar de un asunto serio, y quería que yo estuviera allí. Resignada, tuve que olvidarme de globos y serpentinas, y cumplir con mi trabajo.

            El jefe de policía, Jorge Rodríguez, llegó más temprano de lo que debía. Yo esperé en el despacho de mi jefe a que ambos llegaran, pero al final solo terminó entrando mi jefe, y por su cara, no se veía muy contento.

            —Ya hablé con Jorge, no puedo creer que esté en serio con eso que me dijo.

            —¿Algo malo? —pregunté sorprendida por el tono en que me lo decía.

            —¿Malo? ¡Esto va a afectar las ventas de la tienda! ¡¡¡Definitivamente!!!

            —No entiendo… ¿qué tan malo es?

            —Bueno. Quizá tú no te acuerdes, pero hace años una niña, como de tu edad ahora, pero en aquel entonces creo tenía como trece años… mató a un niño que vivía muy cerca de su casa… fue un caos para el pueblo, todos conocían a  ambas familias… se llevaron a la niña a la prisión de menores, y para su mala suerte su padre se suicidó, y poco después murió su madre de depresión.

            —¿Estás bromeando?

            —Es verdad, y no te lo digo porque Jorge me refrescó la memoria, recuerdo que mi padre me contó esa historia, de hecho, fue en un tiempo la canción para asustar a los niños que no iban temprano a la cama: “duerme, duerme, muy temprano, con las luces apagadas, con las ventanas bien cerradas, que si no, Camila te matará como una hormiga”.

            Miré a Santos como la mirada de incrédula y traté de hacérselo notar.

            —¿En serio? ¿Tus padres eran tan sádicos como para cantarte esa canción? Además… ni siquiera es muy original.

            —Sé lo que te digo. Además, no entiendo cómo es qué no estás enterada de eso.

            —¿Quizá porque mi familia es religiosa? A veces me vuelven loca… ya sabes… ven al resto del pueblo como demonios andantes. Gracias a Dios ya vivo sola… cuando era niña apenas si me dejaban salir para ir al colegio.

            —Sí, tú familia es muy rara… como sea, la chica esta acaba de salir, bueno, aún le falta un año… pero le dejaron salir con una de esas pulseras de pie. Según esto, como no tiene a nadie, y “quieren que se adapte a la sociedad”, le van a dejar vivir el año aquí en El Llano, en su hogar.

            —Bueno. Creo que suena bastante bien para ella.

            —Y va a trabajar obligatoriamente aquí —agregó en seco.

            —¡¿Qué?! —pregunté casi gritando.

            —Como escuchas. Jorge dice que nadie le va a querer dar trabajo, y por ley estatal le corresponde al estado otorgarle un empleo y casa provisional. La casa ya la tiene, y nosotros tenemos que darle el empleo.

            —¿Crees que la gente que viene a comprar la reconozca?

            —Posiblemente no, ya es toda una mujer. Pero según el papel que me enseñó no se le puede negar a la población “en caso de que pregunten” —susurró con aires de complicidad—, la información de su procedencia.

            —Si se enteran… bueno, en todo caso este es el único supermercado…

            —Pero Jack el cojo quiere poner otro… este sería el mejor motivo para abrirlo, si se entera aprovechará eso para quitarnos a la clientela… además es un año, la vamos a tener aquí un año. Por eso es que te lo cuento, para que seas prudente y no permitas que la gente se entere… Ya sabes, siempre hay gente preguntona cuando ven a alguien que no es de aquí.

            <<¡Santos! —gritó alguien desde afuera.>>

            —Debe de ser Jorge con la chica, dijo que iría a buscarla, la tienen desde el domingo en la vieja casa donde vivía de pequeña.

            Santos se persignó y me miró para imitarlo. Yo lo hice siguiéndole la corriente. Rezar no es una de mis cosas favoritas, ni porque vengo de una familia religiosa.

            Ambos salimos con la mirada perdida. En mi imaginación pensaba en la clase de chica que veríamos, y no por demás, pues la cárcel juvenil tiene la reputación de dejar salir más mal a las personas al salir que como entraron, así que me repetía una y otra vez no mirarla a los ojos. Di un pequeño reojo a Santos, y por alguna razón supuse que él estaba en haciendo lo mismo.

            Santos miró a Jorge y le preguntó con un tono de miedo y seriedad al mismo tiempo.

            —Bueno, ¿dónde está? Ya puedes dejarla entrar.

            Jorge lo miró sonriente, dio unas pequeñas risas entre dientes y señaló con la mirada hacia una máquina de caramelos. Ambos giramos rápidamente la cabeza, retrocediendo hacia el lugar por donde acabamos de pasar.

            Frente a nosotros había una chica alta, de cabello rubio, demasiado delgada y piel pálida. Simplemente no era la clase de persona que sale de aquella cárcel. Parecía ser una simple clienta con aires de simplicidad, pero cuando ella volteó hacia nosotros fue cuando supe que el daño no estaba por fuera… Sus ojos se clavaron en mí, y supe que fue solo en mí, porque si hubiera sido en Santos, él posiblemente se hubiera alejado y resguardado en Jorge.

            Ella tenía los ojos azules más hermosos que había visto, pero la mirada más desafiante y oscura que jamás hubiese imaginado. Desvié rápidamente la mirada hacia donde estaba Santos, este me sonrió y pareció verse mucho más relajado, como si el peligro hubiese desparecido. De todas formas, ¿no dicen que las apariencias engañan?, entonces no sería correcto bajar la guardia y dejarle las puertas abiertas, porque aunque lo que hizo fue cuando apenas era una niña, eso no le quita el hecho de que mató a un ser humano.

—¿Así que este es el sitio? —preguntó la chica con un tono arrogante, no sé exactamente que fue, pero al escuchar su tono de voz, no tan suave y agudo como sería en su apariencia, me recorrió un extenso escalofrío—, bueno, no está mal.

            La chica salió de la tienda sin volver a mirarme. Jorge nos miró como diciéndonos que ahora ella era nuestro problema.

—¿La vas a dejar ir? —preguntó Santos dirigiéndose hacia Jorge.

—Ella puede ir a donde quiera, mientras no mate a nadie —sentí claramente como mi corazón se aceleró en un arrebato, miré a Santos y lo vi igual de alterado—, es broma, solo cuídenla y trátenla bien, parece una buena chica, si tiene suerte y no pasa nada en un año, se largará de aquí, y no sé, quizá empiece de nuevo.

Jorge salió de la tienda silbando una canción mientras giraba su llavero entre sus dedos.

—¿También sientes ese miedo? —le susurro con la voz quebrada a Santos.

—Solo mantenla feliz, ¿me escuchaste, Mariana?, solo mantenla feliz, no quiero darle motivos para que vaya a media noche a mi casa y me asfixie con mi almohada.

—Por cierto, ¿cómo me dijiste que se llamaba? —le pregunté nerviosa.

—Camila, recuerda, como la canción… la hormiga —me recordó mientras me daba unas palmaditas en la espalda.

Santos se alejó y me dejó sola, yo por pura casualidad me acerqué a la enorme puerta trasparente y miré para tratar de ver si ella seguí cerca, pero ella ya no estaba.

 

Giré un par de veces la perilla de la puerta de la entrada de mi casa, parecía estar atorada o algo así, miré hacia atrás por reojo y me sorprendió ver una sombra. Me asusté tanto que fue casi inevitable no dar un grito. Esforcé mi vista y rápidamente me di cuenta de quién era.

            —Eres un estúpido Marco, casi me matas del susto —Marco era lo que podía decirse… un pretendiente, no era exactamente lo que mis padres deseaban para mí, de hecho era algo tosco y arrebatado, pero era católico, tan católico que no había conversación en la que no mencionara al menos una vez a Dios, y de esa manera era como había terminado convenciendo a mis padres, eso y que era hijo de un empresario textil; y en caso de que terminara viviendo el resto de mi vida aquí, él me mantendría cómodamente hasta el último día de mi vida.

            —Lo siento, no quise asustarte. En serio quise pasar a tu trabajo a felicitarte, pero ya sabes, mi padre terminó requiriendo de mis servicios.

            Marco se acercó hasta mí y me dio un beso profundo, luego sacó del bolsillo de su camisa una pequeña caja, y lo primero que me vino a la mente fue un anillo, ¿anillo? No, Dios quiera y no lo intente, no estoy lista para eso. Cuando lo abrí mis ojos se deslumbraron, pero no con un anillo, sino con una collar de plata, sin dije, solo la pura collar. Entonces recordé cuando le dije que no me gustaban las cosas de oro, por alguna extraña razón siempre prefería el brillo de las cosas de plata. Sonreí, por una parte porque era solo una collar, y por otra, porque me había puesto atención cuando había mencionado lo de la plata.

            —Sé que pensaste que era un anillo, no me mientas —me dijo mientras me acariciaba la mejilla —pero te conozco, y sé que no estás lista para eso, y si tú y Dios no quieren que aún nos unamos en sagrado matrimonio, entonces tendré que esperar.

            —Gracias, es muy lindo de tu parte —susurré—, y aprecio mucho que me conozcas tanto como para saber si estoy lista para eso o no.

            —No es nada, y sé que aunque no somos novios… parecemos novios… vamos, al menos dame el sí para eso… —él me miró con unos ojos a medio morir, sonrió y me apretó la mano. Él tenía razón, yo nunca lo había tomado como novio, más bien como pretendiente, porque simplemente no me gusta atarme a una persona con esa clase de compromisos, pero debía admitir que aquel detalle me había abierto los ojos para darme cuenta que quizá merecía una oportunidad. Además, qué perdía yo con hacer a alguien feliz esta noche. Y pensé, quizá mi regalo de cumpleaños era él.

            Asentí con la cabeza y le di un suave beso.

            —Sellamos el trato si puedes abrir mi puerta, creo que está atrancada.

            Él rápidamente, y con una sonrisa de oreja a oreja, comenzó a intentar lo que mis vanos esfuerzos no habían logrado. De un momento a otro la puerta cedió y sin hacer algún esfuerzo, la puerta se abrió sola. Di un pequeño paso y empujé la puerta con la mano, y de tan pronto como chocó con la pared, toda la casa se iluminó.

            <<¡¡¡SORPRESA!!!>>

            Miré por todos lados sorprendida, allí estaban todos mis amigos, todos los que no habían siquiera enviado un mensaje de felicitación. Debí haber sabido que tramaban algo. Miré a Marco con una mirada enjuiciadora, porque quería saber si él era parte de todo esto; me sonrió, me dio un beso en la mejilla, y me susurró.

            —Sí soy parte de lo de la fiesta, gracias por lo otro, eso sí no lo había planeado.

            Lo único que me quedó por hacer en ese momento fue sonreír y mirarlo con ternura, y después una serie de agradecimientos; no estoy muy segura, pero creo haber agradecido a cada uno en persona.

            Aquella fiesta no estuvo nada mal, de hecho era perfecta para olvidar la tensión que había tenido hoy en el trabajo, sin embargo, no dejaba de rondar en mi cabeza la mirada de aquella chica, y en cómo iba a sobrellevar aquella situación. Mientras tomaba un poco de cerveza escuché a alguien mencionar a “la mamacita rubia que llegó al pueblo”, y es que no es muy común ver gente tan clara en un pueblo como este, mucho menos rubios. Me acerqué a la conversación y fingí desinterés.

            —En serio, está ¡Wow!, yo si le daba lo que se merece —dijo uno de los chicos con un tono demasiado vulgar.

            —No sea asqueroso, de seguro es alguna turista, ni ha de hablar español —respondió Berenice, una de las chicas que trabajan en la panadería del centro.

            —Pues que me enseñé.

            Seguí la conversación muy de cerca, no hubo más que comentarios sexistas y groseros, pero fuera de ello, nadie sabía en realidad quién era aquella chica; eso estaba bien, entre menos lo supieran mejor para mi trabajo.

 

Me levanté aquella mañana con algo de resaca, no sabía exactamente a qué hora había terminado todo, incluso, en qué momento me había quedado dormida. Lo único que alcanza a entrelazar en mi mente era la cobija que tenía sobre mí, y por alguna u otra manera recordaba a Marco poniéndomela. Miré el reloj y refunfuñé al darme cuenta de que estaba en mi límite diario para comenzar a prepararme para ir al trabajo, luego recordé que empezaba a trabajar la chica nueva, y en cuestión de minutos me bañé y arreglé lo más decente que pude.

            Al estar a punto de salir me miré una vez más en el espejo y me arreglé el pelo, y me di cuenta de que llevaba puesto el collar que me había regalado Marco por mi cumpleaños.

            Cuando llegué a la tienda lo primero que sucedió fue toparme con la chica, con Camila. No supe exactamente qué decir o hacer, pero gracias a Dios, Santos llegó para romper ese silencio incómodo. Él se encargó de presentarme ante Camila, de presentarme como su jefa, que yo sería su apoyo y guía en cualquier cosa que necesitara. Yo solo podía sonreír como cortesía cada vez que Santos se refería conmigo. Después de esto, yo me encargué de darle las instrucciones de trabajo, y por alguna razón coincidí con Santos en ponerla en pasillos, donde posiblemente sería más difícil que la gente le pusiera atención, a diferencia si la poníamos en caja.

            Le di un breve recorrido por toda la tienda, dándole instrucciones y consejos de cómo llevar inventario, acomodar, desacomodar, etc.

            —Entonces… ¿Crees poder con el trabajo? —dije en un tono gracioso, luego ella me miró con esa mirada fría y rápidamente tomé mi postura—, digo, no es muy difícil, de-de hecho nada en esta tienda es algo difícil de hacer.

            Ella me miró sin sonreír o decir algo, tomó una pequeña caja galletas y las miró firmemente.

            —Hay descuentos para empleados —sugerí en un tono amable.

            —No pensaba comprarlo —respondió en seco.

            La miré, y ella me miró; y nos quedamos así por unos segundos. Admito que me dio miedo.

            —Tampoco pienso robármelo —continuó.

            —¿Qué? No, yo no… —realmente no me había pasado por la cabeza—, no pensé eso.

            —Es que estas galletas eran mis favoritas cuando era pequeña, tiene años que no las pruebo.

            —Ah, bueno, pues si quieres puedes tomarlas, no  te preocupes si no tienes dinero… yo las pago.

            —No, gracias. Mi infancia no es algo que quiera recordar, y para tu información, sí tengo dinero.

            Aquellas semanas se volvieron realmente tensas. No cruzaba realmente muchas palabras con Camila, y cuando lo hacíamos era por trabajo, y en caso de que le preguntara algo fuera de esto, siempre me contestaba con ese tono de: no te metas conmigo. De alguna manera dejé de tenerle miedo, no porque no me hubiera hecho nada hasta entonces, sino porque me estaba acostumbrando, y mientras el tiempo pasaba, más me daba cuenta de que no era tan mala como me había imaginado.

            Alguna vez intenté hacerle plática, pero nunca funcionó, y es que reamente me comenzaba a preocupar: no tenía amigos, familia, mascotas…, de hecho, no tenía más que aquella casa vieja. Notaba como los hombres la miraban, como le decían cosas sexosas, e incluso más que uno la intentó convencer de salir, pero ella simplemente respondía con la misma mirada con la que me veía a mí, y prácticamente a todo el mundo.

            Por otro lado, la gente comenzaba a sospechar. No hablaba inglés, o al menos no cuando le preguntaban sobre algo en la tienda, y no parecía tan amigable como lo era la mayoría de la gente del pueblo, por lo tanto, no era de aquí. Entonces comenzaron a preguntar, y quise decir la verdad, tal y como lo había dicho Santos, pero me dio tanta lástima pensar que si lo hacía terminaría más sola aún.

            Pasó más de medio año; la gente se acostumbró a mirarla; a tratarla; a su rostro; a su piel luminosa; pero yo no, pensé que me acostumbraría, pues al principio así me pareció, pero el hecho de no saber nada de ella, no de su propia boca, era misterioso. Un día, de hecho un día cualquiera, pasé por los pasillos para observar que hiciera su trabajo, pero me vi interrumpida por una vecina que me preguntó sobre los nuevos precios de la comida para gatos; realmente estaba poniendo atención en lo que ella decía, pero mientras lo hacía, vi como Camila se agachó a recoger algo del suelo, haciendo que su playera se levantara y sus pantalones bajaran más de lo normal. No podía mentir, me quedé con la vista clavada en ella, su piel era tan blanca y perfecta, era tan delgada, pero en ella era perfecto, lo único que contrastaba sobre su tez era una marca, larga y más blanca, una cicatriz. Yo siempre odiaba hacerme cicatrices, pero verla en ella… se veía tan bien con ella. Cuando me di cuenta de mi ausencia, la señora ya me estaba hablando más alto, Camila se levantó en segundos y notó que la estaba mirando, se bajó la camisa y bajó la cabeza. Luego desapareció por los pasillos.

            No podría decir que desde ese día las cosas fueron diferente, sí, por primera vez había visto a Camila bajar la cabeza de aquella manera, pero eso no cambió nada, ella siguió mirándome igual. Al final me resigné, yo tenía otras cosas en qué pensar, en Marco. Nuestra relación iba mejor que nunca, de hecho, últimamente lo había sentido un poco extraño, y conociéndolo seguramente se trae algo en manos, y solo quiero pensar que es en pedirme matrimonio. Hace seis meses la respuesta absoluta a aquello hubiera sido un no, pero ahora, ahora me sentía más positiva, y él lo sabía.

            Las cosas entre ella y yo cambiaron mucho después, casi un mes desde el incidente en el pasillos. Recuerdo tan claro aquel día. Verán, todo el pueblo se encuentra rodeado de un bosque, y hay un parte que yo amo, sobre todo porque es mi lugar, es a donde voy cuando estoy triste, pensativa o desesperada. En ese lugar hay un pequeño estanque, hay peces y toda la cosa, y de hecho no es muy hondo. Es perfecto. Aquel día decidí ir, y fue porque Marco me dio finalmente el anillo, yo le dije que lo pensaría, y bueno, así fue como di a parar a mi lugar, al que tenía mucho tiempo de no ir.

            La cosa es que cuando llegué ya había alguien más allí, se trataba de Camila.

            Me petrifiqué al instante, ella estaba sentada sobre una roca y parecía estar leyendo un libro. Era interesante descubrir esa faceta de ella. Comencé a girarme lentamente para regresar por el mismo camino, pero fue en vano, ella giró la cabeza y me miró.

            —¿Ahora también revisas lo que hacen los trabajadores fuera de la tienda? —me preguntó molesta.

            —No. Es que no entiendes, este es mi lugar…

            —¿Tú lugar? No veo ningún letrero que diga “de Mariana” en letras gigantes.

            Me hubiera ofendido, realmente me hubiera enojado, pero el hecho de que recordara y pronunciara mi nombre causó el efecto contrario.

            —Aquí vengo cuando estoy pensativa, desde que era una niña.

            —Pues no me voy a ir solo porque llegaste.

            —No. No te pido que te vayas —respondí molesta—, pero tampoco me voy a ir.

            —Sorprendente.

            —Sorprendente… ¿qué?

            —Que me contestes con ese tono, es la primera vez que te escucho de ese modo.

            —Pues te lo has ganado. ¿Crees que puedes ser así de ruda con tu tonito de voz y que la gente no diga nada porque te tiene miedo?

            —No lo sé, dímelo tú. ¿No es por eso que me evitas? ¿Por qué maté a alguien?

            —Yo no te evito.

            —¿Y por qué pensabas irte sin que me diera cuenta?

            Guardé silencio, no encontraba las palabras adecuadas para no admitir que sí me daba miedo.

            —Hubiera hecho lo mismo… con cualquier persona…

            —¿A sí? No te creo —me miró fijamente a los ojos y luego se levantó y comenzó a caminar hacia mí. Llegó justo al frente de mí, me miró directo a los ojos y me arrinconó contra un árbol—, apuesto que ahora sí te doy miedo.

            —No puede dar miedo una persona que lee Gabriel García Márquez —le dije mientras señalaba con la vista el libro que tenía en la mano. Ella lo miró, lo botó lejos y puso ambas manos sobre el árbol, dejándome entre sus brazos.

            —¿Te crees muy lista, verdad? Pues adivina, un libro no es el reflejo de un lector, así como leer el Kamasutra no te hace un experto en el sexo. Es más, el otro día te vi leyendo la biblia en tu receso, y no por eso creo que seas muy religiosa.

            —Fue un regalo de mis padres.

            —¿Obligada a leerlo?

            La miré retándola. Luego cambié rápidamente de tema y me escapé sacando mi cuerpo de entre sus brazos.

            —¿Cómo te hiciste esa cicatriz debajo de las costillas? —pregunté sin más.

            —¿Ahora me preguntas cosas como esas? ¿Así de directa?

            —Porque no te tengo miedo, es por eso.

            Por primera vez la vi sonreír, pero no de felicidad, sino de una manera pícara. Caminó hacia mí mientras yo retrocedía dando pequeños pasos.

            —Un libro, fue por un libro. Ellos eran lo único que me hacían pensar en un lugar menos mal que en el que me encontraba. La mujeres en prisión piensan que por leer te crees mejor que ellas, así que un día simplemente me atacaron entre todas.

            —¿Cuántas eran?

            —Cuatro. Una tenía una navaja, le aventé el libro en la cara y eso la enfureció. No debí haberlo hecho, pero lo hice. Fin.

            —¿Así? ¿Así vas a terminar la historia?

            —¿Querías un final feliz? ¿Por qué todos quieren finales felices? ¿En serio creen que de un cien por ciento el noventa y nueve es de finales felices?

            —La gente necesita finales felices, es así como escapan de sus realidades.

            —Realidades sin finales felices. ¿Lo ves? Viven rodeados de finales tristes y trágicos, y sin embargo se enfurecen cuando no los hay en un mundo paralelo al suyo.

            —¿Tienes que ser tan pesimista?

            —¿William Shakespeare era pesimista? ¿Por qué Romeo y Julieta es una de las mejores obras de la historia? Ellos no tuvieron un final feliz.

            —Es diferente.

            —No, no lo es,  es por eso que yo no te soy indiferente, yo soy esa tragedia en tu hermosa y aburrida vida de felicidad. Todos necesitamos un poco de tragedia y en la alegría.

            —Y alegría en la tragedia —continúe retándola, pues no me quería quedar atrás en ese debate.

            —Exacto. Necesitamos un equilibrio entre las dos. A veces felicidad, a veces tragedia… pero no ambas al mismo tiempo, porque sí pasa, te vuelves loca.

            —¿Te volviste loca cuando mataste a aquel chico o ya lo estabas antes de hacerlo?

            Ella me miró fijamente, y su mirada desafiante apareció nuevamente.

            —Será mejor que te vayas, estás comenzando a hacer más preguntas de las que tienes permitido.

            —¿Cuál es mi límite de permiso? —pregunté y me acerqué hacia ella, a tal punto que la tuve a centímetros de tocar mi nariz con la suya.

            Ella me tomó del cuello y comenzó a empujarme bruscamente hacia otro árbol. Mi espalda cayó de lleno sobre el tronco y dejé escapar una bocanada de aire combinada con un grito.

            —¿No sabes cuándo parar?

            —No te tengo miedo —le dije apenas con el poco aire que quedó dentro de mis pulmones.

            —¿Quieres saber? ¡Todos quieren saber!

            Camila subió su mano libre hacia mi hombro izquierdo y jaló bruscamente el tirante de mi vestido hasta romperlo. Mi vestido comenzó a ladearse, pero no mucho, luego ella lo jaló hasta dejar mi pecho descubierto, pues como pensaba ir a donde nadie iba a estar y aquel vestido no era tan claro… había omitido usar brasier.

            —Mis padres planearon con quien me iba a casar desde el momento en que nacía. Me iban a casar con el hijo de una de las mejores familias del pueblo —dijo, y prosiguió con su arrebato al tomar mi pecho con su mano. Lo apretó fuertemente—, pero yo no quería, y cuando crecí se los dije a mis papás, pero ellos no me hicieron caso —entonces alargó su mano hacia debajo de mi vestido y jaló mis bragas haciendo que se rompieran—, él si quería, todos querían, pero yo no, así que le dije.

            —¿Qué le dijiste? —pregunté con la voz agitada.

            —Que a mí no me gustaban los hombres.

            Camila rápidamente me soltó y bajó todo su cuerpo hasta mi cintura, me levantó, cosa que me pareció sorprendente teniendo en cuenta que parecía no tener músculos; luego tomó mi pubis entre su mano y lo apretó.

            —Él maldito le dijo a sus papás, y su padre le dijo que tenía que hacerme mujer de verdad, y lo mandó a violarme, lo mandó el muy malnacido. Él chico era más grande y fuerte que yo a pesar de que teníamos casi la misma edad, y le hizo caso a su papá, y lo intentó… pero el final ya lo sabes, no fue un final feliz.

            De pronto sentí su cabeza debajo de mi vestido, sus suaves mejillas rozando mi entrepierna y lengua tocando los interiores de mi sexo, yo no tenía miedo, yo estaba excitada. Allí, en medio del bosque, en la nada, me hizo el amor; me hizo el amor alocada y trágicamente, y entendí lo que ella quería decir; ella me era importante porque era la parte trágica que necesitaba en mi vida.

 

Los días después de eso y hasta el momento en que sucedió el incidente que cambio nuestros simples planes de un amor clandestino pasaron demasiado rápido, por eso no quiero perder tiempo contando cada anécdota, más que las muchas veces que nos escapábamos al bosque, a veces para tener sexo, a veces para platicar, otras para contarnos secretos, y mi favorita, para que me leyera mientras acostaba mi cabeza sobre sus piernas.

            Jamás había visto a Camila más que una forma de escapar de mi realidad, de hecho mi relación con Marco seguía en pie y comenzábamos a hacer los preparativos para la boda, y a Camila no le importaba mucho, ella solo esperaba al día en que la dejaran irse del pueblo. Debo admitir que a pesar de eso, sentía muchos celos de los hombres que se le acercaban y por la manera en que la miraban; por eso a veces la miraba y ella solo me sonreía, en complicidad, con una mirada pícara, pero todo seguía igual.

            El problema comenzó cuando alguien se enteró, supongo que por Jorge, de quién era Camila. La gente comenzó a mirarla de mala manera, siendo que muchas veces la habían tratado con mucho entusiasmo, a ella no le importó, pero a mí sí, principalmente porque la gente ponía más atención en mi relación con ella. Era horrible estar vigilada por las cámaras de la tienda, pero más aún por la de miles de ojos cuando nos veíamos después del trabajo. Nuestro único escape era el bosque, pero incluso allí me sentía mal.

            Como Camila había juntado dinero necesario y no quería meterse en problemas decidió dejar el trabajo, y eso me afectó, me sentía triste y comencé a ir a visitarla a su casa, pero mis padres se enteraron, y después lo hizo Marco. Él me ordenó que me alejara de ella, y eso realmente me molestó, porque no tenía derecho sobre mí como pare decirme con quién salir o con quién no, pero eso no lo detuvo, porque llegó a enfrentarse con Camila y decirle que se alejara de mí.

            Faltaban ya tan solo un par de semanas para que Camila quedara libre, yo sabía que en cuanto fuera posible ella se iría del pueblo, más ahora que era rechazada por todos, y aquello me partía el corazón. Fue cuando lo entendí, ella era mucho más que la parte trágica en mi vida, ella era el amor de mi vida. Pero lo que reamente me preguntaba era saber si yo era el amor de su vida.

            Las cosas se pusieron tensas, y yo no sabía qué hacer, pero no pasó mucho tiempo para que tuviera respuestas sobre si era o no el amor de Camila. Marco hizo una fiesta pre-boda, una semana antes de la boda, y justamente a una semana de que Camila fuera dejada en libertad. No disfruté mucho la fiesta porque ya no estaba segura de casarme con él, porque ella no estaba y posiblemente pronto dejaría de formar parte de mi vida. Aquella noche le llamé, le llamé y le dije, le exigí que me dijera que si me amaba, porque si lo hacía, porque si me amaba, estaba dispuesta a dejar a Marco por ella, solo recuerdo que me colgó.

            Cuando salí de la habitación, me sorprendió ver a Marco en estado intenso de ebriedad, prácticamente todos lo estaban, pero yo, como estaba preocupada por Camila, no había bebido en toda la noche. Enojada, mandé a todos a sus casas, no tenía cabeza para fiesta y menos para un montón de borrachos. Cuando la casa quedó al fin sola, Marco se puso bastante terco, y recuerdo claramente lo que me susurró en la oreja: para que esperar una semana si puedo cogerte justo ahora. Él me tomó por la fuerza, y a pesar de estar borracho, comenzó a querer quitarme la ropa y besarme por la fuerza. Yo enojada, de di un par de golpes, pero era simplemente como si él no los sintiera.

            Comenzamos a discutir, aunque no sabía si reamente me escuchaba. No sé cómo llegué,  o cómo la discusión se volcó hasta que me preguntó si lo deseaba, yo le respondí que no, y cuando preguntó por qué, yo le respondí que amaba a Camila. Y sí, él me estaba escuchando con atención, porque en cuanto lo dije me dio una abofeteada y me tiró contra el suelo. “Eres una pecadora” “Dios te mandará al infierno a ti y a esa asesina” “Ambas irán al infierno” “Tus padres se van a decepcionar de ti, y Dios, él nunca te perdonará”, no sé con claridad que más cosas dijo, yo estaba preocupada por la sangre que salía de mi nariz, pero un “¡púdrete!” que salió de mi boca lo hizo enfurecer y me tiró una patada directo en las costillas.

            Los golpes fueron una cosa, pero mantuve la calma, lo que realmente me dio miedo fue cuando se comenzó a quitar los pantalones, me tomó del pelo y me golpeó contra la pared; luego escuché como la hebilla de metal de su cinturón cayó sobre el suelo, lo tomó y lo puso alrededor de mi cuello; comenzó a asfixiarme; me levantó el vestido y me rompió las bragas; luego sentí en mis muslos la punta fría y viscosa de su pene; y comencé a gritar, a gritar en seco, sin aire, todo al mismo tiempo mientras intentaba respirar. Luego… luego el cayó al suelo; no quise voltear, estaba llorando y tenía mucho miedo.

            Sentí unas manos sobre mis brazos y las alejé de golpe, pero cuando miré noté que se trataba de Camila.

            La abracé.

            Me abrazó.

            Ella comenzó a sollozar.

            —No podía decirte que te amaba por teléfono, tenía que hacerlo en persona —me dijo mientras me acariciaba el pelo.

            Yo le sonreí, pero cuando miré de reojo y noté el cuerpo de Marco… grité, grité y simplemente grité.

            Me acerqué a él y le di una patada, quise notar si estaba aún respirando, pero Camila se acercó, le tomó el pulso y me negó con la cabeza; solo había sangre… sangre que brotaba de su cabeza, y justo al lado el palo de metal con el que muevo la leña de la chimenea. Luego comencé a llorar con más intensidad.

            —No quiero que te lleven a la cárcel —sollocé.

            —Puedo decir que fue en defensa propia, pero dudo que me crean… pero no me importa, mientras estés bien…

            —¡NO! —grité y comencé a secarme las lágrimas—, hay que lavar el palo… hay que quitarle las huellas, yo fui… yo fui…

            —¡¿Qué?! Mariana, estás en estado de shock, no sabes lo que dices.

            —Piénsalo, si digo que fue en defensa propia me van a creer… yo soy muy buena, de buena familia… si dices que fuiste tú te van a encerrar de por vida… ¡Vete! ¡Tienes que irte ahora antes de que los vecinos llamen a la policía porque de seguro escucharon mis gritos! ¡Vete!

            —¿Estás segura? —me preguntó y tomó mi rostro entre sus manos.

            —Sí. En una semana, en una semana me voy contigo.

            Camila asintió y me dio un beso. Lavé el palo y comencé a entrelazar cabos sueltos para que se creyeran la historia.

 

El proceso para demostrar mi inocencia al final terminó siendo más difícil de lo que había imaginado. Sin embargo, todo estaba a mi lado: los amigos de la fiesta que habían confirmado el estado de Marco, residuos que había dejado en mis muslos, las huellas del palo… lo único que tuve que inventar fue la manera en que me zafé y le di en la parte trasera de la cabeza. A pesar del dolor que implicaba la muerte de Marco para el pueblo, terminé convertida en una heroína. Luego de tres semanas y para no levantar sospechas, Camila y yo nos quedamos de ver a las afueras del bosque, en los límites del pueblo, donde para salir se tiene que cruzar el puente que pasa por arriba del río.

            No me despedí de mis padres como tal aquel día, pero les dije que algún día me iría porque supuestamente aquel pueblo me recordaba a Marco, ellos entendieron, pero nunca les dije cuándo; supongo que pensaron que sería mucho después y no en unas semanas. No me llevé muchas cosas, solo lo necesario, Camila se encargaría de comprar una vieja moto que le vendían en un bazar, y así fue. Todo salió como lo habíamos planeado. La vi al lado del puente, con la moto y sonriendo como nunca la había visto, incluso su mirada se veía diferente.

            —¿Solo llevas esa mochila? —le pregunté.

            —Sí, solo lo necesario.

            —¿Llevas tu libro de Márquez?

            —Sí. Me recuerda mucho a ti, al día que nos conocimos de verdad. Además, me gusta creer que puedo combinar la realidad y la fantasía en una misma historia.

            —¿Y qué hay del final feliz?

            —¿A qué te refieres?

            —¿Nosotras tenemos un final feliz? ¿Uno trágico? ¿Fantasiosos? ¿Real? ¿Triste?

            —Yo ya estoy loca, y el único final para mí eres tú, y solo para abalarlo he decido poner esto —adelantó la mano hacia mí y me enseñó un candado más o menos mediano, tenía nuestras iniciales grabadas—, lo hice con un clavo… mientras salías del interrogatorio tuve mucho tiempo.

            Tomé el candado y miré hacia la estructura del puente.

            —¿Se supone que debemos ponerlo allí? —le pregunté retóricamente.

            —Lo leí en un libro, creo que es una forma de dejar un final aquí, porque… ¿cuándo saber dónde es el final? No sé, este podría ser el final feliz y dentro de dos horas podríamos chocar y morir, entonces ería un final trágico… romanticismo en su más pura esencia.

            —¡Cállate! Nosotras no vamos a tener un final, siempre va a ser un comienzo —le dije mientras la tomaba de la mano y la llevaba hasta donde iba a poner el candado.

            —Ya te dije, mi final eres tú…

            —Y tú eres el mío —le dije y ambas cerramos al mismo tiempo en candado. Luego ella sacó la llave de su bolcillo y la arrojó lo más lejos que pudo. Nos subimos a la moto, me besó y la agarré con todas mis fuerzas de su cintura. Y sí, este suena al final más cursi y predecible de la historia. No chocamos después, pero sí pasamos por muchos momentos trágicos y felices, y como decía ella, nunca los dos al mismo tiempo.

            Por eso, hoy a mis ochenta años… a nuestros ochenta años, he decido escribir nuestra historia, qué más da si se enteran que ella mató por salvarme de mi prometido, yo lo único que quiero hacer al contarles nuestra historia es para que crean… para que crean que sí existe el amor eterno, y que existe gracias a las tragedias y momentos felices. No sé, quizá la única forma de terminar con un final trágico y feliz al mismo tiempo, es que las dos muramos al mismo tiempo, sin que una tenga la oportunidad de extrañar a la otra, solo de esa manera… solo de esa manera.