La Misteriosa Chica del Lago

La Casa Vieja

—¿Dormiste bien? Escuché ruidos en el ático hasta tarde —preguntó mi madre bostezando y levantando ambas manos hacia el techo mientras entraba a la concina.

            Levanté la cuchara del tazón de cereal y la señalé bromeando.

            —¡Hey! Primero, será mejor que te vayas acostumbrando a no llamarle ático, ahora es mi habitación, ¿recuerdas? —suspiré profundo—, o al menos hasta que consiga un trabajo y me pueda pagar una casa en una ciudad de verdad, y sí, era yo... haciendo ruido, es solo que por obra divina se me esfumó el sueño y no tenía mucho que hacer salvo que acomodar cajas.

            —Pues la próxima vez que se te espante el sueño será mejor que leas un libro o hagas cualquier otra actividad que no implique hacer ruido; estoy destrozada, posiblemente tu ruido no me dejó dormir bien.

            —Mírale el lado bueno, mamá; si traigo a alguien para tener sexo en mi habitación posiblemente lo escuche toda la casa —bromeé.

            Mi madre me miró fijamente a los ojos, siguió así por unos segundos y después se echó a reír.

            La relación con mi madre en cierto modo era un tanto más liberal que la de mi padre, él y sus vinos lo habían hecho demasiado sistemático y seguidor de reglas; pero mi madre era diferente, siempre lo había sido y no había día que no me preguntara el cómo de que se hubiesen enamorado, o simplemente cómo era que una empresario y una pintora habían terminado juntos.

            La historia era de hecho bastante graciosa; según mi madre ella había ido a visitar a unos amigos a Londres simplemente por diversión; y entonces fue allá donde conoció a mi padre; justo durante un accidente en un restaurante, pues el mesero en su torpeza había vertido el vino sobre mi madre, y está furiosa comenzó a gritarles en español, cosa que nadie entendió; excepto mi padre, él sabía italiano así que... Bueno, mi padre era el encargado de surtir vino a ese tan elegante restaurante de nombre “Guten Tag”, y se encontraba justo en ese día, en esa hora, minuto y segundo; por lo tanto él mismo se encargó de cambiarle la botella de vino y pedir disculpas; disculpas que terminaron en un amor a primera vista.

            Después de eso mi padre, André, y mi madre, Isabel, comenzaron a salir; y también comenzaron a notar esas distorsiones y diferencias frente a lo que cada quien tenía planeado para su futuro; sin embargo, y de alguna forma extraña supieron acoplar esos planes en uno solo. Mi padre comenzó a trabajar en una empresa de vinos “TREDI” al lado de su mejor amigo y jefe, Ralph, la cual lleva ese famoso logo de la uva en acuarela que todos reconocen, y eso se lo deben al gran talento de mi madre. Después... después nací yo, y mi madre tuvo que abandonar su sueño de pintora, y aunque ella dice que no se arrepiente... yo, no dejo de sentirme mal por ser la causa de eso. Y finalmente estamos aquí, en un pueblo donde mi papá, a dos años de jubilarse le ha pedido a Ralph abrir una pequeña fábrica vinera; solo porque dice que necesita tiempo sin las exigencias de la empresa central, de la cual se ocupará Ralph, y porque quiere pasar tiempo con la familia.

            Yo solo he llegado a la conclusión de que jamás te debes crear ese modelo idealista de cómo sería la persona indicada para ti, porque al final termina llegando alguien totalmente diferente, y ese alguien podría hacerte tan feliz o simplemente podría chingarte la vida.

            —Como si no te conociera y supiera que no necesitas una cama en casa para hacer tus cosas... incluso si das un saltó saldrá corriendo para ver si no has dejado entrar a un chico por la ventana —sonrió cariñosamente—. Linda, no quiero volver a tenerte de niñera como la última vez que te quedaste sin trabajo, pero sería realmente muy amable de tu parte cuidar a los niños esta tarde.

            —No te preocupes mamá, sabes que lo hago con gusto, ¿piensas salir con papá? —pregunté curiosa ante su sonrisa implícita.

            —No, iré a la universidad a tomar cursos de pintura... ya sabes, tengo que desempolvarme un poco. Tu padre me exigió que te llevara conmigo, pero le dije que no te presione, es mejor si vas porque nace de ti.

            —Mamá, ¿esto es una especie de truco de psicología inversa?

            —Sabes que no soy esa clase de madre, en todo caso, solo te advierto para que estés preparada para cuando tu padre tenga la necesidad de decírtelo en persona.

            —Mamá, sabes que yo realmente aceptaría ir a una universidad a inscribirme, solo que... si tan solo supiera en que inscribirme; yo, no he sido como tú que desde pequeña querías pintar y hacer arte; yo solo fui influenciada hasta que mi mente supuso que medicina era lo mejor para mí; y sabes muy bien que haber tomado esa decisión solo me llevó a la infelicidad.

            —Yo te entiendo amor, sé lo que es no saber que querer.

            Mi madre se acercó y puso su mano en mi hombro como consuelo.

            —No creo que lo sepas... ¿Cuándo has pasado por algo así?

            —Quizá no lo pasé de la misma forma que tú; pero también he tenido esos momentos difíciles cuando sabes que tomar una decisión marcará el resto de tu vida.

            —¿Lo dices por mi padre?

            —Esa fue una gran decisión y no me arrepiento de eso, si no fuese por él no tendría esta hermosa hija.

            Ella me abrazó con todas su ganas; acarició mi pelo y después me besó en la frente como cuando era niña y me quejaba algún problema.

            —Mira, lo de los cursos de pintura me llegó en un folleto cuando nos enviaban los papeles de la casa; leí que cualquiera puede tomar los cursos, ¡podrías tomarlo conmigo!

            —Sabes que soy pésima dibujando, ¿no recuerdas que de pequeña confundías mis dibujos de flores con gatos flacuchos?... bueno, aún sigo dibujando flores con formas de gatos.

            —Ahora que lo pienso... también leí algo acerca de tomar cursos como oyente...

            —¿Oyente?

            —Sí, porque lo más seguro es que no te acepten hasta que comiencen las fechas de inscripción, pero podías tomar clases de diferentes cosas... igual y en una de esas descubres tu vocación.

            —Tu idea no me parece tan mal, pero en todo caso, ¿quién cuidará a los pequeños hermanitos?

            —Si vienes conmigo convenceré a tu padre de que se los lleve a conocer la fábrica.

            —Posiblemente cuando le digas el porqué aceptará sin poner peros.

 

La idea de una universidad de pueblo me dejó anonadada cuando se postró ante mí aquel fascinante edificio únicamente comparado al de una universidad privada. El edificio en sí tenía un toque rústico y moderno, como el de la casa, simplemente la combinación era hermosa.

            Al tocar el pequeño timbre en recepción apareció un señora regordeta, no tan joven ni tan grande, bien vestida y arreglada; al hablar con ella nos explicó lo que mi madre me había dicho, puesto que habían comenzado semestre un mes atrás solo podía hacer tres cosas; tomar un curso; meterme como oyente o simplemente esperar. Como yo iba con la idea de alguna de las primeras dos había llevado algunos papeles, y sin más pretextos decidí seguir el consejo de mi madre y tomar el curso de oyente.

            Mi madre parecía estar tan feliz de que me hubiese inscrito aunque sea de esa manera, su entusiasmo era tan grande que no dudó en abrazarme y llamar la atención de los que pasaban por el mismo pasillo.

            —¡Estoy tan orgullosa de ti! —gritó.

            —Mamá... no grites, además no es para tanto, solo espero que tengas razón y encuentre mi vocación.

            —Lo harás... ¡Hey!, ¿por qué no vamos por unos refrescos a la cafetería de allá?

            La cafetería era una de las mejores partes de la universidad, un buen techo y varias mesas... Dejé sentada a mi madre mientras yo iba a comprar los refrescos, y allí fue cuando escuché a un chico hablar detrás de mí.

            —¡Wow! debo de haber muerto, porque los ángeles están bajando a la tierra.

            —¿Disculpa? —me giré con una postura a la defensiva.

            Frente a mí estaba un chico alto, moreno y de ojos verdes; guapo, con un vestir demasiado ligero a mi parecer.

            —Max, deja de acosar a la gente con tus comentarios de mal gusto —le dijo una chica de cabello corto y rojo que le dio una manotazo en la cabeza—, lo siento, este hombre nunca entiende.

            —Claro, dije sin importancia y me giré al llamado del chico que me estaba atendiendo.

            El chico me entregó los refrescos y le pagué, para mi sorpresa cuando me giré de nuevo noté a dos más que se venían acercando saludando, un chico y una chica.

            —¿No me digas que el Max ya sacó lo naco con la chava? —preguntó la chica que se venía acercando a lo lejos.

            —Adivina —respondió la chica del pelo rojo—, lo siento, me llamo Dali, ella es Michelle; el que trae de la mano es su novio Robin y aquí el presente ya lo conoces, se llama Máximo, o mejor conocido como Max...

            La chica sonriente acercó su mano hacia mí para estrecharla, yo solo la miré y ligeramente hice lo mismo hacia donde estaba mi madre; ella estaba hablando por teléfono y cuando me miró me sonrió y me hizo una señal con la mano para decirme que tenía que irse pero que me quedara; yo le levanté la ceja derecha en señal de negación pero ella solo hizo esa sonrisa maquiavélica.

            Miré de nuevo hacia la chica y finalmente estreché la mano.

            —Yo soy Charlie, y me pueden decir como más les guste, realmente no me importa.

            —Ok, Charlie —apresuró la chica llamada Michelle.

            Esta chica parecía bastante decente, estaba muy bien vestida, con una coleta que dejaba su cara libre en todo momento; zapatos demasiado limpios e incluso hasta la marca del planchado en su pequeño sacó color rosado parecía perfecta. Yo no era la clase de persona que se juntaría con esas personas tan “metódicas” y “obsesivas” por la simple razón de que yo no lo era, y aquel choque era siempre inminente.

            —Sabes, pero sin saberlo viniste a la mejor cafetería de todos los campus, siempre venimos aquí y no recuerdo haberte visto antes... —prosiguió Michelle—, dime, ¿eres nueva? ¿Vienes de intercambio?

            —No, de hecho estaré de oyente de muchas clases aleatorias a partir de mañana —respondí con un tono irónico.

            —Anda, íbamos a comer algo —sugirió Dali—, si no tienes nada que hacer podrías acompañarnos, todos somos de diferentes carreras, así que tarde o temprano tendrás que conocernos.

            Sonreí sin responder un sí o un no, simplemente los seguí hasta llegar a una mesa, y mientras lo hacía no dejaba de mirar al tal Robin, aquel chico de aspecto tierno y con cabello rubio rizado... no había dicho nada y no parecía estar por hacerlo.

            Cuando nos sentamos todos comenzaron a referirse a las clases donde las encontraría por sus carreras; a Dali, la pelirroja, la vería en música; a Michelle, la refinada, en física; a Max, el coqueto, en comunicaciones, y a Robin, bueno, él no lo dijo, pero su novia se refirió a él con historia.

            Yo miré a Robin extrañamente y sin verlo venir Michelle respondió a mi gran interrogante.

            —Es mudo, solo eso, nos escucha normal pero no puede hablar... así que, Charlie, ¿a qué carrera piensas inscribirte? —cambió repentinamente de tema para evitar el incómodo.

            —Bueno, pues con la clases espero saberlo pronto —agregué sin ponerle importancia.

            —No lo digas en ese tono, el tiempo es oro, hay que planificar siempre todo... —habló Michelle con un tono obsesivo.

            —Basta Michelle, no la asustes —interrumpió Max—, dime ángel caído del cielo... supongo que te has mudado... ¿por dónde vives? ¿Viajas de algún pueblo a las afueras de San Marie?

            —Bueno, realmente vivo en una casa vieja a las afueras de aquí... por un desviación casi por la salida.

            <<¡La casa vieja! —repitieron todos en unísono.>>

            Yo miré desconcertada al pensar que esa casa podría ser famosa por algo que desconocía.

            —¿La conocen? aunque quiero agregar que no está tan vieja, de hecho la han remodelado.

            —Si es la casa que conocemos sí, la han remodelado, pero eso no le quita lo terrorífico —agregó Michelle.

            —¿Pasó algo? —pregunté aterrada.

            —No tanto como que sabemos lo que pasó; más bien son historias, mitos... —interrumpió Max con un tono protector.

            —Dicen que allí vivieron los fundadores de San Marie; y que todos fueron asesinados por el padre —dijo Michelle.

            —También dicen que la hija, Marie, mató a toda la familia por impedirle ver a su novio —sumó Dali.

            —Y también dicen el alma de toda la familia busca cuerpos para poseerlos y poder pedir dulces en Halloween... son puras barbaridades —volvió a intervenir Max.

            —¡Basta! dejen de hablar de esas cosas —levantó Michelle la voz—, dan miedo y son tristes...

            La mirada de Michelle hacia atrás de nosotros hizo que volteáramos hacia donde ella veía. Justo allí estaba una chica con lentes negros y caminando con la ayuda de una especie de bastón, pero no era un bastón, o al menos no uno común. La chica tenía un aspecto de tranquilidad; su tez blanca contrastaba con su pelo largo y tan negro; y con sus labios completamente rojos; si la hubiese visto de pequeña seguramente hubiera dicho que se trataba de Blanca Nieves, solo que más hermosa que la de los cuentos.

            —En esta universidad tienen muchas campañas que apoyan a personas con diferencias físicas... por eso Robín está aquí y gracias a ello lo conozco —interrumpió el profundo silencio Michelle.

            —Se llama Julieta, o al menos eso he escuchado, es ciega de nacimiento... y también es algo rara, digo, es bonita y todo pero jamás la he visto hablando con alguien, es como antisocial... creo que estudia literatura o letras —dijo Dali con la cara llena de tristeza.

            —¡Ya! cambiemos de tema, no necesito tanta tristeza y terror en mismo día, y... ya que no veo que seas tan comunicadora Charlie, hablemos de mi viaje a Londres y España—tomó Michelle la palabra mientras sacaba un iPad de cubierta rosada de su bolso—, como saben y como no sabe Charlie, acabo de regresar de un viaje que hice para conocer al nuevo novio de mi madre, de hecho estuve mucho tiempo allá y conocí mucha gente y lugares... pero lo más hermoso y que quiero compartirles es una boda.

            —Aburrida... —criticó Max.

            —No fue cualquier típica y aburrida boda —defendió Michelle—, fue la boda una de mis mejores amigas, ella se casó con otra mujer.

            —Ya tienes mi atención —habló Max poniendo toda su atención en el tema.

            —Bueno, cuando Andy regresó a aquí, a México, porque estudiaba en Londres con otras de mis amigas, y me dijo que se casaría no se lo creía, digo, jamás la vimos salir con alguien, así que supusimos que quizá era porque había dejado a alguien muy “importante en México" pero sinceramente nunca le preguntamos, siempre se la pasaba escribiendo y no quisimos ser tan entrometidas; así que un día nos habló por teléfono... se iba a casar con una tal Samantha, no me lo creía, y lo primero que pensé fue en una chica de esas masculinas y grandes, pero cuando me envió una foto de ellas dos hasta yo me enamoré de esa chica, en serio, es tan hermosa... unos ojos... en fin, ella regresó a Londres para decirnos que la boda sería en España, y por Dios, fue la boda más hermosa a la que jamás había asistido... fue al aire libre, sobre una colina y con el mar frente a nosotros... lloré por días... se los juro.

            "La morena es Andy y la pelirroja es la novia, Samantha —compartía Michelle presuntuosamente."

            La exageración de Michelle ante su relato parecía estar volviéndome loca, tan solo verla me hacía querer salir corriendo de esa mesa... y cuando comenzaron a pasarse el iPad y llegó a Max, que solo puso cara de típico hombre excitado, comencé a pensar en fingir una llamada para salir de allí, pero cuando el iPad llegó a mí con la imagen de esas dos chicas vestidas de blanco, tan hermosas... la pelirroja con ojos azules como el mar y el cielo; y la morena con ojos verdes... yo... esa imagen se quedó grabada ante mis ojos, y yo me clave en los ojos de la chica del mismo color que los míos, recordé mi sueño y tan pronto lo hice, yo estaba ocupando el lugar de esa chica, de Andrea; y de pronto la chica, Samantha, era esa silueta de mi sueño; la chica sin rostro, ni cabello, sin piel; solo una silueta sin significado; que lentamente iba absorbiendo a la de la pelirroja; así hasta que solo quedaron los ojos azules.

            —Charlie... ¿estás bien? —me preguntó Max preocupado.

            No sé cómo reaccioné; los ojos azules  desaparecieron; luego la silueta; luego el cielo; después el mar; el hermoso pasto verde; las aves; el aire; y finalmente yo; luego la imagen regresó a ser la de la chica pelirroja y la morena dándose felizmente un beso.

            Sin querer solo solté y dejé caer el iPad sobre la mesa; y luego comencé a sentirme tan agotada como el día anterior a mi llegada a la casa vieja.

            —Lo siento —dije calmadamente—, no me siento bien.

            —¿Quieres que te llevemos a casa? —se ofreció Max.

            —No, no… yo… solo caminaré y me sentiré mejor.

            No sabía si caminar me haría sentir mejor, tampoco era de esas adictas que calman sus ansias con cigarros, alcohol o drogas; nunca he sido una buena adicta; pero cuando noté que mi mano estaba temblorosa me despedí lo más tranquila y disimuladamente para caminar por las calles como una completa lunática en busca de un simple cigarrillo.

            Caminé, caminé y caminé por varias calles sin tener éxito; el cansancio de mi cuerpo hacía que se sintiera tan fuerte los tremendos latidos de mi corazón. Luego mi mirada se centró sobre un establecimiento con un letrero de “Antigüedades” y mi corazón comenzó a latir de nuevo a su ritmo habitual; por una extraña razón yo amaba las cosas viejas, de pequeña mi pasatiempo favorito era aventurarme en la casa de mis abuelos; simplemente me quedé parada.

            Observé salir a una señora con un enorme jarrón amarillo; giré mi cabeza hacia ambos lados de la calle y me digné a cruzar.

            Al entrar lo primero que escuché fue una campanilla sobre la puerta y supuse que alguien saldría a recibirme, pero eso no pasó. Todo era tan antiguo y meticulosamente ordenado, era como un museo en miniatura. Lo primero que llamó mi atención fueron las hermosas pinturas que colgaban sobre las paredes de madera, eran como la que mamá hacía; observé los jarrones que contenían flores secas, baúles, trajes, relojes y cualquier cosa que suponía estaba vieja. Sin embargo, hubo una sección que llamó mi atención, estaba en una vitrina y tenía un pequeño letrerito de cartón que decía “Casa Vieja”, sin pensarlo dos veces me acerqué y noté que la vitrina no tenía vidrio, me acerqué, miré fijamente los objetos hasta que atrapó un pequeño reloj de bolsillo, tan dorado, tan brilloso…

            Mi cuerpo comenzó a sentirse raro, miré mis manos y noté que ya no estaban temblando, pero ahora sudaban como locas, y como locas con alma propia se apoderaron de mí, y con ambas tomé el reloj. Una corriente de adrenalina comenzaba a subir por mi cuerpo; tenía que abrir la tapa de ese reloj; lo intenté, presioné, jalé e incluso rompí la uña de mi pulgar derecho. Luego esa ansiedad por abrir me hacía sentir placer… placer sexual, entre más me obsesionaba por abrirlo más era mi grado de excitación <<¡vamos!, ¡ábrete! —dije en voz alta.>> Pero lo único que conseguí fue el inicio de una especie de orgasmo, aquello simplemente era enfermo e irreal.

            Quise gritar y contenerme pero resistirme… aquello solo empeoraba las cosas y aunque una muy profunda parte de mí quería detenerse… Algo más se había apoderado de mí. Y llegó, llegó ese tan deseable momento ¡Estaba en la cúspide!

            Mi mirada se desvió por unos segundos hacia la ventana de frente; me recargué sobre un librero y trate de mantenerme de pie mientras mis piernas jugaban a derrumbarse; y la miré, era ella, la chica invidente; parecía estar viniendo hacia la tienda, con su cabeza fija hacía mí… como si realmente me estuviera viendo. Me preocupé de que entrara cuando mis labios se abrieran e hiciera algún grito o ruido salvaje, pero quien me tomó por sorpresa fue un anciano que puso su mano en mi hombro.

            <>

            Abrí mi boca y dejé salir un gemido o algo parecido, justo en el momento que la campanilla de la puerta sonó de nuevo; mis manos se abrieron y dejé caer el reloj al suelo; este solo rebotó y se deslizó hasta los pies de a quien solo conocía por el nombre de Julieta. Miré desconcertada sin saber hacia dónde mirar, y por primera vez en mi vida sentí vergüenza de mis acciones, sobre todo porque lo que había pasado lo había hecho inconsciente.

            Julieta solo se agachó y recogió el reloj; noté que este seguía cerrado.

            —Abuelo, no sabía que ya habías compuesto este reloj —dijo Julieta con una tierna sonrisa.

            —Yo no lo he compuesto, ni siquiera lo puedo abrir —fue lo único que se limitó a decir el anciano.