La Misteriosa Chica del Lago

Respuestas Sádicas

—No deberías decir groserías, Charlie. Sabes cómo se pone mi papá cuando te escucha hablar así.

            —Lo siento —dije a secas.

            Corrí rápidamente hacia dentro de la casa, me cambié lo más rápido que pude, tomé mi celular y lo aventé sobre la cama. Pasé por el pasillo hacia afuera lentamente esperando que mis padres no me notaran. Cuando salí, y llegué a la puerta principal, me encontré nuevamente con Erin.

            —¿Vas a ir a buscar a la niña bonita? —preguntó mirando hacia donde se había ido Katherine.

            —No lo sé… solo iré… Si mis papás preguntan… diles que regreso pronto.

            Erin asintió con la cabeza y me abrazó, después corrió hacia dentro de la casa.

            No sabía exactamente por qué ir al pueblo, una parte de mí decía que la fuera a buscar, pero otra estaba segura de que no la encontraría. Caminé con la mirada puesta sobre todos lados, con la intención de tener oportunidad de encontrar a Katherine. No la encontré para mi mala suerte. Llegué al pueblo y me paré sobre una banqueta esperando a que una especie de señal me dijera hacia dónde ir. Metí inconscientemente mis manos dentro de los bolcillos traseros de mi pantalón, y al hacerlo noté que había metido el reloj en uno de ellos. Lo tomé y miré fijamente. Entonces me ocurrió ir a la tienda de antigüedades, quizá si hablaba con Julieta, o inclusive con su abuelo, podía tener las respuestas que estaba buscando, pues ellos sabían de cosas antiguas.

            Cuando llegué a la puerta no puede más que enojarme al ver que la tienda estaba cerrada, miré a través de la ventana con la esperanza de ver a alguien, toqué un par de veces y giré la manecilla de la puerta, pero nada resultó. Maldecí casi susurrando y caminé de nuevo hacia la calle principal, y noté que a lo lejos había un café, toqué mi otro bolcillo trasero y noté que tenía un billete de cien pesos, entonces tuve la sensación de sentir frío, que posiblemente era resultado del chapuzón que me había dado. Pensé en alguna bebida caliente, así que no dude en dirigirme hacia el café.

            El establecimiento estaba casi vacío, pero parecía bastante cómodo. Fui directo hacia la barra de pedido y le dije a un muchacho, de unos diecisiete años, que me diera un café. El chico, con ligero acné en el rostro, me miró fijamente antes de decir algo, luego asintió con la cabeza y noté como le temblaban las manos al escribir la orden en su computadora. Me pidió el dinero tartamudeando, me entregó el cambio, luego le sonreí en agradecimiento y comenzó a ponerse todo rojo. Esperé un par de minutos antes de que me entregara el café, después me senté en una mesa del fondo y puse el reloj sobre la mesa.

            Me quedé pensando, traté de ordenar mis ideas, pero solo parecían volverse más difusas, ya no quería pensar, ni sentir; solo quería, por primera vez, tener una vida normal. Mientras mis pensamientos divagaban fui sorprendida por una voz femenina.

            —¿Charlie? —preguntó.

            Me exalté y rápidamente regresé a la realidad.

            —¡Michelle!

            Sí, se trataba de ella, era imposible no reconocerla, pues su perfecto cabello y atuendo de señorita buena. Se acercó hacia mí y me dio un beso en la mejilla.

            —¿Puedo sentarme? —me preguntó cortésmente.

            —Claro.

            Ella se sentó y le hizo una señal el muchacho tímido, él solo asintió.

            —Siempre pido lo mismo —me dijo—, Wow —susurró—, no quiero ofenderte, pero la última vez que te vi te veías algo… bueno, no sé, pero hoy no te ves mejor que ese día.

            —Lo sé, últimamente no tengo cabeza para nada. Siento como si no hubiera dormido en días.

            —¿Estás enferma? Porque te ves algo pálida —me miró con cierto disgusto.

            —No lo sé, posiblemente lo esté… hoy me mojé sin querer. Larga historia.

            —Sabes, tengo una tía que tiene un intento de spa, pero he ido un par de ocasiones y no está tan mal, quizá un buen masaje pueda arreglarte.

            —No lo… —solo alcancé a decir antes de que fuéramos interrumpidas.

            —¡Hey! ¡Charlie! ¡No tenía idea de encontrarte por estos sitios!

            Michelle y yo giramos la cabeza, se trataba de Elisa, la hermana de Mario.

            Mi día parecía estar volviéndose más oscuro de lo que ya estaba. Ella simplemente me caía demasiado mal.

            —¿Por qué no? —le pregunté de mal humor.

            —No lo sé, no te imagino en sitios como estos…

            —¿Y en cuáles sí?

            —No importa… ¡Oh! ¿Interrumpo algo?

            —¿Qué? —susurré.

            —¿Así que ella es tu novia? —preguntó Elisa mirando hacia Michelle.

            Michelle solo levantó su ceja y arrugó la nariz. En parte, ambas lo hicimos.

            —Ella no es mi novia —le dije seriamente.

            —¡Oh! ¡Lo siento! Es que… bueno, es obvio que eres lesbiana… y como ella se ve linda y femenina pensé que quizá…

            —Será mejor que vayas cerrando la boca, lo que dices no tiene coherencia —le dije enojada.

            —Charlie tiene razón, yo no tengo nada en contra de las parejas homosexuales, es más, tengo una amiga que se casó con otra mujer, y sigue siendo mi amiga; además, si yo fuera lesbiana, y Charlie fuera mi novia, no tendría nada que ver que ella se vea un poco más ruda que yo. Por cierto, tengo novio.

            Me sorprendí ante la respuesta de Michelle. Miré hacia Elisa y la miré directo a los ojos.

            —Que yo sea lesbiana o no, no es tu problema —le dije.

            —¿Ósea que no lo niegas? —preguntó retándome—, porque temo que mi hermano pueda estar haciéndose falsas esperanzas.

            —¡Basta! No te conozco, pero creo que ya deberías irte —le dijo Michelle.

            —Lo siento, tienes toda la razón, ya me voy… le diré a mi hermano que… ya sabes… no se haga ilusiones.

            Yo permanecí callada, con la idea de poder tomar mi café y vaciárselo en la cara. Elisa ni siquiera pasó a pedir su orden, se retiró sin más.

            —¡Dios! ¡¿Qué mujer?! ¿Sabes? Yo odio a la gente homofóbica, me parece gente a la que le falta evolucionar —agregó Michelle enfadada.

            —Lo sé, pero más bien creo que yo le caigo mal siendo animal, objeto o persona.

            —¿En serio? ¿Tiene algún amorío con su hermano?

            —No, para nada. Apenas si conozco a su hermano, él es doctor, hace poco tuve un bajón y me desmayé… fue cuando lo conocí, creo que le gusto, digo, es guapo y es doctor… pero no sé, además acabo de conocer a alguien más… en serio, no es nada.

            —Más información de la que quería. ¿Doctor? Si no tuviera novio seguro te pediría que me lo presentases.

            —Me dio su número —dije sin más.

            —¿De verdad? No es cierto, ¿sabes cuántos doctores conozco? Me enfermo cotidianamente, y ninguno me ha dado su número, más que el del propio hospital.

            —Lo sé, creo que no debí aceptar su número.

            —En todo caso… dijiste que conociste a alguien más… —indagó.

            Sonreí, y sentí ligeramente correr un calor por mi cara.

            —Bueno, sí. Es algo extraño, sabes, no tengo ganas de hablar o pensar en ello… si pudiera caer justo ahora en coma y olvidarme de mis problemas estaría fenomenal —le dije y después sorbí un poco de mi café para no decir nada más.

            —Te entiendo, a veces a mí también me pasa. Oye… quizá pueda ayudarte.

            —¿Tienes algo que pueda inducirme al coma? —bromeé.

            —Tengo algo mejor, bueno, primero… se supone que estoy esperando a Robin para irnos más al rato al otro lado del lago a acampar.

            —Pero mañana hay clases…

            —Lo sé, pero las clases de mañana son una basura… Ya hemos pedido que nos cambien los maestros… en fin, no me importa ni a mí ni a nadie perder esas clases… ¿qué dices? ¿Te apuntas? Max va a llevar… un poco de planta alegre…

            —¿Estás bromeando?

            —¿Por qué?

            —Tú…

            —A veces… Max siempre se encarga de llevar la parte alegre a las fiestas.

            —No me lo creo.

            —¿Ahora eres tú quien juzga las apariencias?

            —Tienes razón.

            Michelle sonrió y miró hacia atrás de mí, hizo unas señales con las manos. Giré la cabeza y noté que se trataba de Robin.

            —¿Vas o no? —presionó Michelle—, solo seremos los mismos que viste el otro día, una noche, solo eso.

            —¡Va! ¡Espera! Tengo que ir a mi casa por algunas cosas…

            —No quiero presionar más, pero el señor que nos va a cruzar nos va a estar esperando y… Si es por ropa no te preocupes, además siempre llevamos una casa de campaña extra.

            —Bueno, si me prestas tu celular para hacer una pequeña llamada…

            —Claro, toma —me entregó su celular —te esperamos afuera.

            Se levantó y caminó hacia la barra de pedidos para tomar su café, pagó y salió de la cafetería.

            Me sentía como niña pequeña, pedir permiso parecía bastante anticuado después de las cosas que estaba acostumbrada a hacer, sin embargo lo hice. Para mi suerte quien respondió fue mi madre, ella aceptó, pues el puro hecho de pedir permiso pareció serle extraño. No sé qué habrá pensado mi papá… ni siquiera me importaba. Tomé mi café y me encaminé hacia la puerta; miré hacia donde estaba el muchacho de los cafés y este volvió a ponerse rojo, luego tiró un frasco de azúcar; yo solo reí y salí.

            Robin fue el primero en mirar hacia donde yo venía, me sonrió y abrió la puerta trasera de un Jeep verde, yo le devolví la sonrisa y entré al auto. Michelle estaba ya adentro del auto, se volteó y me sonrió. Yo le entregué el celular.

            —¿Todo bien?

            —Perfecto —me acerqué más hacia ella—, prométeme que me vas a enseñar el lenguaje de señas, no quiero ser descortés con tu novio.

            —¿Descortés? Robin no conoce el significado de descortés… no te dejes engañar, así como lo ves con esa carita tierna… créeme, el simple hecho de que no hable no significa nada, él es todo un diablo, es… es un hombre fascinante, tengo tanta suerte de tenerlo…

            —Bueno, pero si puedes enseñarme a decir “¿Qué onda?”…

            Ella rio a carcajadas y se acomodó en su asiento. Pronto Robin se subió, acomodó el retrovisor que está dentro del coche, miré su reflejo y me guiño el ojo. Luego le hizo unas señales a Michelle.

            —Dice que hoy si te vas a divertir como nunca en tu vida —me dijo Michelle traduciendo su mensaje—, también dice que estás muy bonita, claro, no tanto como yo.

            Después ambos se acercaron y se dieron un beso bastante apasionado; yo solo sonreí y me acomodé en el asiento, me puse el cinturón de seguridad y miré a través de la ventana; respiré hondamente y sentí una plenitud de paz al pensar que esa noche me olvidaría de todo al fin.

 

El clima parecía perfecto. Miré al par de chicos dialogando con el dueño del bote. Le entregaron dinero y rápidamente comenzaron a subir lo necesario. Aquel bote, grande y de cubierta, parecía ser de motor. Esto me llevó a recordar el pequeño bote de Katherine, no puede evitar pensar en ella, y que posiblemente esta sería la oportunidad perfecta de visitarla, allá del otro lado del lago.

            —¡Hey! ¡Tierra tocando a Charlie” —Dijo Dali.

            —Lo siento —me disculpé.

            —No tiene porque, ¡Dios! Michelle tiene razón, necesitas de nuestra ayuda, te ves… algo apagada y aburrida. No creo que seas de esas personas aburridas. Tú tienes algo más fuerte, loco.

            —Gracias por lo último. Quizá si necesite de ustedes.

            <<¡¡¡Hey!!! ¡Es hora de irnos! —gritó Max desde el fondo.>>

            Durante el trayecto comencé a pensar en que lo que decían ellos era verdad, pues me sentía apaga, no cansada, solo apagada. Miré hacia donde estaba el dueño del bote, y noté sus botas. Eran botas negras y grandes, como las de aquel hombre en mi epifanía. Las miré por un buen rato, luego comencé a observarlo a él. Traté de recordar si había visto el rostro del hombre de las botas con lodo, pero justo ahora razonaba en que no había terminado por ver su rostro. Pero definitivamente no era parecido a él.

            —El lugar a donde vamos está genialísimo —me dijo Max—, puedes gritar todo lo que quieras y nadie te escuchará.

            —O mirará —agregó Dali a carcajadas.

            Yo no puede evitar ser contagiada por la risa, pero tan rápido como llegó esta, se fue.

 

Varamos en un lugar bastante feo para ser precisa. Ellos notaron mi cara, y rieron entre ellos. Todos comenzamos a bajar las maletas tan rápido como podíamos, como si llegáramos tarde a algún evento importa. Luego Max le entregó dinero al señor del bote  y le recordó claramente que pasara por nosotros al día siguiente justo a medio día. Cada quien se cargó con lo que pudo, y comenzamos a caminar por un estrecho camino de fango y maleza.

            Mis ojos se deslumbraron al ver el hermoso lugar al que habíamos llegado, se trataba de una planicie atacada por todo el esplendor del sol.

            —¿Está mucho mejor, verdad? —me susurró Dali al oído.

            —¿No pensaste que te íbamos a llevar a un pantano sucio lleno de mosquitos? —agregó Michelle.

            Me quedé parada sin decir nada, solo sonreí. Todos comenzaron a adelantarme y comenzaron a poner todo en el suelo.

            <<¡Esta noche hay fiesta! —gritó Max—, pero antes de eso hay que hacer casa, no quiero terminar dormido y borracho sobre la fogata otra vez.>>

            Una vez que lo dijo, todos comenzamos a armar casas de campañas, la fogata y otros pormenores. Robin se ofreció a ayudarme, sonriéndome todo el tiempo, al poner mi casa de campaña, yo no le hablaba. Poco después, y casi antes de terminarla, Michelle se acercó. Me dijo que no me preocupara, que le hablara, pues él podía leer mis labios. Desde allí comencé a tratarlo como a cualquier persona, aunque procuraba hacer más afirmaciones que preguntas.

 Así, sin darme cuenta, aquel sol radiante se consumó en una hermosa luna plateada iluminado todo nuestro alrededor. Y una vez que terminamos de poner nuestro pequeño campamento…

            Luces, música, cerveza, gritos… Aquello parecía una fiesta salvaje, y tan solo éramos cinco. Ni siquiera yo lo creía. Si yo lo supiera, juraría que aquella fiesta estaba conformada por al menos unas veinte personas.

            Había perdido la cuenta de cuántas cervezas llevaba, sin embargo, todavía estaba consciente. Tenía claro que decía estupideces y hacía muchas otras, y también que quería mucho más. Michelle le hizo señales a Max, y este corrió rápidamente hacia una mochila que había dejado en su casa de campaña. Me acerqué a Michelle, suponía que Max había ido por lo que esta me había dicho, así que disimulé preguntándole otra cosa.

            —Mich… ¿puedo hacerte una pregunta? —dije sin dejar de mirar hacia donde estaba Max.

            —Claro.

            La idea era que ella me dijera por lo que Max había ido a buscar, pero no funcionó, así que solo le pregunté lo primero que se me ocurrió.

            —¿Por qué Robin no habla? Digo, si es sordo de nacimiento obviamente no sabe hablar como nosotros, pero tengo entendido que los sordos saben articular palabras.

            —Es cierto, él sabe decir algunas cosas… o eso dice su madre, yo nunca lo he escuchado. Le he preguntado, y me dice que no le gusta… que porque en una reunión de sordos uno le dijo que le dijo otro y otro… blah blah blah, que los sordos cuando hablan parecen retrasados. Desde entonces no le gusta hablar.

            —Eso es estúpido —le dije enojada.

            —Lo sé, y es una mierda, ni siquiera cuando hacemos el amor hace algún ruido.

            Max se acercó y le entregó una pequeña bolsa trasparente con polvo blanco a Michelle.

            —¿Qué es esto? —le preguntó en un tono grotesco.

            —Lo lamento, no pude conseguir mariguana… él tío que me vende me dijo que una patrulla se la quitó toda —se disculpó Max con el rostro bañado en preocupación.

            —¿Y qué se supone que debo hacer con esto? —levantó la bolsa al aire.

            —Él me dijo que eso es nuevo y que es mil veces mejor que todo lo que vende, me endrogué en grande por eso, trátalo con respeto.

            —No me voy a arriesgar a que esta cosa tenga algo que me deje paralítica o me mate.

            —¡Oh! ¡Vamos! Yo mismo probé un poco cuando me la dio y no pasó nada… está genialísima.

            Yo no podía dejar de mirarlos discutir. Ambos me miraron con cara de desaprobación y guardaron silencio. Luego Max me miró y preguntó:

            —¿Qué dices Charlie? ¿Te animas?

            Los miré, después a la bolsa, y pensando sin pensar, simplemente la tomé.

            —¡¡¡Esa es la Charlie que estaba esperando!!! —gritó Max a todo el pulmón.

            —Pendejo —murmuró Michelle y me arrebató la bolsa de la mano—, yo primero.

            Aquella fiesta salvaje se había vuelto… bueno, jamás encontraré las palabras exactas. Todo se había vuelto multicolor, las voces se distorsionaban, todo lo que veía parecía verse tan brillante; pero sobre todo, el miedo se había ido, regresaba esa Charlie desinhibida que tanto recordaba. Los chicos comenzaron a hacer juegos, pero el que nos llevó al máximo punto de locura y erotismo fue el juego de la sal y el limón sobre el cuerpo. La primera fue Dali, se quitó la blusa, más no el brasier, y se llenó todo el abdomen de jugo de limón con sal. Max fue el encargado de recorrer con su lengua hasta el último milímetro de su cuerpo, y entonces comenzaron a besarse. Después se nos dio a elegir, Michelle o yo, le cedí el lugar. Ella se tumbó sobre una mesa plegable y comenzó a quitarse la ropa, inclusive el brasier. Entonces exprimió el limón, desde un poco debajo de su ombligo hasta en medio de sus pechos, y vertió la sal.

            Miré hacia donde estaba Robin, esperando a que hiciera su parte. El me miró, sonrió sensualmente y movió su cabeza en señal de que yo lo hiciera. Miré a Michelle y ella sacó su lengua y la pasó alrededor de sus labios. Yo acepté. Me acerqué a ella lentamente, la miré de abajo hacia arriba y acerqué mi lengua hasta su ombligo. Comencé a lamer alrededor de este, y después pasé un lengüetazo más amplio hacia debajo de su ombligo, y empecé a subir. Cuando quedé en medio de sus dos pechos chupé lo que quedaba de limón, y acerqué mi rostro hacia su cara, automáticamente comencé a besarla y ella a mí. Tomé uno de sus pechos entre mis mano y proseguimos.

            Entre mirada y mirada, noté que Max y Dali nos miraban. No parecían sorprendidos, más bien tan habitual como ver una película pornográfica. Ellos prosiguieron en su juego de besos y se retiraron hacia la casa de campaña de Max. Robin se acercó y me tomó por la cintura, puso su mano sobre la mía, que era la que estaba tomando el pecho de Michelle, y comenzó a hacer presión con su enorme mano. Luego dejé de besarle y comencé a besarlo a él. Era tan drástico pasar de la suavidad de los pequeños labios de Michelle a los de Robin, pero no podían desagradarme aquello. Michelle se levantó y me tomó de la mano, y poco a poco nos fue dirigiendo hacia su casa de campaña. Los tres ingresamos.

            La ropa comenzó a salir por todos lados, pero yo fui la última en despojarme. Sentí el gran cuerpo de Robin sobre el mío, desnudo, cálido, justo detrás. Y el de Michelle, minúsculo y suave, frente a mí. Era como ese sueño erótico que quieren todos los hombres, pero también era el sueño que alguna vez habría pensado, y estaba sucediendo. Los músculos de los pectorales de Robin se pegaron a mi espalda, me besó el cuello y después tomó mis pechos. Aquello fue su error, o el mío, no lo sé. Recordé ese dolor sobre mi pecho, tan insoportable. Quite su mano de mi pecho y salí como traumada de la casa de campaña. No creo haberles molestado, ellos prosiguieron sin mí.

            Al salir de la casa sentí como si mi respiración se estuviese acabando. Intenté tomar todo el aire que pude, pero solo me mareé. Y luego escuche un grito. Definitivamente no se trataba de un grito de placer, ni siquiera se escuchaba cercano. El grito se repitió, era como un eco. Traté de distinguir su procedencia, pero todo era tan difuso. Todo giraba y se veía borroso, iluminado, colorido… era una locura; era una locura dentro de otra locura. Los gritos comenzaron a repetirse periódicamente. Así, y en ropa interior caminé sin sentido, guiándome por los gritos.

            Me sentía perdida, mi corazón comenzaba a quererse escapar y el miedo parecía tan agudo como las pequeñas espinas que parecían tapizar el suelo. Me lastimé las palmas de los pies, pero quise seguir avanzando. Caí y me tropecé como de costumbre, e incluso me golpeé la frente con una enorme rama. Y llegué. Sabía que había llegado.

            Frente a mí se contemplaba una enorme cabaña, se veía tan vieja, como si estuviera a punto de caerse. Pero luego mi mirada fue atrapada por un hombre que jalaba del brazo a una muchacha de vestido blanco, tan blanco que era lo único que brillaba bajo la luz de la luna. Me acerqué mucho más y me espanté cuando el hombre le dio una abofeteada. Miré más nítidamente y me percaté de lo que estaba sucediendo. Era Katherine.

            —¡Hey! —grité.

            El hombre se detuvo y puso su mano sobre la boca de Katherine para que no gritara. Ella estaba llorando. Me miró y viró sus ojos advirtiéndome que me fuera. Miré al hombre, pero su rostro era cubierto por una sombra, y luego sus botas, negras y llenas de lodo. De pronto tuve esa necesidad de querer vomitar. Comencé a acercarme más y más, hasta que pude percibir ese olor a carbón.

            —Quítale tus sucias manos —le dije imponiéndome ante él.

            Realmente me estaba muriendo de miedo.