Breves Historias de Amor Eterno

Circus: Primer y Último Acto

El amor, qué es el amor más que una simple construcción social, inexistente, irreal; producto de procesos químicos y atracción sexual; la necesidad de permanecer al cuidado de otro; lo que hace girar al mundo; lo que calma el corazón; lo que une naciones; una realidad paralela a otra realidad; magia; desilusión; algo que no existe… todos tenemos una idea de lo que es el amor, incluso los que no creen en él, porque por sí mismo eso ya significa que es algo; yo no puedo darle un concepto o una simple definición para lo que pienso que es amor, ni siquiera con el puro hecho de describir las emocione que siento; para mí amor es un pronombre, un pronombre personal; y cada vez que pienso en amor; lo único que viene a mi mente es: ella.

 

<<¡Tercera llamada y comenzamos! —, gritó el presentador desde arriba de un enorme cono amarillo.

            No me había emocionado desde hace tanto tiempo por venir a una feria, y este caso al circo, y si lo pensaba bien, no había venido a uno desde que era una niña. En cierta parte llegó un momento en mi niñez que incluso llegué odiar los circos, y todo se debía a los animales. Recuerdo claramente como un día mi padre puso un documental en la televisión, uno donde se veía como domaban a los animales en los circos; desde ese día nunca más quise ir a uno. Hasta hoy.

            Hoy es diferente, he venido a un circo, pero no porque hubiera querido, pues mis amigas han insistido. La verdad, parte de que me hayan convencido radica en que es un circo sin animales, bueno, en realidad la ciudad tiene cero tolerancia a circos con animales desde hace un año, y este es el primer circo que se anima a venir bajo estas condiciones. Esto parece realmente bien, solo espero no salgan muchos payasos, ellos nunca me han gustado.

            Mis amigas llegan de pronto a mi lado, habían ido a comprar unas palomitas y manzanas en caramelo; nos repartimos las cosas y termino teniendo solo una manzana. Todas comienzan a cuchichear y a decir una y otra vez que ojalá y salgan hombres guapos, yo no opino sobre ello, incluso hago cara de furiosa, pues regularmente no cuajan mis ideas con ella respeto al ideal de hombre; ellas hablan todo el tiempo de hombres musculosos y manos grandes y rudas; yo solo sonrío y les digo que a mí no me importa eso, y siempre evado el tema para no ponerme a discutir, porque posiblemente si les describo a mi chico ideal terminarán burlándose porque me gusten los chicos afeminados.

            Toda la carpa comienza a oscurecerse; la gente guarda silencio y sale un hombre de barba cerrada que comienza a agradecer y decir mil y un cosas sobre el circo; yo solo aplaudo cuando comenta que no habrá animales. Luego una enorme luz enfoca en centro y comienza la función con un payaso, sí, con un payaso enorme y gordo que aparenta ser mimo mientras hace múltiples acciones que me parecen no tener gracias. Todos aplauden y yo solo finjo y disimulo mientras como mi manzana.

            Nada me llama la atención, de hecho apenas si me salen algunas risas o miradas de asombro, aunque no puedo ser tan negativa, pues debo admitir que los actos son buenos, muy bueno. El presentador aparece múltiples veces, y llega un momento en que anuncia el último acto, lo mejor para el final, como dice él.

            A la vista de todos aparece un muchacho joven, bastante apuesto, con un traje sumamente pegado a su cuerpo, y cuerpo demasiado tornado para alguien tan joven; mis amigas no tardan en perder los ojos sobre él y rápidamente escucho como le chiflan y dicen cosas obscenas, no solo ellas, casi todo el público. Luego detrás de él sale una chica, cabello castaño, demasiado delgada, más baja que él y con el mismo traje ajustado, tanto, que no deja mucho a la imaginación. El efecto de gritos vulgares se repite con ella, y todo dentro del telón se llena de gritos amenazadores.

            Yo solo veo a la chica, me hipnotiza, y nos es envidia precisamente lo que siento, aunque admito que tiene mejor cuerpo que yo, es algo diferente. Ambos suben por una escalera que sube por unos enormes pilares hasta llegar prácticamente al techo; luego un par de ayudantes rectifican que la red que está debajo esté en perfecto estado y los dos chicos con trajes ajustados comienzan a hacer piruetas en el aire. Mi vista se clava más, pero termina perdiéndose cuando la chica comienza a montar un acto con una larga manta roja; prácticamente baila con esta; de una manera tan sensual y mágica. Lo que ella hace es un arte, y no es solo lo que hace, ella por sí sola es arte.

            La chica sube y baja como si resbalara por la sedosa manta roja, lo hace parecer tan fácil, es como si nadara entre ella. Su compañero se une al espectáculo; intercambian caricias teatrales y exageradas; rozan sus cuerpos una y otra vez, pero nunca llegando a parecer erótico, o al menos no para mí. En cuestión de segundos un estruendo sacude el ambiente y las luces se prenden deslumbrando mis ojos. Lo he disfrutado tanto que me he perdido en el tiempo.

            La función ha terminado.

            Todos comienzas a aplaudir en cuanto aparece el presentador, todos menos yo, yo sigo petrificada por el acto, y extrañamente mi mirada sigue a la chica hasta el fondo del escenario, allá a lo lejos se une con su compañero, se abrazan y se pierden entre el enorme telón. Ese es el momento justo en el que reacciono, como si regresar a la realidad fuera sinónimo de romper encantos. Las chicas comienzan a burlarse y hacerme burla, creen que me he quedado mirando al chico acrobático. Yo solo niego y las ignoro.

            Salimos entre risas y gritos, platicando sobre los mejores momentos de la presentación; todas coincidimos en que la última fue la mejor. Ellas vuelven a insistir y hasta notan que aún no me he terminado mi manzana, más aún, solo le di una mordida, y ponen al chico acrobático como el culpable de ello. Vuelvo a negar, y hago cara de seria, porque quiero que me dejen en paz con respecto a ese tema.

            Pronto las chicas se vuelven locas. Al principio no comprendo lo que sucede, y finalmente me doy cuenta de que todo se remonta al chico acrobático, el cual se encuentra a lo lejos firmando y tomándose fotos. Todas me miran como para exigirme ir a tomarme una foto, pero incluso hasta parece como si me pidieran permiso para dejarlas ir. Yo le digo que vayan, que a mí no me interesa y que iré a un puesto a comprar agua porque tengo sed; todas salen corriendo y alborotadas mientras yo me doy media vuelta y camino en sentido contrario.

            Viro un par de veces para verlas y prosigo caminado, sin embargo, en uno de esos reojos tropiezo con alguien y termino dejando la manzana en el suelo. Realmente me enojo, porque pensaba tirarla, pero el hecho de haberme hecho tirar algo que yo iba a tirar es lo que termina molestándome. Levanto la cara con el ceño fruncido y estoy a punto de abrir la boca para dejar escapar palabras hirientes cuando me doy cuenta que tengo en frente a la chica de la manta roja.

            —Creo que te debo una manzana… ¿encaramelada? —me dice sonrojada.

            A simple vista nadie notaría que se trata de la misma chica del último acto, simplemente porque se ve muy diferente con ropa casual; ya no lleva su traje ajustado, ahora solo unos jeans ajustados y una sudadera posiblemente una talla más grande que ella. El punto clave estaba en que yo le había puesto tanta atención, gravado sus facciones en mi mente y analizado tan bien, que incluso con el atuendo que traía podía darme cuenta que se trataba de la misma chica.

            —No importa, de todas formas pensaba tirarla —sonrío.

            —Pues no deberías decir eso, conozco a mucha gente que daría lo que fuera por comer una —contesta con un tono serio mientras se cruza las manos. Ante ese argumento no había forma de defenderme.

            —Sí, tienes razón. Lo siento.

            —No importa. Entonces supongo que no te compro otra…

            —No —respondo al instante—, así está bien.

            —¿Segura que no quieres algo? En serio me siento mal por eso… ¿Estabas buscando algo? Porque conozco a todos por aquí y si necesitas algo puedo ayudarte a conseguirlo… —ella prosigue hablando, pero yo dejé de ponerle atención desde que vi sus grandes ojos color castaña.

            —Eres la chica de la manta roja… —señalo entre dientes con un tono apagado.

            —¿Qué?

            —Que eres la chica de la función del circo… la de manta roja.

            —Ah, sí… ¿cómo me reconociste?

            —Soy buena recordando rostros.

            —Pues que buena visión tienes… pero sí, soy esa.

            —¿No te vas a tomar fotos con tu compañero? —señalo con la cabeza hacia donde dejé a mis amigas.

            —Eso… ¡No! Yo no soy fotogénica. Siempre lo primero que hago al terminar mi acto es cambiarme.

            —Pues el traje se te veía muy bien —señalo.

            —Bonito cumplido —cuando lo dice siento como la sangre sube a mi cabeza y comienzo a sentir en el cuerpo un ardor ligero.

            —Lo siento.

            —No, está bien. Me gusta. Además, no eres la primera persona que me lo dice. Te digo un secreto, no me gusta. Es demasiado ajustado, y sí, es de un material que me deja mover como quiero, pero me siento desnuda… aunque no tengo problemas con eso, no me avergüenzo de mi cuerpo… pero la manera en que me ven los hombres… eso sí me molesta… además, el del año pasado tenía un diseño más bonito.

            —Bueno, independiente si el traje es lindo o no, haces un excelente trabajo… lo que hiciste fue asombroso.

            —Bueno, todos tenemos habilidades, esa es la mía. Desde que era una niña lo hago.

            —¿Bromeas?

            —No. Cuando cumplí los cinco años mi mamá comenzó a enseñarme acrobacias y eso… vivir en un circo te orilla a eso. ¿Tienes sed? Esta feria tiene unas piñas coladas como ninguna de las anteriores. Por cierto, me llamo Catalina, pero me puedes decir Caty.

            —Miranda, y sí, tengo sed.

            Mientras caminábamos ella comenzó a contarme la historia del circo, cómo había nacido allí y vivido desde entonces; su manera de llevar sus estudios “en casa”; que no todo era bueno y divertido, a veces pasaban por malos momentos, como la transición de un típico circo con animales a lo que eran ahora; yo le comenté sobre mi aversión a los circos con animales y ella me apoyó, pues tampoco era de la idea de amaestrar animales como lo hacían ellos; pero aquello les había costado mucho dinero, sobre todo por tener que conseguir más gente.

            —Lo malo de todo esto, es que la gente cree que vivir en un circo es lo mejor del mundo, que no hay responsabilidades; luego se nos unían gente con talento y al no obtener “ganancias”, terminaban abandonándonos. Esto no es un juego; es una forma de vida… arte, es una vocación. Aquí nadie vive por los lujos, no los hay, lo hacen porque les gusta —terminó moviendo de lado a lado la cabeza en señal de negación. Luego sonrió y señaló el puesto de bebidas —allá está.

            Jamás me hubiera imaginado o puesto en los zapatos de una persona con este tipo de oficios; hay películas y cuentos que hacen desear a cualquier niño vivir en un circo, ahora, escuchándolo de su boca, no parecía un sueño tan hermoso.

            —¿Quieres agua o una piña colada?

            —Creo que me voy a arriesgar con la piña.

            Las dos comenzamos a caminar sin algún sentido; bebiendo las piñas coladas y riéndonos de cualquier cosa.

            —¿Te gusta? ¿Verdad que está riquísima? Está en su punto, ni tan embriagadora ni tan dulce… es perfecta.

            —Sí, está muy buena —contesté—, ¿y para ti qué es la vida del circo? —pregunté dejando de lado las risas sin fundamento.

            —¿A qué te refieres?

            —Bueno, tú has nacido aquí… ¿es tu vocación o coerción familiar?

            —¿Coerción? —preguntó sorprendida.

            —Sí, presión social… no sé… presión de tu familia… ¿Cuántos años tienes… 21… 22? Es mi edad, y a esta edad uno se hace preguntas de lo que quiere ser un futuro, ¿alguna vez te has hecho esa pregunta o simplemente te has resignado a que esta sea tu vida?

            Ella guardó un silencio incómodo, no como si estuviera pensando en la respuesta, sino como si no quisiera contestarla.

            —Lo siento… no debí —susurro apenada.

            —No. Está bien, es solo… es solo que esta siempre ha sido mi vida… es lo único que conozco… mi familia, amigos… todos están aquí… y soy feliz así —Catalina me miró con la mirada vacía. Luego regresó en sí—, lo siento, no quiero ser grosera pero aún debo regresar… esa no fue mi última actuación.

            —Claro. Fue un placer conocerte.

            —Me caes bien. Sabes… —pensó unos segundos—, vamos a estar una semana aquí, y me caíste bien… ¿Eres de aquí?

            —Sí, ¿por qué?

            —Me gustaría volverte a ver… no sé, con más tiempo. En las mañana no tengo mucho que hacer y he descubierto algunos lugares… la mayoría abandonados… pero podíamos platicar o, comer o algo…

            —¿Prefieres pasar tiempo conmigo, una perfecta desconocida, que con tu novio? —pregunto bofando.

            —¿Novio? —me mira con incertidumbre y luego levanta la vista al aire—, ¡ah! Al chico que viste como mi compañero… No, mi hermano prefiere salir con chicas y tener amoríos de fin de semana. ¿Te parece mañana como a las tres de la tarde?

            —Seguro. Aquí te veo.

            Ella me sonríe, me da un beso y desaparece entre la multitud.

 

Miro fijamente desde la ventana de mi departamento la luz incandescente que se ve a lo lejos… la luz de la feria. Las chicas están furiosas conmigo porque me perdieron y no contestaba el celular. Solo les dije que había ido a buscar algo para tomar, nada sobre Catalina. Pensar en que mañana iba a verla me hacía morir de alegría; y no pensaba contárselo a alguien, porque el hecho de ir clandestinamente lo hacía mucho más excitante. Cerré los ojos y me obligué a dormir lo más rápido que podía, quería dormir, quería que le tiempo se pasara más rápido y se hiciera de mañana, solo para salir de la universidad e ir directo hacia ella.

            Todo salió tal y como lo había planeado, tan pronto se me había pasado el día… tan pronto me encontraba con ella. Catalina me llevó a conocer el circo desde la plena luz del día, todo se veía tan diferente, era como estar en un mundo paralelo. Conocí a sus amigos, a las personas más raras del mundo, pero finalmente sus amigos; su familia solo consistía en sus padres, abuelo y hermano, y a ellos también los conocí; les felicité lo mucho que apreciaba que no utilizaran animales, pero rápidamente noté su disgustó, y quizá se debía a que, como decía Catalina, por personas como yo era que habían dejado atrás a los animales para cambiarlos por una crisis económica. Aun así todo salió bien.

            Recorríamos toda la feria buscando cosas que hacer; íbamos a comer al mercado o a puestos ambulantes, incluso una vez a un pequeño restaurante; pasábamos horas platicando; jugando como un par de infantes; conociendo gente; aventurándonos en sitios abandonados y viejos; haciéndonos las tontas casi todo el día; tatuajes de henna, bebidas alcohólicas, bromas, largas pláticas, dibujos, lecturas… Solo sé que esa semana se fue volando, y faltando dos días comencé a sentirme mal solo por pensar que pronto se iba a ir, y por la misma razón no me había atrevido a tocar el tema.

            Un par de días antes de irse ella me pidió que fuera a verla antes de su primera función, que había algo que quería hacer conmigo, yo no pude ocultar mi entusiasmo y llegué tan puntual como supe. Para mi sorpresa, su intención era fugarse aquella noche de su actuación e irse conmigo a un lugar que había encontrado y que le parecía bastante especial como para despedirnos. Así fue como terminamos en el techo de una vieja casa con vista de casi toda la ciudad.

            —La vista es hermosa… ¿cómo encontraste este lugar? —preguntó mientras miró la oscuridad alumbrada por pequeñas lucecitas lejanas.

            —Soy buena investigando.

            —¿Haces esto muy a menudo?

            —¿Buscar lugares?

            —No. Me refiero a esto —señalo extendiendo mis manos por todo el lugar—, a estar aquí… con una desconocida solo para despedirse.

            —Tú ya no eres una desconocida, eres mi amiga —se acerca y toma mi mano solo para ponerla sobre su pecho—, y estás aquí, dentro de mi corazón —luego me suelta y sonríe —además, voy a regresar… el circo siempre regresa.

            —Sí… pero no es lo mismo… serán meses sin verte, y el internet no es una de tus cosas favoritas —le recuerdo de una de las pláticas que tuvimos sobre tecnología.

            —Haré mi mayor esfuerzo respecto a eso… si quieres creo una de esas cuentas de correo que dices —me mira con unos ojos risueños y se da media vuelta para sacar de su mochila un manta roja, la pone sobre el piso y vuelve a sacar otra cosa, una bolsa con algo verde.

            —¿Cuáles se suponen que son tus planes?

            Ella levanta la bolsa para que la pueda mirar mejor. Me doy cuenta de que es una planta… posiblemente marihuana.

            —Ah… ¡NO! eso sí que no, cualquier cosa, pero drogarme… definitivamente estás con la chica equivocada.

            —Oh, ¡vamos! —suplicó como niña chiquita—, hasta traje mi manta roja para que nos acostemos y veamos cosas bonitas.

            —No.

            Catalina se acerca y me toma del brazo para sentarme sobre su manta; luego comienza a preparar sus cigarrillos como si yo ya hubiera aceptado.

            —No deberías esforzarte, porque no pienso tomarme eso —replico.

            —No se toma, se fuma… además es lo más natural del mundo de las drogas, no es algo con polvos y químicos dañinos… en el circo es de lo más común…

            —En el circo. En mi mundo puedo ir a la cárcel por eso.

            Ella se acerca tan de cerca y me enseña en cigarrillo. Yo lo miro negándome, y la veo a ella, y me digo: ¿qué más da? Pasado mañana a esta hora no la volveré a ver hasta quién sabe cuándo, además, confío en ella. Acerca el cigarrillo hasta mi boca y simplemente lo coca, y por arte de magia ya está encendido.

            Le doy una fumada profunda y comienzo a toser.

            —¿Así? —pregunto tosiendo.

            —Sí. Solo un par más… porque es tu primera vez. Por cierto, tiene otra planta además de la marihuana… ¡No te preocupes! Es solo para darle más diversión —me lo quita de las manos y le da una fumada igual de profunda.

            Luego comienzan a pasar muchas cosas.

            No recuerdo exactamente en qué momento le di la segunda fumada, quizá eso no fue tan importante para que mi cerebro lo registrar, no como lo demás que pasó. La realidad y la fantasía comienzan a borrar su gruesa línea que las diferencia. Comienzo a alejarme del lugar y a acercarme como un zoom averiado; mis sentidos se agudizan y entorpecen; la veo a ella… su pelo marrón comienza a teñirse de rojo, azul, amarillo… se ve tan perfecta con cualquier color. Ella está riendo, lo sé porque lo veo, pero no la escucho, es como ver cine mudo, y en mi mente solo se repite una y otra vez: ¡Bésala! Yo me acercó hasta ella y tomo por la cintura. Sonríe y es como ver diamantes en lugar de dientes; la miro profundamente y me veo en sus ojos; allí hay un pequeño espectáculo: yo y ella con un traje entallado y volando por los aires con ayuda de su manta roja.

            Ella se acerca y el eco de pronunciar mi nombre me inunda los oídos: Miranda… Mira… Naranja… Mira… Ya no entiendo muy bien qué pasa, pero sé que quiero besarla. Me acerco más hasta ella y le planto el beso. Sus labios son dulces, como la manzana encaramelada, y quiero más. Ella no se resiste, me besa y mete su lengua entre mi boca; nuestras lenguas se rozan y me imagino a un gato lamiendo la lengua de un conejo, ya ni siquiera mis pensamientos tienen cordura. La tumbo sobre la manta roja y parece como si la hubiera asesinado: nadando sobre un charco de sangre. Nos seguimos besando, pero ya no me conformo con eso.

            Como si me hubiera vuelto loca comienzo a quitarle toda la ropa; las prendas se disuelven en el aire como un montón de mariposas, y me doy cuenta de que ambas las miramos, así que comenzamos a reír. Tan pronto la tengo desnuda ella comienza a quitarme la ropa; luego hay un salto de tiempo y ninguna tiene nada de ropa; me poso sobre ella y su piel se pega a la mía; sigo mirando en sus ojos la escena, nuestra escena y luego regresan a ser sus ojos; la vuelvo a besar y recorro cada parte de su cuerpo con mis manos, es como acariciar un azulejo, uno con pequeños relieves; pero eso no me reconforta todavía.

            Bajo hasta dejar mi cabeza en medio de sus piernas; veo detenidamente los vellos de su pubis y le paso la mano como si quisiera acariciar un pequeño hámster color ámbar, de esos que no son amarillos ni cafés; con mis dedos abro sus pubis y veo todo color rosa, viscosos y huele como a vainilla; quiero probar. Paso mi lengua sobre sus adentros y noto como sus piernas se tensan atrapando mi cabeza, da un pequeño gemido y pone su mano sobre mi cabeza enterrando sus dedos entre mi pelo; no resisto y lo vuelvo a hacer, pero ahora dejo que mi lengua trabaje por sí sola y se profundice entre aquel lugar; cada vez que mi lengua sale veo como el rosa cambia a otro color, pero no colores vivos, son trasparentes, ¿colores trasparentes?...

            Quiero dar un paso más, y quiero jugar, meto uno de mis dedos dentro de su vagina y aquello fue como apretar un interruptor, porque comienzan a caer un montón de gritos sobre mí, como si fueran de varias de ellas… de varias Catalinas… Luego me doy cuenta que aquello también me pone caliente a mí, como si lo que le hiciera a mí me lo hiciera ella a mí, y es allí cuando me pierdo un poco más, porque realmente siento todo eso en mi cuerpo; siento su mano y su lengua dentro de mi sexo; y cuando la veo me veo a mí, y desde mí la veo a ella haciéndomelo. Ambas empezamos a gritar; mi mente va a reventar y mi cuerpo a desplomarse; y me preocupa, me preocupa que aquella casa vieja que nos sostiene se venga abajo con nosotras.

            Fue como un terremoto. Fue un terremoto.

 

La luz cayendo del cielo me obliga a abrir los ojos; no puedo abrirlos por completo pero lo intento. Me doy cuenta que estoy desnuda, y no porque pueda verme, sino porque siento el viento fresco y los rayos del sol sobre mi piel, pero siento algo más. Tengo a Catalina, a Caty, abrazada de mí, también está desnuda y tiene una de sus piernas sobre mí. Ella es lo que ha mantenido caliente mi cuerpo durante la noche. Me hubiera asustado con aquella escena, pero solo me limite a enmarcar una sonrisa en mi rostro. Comencé a recordar, todo parecía borroso, pero profundizando en mi mente logré recordar lo que sucedió; ya no tan loco como la noche pasada; ahora mucho más real, y así una serie de escenas más realistas comienzan a iluminar mis pensamientos, ambas lo hicimos, la una a la otra durante toda la noche, y lo único que no concuerda en el tiempo, solamente este es el que se pierde de mi razonamiento.

            —Buenos días —me susurra al oído mientras me besa el cuello —dime que lo de anoche fue real, porque quiero hacerlo el resto de mi vida—, luego nos damos un beso.

            —Quédate aquí conmigo —le digo—, para siempre.

            —Ya sé quién eres tú: eres amor, eres mi vocación.

 

Aquel día nos despedimos con la esperanza de repetirlo de nuevo en la noche, pero aquello no sucedió. Cuando regresé a la universidad no podía irradiar más alegría, no solo por lo de anoche, Catalina me había dicho que les diría a sus padres que se quedaría, porque quería hacer una carrera, una licenciatura en artes, y porque quería estar para siempre conmigo. Todo eso parecía perfecto, ella y yo, viviendo juntas en mi departamento… para siempre, sí, sé que suena muy apresurado, porque… ¿cómo puedes querer pasar toda tu vida con alguien que apenas has conocido hace apenas menos de una semana? Y yo solo pienso, sí existe el amor a primera vista, y luego me cuestiono, ¿y sí no es amor a primera vista?… ¿y si solo nuestros caminos estaban perdidos y se acaban de unir para ir por el mismo rumbo?

            Cuando salgo de la universidad noto la presencia de alguien fuera. Es el hermano de Catalina. Todas mis amigas suponen que es él la razón de mi alegría, pero, ¿por qué está aquí? Él se acerca directo a mí y me mira con odio.

            —¡Aléjate de mi hermana! No sé qué ideas locas le has metido en la cabeza… el circo es su vida… eso es lo que ella es… y tú vienes y le haces creer que puede ser otra cosa… ¿arte? ¿universidad? Ella no es como tú o todas esa —señala con la mirada a mis amigas que se encuentran atrás de mí—, y sobre todo, ¿amor?

            —Tú no eres ella para saber lo que ella siente. Lo que siente por mí y lo que yo siento por ella —susurro intentando contenerme para no gritar.

            —Estás loca. Vienes a pervertir a mi hermana en todos los sentidos… gracias a Dios la hicimos caer en razón… jamás la volverás a ver.

            —¡¿Qué?! —preguntó mientras él se aleja y se sube a una moto.

            —Nos hiciste perder una noche. Ya se ha levantado el circo. Ella ya no está.

            Luego arranca. Yo intento seguirlo pero lo pierdo rápidamente. Entonces me desespero. Mis amigas se acercan y no saben qué decir o hacer. Le doy a una de ellas mi mochila y salgo corriendo. Tengo que llegar a la feria.

            Cuando llegó ya no hay nada. El circo se ha ido y muchos puestos de la feria también. Es como un desierto, lleno de basura y aire caliente. Mi ritmo cardiaco se acelera y quiero gritar, quiero gritar como nunca lo he hecho, quiero llorar, quiero gritar y llorar. Mi cabeza se siente como una cosa enorme que no puede sostener mi cuello, mis hombros caen y mis ojos se hinchan de agua… No quiero caer al suelo, no quiero verme tan mal, pero parece ser la única alternativa. Me tiro allí y dejó que el sol me tueste la piel, al menos es un dolor más soportable del que siento en mi pecho. No sé cuánto tiempo pasa, pero finalmente me levanto, y doy unos cuantos pasos para irme a sentar a algún sitio con sombra.

            Entre medio del polvo y arena caliente veo una silueta que se acerca hacía mí. Debe ser el cuidador, pero conforme se acerca más hacía mí me doy cuenta de que se trata de alguien a quien conozco. Es ella.

            —Al parecer mis padres tienen unos amigos en la ciudad para darme alojo—me dice cuando la tengo tan cerca como para oler su aroma a vainilla. Yo simplemente corro y la abrazo.

            —Pensé que te habías ido.

            —Sí. Pero detuve toda la caravana y rete a mis padres a vivir con mi odio el resto de la vida. Así que dijeron que hiciera lo que quisiera, y que si no resultaba… podía regresar al circo, porque mi lugar siempre estará vacío, porque solo tienen una hija.

            —Tú hermano.

            —Sí… cuando llegue se va a enojar. No importa.

            —No te vas a quedar con los amigos de tus padres. Quiero que vivas en mi departamento.

            —Vale. Pero sí tengo que ir a verlos, ellos serán los que pongan al tanto a mis papás. Mira —me suelta y saca un montón de papeles de su mochila —¿crees que todo esto sirva para entrar a la universidad, están avalados y todo eso.

            —Sí.

            —Pero me vas a tener que ayudar a estudiar para entrar y a conseguir un trabajo.

            —Sí.

            —Y me vas a comprar una manta roja porque olvidé la mía.

            —¡Sí, y sí y sí! —la beso y la abrazo con demasiada alegría.

            —Sí me dices sí a todo no vas a malcriar. Solo prométeme dos cosas: que me amarás por siempre, eternamente, y que si esto no resulta te vas a venir a vivir conmigo al circo.

            —Eternamente. Aquí, en el circo, al fin del mundo… no importa. Solo quiero hacerlo a tu lado.

            Catalina me toma de la mano y me lleva hacía un árbol, saca una hoja de papel y la pone sobre la corteza, luego con una especie de navaja comienza a grabar nuestras iniciales.

            —Se me ocurrió hacerlo en la casa vieja donde fue nuestra primera vez, pero es más probable que subsista esté árbol que esa casa vieja, además, aquí estaba parada cuando volteé y te tiré la manzana.

            Yo solo asiento y la vuelvo a abrazar, le doy un beso y observo como termina de esculpir sobre la corteza del árbol rodeando nuestras iniciales con un corazón. Me acercó y delineo con mis dedos la circunferencia. Ella hace lo mismo y termina poniendo su mano sobre la mía.

            —Aún me debes mi manzana encaramelada—le digo. Ambas empezamos a reír como dos chifladas, sin importar si alguien nos escucha.